El poder de la
palabra es uno de los grandes dones que Dios le dio al ser humano. Mediante el
sonido y la palabra expresamos el estado de nuestra conciencia, y dejamos salir
a la luz aquello que hasta el momento permanece oculto en nuestro pensamiento.
El propósito del lenguaje es revestir el pensamiento, es darle forma y
ponerlo a disposición de los demás, ya que cuando hablamos, evocamos un
pensamiento y le damos vida, haciendo audible lo que está oculto dentro de
nosotros. La palabra es reveladora, y esa palabra puede ser correcta, y crear así
una forma que encierre un propósito benéfico, o incorrecta y crear una forma
que tenga un objetivo maligno.
Sin darnos cuenta, hablamos incesante e irresponsablemente día tras día,
hora tras hora, empleamos palabras y más palabras, multiplicamos sonidos, y nos
rodeamos de mundos de formas sonoras creadas por nosotros mismos. ¡Qué bueno
sería aplicar el dicho!: “Antes de hablar hay que pensar”. Así, después de
pensar, podremos seleccionar las correctas palabras que expresen el correcto
pensamiento. De ese modo nuestras palabras no llevarán la discordia, sino que serán
razón para la unión, ya que la palabra incorrecta separa.
Hablar, hablar, hablar, hablar porque si, hablar sin ton ni son, en vez
de hablar para emplear la palabra con fines constructivos, o para expresar la
fuerza del amor al mundo. Hay que aprender a callar, hay que aprender a
permanecer silencioso y a no perder tiempo en quejas inútiles, aunque para
callar, es imprescindible ver lo divino en todo, así, no se piensa mal, y por
lo tanto no se critica.
Hay que vivir en silencio y no intervenir en los asuntos de los demás,
hay que vivir en silencio y no revelar lo que no concierne. Hay que entender al
prójimo como si de uno mismo se tratara, de esa manera la vida, el pensamiento
y, si es necesaria, la palabra, estarán llenas de comprensión y amor.
Es posible que se conozcan las debilidades del hermano, y rápidamente se
critique, pero sólo es señal de imperfección, de inmadurez y de falta de amor.
Se critica solamente si no se ama. Hay que aprender a amar y ese amor arrojará
una nueva luz sobre lo que se percibe, es la manera de aprender a sentir, de
aprender a comprender, de aprender a respetar, de aprender a valorar el
silencio.
La palabra que critica es como un veneno virulento. Se critican los defectos
que arrastra uno mismo. No vale decir que es el reconocimiento de un hecho,
porque tal reconocimiento, si sirve para corregir, ha de ser realizado con
amor, no con lengua viperina. Incluso en el mismo caso del reconocimiento de un
hecho, no se está en posesión de toda la verdad, no se conocen los problemas
como realmente son, se desconocen las causas de los otros que les hacen
reaccionar de una u otra manera.
Mantener el silencio es acercarse a Dios.
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