No
te juzgues por las cosechas que recojas,
sino
por las semillas que plantes.
Robert
Louis Stevenson
Soy de los que creen
que todo está perfectamente calculado y planificado. Que nada sucede por
casualidad en nuestra vida. Que no existe la suerte ni existen los accidentes. Y
que todos, en nuestra actual existencia, estamos recogiendo lo que sembramos en
vidas anteriores y, a la vez, estamos sembrando lo que recogeremos en las
próximas.
Todo
es debido a la Ley de la Causa y el Efecto o Ley del Karma, cuyo enunciado dice
que es una energía trascendente (invisible e inmensurable) que se genera a
partir de los actos de las personas. Según esta ley, cada causa genera un
efecto, a cada acción le corresponde una reacción.
Teniendo
en cuenta que todo es energía, cada pensamiento, cada palabra y cada acción
generan energía, y a esa energía de acción le va a corresponder otra energía
proporcional que es la reacción.
También
sé que lo único importante es nuestra vida actual, ya que todo lo que tengamos
que aprender, enseñar, pagar o recibir, lo hemos de hacer en esta vida, con
este cuerpo y con las circunstancias que nos hemos dado.
Todo lo demás no es
importante, ni poco ni mucho. Todo el trabajo es aquí y ahora.
Sin
embargo, a pesar de saber todo eso, a veces, cuando me toca vivir situaciones desagradables,
(últimamente parecen demasiadas), el pensamiento me lleva a pensar en qué habré
hecho mal para recibir algo tan nefasto.
La
reflexión me lleva, de inmediato, a Jesús de Nazaret. Nadie duda de que fue un
hombre bueno y ya sabemos cual fue su final. No parece que el Hijo de Dios tuviera Karma pendiente. Solo estaba cumpliendo el Plan de Vida organizado para Él.
Por lo tanto, es
posible que, por Karma pendiente de una vida anterior, llegue a nuestra vida
algo no deseado, pero, también, puede ser que solo sea debido a la planificación
de la vida, a una situación organizada por el alma para algún aprendizaje,
desconocido para el “pequeño yo”.
Sea lo que sea, si seguimos
las enseñanzas que predican las principales corrientes filosóficas o las grandes
religiones, como las de Abdu’l-Bahá, líder religioso del bahaísmo: “Sed padres amorosos para el huérfano, un
refugio para los desamparados, un tesoro para los pobres y una curación para
los enfermos. Sed los auxiliadores de toda víctima de la opresión, los
protectores de los desfavorecidos. Pensad en todo momento en prestar algún
servicio a todo miembro de la raza humana”. Estaremos mucho más cerca de
finalizar nuestro aprendizaje en la Tierra.
Aprender a respetar a
la familia, a los amigos, a los enemigos, a los desconocidos, aprender a
compartir con quien no tenga, aprender a ayudar a quien lo necesite, en
definitiva, aprender a amar a todos, sin distinción, y nada más importa.
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