Hoy
algo ha cambiado. No mucho, pero algo. Hoy sé que solo trabajo para mí, como
todos, y que mi trabajo, como el de todos, es aprender a amar para avanzar unos
metros en mi camino de regreso a Dios. Pero en ese camino de regreso a Dios,
que hemos de realizar en solitario, lo hemos de recorrer tendiendo la mano para
ayudar a avanzar a nuestros compañeros de viaje, ya que todos llevamos la misma
dirección y el premio por llegar, no se da cuando llega uno, se da cuando
llegan todos. Nuestro premio es dejar nuestra individualidad para volver a ser
Dios.
Por eso
le he puesto nombre a esos pequeños trabajos que tenemos que realizar,
simultaneando con nuestro aprendizaje del amor, todas las almas que nos
encontramos encarnadas en la vida. Hoy le he puesto nombre a eso que los seres
humanos llamamos pomposamente “nuestra misión”. Hoy sé que soy un Trabajador de
la Luz, que es algo que llevo haciendo un tiempo en esta etapa de mi vida y,
además, tener el atrevimiento de hacerlo público ha sido sanador para mí.
Permitirme
un inciso. Creo que sería bueno que hiciera una brevísima descripción, como
adelanto, de lo que significa ser un Trabajador de la Luz. Los Trabajadores de
la Luz son seres con un fuerte deseo interior de ayudar a otros seres a
despertar del sueño en el que se ven inmersos desde su entrada en la materia,
para que sean conscientes de su divinidad y entiendan la razón de la vida, que
no es otra que aprender a amar como Dios nos ama, para volver cuanto antes a Su
regazo. Es un trabajo simultáneo con su propio despertar y su propio aprendizaje
del amor incondicional.
Pero no
solo se han disipado las dudas sobre lo que soy o lo que tengo que hacer.
También se han acabado muchos miedos. No todos, es cierto, pero si muchos.
Ha
desaparecido el miedo más importante, el miedo al fracaso. ¡Que los que vienen
a terapia no se sanen!, ¡que no cambien con las indicaciones que les doy!
Por fin
he comprendido que yo no fracaso nunca, porque la sanación no depende de mí. La
sanación implica, en todos los casos, un cambio y si no se realiza ese cambio,
el fracaso no es mío, en todo caso será de aquel que, no solo no cambia nada en
su vida, sino que, además, pone su salud ya sea física, mental o emocional en
manos de otros, cuando solo está en sus propias manos.
Ha
desaparecido, también, de un plumazo la mayor contradicción con la que llevo
conviviendo años. Algo me lleva a escribir y escribo. Cuando está escrito sueño
con verlo publicado y sigo soñando con que se convierte en un “best seller”,
pero, ¡ojo!, todo eso ha de ser sin que nadie
lo lea, porque me da miedo, más que miedo pánico, que lo lean y juzguen
negativamente lo escrito. Es como si a un maestro de primaria le diera miedo enseñar
a sumar a los niños porque un premio Nobel de matemáticas pudiera cuestionar su
trabajo. Es ridículo ¿verdad?, pues ese miedo ridículo es algo parecido al
sentimiento que yo albergaba en mi interior. No escribo para los Maestros Iluminados,
ni para los guías espirituales, ni para los maestros encarnados, ni para
escritores consagrados, ni para los miembros de la Real Academia. Escribo para
los mortales que, como yo, están petrificados por el miedo en el umbral de la
puerta que da acceso a la vida del alma, sin atreverse a soltar la maroma que
les mantiene atrincherados en el miedo porque, a fin de cuentas, es su zona de
confort ya que es lo único que conocen. Y lo desconocido asusta.
Otro de
mis miedos era pensar en lo que podrían decir aquellos que me conocen de otras
etapas anteriores. Pero se ha ido el miedo cuando, por fin, he entendido que ya
no soy el que ellos conocieron, soy otro completamente diferente. Sí, me llamo
igual, tengo las mismas facciones, con el obligado deterioro que se va
produciendo por el paso de los años, pero creo, pienso, siento, hablo y me
comporto diferente. Soy otro. Ni mejor ni peor, solo diferente. Pero si fuera
el mismo, también, sería igual, porque lo que otros piensen o hablen no es mi
problema, es solo suyo.
Hoy he
sido consciente de un sueño recurrente que tengo hace, por lo menos, cuatro o
cinco años……CONTINUARÁ.
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