Querido Dios:
A lo largo de mi vida,
he tratado de mantenerme en equilibrio, de ser alguien que construye, que ama,
que comprende. Pero hay momentos en los que algo se quiebra dentro de mí y, sin
darme cuenta, me dejo llevar por esa fuerza arrolladora que parece superar mi
voluntad. Es como si la ira, la frustración o el desánimo tomaran el control, y
mis acciones y palabras se convirtieran en algo que jamás quisiera ofrecer a
los demás. Cada vez que ocurre, me invade el remordimiento, la tristeza y una
sensación de fracaso. Es un dolor doble: por el daño que puedo causar y por el
hecho de sentirme incapaz de ser mejor.
He reflexionado mucho
sobre este problema, tratando de entenderlo. ¿Por qué ocurre? ¿Es mi
impaciencia, mis miedos, mis inseguridades? ¿Hay algo en mi pasado que pesa
demasiado en mi presente? Lo cierto es que, a veces, las respuestas parecen
esquivas, y eso me lleva a un lugar de desamparo. Me pregunto si esta batalla
interna es una prueba, algo que debo superar para crecer. Pero entonces surge
la duda: ¿tengo la fuerza para cambiar? Por eso recurro a Ti, porque sé que tu
sabiduría y tu amor son infinitos, y que en Ti puedo encontrar lo que yo mismo
no logro hallar.
Quiero pedirte, Padre,
que me ayudes a encontrar paz dentro de mí. Esa paz que calma tormentas, que
aquieta volcanes, que sana heridas. Ayúdame a ser más consciente de mis
emociones, a reconocerlas antes de que se apoderen de mí. Dame la capacidad de
respirar, de detenerme, de escuchar esa voz interior que me recuerda quién soy
realmente. Enséñame a ser más paciente, a ver las situaciones con perspectiva,
y a elegir siempre el camino del amor y la comprensión. Sé que no será fácil,
pero creo que Contigo puedo encontrar esa fuerza que parece tan lejana.
Además, te pido que me
des humildad. La humildad para reconocer mis errores, para disculparme
sinceramente y para aprender de cada experiencia. Muchas veces, el orgullo
puede ser un obstáculo para el cambio, y no quiero que sea así en mi caso.
Quiero ser alguien que construye puentes, no muros; alguien que deja huellas
positivas en los demás, y no cicatrices. Y sé que para lograrlo debo empezar
por mirar dentro de mí, por aceptar mis propias imperfecciones y trabajar en
ellas con dedicación y amor.
También te pido que
ilumines mi relación con los demás. Cuando mi temperamento me lleva a
reaccionar de manera negativa, el daño no solo recae en mí, sino en quienes me
rodean. Ayúdame a ser más comprensivo, más abierto, más empático. Dame las
palabras correctas cuando las necesite y el silencio cuando sea mejor callar.
Dame la sabiduría para construir relaciones basadas en el respeto, el apoyo
mutuo y el amor genuino. Porque sé que, al final, lo que realmente importa son
las conexiones que creamos y el impacto que dejamos en la vida de los demás.
Finalmente, quiero
agradecerte. A pesar de mis luchas internas, sé que me has dado muchas
bendiciones. Tengo personas que me quieren, oportunidades para crecer y, sobre
todo, tu presencia constante en mi vida. Aunque a veces me siento perdido, sé
que nunca estoy realmente solo, porque tú siempre estás ahí, dispuesto a
escuchar, a guiar, a sostener. Gracias por tu paciencia infinita, por tu amor
sin condiciones y por creer en mí incluso cuando yo mismo dudo de mis
capacidades.
Prometo esforzarme
Señor. Prometo trabajar en mí mismo, en mis emociones, en mi forma de
relacionarme con los demás. Pero también sé que necesito tu ayuda, tu luz, tu
guía. Juntos, creo que podemos transformar ese volcán en un jardín, esa lava en
algo constructivo y esa lucha interna en una fuente de aprendizaje y
crecimiento. Porque, al final, lo que más deseo es ser alguien que honra la
vida y que refleja tu amor en cada acción y palabra.
Gracias Señor.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
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