El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 30 de agosto de 2022

Miedo a ser feliz



Capítulo IV, parte 3. NOVELA "Ocurrió en Lima" 

Y, para colmo, esperando a una mujer para ir a almorzar, dejando a un lado mi idea de que eso del amor es una tontería.

-    Indhira, desde el pasillo, me sacó de mis pensamientos, acercándose a la sala donde estaba esperándola- Disculpa, creo que me he pasado un poco de los diez minutos prometidos.

Se había cambiado la ropa blanca con la que la había visto en las dos ocasiones, y que debía de ser su uniforme de trabajo, por un tejano, un jersey y un anorak rojo. Se había soltado la melena que, también, en las dos ocasiones, llevaba recogida. Y se había maquillado. El resultado era espectacular.

-    Tenía que decírselo. Tenía que saber que me gustaba y mucho- Pues ha merecido la pena la espera. Estás preciosa.

-    Gracias. Eres muy amable. ¿Nos vamos?

-  Vámonos –y mientras bajábamos en el ascensor le pregunté- ¿te apetece comida criolla?

-    Su respuesta me dejó sin habla- Lo importante es la compañía. El tipo de comida es lo de menos. Podríamos ir a comer una hamburguesa y seguro que me sabría a gloria.

-    O sea, que podemos ir adonde me apetezca.

-    Sí. Donde tú decidas estará bien.

Fuimos al “Señorío de Sulco” que es un restaurante, que está a diez minutos de la casa de Indhira, donde había comido en otras dos ocasiones. No tuve ninguna duda del lugar elegido porque, además de la cercanía de donde nos encontrábamos, la comida era excelente. Es cierto que es un poco caro, pero la calidad y el servicio lo merecen. Fue justo por el precio por lo que Indhira puso algún reparo, aunque con no mucha convicción.

Fue la comida más agradable que recuerdo, desde hace, por lo menos, diez años. Más atrás creo que no puedo, ni debo, remontarme porque llegaría a la adolescencia y a la niñez y las situaciones no son comparables. No puedo comparar el recuerdo de las comidas de los domingos con mis padres y esta comida. Era la ilusión de entonces frente a la expectación de ahora. Era la tranquilidad de la reunión familiar frente al nerviosismo de lo desconocido. Era la rutina de los domingos frente a la incertidumbre de un solo día.

La comida y la sobremesa se alargaron durante tres horas. Hablamos de casi todo lo que pueden hablar dos desconocidos, que sienten que no lo son tanto, porque, en más de una ocasión, los dos coincidimos en que teníamos la sensación de conocernos desde siempre. La primera vez que comentamos nuestra familiaridad me quede en silencio, mirándola a los ojos, intentando encontrar en ellos la huella de nuestra supuesta afinidad ancestral.

-    Indhira moviendo una mano delante de mis ojos me sacó de mi abstracción- ¿Dónde estás?

-    Estaba intentando, escudriñando en tu mirada, a ver si te encontraba en el hombre de la barba que era mi esposo en la vida que recordé en la regresión. Porque aquel parece que fue un buen matrimonio.

-    Hubiera sido bonito ¿verdad?, -comento Indhira. Siendo, ahora, ella la que se quedó pensativa.

Mientras yo me quedaba embelesado perdido en su mirada, ella se distraía pensando en lo bonito que sería habernos encontrado como pareja en alguna vida anterior. Solo faltaba saber quién sería el primero de los dos en romper el velo que nos mantenía separados, cuando estaba claro que lo que los dos sentíamos era la necesidad de romper esa separación y dejar que fluyera la magia.

Magia era la palabra. Más que familiaridad, lo que estaba ocurriendo era magia. Solo éramos conscientes el uno del otro. No éramos conscientes del tiempo que iba transcurriendo, ni de la comida que íbamos ingiriendo. Podíamos haber tenido en el plato la suela de un zapato y la habríamos comido sin ser conscientes de ello.

A la salida del restaurante, los dos, al unísono, nos fuimos a la izquierda, hacia el malecón, cuando, para ir a la casa de Indhira, deberíamos haber tomado el camino de la derecha. Seguimos conversando mientras paseábamos, sin rumbo fijo. El objetivo, inconsciente, parecía claro: alargar el momento.

Creo que Dios nos hizo un regalo. Al poco de entrar en el restaurante salió el sol. Y ese sol, cuando salimos de la comida, estaba a punto de hacer su ingreso en el mar para descansar de las cuatro horas que había estado visible para los limeños. Las puestas de sol, a la orilla del mar, en esta ciudad, son pura magia, como el momento que Indhira y yo estábamos viviendo sin ser conscientes. El cielo y el mar estaban teñidos de un rojo anaranjado, mientras el sol que irradiaba hermosura seguía cayendo mansamente dentro del mar. A los pocos minutos de su desaparición el color del mar cambió a un color grisáceo que se iba moviendo en la cresta de cada ola. Y nosotros, apoyados en el muro contemplábamos, en un reverente silencio, el espectáculo que Dios nos estaba brindando.

Ya era de noche cuando, también, de manera inconsciente iniciamos el camino de regreso. Los silencios ya eran algo más largos. Desconozco cuales serían sus pensamientos, pero si conocía mi pensamiento consciente: “Me gusta esta mujer. Me siento cómodo con ella y me gustaría repetir, pero….”. Y, como en mí conviven tres, mi pensamiento consciente, el inconsciente y yo, sin perder ni un segundo, el pensamiento inconsciente interrumpió al consciente para manifestarse: “Si le insistes para repetir el encuentro te va a decir que sí”, con una agilidad digna del mejor contorsionista, el pensamiento consciente hizo callar al inconsciente con su teoría: “y, entonces te verás involucrado en una relación. Se acabaron los tiempos para ti porque tendrás que compartirlos con ella. Tendrás muchos más gastos como este que has tenido hoy. Se acabaron tus días de silencio y tus películas románticas en la tele. Y, es muy posible, que tengas que enfrentarte a situaciones en las que tengas que dar incómodas explicaciones por algo que no terminarás de entender. En fin, ¡tú sabrás lo que haces!”. Tenía que dar la razón a mi pensamiento consciente y, eso fue lo que hice. La decisión estaba tomada: “En cuanto nos despidamos, será para siempre”.

 Y así, mientras Antay se perdía en sus pensamientos, Indhira, también, iba perdida en los suyos.

Pensaba: “Hacía mucho tiempo que no había pasado un día tan agradable y, todo, gracias a Antay. De la misma manera, también, hacía tiempo que nadie me había impresionado tanto como este hombre. Tengo que reconocer que me gusta y mucho. Y parece que yo, también, le gusto a él. Sin embargo, está tan aterrado ante la idea de tener una relación que no sé si será capaz de concertar una segunda cita. Intentaré ayudarle”.

Así, acompañados los dos, por sus propios pensamientos llegaron a la puerta de la casa de Indhira.

 Estaba a punto de darle las gracias por el día tan increíble que había pasado. Apasionante, por la regresión en la mañana y, extraordinario, por la comida y el paseo en la tarde, cuando Indhira se me adelantó:

-    Gracias Antay. Hacía mucho tiempo que no pasaba un día tan genial como este de hoy. En realidad, no me acuerdo de si alguna vez he estado tan a gusto.

¡Qué manera de estropear el discurso que tenía preparado! Y, ahora, ¿Qué le digo? No puedo decirle que lo que quiero es estar con ella. Se acabaría mi forma de enfrentar la vida. Tampoco puedo decirle que me gusta porque se acabaría mi libertad, aunque no la use para nada. ¡No!, no puedo involucrarme en una relación que podría llevarme, otra vez, al sufrimiento.

-    Gracias a ti Indhira. Para mí, también, ha sido increíble. –ya solo me faltaba rematar el día y lo hice con una gran estupidez, de la que soy muy consciente, pero…- Cuando sepas de alguien que  necesite un informático, dale mi número. Yo daré el tuyo a los que encuentre contracturados por la calle.

Me pareció que ella se quedaba con cara de sorpresa, con cara de no entender nada. No le di tiempo para nada más. Me acerqué a ella, nos dimos un beso en la mejilla y mientras Indhira permanecía inmóvil frente al portal de su casa yo me perdía por la alameda de la avenida Pardo, camino de mi casa.

Pero, ¿qué me pasaba?, ¿por qué estas sensaciones?, yo solo hice una regresión, un almuerzo, un paseo y disfrutar de una puesta de sol en invierno. Nada más. No había una razón lógica para sentirme tan desamparado y solitario como me sentía ahora.

“Mañana será otro día”, pensé.

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