Querido Dios:
Es curioso pensar que
no soy el único que busca este propósito. En realidad, creo que todos los seres
humanos, sin excepción, estamos imbuidos en esta misma búsqueda. La felicidad
parece ser algo universal, un hilo que conecta nuestras vidas y nuestras
acciones. Sin embargo, aunque todos compartimos este anhelo, muy pocos logran
encontrarla de manera genuina; quienes la consiguen parecen ser una rara
excepción, casi como si hubieran hallado un tesoro escondido que los demás no
sabemos siquiera dónde buscar.
Esto me lleva a preguntarme:
¿Será que no la encontramos porque no sabemos exactamente qué es lo que estamos
buscando? Puede que sea así, porque, honestamente, ¿sabemos verdaderamente qué
es la felicidad? Parece que la respuesta no es clara. Nos aferramos a ideas y
conceptos transmitidos de generación en generación, como si la felicidad
tuviera una fórmula definida y universal. Buscamos lo que conocemos, lo que nos
han enseñado, lo que observamos que los demás también persiguen. Vamos tras lo
que la sociedad exalta como el ideal: el éxito, la riqueza, el prestigio.
Buscamos aquello por lo que tanto lucharon nuestros mayores, creyendo que en
esos logros encontraremos el verdadero gozo.
Sin embargo, lo que
encontramos cuando seguimos este camino es, paradójicamente, sufrimiento. La
felicidad no parece hallarse en nada de lo que nos han señalado como deseable.
Si así fuera, muchos la habrían alcanzado. Pero no, la felicidad parece ser
esquiva, y esta búsqueda termina siendo, para la mayoría, un esfuerzo
infructuoso.
¿Por qué ocurre esto?
Tal vez porque hemos confundido la felicidad con el placer, con la euforia
momentánea que nos proporciona un logro, una compra, una experiencia. Pensamos
que, al acumular más bienes, más reconocimiento o más momentos placenteros,
estamos acercándonos a la felicidad. Pero cada vez que logramos algo nuevo, la
sensación de satisfacción se desvanece rápidamente, y volvemos a empezar, como
si estuviéramos atrapados en un ciclo interminable de deseo y frustración.
Esperamos encontrar la
felicidad cuando logramos la pareja perfecta, el empleo soñado, los hijos
ideales... y, no obstante, la experiencia nos demuestra que estas cosas no son
suficientes. Todo lo que esperamos alcanzar es efímero, incompleto. Las
relaciones pueden ser complicadas, los trabajos pueden ser demandantes, y los
hijos, aunque los amemos profundamente, tienen sus propios retos. Así, seguimos
buscando y esperando, siempre en vano.
¿Cómo es posible que
seamos tantos los que buscamos la felicidad, y tan pocos los que se encuentren
con ella? Más aún, ¿por qué parece haber más personas angustiadas que felices?
¿No será que estamos buscando en los lugares equivocados? ¿No será que, quizá,
hemos entendido mal qué significa realmente ser felices?
Hay algo más que
quiero reflexionar contigo, querido Dios. En medio de toda esta búsqueda, he
comenzado a preguntarme si la felicidad es algo que debe ser buscado en
absoluto. Tal vez no sea un objetivo que debamos perseguir con tanta
intensidad, sino algo que deberíamos aprender a reconocer en el presente, en lo
que ya tenemos, en lo que somos. Pero esto no es fácil. Nuestra cultura nos
enseña que siempre debemos querer más, que siempre hay algo mejor, que nunca
somos suficientes tal como somos.
A veces me pregunto si
la felicidad se encuentra en los pequeños momentos, esos que solemos dar por
sentados. El calor del sol en un día frío, la risa de un niño jugando, el sabor
de una comida preparada con amor. Tal vez estos instantes contienen más
felicidad de la que imaginamos, pero estamos demasiado ocupados persiguiendo
algo más grande como para notarlo. Tal vez la felicidad no sea algo monumental,
sino un hilo dorado que se teje en los detalles más humildes de la vida.
Y, aun así, ¿qué pasa
con el sufrimiento? Porque si algo parece ser universal además de la felicidad,
es el dolor, la pérdida, la frustración, la soledad, el miedo. Estos
sentimientos nos visitan a todos en algún momento, y en ocasiones parecen
eclipsar cualquier posibilidad de felicidad. ¿Cómo reconciliamos el sufrimiento
con la idea de una vida feliz?
Pienso que tal vez la
felicidad no sea la ausencia de sufrimiento, sino la capacidad de encontrar
significado incluso en los momentos difíciles. Tal vez se trate de aprender, de
crecer, de transformar lo que duele en algo que nos fortalece. Pero también sé
que esto es más fácil decirlo que hacerlo. En esos momentos de oscuridad, la
felicidad parece una luz demasiado distante, demasiado tenue para alcanzarla.
Por eso, querido Dios,
te escribo esta carta. Porque en medio de todas estas reflexiones, no puedo
evitar buscar respuestas más allá de mí mismo. Me pregunto si tú, que eres
testigo de todas las vidas y todas las luchas, tienes alguna guía que ofrecer.
¿Es la felicidad realmente alcanzable, o es un espejismo que nos impulsa a seguir
adelante? ¿Cómo podemos aprender a vivir plenamente, a aceptar lo bueno y lo
malo, sin perder la esperanza ni el sentido de propósito?
Con cariño y esperanza.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
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