El
alma es un punto de Luz. Dios es la Luz.
No
hay diferencia entre un punto de Luz y otro. Por lo tanto, todas las almas son
iguales. Todos los hombres también.
El
hombre es el alma recubierto de materia. Dios habita en el interior del hombre.
El
hombre es finito, porque la materia más pronto que tarde se convierte en polvo.
El alma es inmortal porque sigue siendo Luz.
El
hombre es un reflejo de la Luz. Es un reflejo de Dios.
A
veces la Luz se opaca porque el mismo hombre la recubre con sus tristes
pensamientos, con sus pensamientos de dolor, con su idea de separación de Dios,
por el desconocimiento de que es alma, de que es Luz, de que es inmortal.
Cuando
la Luz se opaca el hombre duerme y entonces sueña que está viviendo una vida
separada de Dios. Sueña que es un ser independiente y que tiene que defenderse
de los otros hombres, que normalmente también han opacado su Luz y también
duermen. No saben en su sueño que todos son lo mismo.
Los
hombres en sus sueños se engañan, se roban, se ofenden, se matan, se critican,
se juzgan, se discriminan. ¡No es fácil despertar!, pero para eso vivimos,
¡para nada más!
Para
despertar no hay que abrir los ojos, hay que abrir el corazón.
El
despertar es lento, es paulatino, pero una vez que se abre el corazón el hombre
cambia, el hombre, por fin, vive. Los otros hombres, dormidos, no pueden
soportar a nadie despierto, le atacarán con saña: Estás loco, estás en una
secta, te han engañado, y le retirarán la palabra.
Cuando
el hombre despierto aguanta el vendaval comenzará a tener seguidores: Dirán de
él ¡es un maestro!, ¡es un guía! También se equivocan porque solo está
despertando, el auténtico maestro habita en el interior del hombre: Es Dios.
El hombre vive inmerso en un ruido infernal. Ese ruido son sus pensamientos producidos por su mente en el sueño.
Se
acaba el ruido cuando el hombre despierta. Se detiene el carrusel de su mente,
¡Todo es silencio!, y en el silencio todo está bien, todo es perfecto: las
críticas y los halagos.
El
hombre en el silencio vuelve a vivir desde el alma, vuelve a vivir en la Luz,
vuelve a sentir a Dios.
Es
en el silencio donde se produce el esperado encuentro: El encuentro con Dios.
Y por fin el hombre es libre. Es feliz. Por fin ha vuelto a acariciar su divinidad.
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