¿Te imaginas un mundo en el que lo más importante para cada persona fuera hacer felices a los que le rodean, en todo momento, en cualquier lugar, sea cual sea la situación?
En
ese mundo no habría hambre, no habría guerras, no habría sufrimiento, no habría
soledad ni tristeza ni pobreza, no habría odio ni rencores, no habría
discriminación; sería un mundo lleno de respeto hacia el otro, hacia sus ideas
y sus creencias, sería un mundo sin mentiras, sin juicios y sin críticas, lleno
de paz, de alegría, de felicidad y de amor.
Imagina que todos los que te rodean y
todos los que se acerquen a ti, sólo tengan un deseo: Tu felicidad.
Respetándote completamente, respetando tus ideas, respetando tu manera de ser,
procurándote bienestar por encima de todo, satisfaciendo tus deseos.
Seguramente crees que no puede ser,
que es imposible, que es de ilusos pensar que pueda ser llevado a la práctica,
porque siempre habrá alguien que se salga o no quiera entrar en esa historia y
abuse de los demás. Bueno, qué más da, siempre le podemos ignorar, sin hacerle
daño, con amor. No se puede hacer feliz a quien disfruta con el sufrimiento.
Para hacer feliz a una persona no es,
normalmente necesario, invitarla a comer o regalarle una caja de bombones. Son
muchas las personas que sólo necesitan que alguien las escuche, o les dé la
mano, o un abrazo.
Por
cada gramo de felicidad que demos, recibiremos kilos de ella.
No esperemos a mañana para hacer
felices a los demás, para convertir cada desierto de tristeza con los que nos
encontramos en “pequeños” oasis de alegría permanente.
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