Amaneció
un domingo más en la historia de mi vida. Y como el anterior y el anterior y un
sinfín de ellos más, en mi aburrida vida, lo iba a pasar acompañado por mí
mismo. Pero ese domingo yo no era el mismo que los domingos anteriores. Tenía
sensaciones extrañas. ¿Sería esa tontería del amor? No, no podía ser. Solo es
que estaba un poco impresionado por la belleza de Indhira, por su trabajo, por
su conversación, por las virtudes que parece que atesora, por su alegría, en
fin, que estaba impresionado con Indhira. El caso es que la noche anterior tardé
en dormirme pensando en ella y en mi burda despedida. No sé si soñaría con
ella, porque no lo recuerdo, pero sí que fue mi primer pensamiento en la mañana.
Tenía
que dejar de pensar en ella porque no me llevaba a ningún sitio y mantener el
pensamiento y la emoción, que acompañaba a ese pensamiento, me daba la
sensación de que no era bueno para mi estabilidad emocional. Esto se pasará con
el tiempo, pensaba, porque el tiempo puede con todo.
Me
levanté sin ganas de cocinar y, como el día anterior el almuerzo fue de cinco
tenedores, decidí sacar del congelador unas lentejas congeladas. Estaban
exquisitas. Cuando cocino lo hago para varios días y voy congelando, así
siempre tengo reservas. Tengo que confesar que soy un excelente cocinero.
En
realidad, no solo no tenía ganas de cocinar, no tenía ganas de nada. Me
encontraba un poco apático. Indhira seguía dando vueltas por mi pensamiento a
pesar de haber puesto música y de ir tarareando las canciones que iba
escuchando.
Tenía
que probar otro remedio y me senté a meditar.
Las
instrucciones dicen que hay que mantener la espalda recta, pero es un poco
incómodo para mí, teniendo en cuenta que no estaba acostumbrado, así que
transgrediendo las normas me senté en el sofá y me recosté hacia atrás. Eso sí,
los pies los tenía bien apoyados en el piso.
Comencé
como la vez anterior a llevar la atención a la respiración. Conseguía mantener
la atención dos respiraciones y, a la tercera, en vez de sentir el aire
entrando por la nariz, sentía a Indhira entrando por mi cabeza, acomodándose tanto,
en mi interior, que no había manera de sacarla de mi pensamiento con la
exhalación.
Cantar
no me había funcionado y la meditación tampoco. Fue, entonces, cuando mi
pensamiento me sugirió una combinación de ambas, meditar cantando.
Se me ocurrió cantar el Ave María mientras
intentaba mantener la atención en la respiración. Y funcionó. Al cabo de un
tiempo, que no sé si fue mucho o poco, me encontré solo respirando, sin cantar
y sin dejar espacio para que entrara Indhira.
-
Con un poco de miedo se me ocurrió
preguntar- ¿Sigues ahí?
-
No había terminado de pensar la
pregunta, cuando llegó la respuesta de inmediato- Siempre estoy.
-
Tengo miedo –tenía que abrirme y ser
honesto.
Si era
Dios yo ya sabía que lo sabe todo de todos y en todo momento y, si era mi
pensamiento, por supuesto que sabía de mi miedo. Pero como por la conversación
anterior me daba la impresión que no es muy parlanchín y dice solo lo que a Él
le interesa, que supongo que es lo que necesito saber, traté de llevar la
conversación al tema que me ocupaba. Incluso si preguntando directamente era
muy parco en las respuestas, pensé que si andaba con rodeos aun sería peor. Por
eso sentí o pensé, aunque, en realidad, no sé muy bien si fue una sensación o
un pensamiento, que lo mejor sería abrir las puertas de mi corazón y de mi
mente.
-
Lo sé –realmente era muy escueto en sus
respuestas.
-
Tenía miedo de meditar por no
encontrarme contigo y hoy se ha activado un miedo antiguo, tengo miedo de tener
una relación para no sufrir cuando se acabe.
-
Encontrarse conmigo no parece tan malo,
o ¿sí? –preguntó.
-
Tienes razón, no es malo. Es agradable
y serena el ánimo.
-
En cuanto al miedo a tener una
relación, respóndete a estas preguntas, ¿y lo que me pierdo?, ¿y si no se
acaba? Te puedo dar una idea, trabaja para que siempre sea como el primer día.
Se puede hacer. Solo tienes que vivir con atención, trata a tu pareja como si
fueras tú mismo, que todo tu trabajo sea hacerla feliz, hacer que se sienta
bien, que se sienta importante.
-
Y si a pesar de todo eso se va, ¿qué?
–supongo que como es Dios ya tendría conocimiento de mi fracaso anterior.
-
Pues la dejas ir con respeto, con
generosidad y con amor. Porque, como se supone que la sigues amando, vas a
desear, siempre, lo mejor para ella. Y si ella cree que separándose de ti va a
ser feliz, ayúdala a que lo consiga.
-
Para hacer eso que dices hay que ser
una persona muy centrada emocionalmente.
-
No, mi querido Antay, solo hay que
amar.
>>
Por si no lo has escuchado nunca ya te lo digo yo ahora: El miedo es lo
contrario del amor. Quien teme es porque no ama. ¡Ámate!, ama a los demás y al miedo no le quedará espacio porque todo
estará ocupado por el amor. Es como cuando le das al interruptor de la luz, no
queda espacio para la oscuridad.
>>
En nuestro encuentro anterior te decía que tenías que aceptar la vida. Añade
una nueva consigna, vive con atención.
>>
Tu problema es que siempre has estado en un sitio queriendo o pensando estar en
otro.
>>
Tienes que vivir un minuto tras otro sin pensar en que pasará más allá del
minuto. Tienes que vivir ahora, ser feliz ahora, sufrir ahora, si fuera
necesario. Pero, estropear un momento agradable, pensando que ese momento
podría llevarte a otro momento de sufrimiento, no parece algo muy sensato.
>>
Reflexiona Antay, reflexiona –y se acabó la conversación.
Me
quedé solo con mi respiración y el silencio.
Seguí
sentado escuchando el silencio que me envolvía. Era como si hubiera entrado en
una especie de círculo, que podría denominar sagrado, porque sentía que era un
lugar vetado hasta para los pensamientos. Ni tan siquiera sentía la
respiración. Solo sentía el silencio.
Mi cuerpo
fue quien decidió, después de una hora de permanecer en ese estado, que era
suficiente meditación y lo hizo haciéndome sentir un terrible dolor de espalda.
Necesitaba ponerla recta y, en ese momento, se acabó la meditación.
Era el
momento de seguir los consejos de Dios y reflexionar.
La
reflexión me llevó de inmediato a Indhira y mi pensamiento aprovechó la
coyuntura:
-
Llámala -gritó como si estuviera loco- y
le puedes decir que te sentó mal la puesta de sol y por eso saliste corriendo
como un furtivo. Como es buena chica y la impresionaste no lo tendrá en cuenta.
-
¿Tú crees que la impresioné? –ya
estaba, de nuevo, conversando con mi pensamiento.
-
Si no la hubieras impresionado no
habría ido a almorzar contigo ni te hubiera aguantado cuatro horas más –a
veces, como ahora, mi pensamiento inconsciente, ese que no se sabe de donde aparece,
tiene más claridad que mi propio pensamiento consciente, y continuó- ¿Por qué
no haces recuento de todo lo que te has perdido por culpa de ese miedo? Por
esta chica merece la pena arriesgarse y dejar de lado tu miedo.
-
Creo que tienes razón, es especial –y
seguí razonando con mi pensamiento- pero ¿sabes algo?, el miedo no es ese sentimiento
que me impulsa a creer que algo irá mal, no, es más una creencia de que esto
del amor es una quimera.
-
Pues será una quimera, pero tú lo estás
pasando fatal y, eso que solo has estado un día con ella. Llámala ya y deja de
darle vueltas.
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