Cuatro cosas
hay que nunca vuelven más:
una bala
disparada,
una palabra hablada,
un tiempo
pasado
y una ocasión
desaprovechada.
Proverbio árabe.
Además de dividir el tiempo y su
movimiento en segundos, minutos, horas, días, meses y años, utilizamos los
conceptos de pasado, presente y futuro.
Pero pasado, presente y futuro no son
más que conceptos intelectuales para expresar el movimiento del tiempo. El
pasado es lo que ya pasó, el presente es la actualidad, y el futuro está por
llegar. Estas tres palabras tienen un poder magnético para los seres humanos,
sobre todo el pasado y el futuro, ya que se aferran a ellas, sin soltarse como
si fueran bebés agarrando su chupete, y sin embargo, solo son eso, conceptos
intelectuales. Y mientras las personas se aferran al pasado y al futuro, al
concepto del presente se le olvida, no viviéndole, puesto que la persona está
ocupada en el proceso de pensamiento que le lleva a revivir el pasado y a
planificar una y otra vez, de manera reiterada, el futuro.
El tiempo es
algo relativo, y lo único que realmente existe de él, es un continuo de vida,
un continuo, que como indica la palabra, nunca se detiene, un continuo siempre
en movimiento, siempre fluyendo. Ese fluir es como un corcho flotando en la
corriente de un rio, nunca se detiene, siempre va con la corriente. Por lo
tanto el presente, lo que entendemos como presente, es tan efímero, que cuando
decimos la palabra “presente”, al decir “te”, el “presen” ya es pasado.
Y ese pasado
al que los seres humanos se atan, recordando la ofensa del vecino, la
enfermedad del familiar, el engaño de la pareja o la traición del amigo, ¿Dónde queda?, ¡No queda!, ¡No existe!, ¡Se
va! Imaginar que encendéis un fosforo. Cuando se enciende sale de él una
columna de humo, observa el tiempo que dura, y observa que pasa con ella, es
tan efímera que se desvanece en el ambiente incluso antes de que el fosforo
esté completamente encendido. ¿Dónde quedó el humo?, pues quedó en el mismo
lugar que el pasado, no existe, se desvaneció en el aire, de la misma manera
que se desvanece el continuo presente con el fluir de la vida.
Pero los
seres humanos, “erre que erre”, siguen dándole vueltas a eso que solo existe
como un recuerdo en su mente. Torturándose, amargándose, sufriendo,
enfermándose. En cualquier situación, por muy dramática que sea, se ha de
considerar que torturarse no soluciona ningún problema, ya sé que es muy fácil
decirlo, pero es la realidad. Si te ha ofendido el vecino no sirve de nada
darle vueltas porque es como si el vecino estuviera realizando la ofensa un
minuto tras otro, y no es así, la ofensa se hizo una vez y duró un momento,
¿Por qué mortificarse? Lo que se ha de hacer es no volver a frecuentarle,
después de haberle perdonado para que no se acumule energía de odio o de ira. En
el caso de enfermedad de un familiar, ocurre lo mismo. ¿Se sana al enfermo con
el sufrimiento?, por supuesto que no, y con el sufrimiento no se le puede
atender al cien por cien, ya que la energía del sufrimiento desgasta mucho y
además añade dolor al enfermo porque recibe de manera inconsciente esa energía
de sufrimiento incrementándose el propio dolor. Incluso en el caso más
dramático como es la muerte de un ser querido, si realmente amamos al ser que
nos ha dejado debemos estar felices porque sigue viviendo en un lugar de paz,
felicidad, alegría y amor, a no ser que el propio egoísmo por no poder verle
físicamente nos ciegue y nos impida ver la realidad, e incluso, es posible que
se prefiriera que viviera la persona, aunque estuviera postrada en la cama con
dolor. La muerte solo es la desaparición de la vestimenta, solo es un cambio de
conciencia, y además para mejor, ya que al lugar al que se va no existe el
miedo, ni el rencor, ni el dolor, ni la enfermedad.
Podríamos
seguir así analizando caso por caso, pero no merece la pena. Sólo recordar que
el perdón o la serenidad que se consiga no cancela el mal realizado. Lo único
que hace es permitir a la persona seguir su camino sin rencor. Después de
perdonar se han de llevar a cabo las acciones legales necesarias. Somos seres
humanos y han de cumplirse las leyes de los hombres.
Y ¿El
futuro?, ¿Merece la pena hablar del futuro?, ¿Para qué perder el tiempo hablando
del futuro si no existe? Si no existe el pasado, el futuro aun existe menos
porque aun no ha llegado. El futuro ata a las personas por las frustraciones
que genera al no cumplirse las expectativas generadas. Eso no quiere decir que
no debamos organizar y planificar, si, hay que hacerlo, pero sin atarnos a los
resultados que son los generadores de sufrimiento. Son nuestras acciones de hoy
las que van a determinar cómo será nuestro mañana, y si nuestro mañana no sale
como a nosotros nos gustaría que saliera, ¡Qué le vamos a hacer!, por algo
será, algo habremos hecho para conseguir los resultados obtenidos, solo queda
aceptarlos.
El tiempo, la vida, es un fluir
permanente, lo único que hemos de hacer es tratar de vivir y ser conscientes de
ese fluir, sin luchar por modificar la vida, cansa mucho y se desperdicia mucha
energía que vamos a necesitar para el siguiente escalón de la vida, escalón que
no podremos subir si permanecemos lamentándonos de lo que pasó en el escalón
anterior. La vida que tenemos es la que hemos decidido vivir. Somos nosotros
los que decidimos vivir la tristeza o la alegría, somos nosotros los que
decidimos vivir el sufrimiento o la felicidad, somos nosotros los que decidimos
vivir la vida o vivir de recuerdos.
¿Qué hacer para vivir el ahora?, es
fácil, solo hay que mantener la mente en la vida, sin permitir que la mente
desvaríe yéndose a las acciones pasadas o fantaseando sobre el futuro. Lo mejor
meditar.
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