El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 18 de noviembre de 2017

La resurrección del alma. La muerte del ego


            Es muy difícil la vida del ser humano cuando deja de vivir en la periferia de la conciencia y comienza a darse cuenta de que la vida no es lo que está viviendo, ni él, ni sus contemporáneos. Ese espacio y ese tiempo, en el que los hombres creen que están para satisfacer los caprichos del ego, para sufrir por sus preocupaciones, para luchar por sus falsas creencias, para llorar por la desaparición de sus seres queridos, para batallar con las enfermedades, para alargar, lo más posible, la vida.



            Y así, hasta que un día, toma conciencia de que la vida, es más, porque vislumbra, de alguna manera, que las opciones para satisfacer los sentidos, que antes llenaban su vida, no le garantizan la felicidad esperada; que sus luchas para cumplir lo que cree que son sus prioridades no le satisfacen, aunque tengan un éxito efímero; que con sus enfrentamientos en materias terrenales, como pueden ser las cuestiones políticas, religiosas, deportivas, no consigue más que añadir dolor, ansiedad, incomodidad o miedo.

            ¡Tiene que haber algo más! Y es en ese momento de duda y de reflexión cuando, realmente, se ve abocado a un sufrimiento mayor, originado por la impotencia ante la imposibilidad, aparente, para cambiar la vida que conoce, la vida que vive, la vida que le exigen y que esperan los demás.

            Es entonces cuando sabe que tiene que vivir la vida del alma, pero no sabe cómo.

          En algún momento, después de ser consciente el ser humano, de que la vida es algo más, tiene que atravesar una línea de separación, tiene que existir un punto de inflexión, en el que el hombre se desprenda del ego, y viva, sin ambages desde el alma.

            La historia narra estos puntos de inflexión que existieron en la vida de grandes Maestros y grandes hombres y mujeres: Jesús se dirigió al desierto, estando cuarenta días y cuarenta noches, antes de iniciar su vida espiritual. Mikao Usui (monje zen japonés) afirmó haber redescubierto la técnica de sanación de imposición de manos, (Reiki), tras alcanzar satori, (estado máximo de iluminación y plenitud), durante un retiro espiritual en el monte Kurama de Kioto. Sakhiamuni Gautama se sentó debajo de una higuera durante semanas, hasta alcanzar la iluminación. Santa Rosa de Lima se recogía con fruición a orar y a hacer penitencia, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados, (que todavía hoy es posible apreciar), practicando un severísimo ascetismo, con corona de espinas bajo el velo, cabellos clavados a la pared para no quedarse dormida, hiel como bebida, ayunos rigurosos y disciplinas constantes.

            Pero nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, no necesitamos tanto sacrifico. O ¿sí? Posiblemente lo necesite alguno, pero serán contados. ¡Bastante tenemos con nuestro dolor! Lo que sí que tiene que existir s ese punto de inflexión, o esa línea de separación, en la que el ego se retire de sus lindes, sin ruido, sin lucha, para dejar el camino expedito a los dictados del alma. Ese punto, ese momento de la vida, en el que el hombre entregue sus miedos, sus dudas, su dolor y su sufrimiento a Dios.

             Ese momento puede ser una enfermedad, la partida de un ser querido, o cualquier otro acontecimiento que le permita al ser humano descubrir, en algún resquicio de su dolor, que él no es lo que creía ser, sino algo mucho más grande. Descubrir e integrar ese conocimiento, hace que se acaben las preocupaciones, los malentendidos, los sufrimientos.


Esa es la muerte del ego. Ese es el final del sufrimiento. Esa es la resurrección del alma.  


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