El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 3 de septiembre de 2022

Diario íntimo de un babau (5) Amar es lo que importa

 


Viernes 26 de agosto 2022

 

¡Que alivio he sentido esta mañana al despertar y comprobar que estaba en casa, en la cama y durmiendo!

Estaba teniendo un sueño, que podría definir, sin ninguna duda, como pesadilla, porque corría, con desesperación, perseguido por un grupo de rinocerontes. Eran enormes, debían medir más de dos metros. Tenía que llegar a un grupo de árboles que veía a lo lejos para poder enfilarme a uno, ya que era la única manera de salvarme. Sentía el ruido de los cascos de los animales en su carrera y podía sentir su barritar a escasos metros. No iba a llegar a los árboles y me esperaba la misma muerte, pisoteado y destrozado por sus cuernos, que a mis compañeros de caza. Para colmo, en mi angustiosa carrera, tropecé y caí rodando sobre el piso formado por arena, hierba y piedras. Me quedaban escasos segundos de vida. Sentí un primer pisotón en mi cabeza y supuse que había muerto porque vi un rayo de luz a mi derecha.

Pero solo era la luz que se filtraba por mi ventana desde la calle. Estaba teniendo un sueño y el golpe de la pata del rinoceronte en mi cabeza debió de hacer, por suerte para mí, que me despertara.

Durante unos minutos estuve dando gracias porque me había liberado de la congoja que había estado viviendo, de manera muy real, hasta ese momento.

Podía recordar casi todo el sueño, aunque no tengo muy claro si fue un sueño o el recuerdo de una vida pasada. Si fue una vida pasada debió de ser la primera o muy cercana a ella, porque me vi como un hombre joven de no más de 30 años, con el cuerpo cubierto, por completo, de pelo. No llevaba ropa, ¿para qué?, no la necesitaba. Era como un simio. Debía de estar en África, hace, por lo menos, 2 millones de años. Vivía con un grupo pequeño de personas. No éramos más 15.

Toda nuestra ocupación era sobrevivir, conseguir comida y procurar no ser el alimento de animales. Si teníamos suerte podíamos conseguir matar algún animal con el que podíamos mantenernos varios días. Si no lo lográbamos no nos quedaba más remedio que comer algún animal muerto, hojas o raíces.

Hablando de comida tengo que preparar la nuestra. Como no tengo ganas de cocinar hoy prepararé un arroz a la cubana. Arroz, salsa de tomata y huevo frito. Es rápido.

   

Martes 30 de agosto 2022

 

Hoy es feriado en Lima. Es el día de la patrona de la ciudad, Santa Rosa de Lima.

Aprovechando el tiempo de asueto que me da el feriado, me he acercado al diario para seguir recordando la pesadilla de la madrugada del viernes.

 

Como llevábamos varios días comiendo lo que, buenamente, encontrábamos, decidimos, los más jóvenes y fuertes, salir en busca de algún animal al que pudiéramos dar muerte y así poder comer durante una temporada. Fue cuando nos topamos con los rinocerontes.

No sobrevivimos ninguno por lo que nuestro grupo ha quedado diezmado y desprotegido. No tardarán en morir los que esperaban, en la gruta, el resultado de nuestra caza. 

Se me ocurre pensar, ¿para qué nacemos?

 En más de una ocasión he reflexionado sobre la razón de la vida y, al final, he ido integrando, en cada célula de mi ser de babau, la creencia de que la única razón para la vida, es aprender a amar. Yo lo creo firmemente.

Pero…, si mi sueño fue el recuerdo de mi primera o una de mis primeras vidas y aún estoy aquí, 2 millones de años después, peleando con mis demonios, quiere eso decir que este aprendizaje o es muy lento o que el lento en aprender soy yo, porque no existe mucha diferencia en mis intereses de cuando “casi” era un simio a esta fecha. Entonces mi único tema de interés era la supervivencia y, ¿hoy?, 2 millones de años después y con el triple de capacidad en mi cerebro, ¿ha cambiado algo?

Poco, ha cambiado poco. En vez de salir a buscar comida con una lanza, tenemos que trabajar para conseguir el dinero que nos permite comer. Con ese dinero, producto de nuestro trabajo, pagamos una casa, en lugar de buscar una gruta. En aquella época nos defendíamos de otros depredadores, hoy colocamos alarmas en nuestras casas para protegernos de los ladrones. Antes caminábamos para conseguir agua y peleábamos con los animales, hoy pagamos un gimnasio para mantener una forma física peor que la que teníamos entonces. Veíamos salir y ponerse el sol, veíamos la luna y las estrellas, hoy vemos la tele y, los fines de semana y el mes de vacaciones, vamos dentro de un rebaño a fotografiar con nuestro teléfono, de última generación, una salida, una puesta de sol, cuatro piedras y dos edificios.

¿De que nos sirve haber triplicado la capacidad de nuestro cerebro, desde los primeros homínidos, si seguimos siendo esclavos de nuestra propia supervivencia?, en realidad, ¿necesitamos más cerebro o más corazón?

Parece claro que con más cerebro lo único que hemos conseguido es dulcificar nuestra lucha por la supervivencia, pero seguimos sin saber amar.

Hay personas que están en la vida sin saber que hacen aquí y ni, tan siquiera, se lo preguntan, ni se plantean que la vida sea algo diferente a esto tan monótono que hacemos cada día. Siempre es igual, siempre lo mismo, tratando de conseguir más dinero, para ¿ser más felices?

No sé si alguna vez se habrán planteado como es de grande su amor por los suyos, por los desconocidos, por los animales, por la naturaleza.

Y si se les pregunta si aman a su familia, van a decir que sí. Y, sin embargo, se enfadan entre ellos, se critican o se dejan de hablar. Si pasa eso, y es bastante más común de lo que podríamos pensar, la calidad del amor no está en su valor máximo, lo que podemos llamar amor incondicional. Algo falla.

Podemos tomar como ejemplo el amor más puro que existe en el mundo de la materia, el de una mamá a su bebé, recién nacido: La mamá nunca juzga ni critica a su bebé, nunca se enfada con él o deja de hablarle. Eso es amor incondicional. Ahí tenemos que llegar con todo y con todos. Tenemos que llegar los que nos preguntamos ¿para qué la vida? Y los que no se preguntan nada. Todos tenemos que recorrer el mismo camino.

¡Qué difícil es!, supongo que por eso yo llevo 2 millones de años aprendiendo y, me temo, que me quedan unos cuantos más. Me consuela pensar, (mal de muchos, consuelo de tontos), que a muchísimos les pasa lo a mí, que aun les queda un trecho para culminar su camino del amor.

Creo, diario, que el próximo día que me acerque a ti voy a tratar de resumir como hacer para aprender a amar. Es posible que si lo veo bien estructurado adelante lo que no he adelantado en 2 millones de años.

Te dejo, diario. Es muy tarde. Espero que el sueño de esta noche sea mucho más agradable. 

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