Es ante la adversidad cuando nos
acordamos de Dios. Es entonces cuando recordamos que en su Magnificencia todo
lo puede, y levantando los ojos al cielo le hacemos un resumen de nuestra
temporal miseria, rogándole que solucione nuestros problemas, o si no tenemos
suficiente confianza con Él, acudimos a algunos de los Maestros, Ángeles o
Santos, según nuestra particular devoción, pidiendo que interceda por nosotros.
Está bien. Es bueno que nos acordemos
de Dios o de algunos de Sus ayudantes en algún momento, y es normal que eso sea
en esos momentos de impotencia, de infortunio, de rabia o de incomprensión, en
los que el sufrimiento y el dolor hacen mella en nuestros corazones.
Pero también sería bueno recordar que
no es necesario que le pongamos al día de nuestro dolor, porque Él está al
corriente de ese dolor. Como tampoco es necesario que le pidamos aquello que
creemos que va a solucionar nuestra desgracia, porque también es conocedor de
ese punto.
Dios sabe todo de todos en todo
momento.
Los seres humanos, sin embargo, no sabemos
nada de Dios. En realidad no solo no sabemos nada de Dios, sino que tampoco
sabemos nada de nosotros mismos, ni de lo que estamos haciendo en la vida, ni de
lo que significan la vida y la muerte, no sabemos casi nada de nada. Lo cual es
normal, de Dios solo nos han enseñado un cuento en el que destaca por encima de
todo lo duro que puede ser con todos nosotros si no cumplimos los preceptos que
nuestros enseñantes consideran prioritarios, abocándonos irremisiblemente a
recibir los castigos más terroríficos en caso de cometer, lo que ellos
consideran pecado, dependiendo de cuál sea su devota inclinación.
Ante la presentación que nos hacen de
Dios parece lógico y normal que tratemos de vivir a escondidas y a espaldas de
Dios, así puede que no se entere de nuestras malas acciones y nos ahorremos
algún castigo, ¡pobres infelices! Y también es lógico y normal que ante la
impotencia de nuestras propias miserias tratemos de agarrarnos a un clavo
ardiendo si fuera necesario, para solucionar lo que consideramos nuestros
problemas. Y en este caso el clavo ardiendo puede ser Dios, porque aunque le
tengamos olvidado y vivamos a espaldas Suyas casi siempre, a lo mejor, es su
misericordia, alivia nuestras penas.
Pero para desgracia nuestra parece que
no escucha nuestras suplicas, ya que los problemas no se solucionan y, a veces,
hasta parece que se agrandan. No somos conscientes de que Dios ya nos da,
aunque desgraciadamente para nuestro pensar no lo que queremos, sino,
afortunadamente para nuestra alma lo que necesitamos.
Continuará...............
Continuará...............
No hay comentarios:
Publicar un comentario