Una vez en casa, fui consciente de que el miedo que me había consumido, solo dos días atrás, se había transmutado en ilusión y responsabilidad. Hasta ahora pensaba que ya había vivido suficiente miedo en el tema de las relaciones, imaginando una posible ruptura, pero no había sido nada comparado con el terror al que me fue llevando el pensamiento ante la posibilidad de fracasar si aceptaba el trabajo.
Había
experimentado que es vivir en el infierno y, no había necesitado bajar a las
calderas de Pedro Botero, lo había vivido aquí, en la vida. No había necesitado
morirme.
Puedo
decir bien alto, por la experiencia vivida, que el verdadero infierno está en
la persona, está en la mente, pues es ella la que va llevando al ego por los
vericuetos del pensamiento, de la emoción y del sentimiento. Es la mente la
que, pensamiento a pensamiento, va desgranando ideas, creencias, desgracias,
males, sufrimientos y torturas, que hacen que la persona sufra un verdadero
infierno.
Son esos
pensamientos, creencias, males y desgracias las que vive realmente la persona. Pero
para mí eran reales. El dolor que yo he sufrido, el miedo, la ansiedad o la
angustia, solo han sido un producto de mi mente, porque nada está ocurriendo,
solo es mi apreciación. Ahora tengo claro que cuando consiga mantener la mente
en silencio habré alcanzado la dicha.
Si los
seres humanos consiguiéramos invertir la tendencia de nuestros pensamientos se
invertiría nuestra vida. Pasaríamos de ser infelices y de vivir atenazados por
el miedo, como me ha pasado a mí, a vivir, si no la felicidad, si un estado de
serenidad que debe de ser un estado muy próximo a la felicidad. Cambiaríamos la
tristeza por la alegría y la ansiedad por la paz interior.
Es claro
que es el pensamiento el que determina la salud emocional, ya que es el
pensamiento el que viaja por la rabia, por el odio, por la ira, por el miedo y
por el dolor, generando esa energía que, a la larga, va a afectar, también, al
cuerpo físico.
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