La vida interior es la auténtica y verdadera
vida, es el sendero que nos va a llevar a la placidez y a la serenidad total, es
el camino que nos acerca a Dios, alejándonos de las oscilaciones en la que nos
mantenemos viviendo la vida del exterior, oscilaciones que nos llevan del dolor
al placer, de la oscuridad a la luz, del amor al miedo.
No podemos permitir dejarnos
arrastrar por la corriente de los pensamientos negativos, que nos quieren hacer
experimentar como verdadero lo que sólo es ilusión, la ilusión de todas las
cosas que percibimos por los sentidos y nos presenta la mente. Y es esta
ilusión la que hace que nos hundamos en la más trágica de las desesperaciones o
sintamos el más dulce de los placeres.
Pero tanto la desesperación como el
placer tienen un carácter efímero, que en el peor, o mejor de los casos, puede
durar lo que dura una vida. Y ¿Qué es una vida comparada con la eternidad?
La vida es la escuela para la
eternidad. Cada vida, cada tiempo de encarnación, es un curso de aprendizaje
para alcanzar la graduación del Espíritu, la graduación del Alma, y si nos
dejamos arrastrar por las ilusiones que nos presentan los sentidos, acabaremos
cada curso sin haber alcanzado el nivel imprescindible para pasar al próximo
curso, repitiendo vidas que no sólo pueden resultar inútiles, sino que pueden
ser un lastre por la acumulación de causas pendientes, que hemos de solucionar
en vidas posteriores.
Todas las situaciones que se
presentan, todas las personas que nos rodean, todas las circunstancias vividas,
están ahí justo en el momento oportuno para aprovechar la mejor de las
enseñanzas. Es nuestra opción vivir la enseñanza con la mente, desde los
planteamientos del propio interés material, desde el resentimiento, desde la
ira o desde los celos, o vivir desde el interior donde habita la misericordia,
la compasión y el amor.
La mente en como un circo, como un
espectáculo de ilusiones, en el que van apareciendo un número de
prestidigitación tras otro, con el único fin de preservar su poder, de mantener
la atención, de defender su espacio, y todo desde una sólida base creada por
ella misma: el aislamiento, la separación de todo. El ser humano no es un ente
aislado, sin embargo, él se lo cree. Él no cree realmente que sea un Espíritu,
no cree que sea un Alma, no cree que el cuerpo sea una simple, aunque muy
importante, vestimenta, no cree que está interconectado con el resto de almas,
no cree que sea parte de una misma Energía, no cree que haya sido creado a
imagen y semejanza de Dios, y que el objetivo de cada tiempo de encarnación sea
el aprendizaje para la unión con su Alma, la unión con la Energía, la unión con
Dios.
El ser humano no es un ente aislado.
El ser humano no está sólo. Este es el primer aprendizaje, el siguiente es vivir
desde el interior. Desde el interior se puede observar el espectáculo que
presenta la mente de manera imparcial, sin implicarse en los números de ilusión
que van apareciendo en el escenario de nuestra mente y que sólo buscan, la
hipotética satisfacción de ella misma, satisfacción que nunca va a conseguir,
ya que la mente es ávida de sus deseos e implacable de sus obsesiones, y nunca
tiene suficiente, siempre quiere más.
Vivir desde el interior, manteniendo
en reposo a la mente, nos hace recordar el camino para el retorno a casa, el
retorno a nuestra verdadera casa, la casa del Alma, la casa de Dios.
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