Todos los seres humanos estamos
plenamente convencidos de que todos nuestros males tienen como origen causas
externas, las mismas circunstancias de la vida y por supuesto, la actuación, la
mala fe y la manera de ser del resto de seres humanos. Con una excepción, la
enfermedad física, de la que no solemos habitualmente culpar a otros, de hecho
no culpabilizamos casi nunca a nadie de nuestra mala salud, aunque a veces nos
dan tentaciones de culpabilizar a Dios, y si no le culpabilizamos abiertamente,
si caemos de la tentación de increparle por dicha enfermedad con la frase:
“¿Por qué a mi Señor?, si no hago mal a nadie”.
Es más que posible que tú también te
encuentres entre las personas que culpabilizan de todos sus problemas al resto
del mundo. Lo que no se si has pensado alguna vez es que los demás te están
culpabilizando también a ti de sus desgracias.
En fin, que de todo lo que nos
ocurre, ya sea física, mental o emocionalmente, la culpa la tienen otros: o la
tiene Dios o la tiene el resto del mundo. ¡Qué lejos estamos de la realidad!,
medio mundo culpabilizando al otro medio, cuando nadie, absolutamente nadie es
responsable de lo que le ocurre a otra persona. Sólo uno mismo es responsable
de sus sufrimientos y de sus alegrías, de su salud y de su enfermedad.
El único problema de casi todos los
seres humanos es dejar que la mente campe a su antojo, en unos casos por
desconocimiento, y en otros, conocedores del maravilloso poder de la mente, por
la falta de voluntad para dominarla y utilizarla en beneficio propio.
La espoleta de todos nuestros
problemas es la mente, hemos de tener en cuenta que la mente siempre está
elucubrando, siempre maquinando, siempre imaginando, siempre recordando,
siempre comparando, siempre juzgando; la mente no descansa, siempre hay
pensamientos: Pensamos en lo que paso ayer, o anteayer, o hace una semana, o el
verano pasado, pensamos en lo que dijimos, en cómo lo hicimos, en que lo podíamos
haber hecho de otra manera, pero claro después de cómo se comportaron no quedó
más remedio que decir eso y de esa manera. Pensamos en lo que nos hicieron, o
en lo que nos dijeron, o en aquello que nos contaron que dijeron de nosotros, o
que no hicieron aquello que esperábamos que hicieran, o que no fueron
agradecidos después del sacrificio que habíamos hecho, etc., etc., etc.
Pensamos en lo raro que está fulanito, “¿Será que le habré hecho algo?, yo no
merezco un trato así.” Pensamos en mañana, en pasado mañana, en el próximo
verano, en lo que haremos, en como lo haremos, en lo que esperamos conseguir,
en cómo nos vamos a comportar, en cómo esperamos que se comporten con nosotros.
Pensamos, en fin, en un millón de simplezas como estas un minuto tras otro, y
así casi eternamente.
Y mientras ocurre todo eso, la vida
sigue pasando, pero estamos tan ocupados en nuestro ruido interior que no somos
conscientes de casi nada de lo que pasa por delante de nuestras propias
narices.
Todos estos pensamientos producen un
determinado tipo de energía en función del tipo de pensamiento. Cada pensamiento
genera su característica energía según sea de rabia, de odio, de culpa, de
miedo, de ira, de desconfianza, etc. Y es esta energía la que nos hace estar
con un determinado sentimiento y con una determinada situación emocional.
Justamente esa que achacamos a los demás solo es debido a nuestro pensamiento
sobre cada asunto.
Pero hay más, con esa energía que
estamos generando estamos alimentando a nuestro cuerpo físico, y de tanto
alimentarlo con energía sucia, se ensucia el cuerpo físico y aparece la
enfermedad, de la que podemos culpabilizar al propio Dios, si nos apetece, pero
solo nosotros somos responsables.
Es bien cierto que se puede pensar: “Si
no me hubieran hecho tal cosa, o dicho tal otra, yo no le daría vueltas en la
cabeza, y así no habría generado ni ese sentimiento ni esa situación emocional,
por lo tanto la culpa es del que me hizo tal cosa o me dijo tal otra. Y no es
culpa mía por lo tanto el que no salga de mi cabeza”.
Si alguien piensa esto, lamento
decirle, con todo respeto, y siempre desde mi creencia y mi propia experiencia,
que se equivoca. Cualquier cosa que nos hagan o nos digan, por muy mala que
sea, ocurre en un momento. La persona que nos ha ofendido, se va a quedar tan
feliz, o no, pero a nosotros nos da lo mismo. Por más vueltas que le demos en
la cabeza a la misma situación, no vamos a solucionar nada, ya no se puede
volver atrás en el tiempo, no se puede borra el hecho o las palabras dichas,
¿Para qué recordar siempre lo mismo, sabiendo que nada va a cambiar y sabiendo
que además nos afecta negativamente tanto emocional como físicamente?
Podemos realizar una serie de
acciones, como denunciar a la persona, o dejar de hablarla, o separarnos de
ella, o etc., pero una acción que no debemos llevar a cabo bajo ningún concepto
es pensar en el hecho una y otra vez, señalando en nuestro pensamiento a la
persona por ser la culpable de los males que nos aquejan o van a empezar a
aquejarnos. Solo nosotros somos responsables de nuestros pensamientos y de todo
lo que estos generan, por lo tanto lo único efectivo es tomar las acciones que
la situación aconseje, y no volver al mismo pensamiento de manera reiterada.
De las cuatrocientas y pico entradas
que hay en este blog, más del cincuenta por ciento hablan de lo mismo, De los
infinitos post que se cuelgan en las redes sociales, más de la mitad hablan de
lo mismo. De los miles y miles de libros de ayuda y autoayuda más de la mitad
hablan de lo mismo.
¿Será que tienen razón?, pues
entonces, ¿A qué esperas para dejar de dar pábulo a las simplezas del resto del
mundo y centrarte en conseguir la felicidad en tu vida? Si no lo consigues no
culpabilices a los demás, es tu responsabilidad.
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