Cuando pienso en la muerte mi mente asocia ese pensamiento, de manera
inmediata, con un viaje.
Un viaje hacia lo desconocido, hacia un lugar, del que, curiosamente, no
guardo ningún recuerdo, a pesar de haber vivido en él desde antes del Eón
Haedico, que comienza su cuenta, con la formación de la Tierra, hace más de
4.700 millones de años.
De hecho, la palabra eón, en griego, significa eternidad. Y ese es el
tiempo, (una eternidad), que he permanecido en ese lugar que me espera, (a mí y
a todos), supongo que, con los brazos abiertos, ya que, con la escasa
información de la que disponemos, parece ser un lugar de paz, amor y hermandad.
Es increíble que no tengamos ningún recuerdo con el tiempo que allí
hemos permanecido. Que maravilla y que perfección el diseño del cuerpo humano,
lograr que tengamos un ordenador potentísimo, (nuestro cerebro) y no guarde
memoria de los avatares del alma.
A pesar de ser, desde aquí, desde la vida, un lugar desconocido, parece
ser que no se necesita aprender ningún idioma ni hacerse acompañar de
traductores, porque todos en él, hablan el mismo idioma, el idioma universal,
el idioma del amor.
Cualquier viaje y, sobre todo, si es importante, como este, despierta en
mí muchas emociones.
No puedo decir que espere el viaje con ilusión, porque si me atengo a la
definición de la palabra: “Esperanza, con
o sin fundamento real, de lograr o de que suceda algo que se anhela o se
persigue y cuya consecución parece especialmente atractiva”, tengo que
reconocer que, a pesar de lo monótona que me parece la vida, no anhelo ni
persigo la muerte. Pero es igual, porque, aunque yo no la persiga, está ahí, a
tiro de piedra, es la meta obligada para todos los peregrinos de la materia.
No es, por lo tanto, ilusión la palabra que mejor definiría la emoción
que me despierta la muerte. La emoción exacta es incertidumbre. Es, sin lugar a
dudas, la emoción más intensa que aparece cuando reflexiono sobre la muerte. Es
normal, no sé cuando va a suceder, ni como va a ser el proceso, como tampoco sé
que me voy a encontrar al otro lado. Trato de imaginar la vida “sin tiempo” y
“sin cuerpo”, pero soy incapaz de hacerlo sin mirar el reloj, (tiempo), que
permanece amarrado en la muñeca de mi brazo, (cuerpo).
Otras preguntas que me generan incertidumbre son ¿cómo será vivir
siempre en presente?, ¿cómo se verá la revisión de la vida?, ¿por cuantas
etapas tendré que pasar antes de llegar al final del trayecto?, ¿cuál será mi
actividad en ese lugar?
Aunque la incertidumbre puede generar ansiedad, miedo o estrés, no es el
caso. Puede más en mi la curiosidad, la posibilidad o no de sorprenderme y,
sobre todo, el aprendizaje que estoy haciendo, tratando de saber más de esa
nueva etapa en mi camino hacia Dios.
Otras veces, pienso divertido, que voy a ser el protagonista principal. No porque tenga, en ese momento el control de la situación, sino porque todos los reflectores estarán, enfocados en mi persona o, mejor, en el recuerdo de lo que fue mí persona. A mi que me hubiera encantado ser invisible, en esta vida, para pasar desapercibido, voy a ser el punto de mira y durante algunos minutos todos los que me conocen hablarán de mí. Espero que sea cierto que podemos tener conciencia de todo al “otro lado”, porque será muy divertido escuchar los comentarios, aunque si ahora que estoy vivo no me importan, ¡que me van a importar! una vez muerto.
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