En algún momento de la Creación se
originan las Mónadas o unidades de conciencia. Las Mónadas son como Chispas de
Fuego Supremo, como fragmentos divinos, como fragmentos de vida divina
separada, como entidad individual.
Las Mónadas, en el momento de la
Creación son omniscientes, (capacidad de saberlo todo), y omnipresentes,
(capacidad de estar en todas partes simultáneamente), pero únicamente lo son en
el plano en el que fueron creadas, ya que en todos los demás planos son
inconscientes e insensibles, incluido el plano físico, por lo que no son
capaces de responder a todas las vibraciones divinas del Universo.
Desde el plano físico en el que
estamos hasta el plano donde están las Mónadas hay otros siete. En total nueve.
Para poder ser sensibles en todos los
planos, en todos omniscientes, en todos omnipresentes, las Mónadas han de
manifestarse en esos planos, de ahí que todo el proceso de la evolución del
“Yo” individual es una actividad escogida por las Mónadas mismas. Estamos en
los mundos de la materia, porque hemos querido vivir.
Este impulso divino, buscando siempre
la más amplia manifestación de vida, es perceptible en toda la naturaleza y se
le denomina la voluntad de vivir. Aparece en la semilla al asomar su brote
hacia la luz y en el capullo rompiendo su prisión y expandiéndose a la claridad
del sol.
Las Mónadas comienzan su descenso a
la materia, irradiando sus rayos de vida, ya que las Mónadas siempre permanecen
en el plano donde fueron creadas, “en el seno del Padre”, siendo sus rayos de
vida los que llegan al océano de la materia, apropiándose allí de los
materiales necesarios para su evolución en los planos inferiores.
A ese conjunto se le llama Triada
Superior, Alma Superior, Yo Superior u
Hombre Celestial, entre otras; y es de naturaleza idéntica a la de la Mónada
aunque con una fuerza menor por los velos de materia que la envuelven. Este
Alma Superior reside en un plano que es conocido como el plano causal, y no se
mueve de ahí mientras duran todas las encarnaciones del ser. Y es desde aquí,
que el Alma Superior lanza también sus rayos de vida hasta la materia para
formar lo que se denomina alma encarnada.
En el séptimo mes, el alma encarnada
se localiza en el feto, y su localización está en el duodécimo chakra en las
filosofías o técnicas que trabajan con once chakras mayores, o en el octavo
chakra en las filosofías que trabajan con siete chakras mayores. En cualquier
caso, le llamemos octavo o duodécimo, este se encuentra a treinta centímetros por encima de la cabeza.
El octavo o duodécimo chakra parece
una estrella dorada. Se le llama, en algunas tradiciones, “Estrella del alma”.
Cuando una persona madura espiritualmente, la estrella dorada evoluciona a una
perla dorada, a una bola dorada, a un brote dorado o a una llama dorada. En la
terminología cristiana, esto es lo que se llama el “Fuego de Pentecostés”. Si
el practicante aún evoluciona más, el brote dorado literalmente florece y se
abre hacia arriba como una pequeña flor de loto dorada.
Desde este chakra, el alma encarnada,
irradia hacia fuera, formando “el aura del alma”, o “energía del alma”.
Así como el cuerpo etérico penetra el
cuerpo físico, y está dentro y fuera del cuerpo físico, así mismo, la esencia
del alma penetra el cuerpo físico, yendo más allá de este. Por eso, el cuerpo
físico está realmente dentro del alma y no el alma dentro del cuerpo físico.
Los cuerpos físico, energético,
astral y mental inferior se hallan todos dentro del alma encarnada. Por lo
tanto, podemos definir a la persona como un alma con un cuerpo físico y otros
cuerpos sutiles.
Resumiendo: La Chispa Divina, que es
Creación de Dios proyecta una porción de sí misma y se manifiesta en el plano
causal, como el Alma Superior. El Alma Superior extiende y proyecta una porción
de sí misma manifestándose como el alma encarnada.
¿Por qué no somos conscientes de
esto?: Porque nuestra mente está entrenada para las cuestiones materiales, pero
no para las espirituales, (en preciso aclarar que el término espiritual se
refiere a los temas del alma, no a los temas de las religiones). Si cuando
somos pequeños en vez de enseñarnos que hemos de estudiar para ser ingenieros y
tener mucho dinero, nos enseñaran a amar para unirnos a Dios, toda nuestra vida
sería completamente distinta, porque distintas serian nuestras creencias,
distintas nuestras convicciones y distinta nuestra manera de pensar y actuar.
Al
no ser conscientes de nuestra divinidad, no tenemos contacto con nuestra
alma, por lo que el octavo o duodécimo chakra, el chakra del alma está
completamente cerrado, y no lo va a abrir ningún chaman, sólo se va a abrir
cuando se toma contacto con él, será entonces cuando comience el auténtico y
verdadero trabajo para el que hemos decidido venir a la materia. No estamos
aquí para ser ingenieros, no estamos aquí para tener una suculenta cuenta
corriente, no estamos aquí para casarnos y tener hijos, no. Estamos aquí para
unirnos al alma, nada más.
Nada puede apartar de Dios al
espíritu humano. Por lo tanto, el primer trabajo es entendernos a nosotros
mismos, y convertirnos en seres espirituales. Un ser espiritual es aquel que
estando en el mundo, entiende que hay una razón de su estancia aquí, que esa razón
es la unión con Dios y que para esa unión necesita vivir desde su alma.
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