Tengo muy claro yo no soy
responsable de ninguno de los pensamientos que llegan a mi cerebro, estos
llegan y punto. Yo no soy consciente de traerlos, salvo esos pensamientos que
yo busco, con los que intento solucionar algún problema o planificar algún
aspecto de mi vida. El resto de pensamientos, el 99%, aparecen de manera
atropellada, uno tras otro, sin dejarse espacio entre ellos hasta que, ¡incauto
de mí!, me quedo enganchado a alguno, casi siempre negativo, y comienzo con él
una relación de camaradería, como si fuera mi confidente o mi amigo del alma,
con el objetivo, creo yo, de buscar alguna solución que mejore la situación
presentada por el pensamiento y, sin embargo, lo que se genera en una condición
más abrupta y negativa que la que el pensamiento había presentado en su primera
aparición.
No sé dónde pueden estar con
anterioridad, ni por qué extraña circunstancia aparecen en mi cerebro.
Pero, si yo no soy responsable, ¿quién lo es?
Artur Powell explica en sus
libros “El cuerpo mental” y “El cuerpo astral”, que los pensamientos son como
nubecillas de energía que moran en el cuerpo mental, que es la tercera capa del
aura, y que se activan para deslizarse, a través del aura, hasta el cerebro,
para su manifestación.
Las razones para la activación
de los pensamientos pueden ser muy variadas, la visión de un cuadro, escuchar
una canción, una conversación entre dos personas, el encuentro con algún
conocido, etc. A partir del momento en que aparece ese pensamiento es donde
comienza la responsabilidad de la persona para mantenerlo en el cerebro o
eliminarlo.
La “única” manera de eliminar
un pensamiento es quitándole la energía, y se le quita la energía cuando, de
manera consciente se cambia de pensamiento. Este es un acto de la voluntad.
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