¡Qué fácil
es predicar!, ¡Qué fácil aconsejar! No cuesta nada decir: “Lo que has de hacer
es….”, “Ten fe”, “Vive desde el corazón”, “Detén tu pensamiento”, “No tengas miedo”,
“No estés triste”. ¡Qué fácil es!
Pero, ¿Cuántas
veces se coloca el predicador en los zapatos del que sufre, o del que está
triste, o asustado?, ¿Cuántas veces ha vivido el predicador una situación similar
para dar consejos?, y si la ha vivido, ¿Cómo ha salido de ella?
Cada circunstancia
que se presenta en la vida, ni es, ni ha sido, ni será nunca vivida de la misma
manera por diferentes personas. Cada persona vive su circunstancia de manera distinta,
porque cada persona se encuentra en una situación completamente diferente a las
que se pueden encontrar los otros siete mil millones de habitantes que habitan
el planeta. Y son esas situaciones en que se encuentra la persona las que van a
determinar que la persona viva su problemática de una u otra manera.
Porque no es
la circunstancia en sí, es el estado de la persona, el que determina como
sentirse ante las distintas situaciones que va presentando la vida, y es desde
ese estado, desde el que se van a afrontar las situaciones que se presenten. El
consejo general puede servir en algunos casos, muy escasos, pero cada persona
tiene su matiz distinto, para despertar a la situación y hacerse fuerte frente
a ella.
Algo que
desde el exterior puede parecer una tormenta en un vaso de agua, es una
verdadera tragedia para quien la vive, es una verdadera tempestad en mitad del océano,
y escuchar: “Tranquilo, no es nada, ya pasará”, en vez de ser un salvavidas es
una verdadera losa que le hunde más y más en su desdicha, ya que en vez de
tenderle una mano, puede sentir que la están restregando por el rostro que se está
ahogando en una gota de agua.
Quiero hacer
un llamado desde esta plataforma, (y yo también me apunto), a tantos y tantos predicadores,
unos aficionados y otros profesionales, para que se abstengan de dar consejos
si junto a estos no va indexada la técnica a utilizar para salir del bache en
que se encuentra el aconsejado.
Y si no se
tiene la fórmula para que la persona trabaje, mejor que dar consejos es
sencillamente acompañar. Es muy terapéutico, en los momentos más duros y
traumáticos, que alguien esté, sencillamente al lado del que sufre. Un abrazo y
una caricia hace muchísimo más que el comentario: “Tranquilo, no es nada, ya
pasará”.
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