La vida que
vivimos es ilusión, es fantasía, es un cúmulo de preocupaciones, de deseos
incumplidos, de desengaños, de mentiras, de desamores, que nos va llevando poco
a poco, en la mayoría de los casos, a la insatisfacción, como mal menor, o a la
tristeza, al dolor o al sufrimiento.
Sin embargo, no todo está perdido, y
no lo está porque en esa vida de fantasía, que hemos decidido vivir los seres
humanos, casi siempre existe un momento en el que como un rayo de luz aparece
en nuestro interior un mensaje directo del corazón, un mensaje, que nos acerca
al menos a la duda de si es correcta la vida que llevamos o si existe alguna
otra manera de vivir que sea más placentera emocionalmente.
El mensaje
que se recibe, es escueto, y suele aparecer en los momentos de mayor dramatismo
de nuestra vida, puede ser en la enfermedad, puede ser en el sufrimiento, puede
ser en la depresión o en la tristeza, puede ser en la desaparición de un ser
querido, o en una etapa de estrés en nuestra vida.
Ese mensaje parece
que llega cuando se han agotado las vías convencionales que la sociedad pone a
nuestro alcance para la solución de conflictos, sin haber encontrado en ellas
la solución del problema o sin haber encontrado el desahogo emocional que nos
permita salir del pozo en el que, sin saber muy bien como, hemos caído. Pero no
es así. El mensaje siempre está ahí, pero es tan suave que es imposible percibirlo
cuando nuestra mente se encuentra aturdida con todo el ruido producido por el
fragor de la batalla de nuestras preocupaciones.
Es cuando en
medio de la desesperación la mente se aquieta como dando por perdida la batalla
cuando escuchamos un leve susurro que nos impulsa a dudar de si la manera de
gestionar nuestra vida y nuestro dolor es el correcto, y si no sería posible aplicar
una solución distinta a la de darle vueltas y más vueltas a un problema que
para el que sufre, atado a una rueda que gira y gira, siempre en el mismo
sentido, parece inviable cualquier solución.
En ese
momento, de nosotros depende detener la rueda y seguir a la luz. Porque puede
la persona no hacer caso del susurro, o puede comenzar a razonar que eso que le
llega es una tontería, o puede, al menos conceder a su intuición el beneficio
de la duda y buscar esa nueva manera de solucionar su problema.
La solución
del problema tiene un primer peldaño, que es el silencio, el silencio mental, porque
es en él donde se va a encontrar la sabiduría necesaria para enfocar los
problemas de una manera más sana y más inteligente. Y tiene un segundo peldaño,
que es el trabajo. Será a partir de ese momento cuando la persona decida si
quiere trabajar para conseguir su serenidad, o prefiere volver al maltrato que
le genera el carrusel de su mente.
Pero siempre
será necesario haber sentido ese rayo de luz y haber tratado de seguir su
resplandor.
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