Existe
una expresión que dice: “Todos los caminos conducen a Roma". Aunque no
importe mucho para esta entrada, dicha expresión proviene de la época del imperio
romano, donde se construyeron más de 400 vías, unos 70.000 kilómetros, para
comunicar la capital, Roma, considerada el centro donde convergía el poder del
imperio, con las provincias más alejadas.
Cambiemos
a la ciudad de Roma por nuestro propio origen: “Dios”. Con lo cual la expresión
quedaría “Todos los caminos llevan a Dios”, que además es utilizada también con
cierta frecuencia. Aunque en muchos escritos explican que no es, en absoluto,
cierta.
Pues
es totalmente cierta. El origen del hombre es Dios, y su meta también es Dios.
Todos los hombres van a llegar a la meta, unos tardarán más porque irán dando
rodeos kilométricos y otros llegarán más rápido al avanzar por el camino recto,
pero todos, absolutamente todos, volverán al origen, volverán a Dios. Unos de
manera rápida como la liebre, y otros más lentos como la tortuga.
Se
puede afirmar, por lo tanto, que todos los caminos conducen a Dios. Sabemos,
también, que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Así que,
parece claro, que, de todos los caminos, sólo uno va a llevar al hombre
directamente a Dios, sin rodeos. Los caminos restantes pueden dar muchas
vueltas, pasando muchas veces por el mismo lugar, avanzando un paso y
rodeándolo varios kilómetros, que, traducido a la existencia del ser humano,
significa vivir en la materia una y otra vez, sin avanzar ni un solo metro en
cada una de esas vidas.
Algunos
de los vehículos que encaminan al hombre a ese punto que le coloca en el camino
más corto para alcanzar a Dios bien podría ser la práctica de la oración en
cualquiera de las formas que enseñan las diferentes religiones, como rezar el Santo
Rosario, los rezos del Salât, Ardas el rezo de los Sikhs o los tres rezos del judaísmo,
solo por nombrar algunos de los más importantes. Son también vehículos, la meditación,
la práctica del yoga, el servicio en cualquiera de sus formas, hacer el diezmo
de manera desinteresada, o practicar alguna de las infinitas formas que enseña
la sociedad en la actualidad, de silencio, de visualización, de contemplación o
de perdón.
Pero
la herramienta más importante es el Amor. Y ¡nadie enseña a Amar! Cuando el ser
humano Ame a todos y a todo, porque comprende que todo es una Creación de Dios,
se habrá colocado en el centro de ese camino que le va a conducir en línea recta,
sin rodeos y sin demoras a Dios. Sin necesidad de nada más. Sin necesidad de religiones,
ni de rezos, ni de lecturas, ni de técnicas de ningún tipo.
La
mejor manera para aprender a Amar es tratar a todos aquellos que la persona
tenga a su alrededor como si fuera el mismo Dios. Es bien cierto que a Dios le
agradan los rezos y la ayuda al prójimo, pero más le agrada que los hombres,
Sus hijos, se amen de manera incondicional. En el Amor ya está incluida la oración,
el servicio, la compasión, la misericordia, la alegría, la ternura y la
felicidad. Y no Aman cuando juzgan, cuando critican, cuando engañan, cuando
roban, cuando no cumplen la palabra, cuando…
Sin
embargo, el hombre es ¡tan vulnerable!, ¡tan mental!, ¡tan apegado al sueño!,
que necesita de una zanahoria, como los pollinos, para avanzar lentamente en su
camino.
Es
bueno que el ser humano mantenga la zanahoria delante hasta que la llama del
Amor prenda en su corazón, pero sin confundir el estímulo con el objetivo.
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