El 20 de febrero de
1994. Carl Sagan publica uno de los libros más importantes de divulgación
científica: “Un punto azul pálido”. Esta obra se basaba en la imagen tomada el
5 de febrero de 1990 del Voyager 1 en la que se veía la Tierra desde 6.000 millones
de kilómetros, la más lejana de la historia.
La instantánea,
considerada por la NASA como una de las más importantes de la historia, lejos
de quedarse en una anécdota, comenzó a verse como un reflejo de la presencia
del humano en el universo: ínfima. Con un tamaño de apenas “0,12 píxeles”, la
Tierra no se veía más que como un punto sin importancia dentro de un vasto
campo de estrellas. Su brillo sin particularidad y su presencia irrelevante,
convirtieron la fotografía, casi, en un tratado filosófico:
En “Un punto azul
pálido” escribía Carl Sagan: “Mira ese
punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los
que amas, todos los que conoces, todos los que alguna vez escuchaste, cada ser
humano que ha existido, vivió su vida”.
Si. En ese punto azul,
en la inmensidad del cosmos, donde las estrellas pueden relatar historias de
eternidad, vive el ser humano: un ser pequeño, frágil y vulnerable que, sin
embargo, se cree el centro del universo.
La fragilidad humana
es un delicado entramado de emociones, recuerdos, deseos y miedos, que se
despliega en cada suspiro y en cada latido. Suspiros y latidos que pueden
concluir en un instante, sin previo aviso, porque el ser humano nunca sabe
cuando será el último día de su viaje en ese punto azul que le lleva, parece, a
ninguna parte.
Pero no es así. Aunque
viaja con la Tierra, no es esta la que le está llevando, es el propio ser
humano el vehículo y su corazón el conductor. El ser humano sí que está
realizando un viaje: El viaje de vivir. Con un destino, para él, desconocido,
con una duración desconocida, con compañeros de viaje desconocidos, con
situaciones desconocidas.
Y cada amanecer, para
cada ser humano, que llega a ese nuevo día, es una página en blanco que espera
ser escrita, olvidándose de su fragilidad y vulnerabilidad, guiado por ¿su
corazón?, ¿por las estrellas?, ¿por su ego?, trata de avanzar a través de la
incertidumbre.
La fragilidad humana
no es solo física. Es cierto que puede desaparecer en cualquier momento, sin
embargo, mientras está presente, con mucha facilidad, sus corazones pueden
romperse, las mentes pueden nublarse y los sueños pueden desvanecerse ante los
embates del destino, llenando de nubarrones su existencia. Esa es mayor
fragilidad.
En los momentos más
oscuros, cuando el peso de la existencia parece insoportable, es cuando la luz
interior brilla con más intensidad. La fragilidad humana es un recordatorio
constante de nuestra humanidad compartida. Nos muestra que, a pesar de nuestras
debilidades, tenemos la capacidad de levantarnos, de sanar y de crecer. Cada
cicatriz es una marca de resiliencia, cada lágrima una prueba de nuestra
capacidad para sentir y perseverar.
Así, la fragilidad
humana no es una debilidad, sino una fortaleza oculta. Nos recuerda que somos
seres de carne y hueso, sí, pero también de sueños, de valor, de fortaleza y
esperanzas. En cada gesto delicado, en cada acto de compasión, revelamos la
esencia misma de nuestra humanidad: un ser que, a pesar de su fragilidad, posee
una capacidad infinita para amar, crear y transformar el mundo que lo rodea.
Porque
a pesar de ser más pequeños que un grano de arena y de nuestra fragilidad,
tenemos un destino y una misión que cumplir: Amar, crear y transformar el mundo
que nos rodea.
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