Cualquier
curación procede de Dios, pero también podemos decir perfectamente lo
contrario, que ninguna curación procede de Dios. Las dos afirmaciones son
correctas, sin necesidad de rasgarnos las vestiduras en función de nuestras
creencias.
Cualquier
curación es, o está; de la misma manera que Dios Es. Sin embargo, el ser humano
es total y absolutamente libre, de permitir, o no, que dicha curación le
alcance.
Nos puede
servir como ejemplo, una habitación completamente llena de humo. Si entra una
persona con una mascarilla conectada a un balón de oxígeno en dicha habitación,
respiraría normalmente el oxígeno del balón, sin que entrara en sus pulmones ni
un ápice de humo. Sin embargo, si la persona que entra en la habitación, lo hace
sin ninguna protección, en cada inhalación lo único que entraría en sus pulmones,
sería humo.
El humo está
llenando la habitación, de la misma manera que la energía divina, la energía
del amor, la energía de la curación está a nuestro alrededor. Pero, de la misma
manera que podemos protegernos y aislarnos del humo, también podemos aislarnos
de la sanación. Por eso podemos decir, sin necesidad de ser considerado como un
anatema, que ninguna curación procede de Dios, o dicho de otra manera: Sólo el
ser humano es capaz de sanarse a sí mismo. Esta afirmación, ya nos la enseñan a
todos los terapeutas, en cualquier curso o taller que se precie.
Nunca
sabemos el porqué de la enfermedad, ¿Un recurso de aprendizaje?, ¿Una forma de
liberación kármica?, ¿Un mal uso del cuerpo?, ¿Una mente enferma?, ¿Un instrumento
para dejar la vida física?, ¿Quién sabe? Ese porqué, es como la mascarilla que
no deja entrar el humo en los pulmones.
Al poco
tiempo de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, se conecta en nuestro
corazón el átomo permanente de vida. Este átomo permanente, que va a permanecer
conectado al corazón durante toda la vida física, es una especie de CD, que va
activando en el ordenador central, un sinfín de aspectos, relacionados con la
vida física del ser que nacerá al mundo dentro de nueve meses, siempre en
función del aprendizaje, del Karma a liberar y del trabajo a realizar que se ha
preparado el alma para la presente encarnación. Están contenidas, no sólo, las
fechas del nacimiento y de la muerte, sino también todas las fechas y
acontecimientos importantes en la vida de la persona, y entre esos
acontecimientos se encuentran también las enfermedades que irá padeciendo la
persona a lo largo de su vida física.
Por ejemplo,
podemos enfermar, porque así está programado en nuestro átomo permanente de
vida, a determinada edad, para que en la búsqueda de la sanación para esa enfermedad,
nos encontremos con un terapeuta que nos hable del alma. Cuando eso ocurra, ¡Ya
está!, objetivo cumplido. A partir de ese momento la enfermedad desaparecerá, e
incluso la persona puede pensar, “Que buen terapeuta, ha conseguido en pocas
sesiones lo que muchos otros no han conseguido”. No es así. Se ha sanado ella
misma, cuando ha escuchado lo que necesitaba escuchar, el terapeuta sólo la ha
acompañado y ha sido un instrumento en manos de Dios. La curación siempre ha
estado ahí, pero la persona tenía colocada la mascarilla que impedía su acceso,
hasta que con la información que necesitaba recibir, la mascarilla se desprendió sola.
Podríamos
poner un millón de ejemplos, todos diferentes de posibles causas de enfermedad,
¡no merece la pena!, con un botón de muestra es suficiente. Pero
independientemente de cualquier enfermedad y de la causa de esa enfermedad, el
día que integremos en nosotros nuestra esencia divina, nos encontraremos perfectamente
sanos, aunque el cuerpo permanezca postrado en el lecho del dolor por cualquier
enfermedad que pudiera aquejarle.