El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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domingo, 18 de septiembre de 2022

¿Ha sido vivida la vida?

 



Capítulo IX. Parte 1. Novela "Ocurrió en Lima"

     Una vez en casa, Ángel me hizo acostar en el sofá. Me pidió una banca pequeña o, algo parecido, para sentarse, de manera que pudiera poner, sus manos en mi cabeza sin forzar la espalda. Como no había niños en la casa no tenía asientos pequeños por lo que habilitamos una caja resistente con mantas encima, para que fuera, un poco más, cómodo.

Sus instrucciones fueron sencillas. Me dijo que cerrara los ojos, que llevara la atención a la respiración y me dejara llevar sin sorprenderme, ni asustarme, por nada de lo que pasara. Lo normal, me dijo, es que te sientas como si estuvieras viendo una película en el que el protagonista eres tú. Me dijo, también, que no hablara hasta el final, a no ser que necesitara decir algo que yo considerara muy importante Mientras respiraba, suave y lentamente, sentí una de sus manos tocando, suavemente, mi frente. De inmediato comencé a sentir una especie de vibración, como una corriente eléctrica de baja intensidad, recorriendo mi cuerpo en oleadas, que circulaban de la cabeza a los pies. Solo había respiración, silencio y oscuridad.

No había pasado mucho tiempo cuando la oscuridad que me envolvía comenzó a abrirse como lo hace el telón en un teatro o los párpados al despertar en la mañana y apareció ante mí una especie de urbanización, con forma circular. La podía ver desde lo alto, como si volara en un avión a baja altura.

Era un complejo formado por un edificio central grande, con una sola planta, que parecía ser el acceso principal. Adosado a él y adosadas entre sí había una treintena de casas pequeñas formando un círculo que se cerraba con otro edificio, más grande que las casas, pero algo más pequeño que el edificio central, justo enfrente del primero, encarado a una de las zonas montañosas de Lima.

El complejo se encontraba vallado, con una distancia de, al menos, cincuenta metros entre la valla y las edificaciones, cubierto de un césped, que parecía, desde mi visión, cuidado con esmero. En la parte interior del círculo, que formaba todo el complejo, había una especie de parque con una fuente central, bancos, estratégicamente colocados, bajo los árboles para resguardar de los rayos del sol a sus posibles ocupantes y jardines con zonas de paseo entre los setos sembrados de flores.

En la entrada del complejo podía leerse “Residencia cielo y tierra”. Era una residencia para adultos mayores. En el edificio central estaba la recepción, la dirección, la sala de visitas, la sala de televisión, la sala de cine, la biblioteca, la capilla y el salón comedor. Las casas adosadas eran todas iguales de no más de treinta metros cuadrados, con una habitación, un baño y una sala de estar pequeña con una tele, una mesita y dos sillones. En la otra edificación que cerraba el círculo, se encontraba la zona médica, compuesta por los despachos médicos, la sala de enfermeras, el consultorio y la zona de recuperación.

Estaba contemplando todo el complejo, vacío, sin gente, cuando, de repente todo cobró vida. Personas iban y venían, paseaban por el jardín y observé sentado en un banco a un señor de unos setenta y cinco años, solo, leyendo un libro.

Estaba claro que yo no tenía ningún poder en la visión que estaba teniendo, porque cuando quise dejar de mirar al señor que parecía ser yo mismo, con mucha más edad, la visión permaneció enfocada en él. Es decir, en mí. La visión era más que una simple visión, ya que podía sentir las emociones que en ese momento estaba sintiendo yo mismo, sentado en aquel banco.

Estaba triste, muy triste. Sentía la soledad en cada célula de mi cuerpo. Había consumido la vida sin haber conseguido formar la familia con la que había fantaseado desde siempre, sobre todo, cuando mis recuerdos volaban hasta la edad en la que aun vivían mis padres y rememoraba los gratos momentos que habíamos vivido los tres juntos.

Era el mediodía. El sol iluminaba en lo alto y calentaba con fuerza. Debía de estar próxima la Navidad porque todo el complejo aparecía adornado con motivos navideños y los típicos villancicos sonaban, uno tras otro, en la recepción y en el comedor de la residencia.

Llevaba allí casi ocho años. Hasta el día en que me rompí una cadera había seguido viviendo solo y trabajando por mi cuenta y, con mucho éxito, lo que me había permitido, tener un importante ahorro que, ahora, me estaba siendo muy útil para vivir en un complejo de la categoría como en el que me encontraba.

Toda la vida la había pasado solo. No había conseguido formar una familia. El miedo al fracaso había sido más fuerte que el sueño de conseguir un hogar como el que había disfrutado en vida de mis padres.

Con la cadera rota, recién operada, solo me quedaban dos opciones, contratar una o varias personas para que me atendieran o ingresar en una residencia. Opté por lo segundo. No noté ninguna diferencia de cuando vivía solo en mi departamento. Incluso, diría que, físicamente, me encontraba mejor, porque no tenía nada que hacer, sin embargo, en cuanto a las emociones se refiere, me sentía solo, muy solo. Nadie me visitaba. Nunca salía a comer con nadie en días señalados. Solo esperaba, pacientemente, el día de la muerte. No tenía otra cosa que hacer, salvo pensar en la inutilidad de mi vida. ¿Para qué había servido?, ¿cuál había sido el objetivo de mi vida?

Pensaba, desde mi atalaya, manteniendo la visión de mí mismo sentado en aquel banco, derrotado, apagado, triste y solo, en las enseñanzas de Ángel y en mi propia experiencia de “complitud”: “Si la vida tiene un propósito, y su cenit es aprender a amar como Dios nos ama, estaba claro que mi vida había sido en vano, porque poco podía haber avanzado en mi asignatura del amor, viviendo en la soledad en que había vivido. Y el responsable de tal despropósito no era otro que yo mismo. No podía culpar a nadie. Mi mente, con mi anuencia, se había pasado la vida imaginado escenas truculentas, en las que, paralizado y sobrecogido por el miedo, había ido descartando cualquier opción de una posible felicidad y con ella mi propio aprendizaje del amor, por el miedo al fracaso, al abandono, al rechazo y a la soledad.

¡Qué paradoja!, he pasado la vida solo por miedo a la soledad, he pasado la vida sufriendo por miedo al sufrimiento, he vivido una vida de fracaso por miedo a fracasar, he pasado la vida rechazando por miedo al rechazo.    

Cuando la tristeza del hombre sentado en el banco de la residencia comenzaba, también, a embargarme, volvió a caer el telón y desapareció la visión tal como había llegado.

Una pregunta martilleaba en mi mente, ¿había merecido la pena haber salido huyendo ante cada posible relación, para vivir en esa asfixiante soledad?

miércoles, 14 de septiembre de 2022

La fuerza del perdón



 Capítulo VIII, parte 3. NOVELA "Ocurrió en Lima"

         Me gustaría tener una familia –lo decía en serio-. Me encantaría tener una familia.

-    ¿Cómo lo vas a conseguir si cada vez que alguna persona despierta algo en ti sales corriendo por si un día decide dejarte?

 -    No sé. Tienes razón. Tengo que sacarme este miedo que me paraliza. Pero no sé cómo hacerlo.

-    Tienes que superar la ruptura que tuviste tiempo atrás.

-    Sí, pero recuerda que la ruptura fue por un abandono –quise aclararle a Ángel, que lo que pasó fue que me cambiaron como a un cromo, de la noche a la mañana. Hoy salía conmigo y al día siguiente ya estaba con el otro.

-    Sea lo que sea, es como una espina, clavada en ti, que entra más profundo, abriendo la herida y haciendo que sangre, cada vez que estás o piensas en otra persona que te gusta. Tienes que sacar esa espina. Mientras no lo hagas te va a seguir pasando lo mismo y vas a sufrir, cada vez, porque te recuerda la ruptura y es como si estuvieras rompiendo en ese momento. Para la mente todo es presente. Pueden pasar cincuenta años y tú puedes seguir sintiendo la misma rabia, el mismo dolor y el mismo sufrimiento. Tienes que sacar esa espina –concluyó Ángel.

-    Yo no sé cómo hacerlo. Debe de estar bien clavada la espina porque es un amargo recuerdo que no me abandona.

-    Tienes que perdonar.

-    ¿Qué? –este hombre estaba loco, ¿cómo se puede perdonar una cosa así?

-    Recuerda que todo es energía. La rabia, la ira y el odio también lo son. Tu ex pareja está viviendo tan feliz y tú, sin embargo, llevas años recordándola dedicándole tu rabia. Esa rabia lo único que hace, como bien puedes comprobar en ti, es no dejarte vivir feliz. Solo sufres y lo pasas mal.

-    ¿Tengo que buscarla y decirle que la perdono?, ¿no es un poco loco?

-    No, para nada. Como la rabia que hay en ti es energía, solo tienes que sacar esa energía.

-    ¿Cómo se hace eso? –tenía la suficiente fe en Ángel para intentar seguir sus consejos.

-    Cuando te sientes a meditar piensa en ella. Imagínate que está delante de ti. Imagina un rayo de luz que llega a tu cabeza y baja hasta tu corazón. Deja que ese rayo salga de tu corazón y llegue al suyo mientras repites en silencio: Yo te perdono todo lo que me has hecho. Yo te bendigo con paz y con amor. Te deseo lo mejor. Vete en paz.

>> Haz eso dos o tres veces cada día durante varios días, o semanas, o meses, o años.

-    ¿Hasta cuándo?

-    Hasta que el recuerdo no te haga daño.

>> Sacando la rabia se irá el miedo que tienes a comenzar una relación. Estarás aprendiendo a amar. Pero no se aprende a amar de la noche a la mañana. Los seres humanos solo venimos a la vida a aprender a amar y para eso necesitamos muchas vidas. Hasta entonces, hasta que sepas amar, tienes que guiarte por las sensaciones.

-    ¡Qué fácil es decirlo! El sábado tuve dos sensaciones. Una que me gustaría volver a ver a Indhira y la otra que mejor no lo hiciera porque podría sufrir. ¿Cómo sé cuál es la buena?

-    La que no te hace sufrir Antay. Y cuando eres consciente de que has tomado la decisión equivocada, como parece este caso, solo tienes que rectificar.

-    Bien. Rectifico y la llamo y ¿si no quiere saber nada de mí? Volveré al punto de partida.

-    Sí, es cierto, pero lo harás desde otra perspectiva, ya no te sentirás mal por el papelón que hiciste en la despedida, como ahora. No será por tu miedo. En ese caso solo tienes que aceptar la situación y será más fácil porque ya no tendrás la duda de que habría pasado. Habrás vencido al miedo. Y vencer al miedo te acerca al amor.

martes, 30 de agosto de 2022

Miedo a ser feliz



Capítulo IV, parte 3. NOVELA "Ocurrió en Lima" 

Y, para colmo, esperando a una mujer para ir a almorzar, dejando a un lado mi idea de que eso del amor es una tontería.

-    Indhira, desde el pasillo, me sacó de mis pensamientos, acercándose a la sala donde estaba esperándola- Disculpa, creo que me he pasado un poco de los diez minutos prometidos.

Se había cambiado la ropa blanca con la que la había visto en las dos ocasiones, y que debía de ser su uniforme de trabajo, por un tejano, un jersey y un anorak rojo. Se había soltado la melena que, también, en las dos ocasiones, llevaba recogida. Y se había maquillado. El resultado era espectacular.

-    Tenía que decírselo. Tenía que saber que me gustaba y mucho- Pues ha merecido la pena la espera. Estás preciosa.

-    Gracias. Eres muy amable. ¿Nos vamos?

-  Vámonos –y mientras bajábamos en el ascensor le pregunté- ¿te apetece comida criolla?

-    Su respuesta me dejó sin habla- Lo importante es la compañía. El tipo de comida es lo de menos. Podríamos ir a comer una hamburguesa y seguro que me sabría a gloria.

-    O sea, que podemos ir adonde me apetezca.

-    Sí. Donde tú decidas estará bien.

Fuimos al “Señorío de Sulco” que es un restaurante, que está a diez minutos de la casa de Indhira, donde había comido en otras dos ocasiones. No tuve ninguna duda del lugar elegido porque, además de la cercanía de donde nos encontrábamos, la comida era excelente. Es cierto que es un poco caro, pero la calidad y el servicio lo merecen. Fue justo por el precio por lo que Indhira puso algún reparo, aunque con no mucha convicción.

Fue la comida más agradable que recuerdo, desde hace, por lo menos, diez años. Más atrás creo que no puedo, ni debo, remontarme porque llegaría a la adolescencia y a la niñez y las situaciones no son comparables. No puedo comparar el recuerdo de las comidas de los domingos con mis padres y esta comida. Era la ilusión de entonces frente a la expectación de ahora. Era la tranquilidad de la reunión familiar frente al nerviosismo de lo desconocido. Era la rutina de los domingos frente a la incertidumbre de un solo día.

La comida y la sobremesa se alargaron durante tres horas. Hablamos de casi todo lo que pueden hablar dos desconocidos, que sienten que no lo son tanto, porque, en más de una ocasión, los dos coincidimos en que teníamos la sensación de conocernos desde siempre. La primera vez que comentamos nuestra familiaridad me quede en silencio, mirándola a los ojos, intentando encontrar en ellos la huella de nuestra supuesta afinidad ancestral.

-    Indhira moviendo una mano delante de mis ojos me sacó de mi abstracción- ¿Dónde estás?

-    Estaba intentando, escudriñando en tu mirada, a ver si te encontraba en el hombre de la barba que era mi esposo en la vida que recordé en la regresión. Porque aquel parece que fue un buen matrimonio.

-    Hubiera sido bonito ¿verdad?, -comento Indhira. Siendo, ahora, ella la que se quedó pensativa.

Mientras yo me quedaba embelesado perdido en su mirada, ella se distraía pensando en lo bonito que sería habernos encontrado como pareja en alguna vida anterior. Solo faltaba saber quién sería el primero de los dos en romper el velo que nos mantenía separados, cuando estaba claro que lo que los dos sentíamos era la necesidad de romper esa separación y dejar que fluyera la magia.

Magia era la palabra. Más que familiaridad, lo que estaba ocurriendo era magia. Solo éramos conscientes el uno del otro. No éramos conscientes del tiempo que iba transcurriendo, ni de la comida que íbamos ingiriendo. Podíamos haber tenido en el plato la suela de un zapato y la habríamos comido sin ser conscientes de ello.

A la salida del restaurante, los dos, al unísono, nos fuimos a la izquierda, hacia el malecón, cuando, para ir a la casa de Indhira, deberíamos haber tomado el camino de la derecha. Seguimos conversando mientras paseábamos, sin rumbo fijo. El objetivo, inconsciente, parecía claro: alargar el momento.

Creo que Dios nos hizo un regalo. Al poco de entrar en el restaurante salió el sol. Y ese sol, cuando salimos de la comida, estaba a punto de hacer su ingreso en el mar para descansar de las cuatro horas que había estado visible para los limeños. Las puestas de sol, a la orilla del mar, en esta ciudad, son pura magia, como el momento que Indhira y yo estábamos viviendo sin ser conscientes. El cielo y el mar estaban teñidos de un rojo anaranjado, mientras el sol que irradiaba hermosura seguía cayendo mansamente dentro del mar. A los pocos minutos de su desaparición el color del mar cambió a un color grisáceo que se iba moviendo en la cresta de cada ola. Y nosotros, apoyados en el muro contemplábamos, en un reverente silencio, el espectáculo que Dios nos estaba brindando.

Ya era de noche cuando, también, de manera inconsciente iniciamos el camino de regreso. Los silencios ya eran algo más largos. Desconozco cuales serían sus pensamientos, pero si conocía mi pensamiento consciente: “Me gusta esta mujer. Me siento cómodo con ella y me gustaría repetir, pero….”. Y, como en mí conviven tres, mi pensamiento consciente, el inconsciente y yo, sin perder ni un segundo, el pensamiento inconsciente interrumpió al consciente para manifestarse: “Si le insistes para repetir el encuentro te va a decir que sí”, con una agilidad digna del mejor contorsionista, el pensamiento consciente hizo callar al inconsciente con su teoría: “y, entonces te verás involucrado en una relación. Se acabaron los tiempos para ti porque tendrás que compartirlos con ella. Tendrás muchos más gastos como este que has tenido hoy. Se acabaron tus días de silencio y tus películas románticas en la tele. Y, es muy posible, que tengas que enfrentarte a situaciones en las que tengas que dar incómodas explicaciones por algo que no terminarás de entender. En fin, ¡tú sabrás lo que haces!”. Tenía que dar la razón a mi pensamiento consciente y, eso fue lo que hice. La decisión estaba tomada: “En cuanto nos despidamos, será para siempre”.

 Y así, mientras Antay se perdía en sus pensamientos, Indhira, también, iba perdida en los suyos.

Pensaba: “Hacía mucho tiempo que no había pasado un día tan agradable y, todo, gracias a Antay. De la misma manera, también, hacía tiempo que nadie me había impresionado tanto como este hombre. Tengo que reconocer que me gusta y mucho. Y parece que yo, también, le gusto a él. Sin embargo, está tan aterrado ante la idea de tener una relación que no sé si será capaz de concertar una segunda cita. Intentaré ayudarle”.

Así, acompañados los dos, por sus propios pensamientos llegaron a la puerta de la casa de Indhira.

 Estaba a punto de darle las gracias por el día tan increíble que había pasado. Apasionante, por la regresión en la mañana y, extraordinario, por la comida y el paseo en la tarde, cuando Indhira se me adelantó:

-    Gracias Antay. Hacía mucho tiempo que no pasaba un día tan genial como este de hoy. En realidad, no me acuerdo de si alguna vez he estado tan a gusto.

¡Qué manera de estropear el discurso que tenía preparado! Y, ahora, ¿Qué le digo? No puedo decirle que lo que quiero es estar con ella. Se acabaría mi forma de enfrentar la vida. Tampoco puedo decirle que me gusta porque se acabaría mi libertad, aunque no la use para nada. ¡No!, no puedo involucrarme en una relación que podría llevarme, otra vez, al sufrimiento.

-    Gracias a ti Indhira. Para mí, también, ha sido increíble. –ya solo me faltaba rematar el día y lo hice con una gran estupidez, de la que soy muy consciente, pero…- Cuando sepas de alguien que  necesite un informático, dale mi número. Yo daré el tuyo a los que encuentre contracturados por la calle.

Me pareció que ella se quedaba con cara de sorpresa, con cara de no entender nada. No le di tiempo para nada más. Me acerqué a ella, nos dimos un beso en la mejilla y mientras Indhira permanecía inmóvil frente al portal de su casa yo me perdía por la alameda de la avenida Pardo, camino de mi casa.

Pero, ¿qué me pasaba?, ¿por qué estas sensaciones?, yo solo hice una regresión, un almuerzo, un paseo y disfrutar de una puesta de sol en invierno. Nada más. No había una razón lógica para sentirme tan desamparado y solitario como me sentía ahora.

“Mañana será otro día”, pensé.

domingo, 14 de agosto de 2022

Diario íntimo de un babau (1)

 Sábado 6 de agosto 2022

          La palabra “babau”, en este contexto, es una palabra catalana que significa “bobo”, “sin malicia”. Tiene otros significados: en portugués, (expresión para decir que se ha perdido una oportunidad), en italiano, (monstruo imaginario que asusta a los niños), o en euskera, (coco o fantasma). Pero no tiene nada que ver su traducción en otras lenguas con lo que quiero expresar en este diario.  

Más de una vez he pensado que si tuviéramos un neón en la frente, (¿entiendes ahora lo de babau?, siempre pensando tonterías), que se fuera encendiendo con cada pensamiento el mundo sería diferente. No nos quedaría más remedio que aprender a controlar los pensamientos, porque si no, tendríamos que vivir en soledad para que nadie viera nuestros pensamientos reflejados en los neones de la frente.

          Te imaginas estar con una persona y que aparezca una luz en tu frente con el  pensamiento que has permitido en ese momento, sobre la persona con la que estás, y que diga, por ejemplo: “No sé para qué me cuenta todo esto si todos sabemos que es mentira” o, “podrías dejar de alardear: dime de que hablas y te diré de que careces” o, “de poco le vale la dieta, porque cada día está más gordo”. La persona que está delante de ti, o salía corriendo o la emprendía a palos contigo. Aunque no tengo muy claro si la paliza sería para eliminar tus pensamientos o para dañar el neón de tu frente.

En fin, esas, y un montón más de sandeces, son las que pueden ir desfilando por nuestro cerebro. Por el mío lo hacen. Y eso pasa porque no solemos tener ningún control sobre nuestros pensamientos y dejamos que estos campen a sus anchas, apareciendo aquellos que solemos tener con más frecuencia, que suelen estar relacionados con la crítica hacía los demás, (que es el deporte favorito de los seres humanos en cualquier parte del mundo) y, sobre todo, con el miedo. Miedo a hacer el ridículo, miedo a la humillación, miedo a la enfermedad y a la muerte, miedo a la soledad. Podría hacer una lista interminable de miedos, porque cada persona es dueña de sus propios miedos, pero…, no sé si merece la pena. ¿Alguna vez habéis pensado que casi nunca se materializan esos miedos? Y, sin embargo, seguimos ocupando nuestro tiempo con ellos.

Es claro que alguna circunstancia, como la enfermedad y, por supuesto, la muerte va a llegar, pero es algo consustancial con la vida, por lo tanto, lo mejor sería disfrutar de la vida hasta ese momento. Cada vez que permitimos que un pensamiento nefasto interfiera en nuestra dicha diaria o, si nuestra vida no llega a dichosa, si al menos, en nuestra rutina diaria, es como enturbiar con barro el agua que tenemos que beber. Está claro que, si queremos beber, en esas circunstancias, hay que esperar que el barro se deposite, lentamente, en el fondo del vaso. Pues ocurre lo mismo en la vida, hay que esperar que la energía del miedo se acomode en nuestro cuerpo energético para volver a disfrutar de la alegría de vivir.

Pero, ojo. De la misma manera que mucho barro en el vaso ya no solo enturbia el agua, sino que la embarra haciendo imposible su degustación, mucho miedo llena el campo energético de la persona haciendo que la vida sea una lucha permanente contra unos fantasmas invisibles que aterrorizan a la persona de manera permanente.

Yo, también, tengo mis propios miedos. Pero he encontrado la manera de ir capeando el temporal cuando aparecen, de hacer que su duración sea cada vez menor o, incluso, aprender a convivir con algunos de ellos.

La fórmula no es difícil, porque está al alcance de todos, hasta de un babau como yo, pero requiere atención, voluntad, trabajo y paciencia.

¡Oh!, es la una del mediodía. Tengo que dejar de escribir porque tengo que terminar de preparar el almuerzo. Me falta empanar y freír unas pechugas de pollo.

Las comidas de la casa: desayuno, almuerzo, merienda y cena es uno de los trabajos que tengo asignados en la casa.

 Sábado 13 de agosto 2022

 Desde el sábado pasado no me he vuelto a sentar a escribir sobre mis “bajanadas”. Bajanada, podría decir que, es la acción del babau, como bobada lo es del bobo.

El pasado sábado podía haber seguido escribiendo a las 5 de la tarde, pero no me apeteció. A esa hora ya había cocinado, almorzado, lavado los platos, a mano, porque no tenemos lavavajillas, había descansado, media hora, viendo noticias y había hecho una terapia. Pero después de la terapia me entró una “vaguitis aguda” y me volví a sentar delante de la tele hasta la hora de preparar la cena.

Ese sábado estaba contando la fórmula que utilizo para zafarme de mis miedos según van apareciendo por mi cerebro. Sigo ahora con la fórmula.

Como ahora estamos pasando por una situación económica nefasta. Bueno, en realidad es una situación que dura, con algún alivio muy escaso y puntual, cinco años. A final de mes, una vez repartido el dinero para pagar lo más urgente, aparece un miedo asociado a una pregunta conocida: “¿Cómo haremos la semana que viene para comer?”.

Si dejo que el pensamiento permanezca en mi cerebro se empieza a generar una bola que va creciendo y creciendo hasta ahogarme, porque me impide respirar y termina alojándose en mi estómago, que es la parte más débil de mi cuerpo, generándome vómitos y diarrea. En fin, es muy válida la expresión, (perdón querido diario), ¡me estoy cagando de miedo! Y eso, sin mencionar el deplorable estado emocional a que me lleva esa situación.

Así que mientras permanezco sentado delante de la computadora realizando los pagos mensuales: colegio, seguro de salud, teléfonos, agua, luz, alquiler, mantenimiento del departamento y, alguno que se me escapa, lo hago repitiendo en mi interior: “Dios se encarga”, “quiero recibir grandes cantidades de dinero ahora” y, alguna frase con el Yo Soy, como “Yo Soy abundancia”, “Yo Soy prosperidad”.

Tengo que reconocer que por mucho que repita, (y, a veces puedo estar repitiéndolo más de 5 horas al día), no aparece en mi vida ni la abundancia ni la prosperidad y que tampoco recibo grandes cantidades de dinero, pero suceden dos cosas: Por un lado, no aparece el miedo y, por otro, tengo claro que Dios se encarga realmente, porque, de una u otra manera, va llegando dinero, a cuenta gotas, para ir salvando el mes.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Como conejillos de indias

 

Antay vivía muy cómodo con sus creencias, a pesar del miedo que sentía cuando se acercaba algún cambio en su vida.

Las emociones eran como si no existieran en el mapa de su cuerpo o en el diccionario de su mente. Se sentía bien o mal, alegre o triste, pero siempre encontraba una razón, convincente, para que tal cosa ocurriera. Si pasaba algo no previsto era casualidad, si se daba un golpe en el pie, con una piedra, era mala suerte, si a alguien le tocaba la lotería, algo que a él nunca le había pasado, era un golpe de buena suerte y si se había quedado sin trabajo, como ahora, era porque el dueño de la empresa era un sinvergüenza, sin escrúpulos.

Todo era debido a la casualidad, a la buena o mala fe de las personas y a la buena o mala suerte.

Para el miedo siempre había un motivo real, igual que para la alegría o la tristeza. La felicidad era algo inexistente, a no ser que se estuviera en posesión de grandes cantidades de dinero, entonces sí que había suficientes motivos para ser feliz. Estaba convencido de que eso que decían algunos de que el dinero no da felicidad, era un eslogan de los pobres para conformarse por su desgracia.

Nunca se planteó si Dios estaba en algún sitio o no. Creía en Él, porque así se lo inculcaron sus padres, pero no iba más allá de la creencia, no como muchas personas, sobre todo los pobres y los enfermos, que le rezaban, le rogaban y le pedían que hiciera llegar algo parecido a una lluvia de dinero o un milagro que les devolviera la salud. Aunque, la verdad es que no sabía para qué le pedían si nunca hacía nada. Pero si a ellos les tranquilizaba eso, estaba bien. Él para tranquilizarse miraba el mar.

Y lo que más gracia le hacía era la tontería del amor. Todos buscando a alguien que los ame para pasar juntos el resto de la vida. Estaba más que claro que eso no funcionaba porque había rupturas, maltratos, engaños, silencios, decepciones y hasta asesinatos. Siempre había creído que lo único que buscan es satisfacer alguna necesidad, ya sea, física o económica, o para tener compañía, o por un cuestionamiento social. A él nunca le ha pasado esa tontería del amor y, por supuesto, sigue soltero a sus treinta y siete años. Sabe que es casi imposible formar una familia como la que tenía cuando vivían sus padres, porque eran la excepción, así se he ahorrado disgustos, pérdidas de tiempo, gastos inútiles de dinero, discusiones y, seguramente, muchas más cosas. Pero, a pesar de su creencia de que es imposible formar una familia como la que tuvo hasta que murieron sus padres, le gustaría tenerla y hasta sueña con ella porque, siempre le pareció, cuando vivían ellos, que los problemas, las preocupaciones, los miedos o cualquiera de los sinsabores que depara la vida se disipan con más facilidad en el seno de la familia.  

        Sin embargo, entre Indhira y Ángel estaban desmontando sus creencias. Que si somos una chispa de la Energía Divina, que todos somos iguales, que estamos naciendo y muriendo hasta que aprendamos a amar, que Dios no interviene en nuestras vidas, que cuando venimos a la vida lo hacemos con una programación, que una vez en la vida desconocemos, que tenemos libertad de acción y ni el mismo Dios sabe cuáles serán nuestras elecciones. Y, ahora, para colmo, que podemos recordar vidas anteriores con una simple técnica.

Antay pensaba escuchándolos que somos como conejillos de indias correteando en una gran jaula que se llama Tierra, pero sin saber cómo hemos llegado aquí ni adónde nos dirigimos en nuestras correrías. Aunque creamos que si sabemos tras qué corremos. Lo podemos llamar felicidad, estabilidad, tranquilidad y, para conseguirlo, vamos tras el dinero, que es lo que consideramos primordial para vivir esa felicidad, de la misma manera que los conejillos de indias van tras los ramos de apio.

 Esto que parece una enseñanza esencial, ¿cómo puede ser que no lo enseñe nadie? Y, como nadie nos enseña, en lugar de aprender a amar, nos dedicamos a lo contrario, permitiendo que a nuestro alrededor exista el hambre, la desigualdad, el miedo, la guerra, el odio, la envidia o la enfermedad, solo por mencionar alguno de los males con los que convivimos en nuestra sociedad.

 (Del libro "Vivir ahora, vivir sin tiempo" de Alfonso Vallejo)


sábado, 11 de abril de 2020

Crisis, pandemia, cambio


El confinamiento se alarga y se estira como si fuera chicle.

He dejado de ver noticias, son un poco cansinas, como lo son también las informaciones que van apareciendo por las redes sociales.

He leído casi diez millones de causas por las que este virus ha mutado para apoderarse del género humano. Pero sea cual sea la causa, ¿qué más da? Está aquí y hay que lidiar con él. Desde luego si la causa fuera la nueva tecnología 5G no deberíamos de permitir su expansión, aunque, de ser esta la razón, ya se encargarán los “auténticos poderes”, que usan a los presidentes de los países y organizaciones como títeres, para hacernos creer lo contrario.   

Pero hemos de tener presente que nada ocurre por casualidad, y que todos y cada uno de los seres humanos que habitamos en esta época el planeta ya teníamos contemplada esta circunstancia en nuestro Plan de Vida y, por supuesto, la hemos elegido voluntariamente. Somos unos héroes.

Unos para morir, otros para enfermar y sanar, otros para ayudar a todos a dejar atrás la enfermedad, otros para vigilar el orden, otros para poner palos en las ruedas, otros para arrimar el hombro, pero casi todos para sufrir que es la espoleta del cambio. Unos para encumbrarse y otros para hundirse, Pero todos para crecer, y para aumentar nuestra vibración y la vibración del planeta. Porque no existe nada, absolutamente nada, contemplado en el Plan de Vida de cada alma, que no sea para su crecimiento, para su aprendizaje, para su acercamiento a Dios.

  Terminaba la entrada anterior diciendo “…. si de esta crisis no sacamos la enseñanza de que todos somos lo mismo y de que ayudando y respetando al otro, me estoy ayudando y respetando yo, no habrá servido de nada tantas muertes, tanto dolor, tanta carencia y tanto sufrimiento”.

Pero ahora ya sé que todo va a seguir igual.

Es muy difícil cambiar un régimen capitalista que es el que impera en nuestras sociedades, ya que son auténticos genios para atontar a los millones de súbditos que con unas migajas hacen al “gran capital” cada día más y más rico.

De esta crisis, todos, menos “ellos”, vamos a salir maltrechos, más pobres, más controlados y, sobre todo, con más miedo, que es la herramienta principal que utilizan para subyugarnos.

Bueno, en realidad, todo no va a seguir igual. Algo habrá cambiado, pero será a nivel individual. Tendrá que ser uniendo esas individualidades como se comience a gestar el cambio. Ahí es donde radica la posibilidad de cambio. Pero, aunque no se produzca, no importa, como género humano, nosotros o nuestros descendientes, tendremos nuevas pandemias, y así será hasta que el cambio se materialice. El cambio se tiene que realizar sí o sí.

Ya hemos comprobado que se puede vivir sin futbol, sin toros, sin misas, sin procesiones, sin políticos, pero no se puede vivir sin un hospital perfectamente equipado, con un personal dignamente tratado y sobre todo, no se puede vivir sin una barra de pan o sin un plato de lentejas. Por lo tanto, el cambio lo tenemos que hacer no haciendo manifestaciones salvajes para conseguir un día más de vacaciones, o un incremento de sueldo miserable, sino dando la espalda, todos unidos, a todo lo superfluo que el gran capital ha hecho que consideremos esencial. Porque si nos manifestamos para conseguir tal o cual cosa, nos la van a dar para que volvamos a trabajar, pero ya se encargaran de sacárnosla de otro sitio. Son listos, son muy listos, y nosotros somos tontos, muy tontos.

Cuando no vaya gente a los eventos deportivos, no se gastarán millones y millones de dólares en sueldos para los jugadores. Todos los sueldos deberían oscilar en una banda de entre 1 como mínimo y 5 como máximo. Es decir, que, si el sueldo más bajo son 1.000 dólares, el más alto no debería ser superior a 5.000. En ningún lugar del planeta.  

Cuando nadie vote a los ineptos que se enriquecen a nuestra costa enfrentándonos a los unos contra los otros, podremos cambiar nuestro sistema político, porque los políticos, sea cual sea su insignia y su doctrina, enfrentan a los ciudadanos del norte con los del sur, favoreciendo a los cada vez más ricos y defenestrando, engañando y manipulando a los cada vez más pobres.  

Cuando los lugares de culto se encuentren vacíos un día sí y otro también, es posible que los líderes de las religiones reflexionen y se unan para ayudar a hacer un mundo igualitario y no condenar ni discriminar a nadie, porque entenderán realmente lo que significa ser hijos de Dios y apostarán por una sola religión: La religión del Amor.

Cuando nadie mire la basura televisiva, la cambiarán para enriquecer nuestra alma y no embrutecer nuestros egos. Y así sucesivamente con cualquiera de los métodos de atontamiento que utilizan contra la población.

Todos somos uno, todos somos lo mismo y nos enfrentan los políticos, las religiones, los deportes, los programas de televisión. Lo único que buscan es la separación. Divide y vencerás.

Somos nosotros los que tenemos que comenzar a gestar el cambio. Todos unidos. Ayudándonos. Vibrando al unísono en el Amor. Hasta entonces todo seguirá igual.

Sigan cuidándose.
Bendiciones.



jueves, 20 de febrero de 2020

Diario íntimo de un trabajador de la Luz (2)


Hoy algo ha cambiado. No mucho, pero algo. Hoy sé que solo trabajo para mí, como todos, y que mi trabajo, como el de todos, es aprender a amar para avanzar unos metros en mi camino de regreso a Dios. Pero en ese camino de regreso a Dios, que hemos de realizar en solitario, lo hemos de recorrer tendiendo la mano para ayudar a avanzar a nuestros compañeros de viaje, ya que todos llevamos la misma dirección y el premio por llegar, no se da cuando llega uno, se da cuando llegan todos. Nuestro premio es dejar nuestra individualidad para volver a ser Dios. 

Por eso le he puesto nombre a esos pequeños trabajos que tenemos que realizar, simultaneando con nuestro aprendizaje del amor, todas las almas que nos encontramos encarnadas en la vida. Hoy le he puesto nombre a eso que los seres humanos llamamos pomposamente “nuestra misión”. Hoy sé que soy un Trabajador de la Luz, que es algo que llevo haciendo un tiempo en esta etapa de mi vida y, además, tener el atrevimiento de hacerlo público ha sido sanador para mí.

Permitirme un inciso. Creo que sería bueno que hiciera una brevísima descripción, como adelanto, de lo que significa ser un Trabajador de la Luz. Los Trabajadores de la Luz son seres con un fuerte deseo interior de ayudar a otros seres a despertar del sueño en el que se ven inmersos desde su entrada en la materia, para que sean conscientes de su divinidad y entiendan la razón de la vida, que no es otra que aprender a amar como Dios nos ama, para volver cuanto antes a Su regazo. Es un trabajo simultáneo con su propio despertar y su propio aprendizaje del amor incondicional.  

Pero no solo se han disipado las dudas sobre lo que soy o lo que tengo que hacer. También se han acabado muchos miedos. No todos, es cierto, pero si muchos.

Ha desaparecido el miedo más importante, el miedo al fracaso. ¡Que los que vienen a terapia no se sanen!, ¡que no cambien con las indicaciones que les doy!

Por fin he comprendido que yo no fracaso nunca, porque la sanación no depende de mí. La sanación implica, en todos los casos, un cambio y si no se realiza ese cambio, el fracaso no es mío, en todo caso será de aquel que, no solo no cambia nada en su vida, sino que, además, pone su salud ya sea física, mental o emocional en manos de otros, cuando solo está en sus propias manos.

Ha desaparecido, también, de un plumazo la mayor contradicción con la que llevo conviviendo años. Algo me lleva a escribir y escribo. Cuando está escrito sueño con verlo publicado y sigo soñando con que se convierte en un “best seller”, pero, ¡ojo!,  todo eso ha de ser sin que nadie lo lea, porque me da miedo, más que miedo pánico, que lo lean y juzguen negativamente lo escrito. Es como si a un maestro de primaria le diera miedo enseñar a sumar a los niños porque un premio Nobel de matemáticas pudiera cuestionar su trabajo. Es ridículo ¿verdad?, pues ese miedo ridículo es algo parecido al sentimiento que yo albergaba en mi interior. No escribo para los Maestros Iluminados, ni para los guías espirituales, ni para los maestros encarnados, ni para escritores consagrados, ni para los miembros de la Real Academia. Escribo para los mortales que, como yo, están petrificados por el miedo en el umbral de la puerta que da acceso a la vida del alma, sin atreverse a soltar la maroma que les mantiene atrincherados en el miedo porque, a fin de cuentas, es su zona de confort ya que es lo único que conocen. Y lo desconocido asusta.

Otro de mis miedos era pensar en lo que podrían decir aquellos que me conocen de otras etapas anteriores. Pero se ha ido el miedo cuando, por fin, he entendido que ya no soy el que ellos conocieron, soy otro completamente diferente. Sí, me llamo igual, tengo las mismas facciones, con el obligado deterioro que se va produciendo por el paso de los años, pero creo, pienso, siento, hablo y me comporto diferente. Soy otro. Ni mejor ni peor, solo diferente. Pero si fuera el mismo, también, sería igual, porque lo que otros piensen o hablen no es mi problema, es solo suyo.
           Hoy he sido consciente de un sueño recurrente que tengo hace, por lo menos, cuatro o cinco años……CONTINUARÁ.