Nos acordamos de
Santa Bárbara cuando truena, de la misma manera que levantamos la vista al
cielo suplicando, casi exigiendo, ayuda a Dios cuando tenemos algún problema, y
casi nunca parece que obtenemos respuesta o ayuda. Aunque realmente, sólo lo
parece, ya que Dios sabe de nuestro problema, incluso antes de que aparezca, y
siempre nos va guiando, aconsejando, recordando. Lo que pasa es que la Voz de
Dios es siempre débil en nosotros. Es tan fuerte la voz del ego que no nos
permite escuchar ninguna otra voz, y mucho menos la Voz de Dios que es como un
débil susurro en medio del fragor de la batalla de la mente.
¿Qué hacer,
entonces, para encontrar ayuda a nuestros problemas? Con tanto ruido en nuestra
mente, es claro, que levantar la vista al cielo y suplicar a Dios no es
suficiente, hablar o escuchar no es suficiente, asistir a cursos o talleres no
es suficiente, leer no es suficiente, incluso meditar tampoco lo es. ¿Qué
hacer?
Desde pequeños
vamos desarrollando una mente dual. Por un lado anida en ella la Voz de Dios, o
la Voz del Alma y, por otro lado, va creciendo y haciéndose cada día más fuerte,
la creencia del ego. Tan fuerte llega a ser la creencia del ego, que arrincona,
cada vez más, a pasos agigantados, a la Voz del Alma.
En esas
condiciones, es normal que todo lo que escuchemos en nuestro interior sea nuestra
propia voz, ya que es nuestra propia creación, fruto de nuestras creencias y de
los condicionamientos sociales enseñados por nuestros educadores, que
determinan, la madurez o inmadurez de nuestro propio carácter, que es el guía
de nuestro pensamiento, de nuestra palabra y de nuestras acciones.
Para no tener que
levantar la vista al cielo cada vez que nos acosa algún problema, lo mejor
sería no permitir que se presentara el
problema, pero como eso, parece una misión imposible, sólo nos queda encontrar
la fórmula para sobrevivir al problema, la fórmula para sobrevivir a la vida.
Aunque si encontramos la fórmula para sobrevivir al problema, podríamos ir más
allá, y utilizar la fórmula para conseguir, de una vez y para siempre, la paz
interior, la serenidad y la felicidad.
La fórmula que nos
va a permitir todo eso, es simple. Sólo tenemos que ser conscientes de la
dualidad de la mente: Queremos sentir a Dios, pero nos falta voluntad y coraje
para separarnos de nuestra propia creación, el ego.
Si conseguimos ser
conscientes de la dualidad de la mente, sin dejarnos arrastrar por nuestra
arrogancia y nuestras propias contradicciones, habremos dado un gran paso, el
primero. En ese paso, el ego comienza a debilitarse, abandona la lucha, que es
justamente lo que le hace fuerte, y así estaremos en condiciones de dar el
siguiente paso. El segundo paso es “elegir” la otra Voz que aparece en la
mente, la Voz de Dios. Únicamente con la elección, la Voz comienza a fortalecerse,
a la par que se debilita la voz del ego.
Después de esto
sólo es necesaria la voluntad para no ceder al chantaje que, de buen seguro, va
a presentar el ego. De aquí, a escuchar la Voz del Alma, será “coser y cantar”.
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