Antay vivía muy cómodo con sus creencias,
a pesar del miedo que sentía cuando se acercaba algún cambio en su vida.
Las emociones eran como si no existieran
en el mapa de su cuerpo o en el diccionario de su mente. Se sentía bien o mal,
alegre o triste, pero siempre encontraba una razón, convincente, para que tal
cosa ocurriera. Si pasaba algo no previsto era casualidad, si se daba un golpe
en el pie, con una piedra, era mala suerte, si a alguien le tocaba la lotería,
algo que a él nunca le había pasado, era un golpe de buena suerte y si se había
quedado sin trabajo, como ahora, era porque el dueño de la empresa era un
sinvergüenza, sin escrúpulos.
Todo era debido a la casualidad, a la buena
o mala fe de las personas y a la buena o mala suerte.
Para el miedo siempre había un motivo
real, igual que para la alegría o la tristeza. La felicidad era algo
inexistente, a no ser que se estuviera en posesión de grandes cantidades de
dinero, entonces sí que había suficientes motivos para ser feliz. Estaba
convencido de que eso que decían algunos de que el dinero no da felicidad, era
un eslogan de los pobres para conformarse por su desgracia.
Nunca se planteó si Dios estaba en algún
sitio o no. Creía en Él, porque así se lo inculcaron sus padres, pero no iba
más allá de la creencia, no como muchas personas, sobre todo los pobres y los
enfermos, que le rezaban, le rogaban y le pedían que hiciera llegar algo
parecido a una lluvia de dinero o un milagro que les devolviera la salud.
Aunque, la verdad es que no sabía para qué le pedían si nunca hacía nada. Pero
si a ellos les tranquilizaba eso, estaba bien. Él para tranquilizarse miraba el
mar.
Y lo que más gracia le hacía era la
tontería del amor. Todos buscando a alguien que los ame para pasar juntos el
resto de la vida. Estaba más que claro que eso no funcionaba porque había
rupturas, maltratos, engaños, silencios, decepciones y hasta asesinatos.
Siempre había creído que lo único que buscan es satisfacer alguna necesidad, ya
sea, física o económica, o para tener compañía, o por un cuestionamiento
social. A él nunca le ha pasado esa tontería del amor y, por supuesto, sigue
soltero a sus treinta y siete años. Sabe que es casi imposible formar una
familia como la que tenía cuando vivían sus padres, porque eran la excepción,
así se he ahorrado disgustos, pérdidas de tiempo, gastos inútiles de dinero,
discusiones y, seguramente, muchas más cosas. Pero, a pesar de su creencia de
que es imposible formar una familia como la que tuvo hasta que murieron sus
padres, le gustaría tenerla y hasta sueña con ella porque, siempre le pareció,
cuando vivían ellos, que los problemas, las preocupaciones, los miedos o
cualquiera de los sinsabores que depara la vida se disipan con más facilidad en
el seno de la familia.
Sin embargo, entre Indhira y Ángel estaban desmontando
sus creencias. Que si somos una chispa de la Energía Divina, que todos somos
iguales, que estamos naciendo y muriendo hasta que aprendamos a amar, que Dios
no interviene en nuestras vidas, que cuando venimos a la vida lo hacemos con
una programación, que una vez en la vida desconocemos, que tenemos libertad de
acción y ni el mismo Dios sabe cuáles serán nuestras elecciones. Y, ahora, para
colmo, que podemos recordar vidas anteriores con una simple técnica.
Antay pensaba escuchándolos que somos como conejillos
de indias correteando en una gran jaula que se llama Tierra, pero sin saber
cómo hemos llegado aquí ni adónde nos dirigimos en nuestras correrías. Aunque
creamos que si sabemos tras qué corremos. Lo podemos llamar felicidad,
estabilidad, tranquilidad y, para conseguirlo, vamos tras el dinero, que es lo
que consideramos primordial para vivir esa felicidad, de la misma manera que
los conejillos de indias van tras los ramos de apio.
Esto que parece una enseñanza esencial, ¿cómo puede
ser que no lo enseñe nadie? Y, como nadie nos enseña, en lugar de aprender a
amar, nos dedicamos a lo contrario, permitiendo que a nuestro alrededor exista
el hambre, la desigualdad, el miedo, la guerra, el odio, la envidia o la
enfermedad, solo por mencionar alguno de los males con los que convivimos en
nuestra sociedad.
(Del libro "Vivir ahora, vivir sin tiempo" de Alfonso
Vallejo)