Introducción del libro "Alma peregrina"
Cuando
pienso en mi vida, en la cantidad de vida transcurrida, me parece muchísima y,
sin embargo, qué rápida ha pasado, cuánto tiempo perdido, cuántos pensamientos
desperdiciados, cuánto sufrimiento inútil, cuánta lucha, cuantos desengaños,
cuantos desencuentros, ¿O no? Porque realmente el tiempo perdido, los
pensamientos desperdiciados, el sufrimiento y la lucha, los desengaños y los
desencuentros son justamente mi vida. Es eso lo que me ha traído hasta aquí,
hasta este momento, y no otra cosa. Es eso lo que ha construido mi carácter, mi
manera de ser, de pensar y de sentir en este momento, hasta sentarme delante de
la computadora para empezar, con todo respeto, la escritura de este libro. Es
seguro que otros tiempos, otros pensamientos, otros sufrimientos, otras luchas,
otros desengaños y otros desencuentros no me habrían puesto en este lugar
ahora. ¿Mejor?, ¿Peor? No sé. Ni mejor ni peor. Sería distinto.
Hace
mucho tiempo me transportaba con el pensamiento a mi edad actual, soy un
jubilado, y me veía paseando nietos, viendo televisión y esperando
pacientemente el momento de la muerte. Sin embargo, estoy iniciando la
escritura de un nuevo libro, y en lugar de estar paseando nietos, mi esposa y
yo estamos criando a nuestro hijo que hoy tiene tres años y medio. Veo media hora de
dibujos animados, que es lo que ve mi hijo, y la muerte la contemplo como algo
imprescindible, y en muchos momentos deseada, de la misma manera que contemplo
el comer o el respirar de cada día.
Aunque he iniciado el libro escribiendo
sobre mí, no es un libro autobiográfico. Aunque en algunos pasajes sí relataré
mi propia experiencia, ya que es la más cercana que tengo y la que mejor
conozco.
Plasmaré, de la manera más clara
posible, cómo crecer espiritualmente, cómo saber qué hacemos aquí, en la
Tierra, y trataré de marcar las coordenadas que nos devuelvan al camino de
retorno a casa, al camino de retorno a Dios.
He
dedicado los últimos quince años de mi vida a la sanación, a la meditación, a
la búsqueda de los maestros, a la búsqueda de Dios. Los anteriores también,
pero yo no sabía que buscaba a Dios, yo buscaba la “iluminación”, con
minúscula, porque era algo que veía más como un logro personal que como un
encuentro con Dios. Era la culminación de mi orgullo, era la apoteosis de mi soberbia.
Soberbia y orgullo en las que hoy sigo trabajando, o al menos eso creo.
Dios
era ajeno a mi trabajo (eso era lo que yo pensaba), incluso en algunas fases de
ese trabajo de búsqueda llegué a plantearme si realmente existía Dios, cuando
es Él quien me permite no solo hacer mi trabajo de sanador, sino que es Él
quien sana y mantiene mi vida.
Trabajar
en un Centro de Sanación al que acuden innumerables personas abre un abanico de posibilidades
increíble para conocer realmente sus estados mentales y emocionales, para
conocer cómo condiciona la sociedad en la vida, en la salud, en el carácter y
en la conciencia de sus miembros, para conocer la escasa voluntad de los seres
humanos para trabajar en su propia recuperación, en su propia evolución, en su
propio crecimiento, y sobre todo, para saber cómo y cuánto están de separados
de Dios.
Sí,
voy a hablar de Dios, es el tema central de este libro: Cómo crecer
espiritualmente para acercarnos a Dios. Pero voy a hacerlo desde una
perspectiva espiritual, en absoluto religiosa, porque espíritu y religión son
conceptos distintos. Mientras que la religión se refiere al conjunto de
creencias, normas de comportamiento y ceremonias de oración y sacrificio, que
son propias de un determinado grupo humano y con las que el ser humano reconoce
una relación con la divinidad, el espíritu es la parte divina del ser humano.
No
necesitamos, por lo tanto, intermediarios para tratar con Dios. Mejor hacerlo
directamente desde el interior, desde la parte divina, que hacerlo con una pandereta,
de cara a la galería y dirigidos por otros que dicen que representan a Dios.
Las distintas religiones se han apropiado de Dios, pero lo han hecho con malas
artes, lo han hecho a través del miedo, de la manipulación, de la
discriminación y de la crítica. Y Dios es Amor, y nadie que utilice el miedo,
la manipulación, la discriminación o la crítica puede hablar en nombre de Dios,
sencillamente porque no Ama. Voy a hablar de Dios desde la perspectiva del
humano espiritual, no del religioso, voy a hablar de Dios desde la perspectiva
de hijo Suyo.
Estamos acostumbrados a intentar
curarlo todo con pastillas, pero aún no se han inventado las píldoras que sanen
el miedo, la rabia o la falta de amor, que son los verdaderos orígenes de
muchas de las enfermedades que se intentan curar, pero que no se sanan con
pastillas. Pues la auténtica causa del problema no se sanará con ningún método
que no suponga la introspección en nuestro propio interior, para encontrar, de
manera honesta, la verdadera razón del mal que nos aqueja y trabajar después
con voluntad en nuestra propia sanación. La sanación, la auténtica y real
sanación pasa por saber realmente quiénes somos, por cambiar los hábitos de
vida, por hacernos conscientes de nuestra unicidad y por encontrar a Dios en la
mirada del otro.
Cada persona que acude a consulta viene
con los mismos síntomas que traía consigo la persona de la visita anterior, y
son los mismos que traerá la siguiente persona: infelicidad, ansiedad, miedo,
estrés, tristeza, sensación de soledad. En casos más extremos, todas esas
emociones desbocadas ya han hecho mella en el cuerpo físico, siempre atacando
en sus partes más débiles.
Cuando el mal ya se ha apoderado del
cuerpo, cuando existe un dolor o una molestia física, la persona es más consciente
y más constante, y es capaz de seguir con más interés las indicaciones del
sanador, tanto más, cuanto mayor es el mal en el cuerpo. Pero si el problema es
solamente emocional, preferirá no seguir con la terapia, ni mucho menos seguir
las indicaciones.
No le parece importante la infelicidad
o la ansiedad, y si con un poco de suerte pasa algo a mitad de semana, que hace
que su ánimo se eleve un poquito, y que se encuentre mejor, para qué perder el
tiempo en meditar, en observarse o en ser honesto consigo mismo para ver qué es
lo que realmente tiene en su interior. Puede estar meses y hasta años
lamentándose del sufrimiento, arrojando sobre los demás su dolor, siendo
incapaz de bucear un cuarto de hora cada día en su interior para descubrir la
causa de su verdadero sufrimiento y poder así remediarlo.
He pensado que sería fabuloso instalar
en el cerebro de las personas una especie de memoria que le indicara cuáles son
los pensamientos que la hacen sufrir y ser infeliz, y cuáles la pueden ayudar a
alcanzar aquello que busca desesperadamente: la felicidad. Y por extensión a
Dios. Pero por ahora, eso no es posible.
Sé que leer no sirve de mucho, porque
son muchas las personas que leen con avidez un libro tras otro, sin que jamás
pongan en práctica nada de lo leído, pero siento la necesidad de intentarlo.
Por un libro más, tampoco pasa nada.
En las redes sociales corren
pensamientos deliciosos, y leía uno que decía: “Tener un hijo, plantar un árbol
y escribir un libro, es fácil. Lo difícil es criar al hijo, regar el árbol y
que alguien lea el libro”. En el caso del libro, no es tan fácil escribirlo,
aunque, una vez editado, si una sola persona puede sacar provecho de este, en
mi caso, me doy por satisfecho. Y si nadie obtuviera de él ni un solo
beneficio, bueno, también está bien, ya que, en el proceso de escribirlo, entro
en contacto con la parte más íntima, y yo, al menos, sí que estoy activando el
recuerdo de que no soy el cuerpo que está delante de la computadora, de que soy
algo mucho más grande y con mucho más poder de lo que el conjunto de la
sociedad está haciéndome creer desde que tengo uso de razón.
Ya he pasado por las fases en las que
he tenido que escuchar que soy raro, que soy un loco o que me han sorbido el
cerebro. Ya hace tiempo que no me importa, en absoluto, lo que los demás puedan
pensar de mí. Hace tiempo que tampoco existen para mí los compromisos sociales.
Hace tiempo que mi único trabajo es la búsqueda de la felicidad, de mi
felicidad, para hacerla extensible a los que me rodean. Hace tiempo que mi
único trabajo es encontrarme con Dios.
No hace mucho escribía en el blog
“El inca vuelve a casa”, en el que de vez en cuando pongo algún pensamiento:
“Soy feliz en mi trabajo, pero no por mi trabajo. Soy feliz en mi matrimonio,
pero no por mi esposa. Soy feliz con mi vida, pero no por mi vida”.
Sencillamente soy feliz. Felicidad que ya he encontrado dentro de mí, no sé en
qué medida, porque en la felicidad, como casi todo en la vida, hay grados. Sé
que una vez conseguida la felicidad plena, ya no será necesario seguir dentro
de un cuerpo, porque la felicidad plena supone vivir el Amor, supone sentir la
conexión con todo lo creado, supone haber integrado en el cuerpo físico la
grandeza de nuestra divinidad, supone haber encontrado a Dios. Y estoy contento
por haber iniciado el camino de regreso.
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