El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 3 de septiembre de 2022

Diario íntimo de un babau (5) Amar es lo que importa

 


Viernes 26 de agosto 2022

 

¡Que alivio he sentido esta mañana al despertar y comprobar que estaba en casa, en la cama y durmiendo!

Estaba teniendo un sueño, que podría definir, sin ninguna duda, como pesadilla, porque corría, con desesperación, perseguido por un grupo de rinocerontes. Eran enormes, debían medir más de dos metros. Tenía que llegar a un grupo de árboles que veía a lo lejos para poder enfilarme a uno, ya que era la única manera de salvarme. Sentía el ruido de los cascos de los animales en su carrera y podía sentir su barritar a escasos metros. No iba a llegar a los árboles y me esperaba la misma muerte, pisoteado y destrozado por sus cuernos, que a mis compañeros de caza. Para colmo, en mi angustiosa carrera, tropecé y caí rodando sobre el piso formado por arena, hierba y piedras. Me quedaban escasos segundos de vida. Sentí un primer pisotón en mi cabeza y supuse que había muerto porque vi un rayo de luz a mi derecha.

Pero solo era la luz que se filtraba por mi ventana desde la calle. Estaba teniendo un sueño y el golpe de la pata del rinoceronte en mi cabeza debió de hacer, por suerte para mí, que me despertara.

Durante unos minutos estuve dando gracias porque me había liberado de la congoja que había estado viviendo, de manera muy real, hasta ese momento.

Podía recordar casi todo el sueño, aunque no tengo muy claro si fue un sueño o el recuerdo de una vida pasada. Si fue una vida pasada debió de ser la primera o muy cercana a ella, porque me vi como un hombre joven de no más de 30 años, con el cuerpo cubierto, por completo, de pelo. No llevaba ropa, ¿para qué?, no la necesitaba. Era como un simio. Debía de estar en África, hace, por lo menos, 2 millones de años. Vivía con un grupo pequeño de personas. No éramos más 15.

Toda nuestra ocupación era sobrevivir, conseguir comida y procurar no ser el alimento de animales. Si teníamos suerte podíamos conseguir matar algún animal con el que podíamos mantenernos varios días. Si no lo lográbamos no nos quedaba más remedio que comer algún animal muerto, hojas o raíces.

Hablando de comida tengo que preparar la nuestra. Como no tengo ganas de cocinar hoy prepararé un arroz a la cubana. Arroz, salsa de tomata y huevo frito. Es rápido.

   

Martes 30 de agosto 2022

 

Hoy es feriado en Lima. Es el día de la patrona de la ciudad, Santa Rosa de Lima.

Aprovechando el tiempo de asueto que me da el feriado, me he acercado al diario para seguir recordando la pesadilla de la madrugada del viernes.

 

Como llevábamos varios días comiendo lo que, buenamente, encontrábamos, decidimos, los más jóvenes y fuertes, salir en busca de algún animal al que pudiéramos dar muerte y así poder comer durante una temporada. Fue cuando nos topamos con los rinocerontes.

No sobrevivimos ninguno por lo que nuestro grupo ha quedado diezmado y desprotegido. No tardarán en morir los que esperaban, en la gruta, el resultado de nuestra caza. 

Se me ocurre pensar, ¿para qué nacemos?

 En más de una ocasión he reflexionado sobre la razón de la vida y, al final, he ido integrando, en cada célula de mi ser de babau, la creencia de que la única razón para la vida, es aprender a amar. Yo lo creo firmemente.

Pero…, si mi sueño fue el recuerdo de mi primera o una de mis primeras vidas y aún estoy aquí, 2 millones de años después, peleando con mis demonios, quiere eso decir que este aprendizaje o es muy lento o que el lento en aprender soy yo, porque no existe mucha diferencia en mis intereses de cuando “casi” era un simio a esta fecha. Entonces mi único tema de interés era la supervivencia y, ¿hoy?, 2 millones de años después y con el triple de capacidad en mi cerebro, ¿ha cambiado algo?

Poco, ha cambiado poco. En vez de salir a buscar comida con una lanza, tenemos que trabajar para conseguir el dinero que nos permite comer. Con ese dinero, producto de nuestro trabajo, pagamos una casa, en lugar de buscar una gruta. En aquella época nos defendíamos de otros depredadores, hoy colocamos alarmas en nuestras casas para protegernos de los ladrones. Antes caminábamos para conseguir agua y peleábamos con los animales, hoy pagamos un gimnasio para mantener una forma física peor que la que teníamos entonces. Veíamos salir y ponerse el sol, veíamos la luna y las estrellas, hoy vemos la tele y, los fines de semana y el mes de vacaciones, vamos dentro de un rebaño a fotografiar con nuestro teléfono, de última generación, una salida, una puesta de sol, cuatro piedras y dos edificios.

¿De que nos sirve haber triplicado la capacidad de nuestro cerebro, desde los primeros homínidos, si seguimos siendo esclavos de nuestra propia supervivencia?, en realidad, ¿necesitamos más cerebro o más corazón?

Parece claro que con más cerebro lo único que hemos conseguido es dulcificar nuestra lucha por la supervivencia, pero seguimos sin saber amar.

Hay personas que están en la vida sin saber que hacen aquí y ni, tan siquiera, se lo preguntan, ni se plantean que la vida sea algo diferente a esto tan monótono que hacemos cada día. Siempre es igual, siempre lo mismo, tratando de conseguir más dinero, para ¿ser más felices?

No sé si alguna vez se habrán planteado como es de grande su amor por los suyos, por los desconocidos, por los animales, por la naturaleza.

Y si se les pregunta si aman a su familia, van a decir que sí. Y, sin embargo, se enfadan entre ellos, se critican o se dejan de hablar. Si pasa eso, y es bastante más común de lo que podríamos pensar, la calidad del amor no está en su valor máximo, lo que podemos llamar amor incondicional. Algo falla.

Podemos tomar como ejemplo el amor más puro que existe en el mundo de la materia, el de una mamá a su bebé, recién nacido: La mamá nunca juzga ni critica a su bebé, nunca se enfada con él o deja de hablarle. Eso es amor incondicional. Ahí tenemos que llegar con todo y con todos. Tenemos que llegar los que nos preguntamos ¿para qué la vida? Y los que no se preguntan nada. Todos tenemos que recorrer el mismo camino.

¡Qué difícil es!, supongo que por eso yo llevo 2 millones de años aprendiendo y, me temo, que me quedan unos cuantos más. Me consuela pensar, (mal de muchos, consuelo de tontos), que a muchísimos les pasa lo a mí, que aun les queda un trecho para culminar su camino del amor.

Creo, diario, que el próximo día que me acerque a ti voy a tratar de resumir como hacer para aprender a amar. Es posible que si lo veo bien estructurado adelante lo que no he adelantado en 2 millones de años.

Te dejo, diario. Es muy tarde. Espero que el sueño de esta noche sea mucho más agradable. 

jueves, 1 de septiembre de 2022

Meditación: Conectar con el infinito

 


El tiempo es ahora


Capítulo V. "Ocurrió en Lima"

Amaneció un domingo más en la historia de mi vida. Y como el anterior y el anterior y un sinfín de ellos más, en mi aburrida vida, lo iba a pasar acompañado por mí mismo. Pero ese domingo yo no era el mismo que los domingos anteriores. Tenía sensaciones extrañas. ¿Sería esa tontería del amor? No, no podía ser. Solo es que estaba un poco impresionado por la belleza de Indhira, por su trabajo, por su conversación, por las virtudes que parece que atesora, por su alegría, en fin, que estaba impresionado con Indhira. El caso es que la noche anterior tardé en dormirme pensando en ella y en mi burda despedida. No sé si soñaría con ella, porque no lo recuerdo, pero sí que fue mi primer pensamiento en la mañana.

Tenía que dejar de pensar en ella porque no me llevaba a ningún sitio y mantener el pensamiento y la emoción, que acompañaba a ese pensamiento, me daba la sensación de que no era bueno para mi estabilidad emocional. Esto se pasará con el tiempo, pensaba, porque el tiempo puede con todo.

Me levanté sin ganas de cocinar y, como el día anterior el almuerzo fue de cinco tenedores, decidí sacar del congelador unas lentejas congeladas. Estaban exquisitas. Cuando cocino lo hago para varios días y voy congelando, así siempre tengo reservas. Tengo que confesar que soy un excelente cocinero.

En realidad, no solo no tenía ganas de cocinar, no tenía ganas de nada. Me encontraba un poco apático. Indhira seguía dando vueltas por mi pensamiento a pesar de haber puesto música y de ir tarareando las canciones que iba escuchando.

Tenía que probar otro remedio y me senté a meditar.

Las instrucciones dicen que hay que mantener la espalda recta, pero es un poco incómodo para mí, teniendo en cuenta que no estaba acostumbrado, así que transgrediendo las normas me senté en el sofá y me recosté hacia atrás. Eso sí, los pies los tenía bien apoyados en el piso.

Comencé como la vez anterior a llevar la atención a la respiración. Conseguía mantener la atención dos respiraciones y, a la tercera, en vez de sentir el aire entrando por la nariz, sentía a Indhira entrando por mi cabeza, acomodándose tanto, en mi interior, que no había manera de sacarla de mi pensamiento con la exhalación.

Cantar no me había funcionado y la meditación tampoco. Fue, entonces, cuando mi pensamiento me sugirió una combinación de ambas, meditar cantando.

 Se me ocurrió cantar el Ave María mientras intentaba mantener la atención en la respiración. Y funcionó. Al cabo de un tiempo, que no sé si fue mucho o poco, me encontré solo respirando, sin cantar y sin dejar espacio para que entrara Indhira.

-    Con un poco de miedo se me ocurrió preguntar- ¿Sigues ahí?

-    No había terminado de pensar la pregunta, cuando llegó la respuesta de inmediato- Siempre estoy.

-    Tengo miedo –tenía que abrirme y ser honesto.

Si era Dios yo ya sabía que lo sabe todo de todos y en todo momento y, si era mi pensamiento, por supuesto que sabía de mi miedo. Pero como por la conversación anterior me daba la impresión que no es muy parlanchín y dice solo lo que a Él le interesa, que supongo que es lo que necesito saber, traté de llevar la conversación al tema que me ocupaba. Incluso si preguntando directamente era muy parco en las respuestas, pensé que si andaba con rodeos aun sería peor. Por eso sentí o pensé, aunque, en realidad, no sé muy bien si fue una sensación o un pensamiento, que lo mejor sería abrir las puertas de mi corazón y de mi mente.

-    Lo sé –realmente era muy escueto en sus respuestas.

-    Tenía miedo de meditar por no encontrarme contigo y hoy se ha activado un miedo antiguo, tengo miedo de tener una relación para no sufrir cuando se acabe.

-    Encontrarse conmigo no parece tan malo, o ¿sí? –preguntó.

-    Tienes razón, no es malo. Es agradable y serena el ánimo.

-    En cuanto al miedo a tener una relación, respóndete a estas preguntas, ¿y lo que me pierdo?, ¿y si no se acaba? Te puedo dar una idea, trabaja para que siempre sea como el primer día. Se puede hacer. Solo tienes que vivir con atención, trata a tu pareja como si fueras tú mismo, que todo tu trabajo sea hacerla feliz, hacer que se sienta bien, que se sienta importante.

-    Y si a pesar de todo eso se va, ¿qué? –supongo que como es Dios ya tendría conocimiento de mi fracaso anterior.

-    Pues la dejas ir con respeto, con generosidad y con amor. Porque, como se supone que la sigues amando, vas a desear, siempre, lo mejor para ella. Y si ella cree que separándose de ti va a ser feliz, ayúdala a que lo consiga.

-    Para hacer eso que dices hay que ser una persona muy centrada emocionalmente.

-    No, mi querido Antay, solo hay que amar.

>> Por si no lo has escuchado nunca ya te lo digo yo ahora: El miedo es lo contrario del amor. Quien teme es porque no ama. ¡Ámate!, ama a los demás y al miedo no le quedará espacio porque todo estará ocupado por el amor. Es como cuando le das al interruptor de la luz, no queda espacio para la oscuridad.

>> En nuestro encuentro anterior te decía que tenías que aceptar la vida. Añade una nueva consigna, vive con atención.

>> Tu problema es que siempre has estado en un sitio queriendo o pensando estar en otro.

>> Tienes que vivir un minuto tras otro sin pensar en que pasará más allá del minuto. Tienes que vivir ahora, ser feliz ahora, sufrir ahora, si fuera necesario. Pero, estropear un momento agradable, pensando que ese momento podría llevarte a otro momento de sufrimiento, no parece algo muy sensato.

>> Reflexiona Antay, reflexiona –y se acabó la conversación.

Me quedé solo con mi respiración y el silencio.

Seguí sentado escuchando el silencio que me envolvía. Era como si hubiera entrado en una especie de círculo, que podría denominar sagrado, porque sentía que era un lugar vetado hasta para los pensamientos. Ni tan siquiera sentía la respiración. Solo sentía el silencio.

Mi cuerpo fue quien decidió, después de una hora de permanecer en ese estado, que era suficiente meditación y lo hizo haciéndome sentir un terrible dolor de espalda. Necesitaba ponerla recta y, en ese momento, se acabó la meditación.

Era el momento de seguir los consejos de Dios y reflexionar.

La reflexión me llevó de inmediato a Indhira y mi pensamiento aprovechó la coyuntura:

-    Llámala -gritó como si estuviera loco- y le puedes decir que te sentó mal la puesta de sol y por eso saliste corriendo como un furtivo. Como es buena chica y la impresionaste no lo tendrá en cuenta.

-    ¿Tú crees que la impresioné? –ya estaba, de nuevo, conversando con mi pensamiento.

-    Si no la hubieras impresionado no habría ido a almorzar contigo ni te hubiera aguantado cuatro horas más –a veces, como ahora, mi pensamiento inconsciente, ese que no se sabe de donde aparece, tiene más claridad que mi propio pensamiento consciente, y continuó- ¿Por qué no haces recuento de todo lo que te has perdido por culpa de ese miedo? Por esta chica merece la pena arriesgarse y dejar de lado tu miedo.

-    Creo que tienes razón, es especial –y seguí razonando con mi pensamiento- pero ¿sabes algo?, el miedo no es ese sentimiento que me impulsa a creer que algo irá mal, no, es más una creencia de que esto del amor es una quimera.

-    Pues será una quimera, pero tú lo estás pasando fatal y, eso que solo has estado un día con ella. Llámala ya y deja de darle vueltas.

martes, 30 de agosto de 2022

Miedo a ser feliz



Capítulo IV, parte 3. NOVELA "Ocurrió en Lima" 

Y, para colmo, esperando a una mujer para ir a almorzar, dejando a un lado mi idea de que eso del amor es una tontería.

-    Indhira, desde el pasillo, me sacó de mis pensamientos, acercándose a la sala donde estaba esperándola- Disculpa, creo que me he pasado un poco de los diez minutos prometidos.

Se había cambiado la ropa blanca con la que la había visto en las dos ocasiones, y que debía de ser su uniforme de trabajo, por un tejano, un jersey y un anorak rojo. Se había soltado la melena que, también, en las dos ocasiones, llevaba recogida. Y se había maquillado. El resultado era espectacular.

-    Tenía que decírselo. Tenía que saber que me gustaba y mucho- Pues ha merecido la pena la espera. Estás preciosa.

-    Gracias. Eres muy amable. ¿Nos vamos?

-  Vámonos –y mientras bajábamos en el ascensor le pregunté- ¿te apetece comida criolla?

-    Su respuesta me dejó sin habla- Lo importante es la compañía. El tipo de comida es lo de menos. Podríamos ir a comer una hamburguesa y seguro que me sabría a gloria.

-    O sea, que podemos ir adonde me apetezca.

-    Sí. Donde tú decidas estará bien.

Fuimos al “Señorío de Sulco” que es un restaurante, que está a diez minutos de la casa de Indhira, donde había comido en otras dos ocasiones. No tuve ninguna duda del lugar elegido porque, además de la cercanía de donde nos encontrábamos, la comida era excelente. Es cierto que es un poco caro, pero la calidad y el servicio lo merecen. Fue justo por el precio por lo que Indhira puso algún reparo, aunque con no mucha convicción.

Fue la comida más agradable que recuerdo, desde hace, por lo menos, diez años. Más atrás creo que no puedo, ni debo, remontarme porque llegaría a la adolescencia y a la niñez y las situaciones no son comparables. No puedo comparar el recuerdo de las comidas de los domingos con mis padres y esta comida. Era la ilusión de entonces frente a la expectación de ahora. Era la tranquilidad de la reunión familiar frente al nerviosismo de lo desconocido. Era la rutina de los domingos frente a la incertidumbre de un solo día.

La comida y la sobremesa se alargaron durante tres horas. Hablamos de casi todo lo que pueden hablar dos desconocidos, que sienten que no lo son tanto, porque, en más de una ocasión, los dos coincidimos en que teníamos la sensación de conocernos desde siempre. La primera vez que comentamos nuestra familiaridad me quede en silencio, mirándola a los ojos, intentando encontrar en ellos la huella de nuestra supuesta afinidad ancestral.

-    Indhira moviendo una mano delante de mis ojos me sacó de mi abstracción- ¿Dónde estás?

-    Estaba intentando, escudriñando en tu mirada, a ver si te encontraba en el hombre de la barba que era mi esposo en la vida que recordé en la regresión. Porque aquel parece que fue un buen matrimonio.

-    Hubiera sido bonito ¿verdad?, -comento Indhira. Siendo, ahora, ella la que se quedó pensativa.

Mientras yo me quedaba embelesado perdido en su mirada, ella se distraía pensando en lo bonito que sería habernos encontrado como pareja en alguna vida anterior. Solo faltaba saber quién sería el primero de los dos en romper el velo que nos mantenía separados, cuando estaba claro que lo que los dos sentíamos era la necesidad de romper esa separación y dejar que fluyera la magia.

Magia era la palabra. Más que familiaridad, lo que estaba ocurriendo era magia. Solo éramos conscientes el uno del otro. No éramos conscientes del tiempo que iba transcurriendo, ni de la comida que íbamos ingiriendo. Podíamos haber tenido en el plato la suela de un zapato y la habríamos comido sin ser conscientes de ello.

A la salida del restaurante, los dos, al unísono, nos fuimos a la izquierda, hacia el malecón, cuando, para ir a la casa de Indhira, deberíamos haber tomado el camino de la derecha. Seguimos conversando mientras paseábamos, sin rumbo fijo. El objetivo, inconsciente, parecía claro: alargar el momento.

Creo que Dios nos hizo un regalo. Al poco de entrar en el restaurante salió el sol. Y ese sol, cuando salimos de la comida, estaba a punto de hacer su ingreso en el mar para descansar de las cuatro horas que había estado visible para los limeños. Las puestas de sol, a la orilla del mar, en esta ciudad, son pura magia, como el momento que Indhira y yo estábamos viviendo sin ser conscientes. El cielo y el mar estaban teñidos de un rojo anaranjado, mientras el sol que irradiaba hermosura seguía cayendo mansamente dentro del mar. A los pocos minutos de su desaparición el color del mar cambió a un color grisáceo que se iba moviendo en la cresta de cada ola. Y nosotros, apoyados en el muro contemplábamos, en un reverente silencio, el espectáculo que Dios nos estaba brindando.

Ya era de noche cuando, también, de manera inconsciente iniciamos el camino de regreso. Los silencios ya eran algo más largos. Desconozco cuales serían sus pensamientos, pero si conocía mi pensamiento consciente: “Me gusta esta mujer. Me siento cómodo con ella y me gustaría repetir, pero….”. Y, como en mí conviven tres, mi pensamiento consciente, el inconsciente y yo, sin perder ni un segundo, el pensamiento inconsciente interrumpió al consciente para manifestarse: “Si le insistes para repetir el encuentro te va a decir que sí”, con una agilidad digna del mejor contorsionista, el pensamiento consciente hizo callar al inconsciente con su teoría: “y, entonces te verás involucrado en una relación. Se acabaron los tiempos para ti porque tendrás que compartirlos con ella. Tendrás muchos más gastos como este que has tenido hoy. Se acabaron tus días de silencio y tus películas románticas en la tele. Y, es muy posible, que tengas que enfrentarte a situaciones en las que tengas que dar incómodas explicaciones por algo que no terminarás de entender. En fin, ¡tú sabrás lo que haces!”. Tenía que dar la razón a mi pensamiento consciente y, eso fue lo que hice. La decisión estaba tomada: “En cuanto nos despidamos, será para siempre”.

 Y así, mientras Antay se perdía en sus pensamientos, Indhira, también, iba perdida en los suyos.

Pensaba: “Hacía mucho tiempo que no había pasado un día tan agradable y, todo, gracias a Antay. De la misma manera, también, hacía tiempo que nadie me había impresionado tanto como este hombre. Tengo que reconocer que me gusta y mucho. Y parece que yo, también, le gusto a él. Sin embargo, está tan aterrado ante la idea de tener una relación que no sé si será capaz de concertar una segunda cita. Intentaré ayudarle”.

Así, acompañados los dos, por sus propios pensamientos llegaron a la puerta de la casa de Indhira.

 Estaba a punto de darle las gracias por el día tan increíble que había pasado. Apasionante, por la regresión en la mañana y, extraordinario, por la comida y el paseo en la tarde, cuando Indhira se me adelantó:

-    Gracias Antay. Hacía mucho tiempo que no pasaba un día tan genial como este de hoy. En realidad, no me acuerdo de si alguna vez he estado tan a gusto.

¡Qué manera de estropear el discurso que tenía preparado! Y, ahora, ¿Qué le digo? No puedo decirle que lo que quiero es estar con ella. Se acabaría mi forma de enfrentar la vida. Tampoco puedo decirle que me gusta porque se acabaría mi libertad, aunque no la use para nada. ¡No!, no puedo involucrarme en una relación que podría llevarme, otra vez, al sufrimiento.

-    Gracias a ti Indhira. Para mí, también, ha sido increíble. –ya solo me faltaba rematar el día y lo hice con una gran estupidez, de la que soy muy consciente, pero…- Cuando sepas de alguien que  necesite un informático, dale mi número. Yo daré el tuyo a los que encuentre contracturados por la calle.

Me pareció que ella se quedaba con cara de sorpresa, con cara de no entender nada. No le di tiempo para nada más. Me acerqué a ella, nos dimos un beso en la mejilla y mientras Indhira permanecía inmóvil frente al portal de su casa yo me perdía por la alameda de la avenida Pardo, camino de mi casa.

Pero, ¿qué me pasaba?, ¿por qué estas sensaciones?, yo solo hice una regresión, un almuerzo, un paseo y disfrutar de una puesta de sol en invierno. Nada más. No había una razón lógica para sentirme tan desamparado y solitario como me sentía ahora.

“Mañana será otro día”, pensé.

Meditación: El escudo divino (Te permite superar los miedos)

 


Las etapas de la vida de Antay




Capítulo IV, parte 2. NOVELA "Ocurrió en Lima"

Podía dividir mi vida en tres etapas, como si fueran tres vidas diferentes dentro de la misma vida:

Una infancia feliz con mis padres, en Cusco, en la que correteaba con mis amigos cada día a la salida del colegio. Recuerdo las misas de los domingos en la catedral. La devoción de mi mamá y la aceptación de mi papá, porque no lo podía llamar transigencia, era una aceptación total, porque respetaba, al ciento por ciento, las opiniones y las actitudes de su esposa y lo hacía por amor, no para evitar encontronazos o discusiones. Recuerdo los paseos después de la misa y el pollo con papas que comíamos en algún restaurante. Las navidades llenas de magia, de ilusión y misterio, igual que las fiestas de Halloween, disfrazado de algún personaje de moda, con mi calabaza llena de dulces. Fue una etapa mágica, en la que no tenía que preocuparme por lo que tenía que hacer al día siguiente ni, tan siquiera, al segundo siguiente. Todo era presente. Podría incluir la adolescencia en la misma etapa de felicidad, etapa que finalizó, de manera abrupta, cuando en el penúltimo año de la secundaria nos trasladamos a Lima. La razón que dieron mis padres era que en Lima habría más oportunidades de trabajo y yo tendría más universidades para elegir. Ahí se acabó el presente. Tenía que pensar en el día de mañana. Algo que ha permanecido hasta este momento.

En esa época no me cuestionaba la existencia de Dios. Estaba claro que tenía que estar con nosotros y Le veía en las lágrimas que, a veces, se le escapaban a mi madre cuando se encontraba frente al Taytacha de los Temblores.

La segunda parte de mi vida no fue ni tan ilusionante ni tan mágica. Finalicé la secundaria y la universidad. Y fue en la universidad, en el último semestre de carrera, cuando conocí a la persona que yo pensé, en un principio, que podía ser mi media naranja. La mujer con la que podía compartir mi vida. Con ella aprendí a besar y fue con ella con la que tuve las dos únicas relaciones íntimas que mi pensamiento me arroja encima, como si de un jarro de agua fría se tratara, en cuanto tiene ocasión. Pero no llevábamos ni tres meses de amor, cuando, de la noche a la mañana, desapareció de mi vida, apareciendo en la vida de un cantante que ya comenzaba a tener una cierta fama. Fue cuando aprendí que no existen las medias naranjas y que solo existen naranjas enteras que tienen que aprender a amarse, a través del respeto, de la comprensión, de la paciencia y de la renuncia a ciertos caprichos.

Lo pasé muy mal durante una larga temporada y, en esas largas noches en las que permanecí en vela, me prometí a mí mismo que nunca más iba a sufrir por culpa de una relación, que se suponía que era justo para lo contrario, para ser feliz. Hay que tener en cuenta que el modelo de familia, (la nuestra), y de matrimonio, (mis padres), que yo tenía, era, no solo difícil de superar, sino difícil de igualar. A partir de entonces, nunca más tuve una relación, y hace de eso algo más de quince años. Sin embargo, ahora estoy esperando a Indhira, en lo que parece ser mi primera cita, desde entonces. Y, además, espero con una mezcla de nerviosismo e ilusión.

La tercera parte de mi vida ha sido de lo más insulso. Solo trabajar y realizar las labores de la casa. Mi única diversión ver alguna película de la tele. Ni una sola cita. Con la soledad como única compañera desde la muerte de mis padres, que se fueron jóvenes, con cincuenta y dos y cincuenta y cinco años, en un intervalo de seis meses. De eso hace cinco años y, así hasta ahora. ¿Estaré comenzando una cuarta etapa en mi vida? Desde luego, no parece la continuación de nada, sino un cambio de rumbo total. Sin trabajo fijo y tratando de llevar a la práctica una nueva manera de ganarme la vida. Recibiendo información sobre la vida, muy diferente de la que conocía, desde varias fuentes y, sin cuestionarme casi nada, a pesar de ser una información difícil de probar. Volviendo a confiar en Dios e, incluso, conversando con Él. Y, para colmo, esperando a una mujer para ir a almorzar, dejando a un lado mi idea de que eso del amor es una tontería.

sábado, 27 de agosto de 2022

¿Qué es la vida?, ¿una ilusión?


Capítulo IV, Parte 1. Novela "Ocurrió en Lima" 

Tardé casi media hora en recuperarme, físicamente, de la regresión y poder hablar con Indhira. Al finalizar, me sentía pesado como una piedra y, completamente, pegado a la camilla.

Indhira respetaba mi silencio. Mis ojos estaban brillantes por las lágrimas que parecían querer brotar al exterior. Aun sin decir una palabra, me senté en la camilla mirando a Indhira de una manera diferente. Había tenido una experiencia extraordinaria y había sido gracias a ella.

-    ¿Tú crees que esto puede haber sido cierto y que yo haya sido la mujer que aparecía en la historia?, y sobre todo ¿es posible que haya hablado con Jesús, con mi mamá y con Ángel?, ya decía yo que era un hombre extraño –es que parecía demasiado increíble.

-    Indhira me contestó con otra pregunta- ¿Tú eres capaz de inventarte una historia como esa?

-    No –y era cierto. Nunca fui un buen contador de historias y mucho menos inventadas.

-    Yo no sé si es cierto o no. Yo solo te escuchaba. Pero, también, sentiste el dolor en el pecho, de cuando te mataron, y la ternura de tener el bebé. Una regresión puede cambiarte la vida y, en tu caso, que ha sido extraordinaria, mucho más.

-    Y estar con mi mamá, con Ángel y con Jesús. ¡Ha sido increíble!, ¿tú crees que eso es posible?

-    Todo es posible Antay. Todas las personas que han muerto y ya no tienen cuerpo no se han ido a ningún sitio. Están aquí, solo están vibrando en otra sintonía. En el momento que nosotros, elevamos la vibración que, en condiciones normales, es muy baja, podemos estar en sus mismas condiciones y tener acceso a ellos.

>> En el estado de relajación en el que estabas tú vibración se hizo mucho más sutil. Y, también, pasa cuando meditas. Con la facilidad que tienes para relajarte si meditaras tendrías experiencias muy parecidas a la que has tenido hoy.

-    Solo he meditado una vez y ya me ha pasado.

-    ¿Qué me dices?, ¿cuéntame?

-    Teniendo en cuenta que Indhira no iba a pensar que estaba loco, le conté mi experiencia en la única meditación que había hecho. Le hablé de mi conversación con Dios y de los consejos que Él me dio sobre la aceptación, sobre la programación de la vida y su recomendación para que meditara cada día. Y ya que estaba contando mis experiencias intangibles decidí soltarme, de una vez, y contarle mi experiencia de “complitud” o, de unidad con todo lo creado.

Según iba hablando Indhira iba abriendo tanto los ojos que parecía que iban a salirse de sus órbitas.

Cuando finalicé mi relato, permaneció, un momento, en silencio, como asimilando todo lo que había oído, hasta que al final dijo:

-    Antay, ¿eres consciente de todo lo que me has contado?, ¿eres consciente de todas las experiencias que has tenido en menos de un mes?

>> Hace veinte días tú no habías escuchado hablar sobre sanación, energía, regresiones, reencarnación ni meditación. Y en tan pocos días has tenido experiencias que hay personas que las buscan desde hace años y que se van a morir y no las van a experimentar en toda su vida.

-    No, no soy consciente de si lo que me ha pasado es importante o no. A mí me asusta. Con decirte que no me he vuelto a sentar a meditar para no encontrarme con Dios, ¡en caso de que fuera Él!, ¡claro! Es que me da un poco de miedo.

>> ¿Por qué me pasa a mí que lo desconozco y no lo busco y no les pasa a los que lo buscan?

-    Antes de comenzar la regresión te decía que cuando pedimos algo a Dios nunca nos conceden lo que deseamos, sino lo que necesitamos. Si has tenido estas experiencias es porque las necesitas en este momento.

-    ¿Para qué necesito todo esto? –la verdad es que necesitaba entenderlo y no parece que nadie pudiera explicármelo.

-    Yo no lo sé. Pero, puedes estar seguro de que, antes de venir a la vida, tú lo planificaste.

-    Sí. Tengo claro que todo tiene un propósito, según sentí en mi experiencia de unidad con todo. Pero una cosa es saberlo, otra integrarlo y entenderlo, porque la triste realidad es que no entiendo nada.

-    Todo es cuestión de creencia Antay. No vas a saber nada con la certeza que tiene un científico después de experimentar con éxito sus teorías. El experimento eres tú mismo. Ya te está pasando y no lo crees. ¿Qué tiene que pasar para que creas?

-    No lo sé Indhira, no lo sé.

Nos quedamos en silencio como esperando que el Espíritu Santo llegara a nosotros, como un día lo hizo con los apóstoles de Jesús, y nos aclarara todas las dudas. Pero no, el Espíritu Santo no iba a venir, teníamos que ser nosotros solos. Lo que sí había llegado era la hora del almuerzo, porque sin ser conscientes de cómo iba pasando el tiempo, era la una de la tarde.

Tenía que comenzar a despedirme de Indhira y no me apetecía. Mi pensamiento dio en la diana: “Te gusta y te sientes atraído por ella. Por eso te cuesta tanto trabajo despedirte”. “Si, es verdad”, le di la razón al pensamiento. Y este, por fin, me presentó una idea genial “¿Por qué no la invitas a comer?”. “Claro, tienes razón”, le respondí a mi pensamiento.

-    Indhira –comencé mi discurso- ya que te has dedicado a mí toda la mañana, en justa compensación, te invito a almorzar.

-    Me parece bien. Acepto –había sido más fácil de lo que pensaba- Dame diez minutos que me cambio de ropa y nos vamos.

No tardó diez minutos, fueron treinta los que estuve esperando. Mientras esperaba hice un rápido repaso de mis experiencias a lo largo y ancho de mi vida.

Meditación para fortalecer la voluntad