El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 28 de julio de 2025

El arte de esperar con serenidad

 


El Arte de Esperar con Serenidad

        En un mundo acelerado donde las respuestas son inmediatas y la gratificación está a un clic de distancia, la paciencia ha pasado a ser casi un acto de rebeldía.

Pero ¿qué es realmente la paciencia? ¿Por qué la perdemos? Y más importante aún, ¿cómo podemos cultivarla para vivir con más equilibrio?

La paciencia es la capacidad de mantener la calma ante la espera, el obstáculo o la frustración. Es una virtud que nos permite aceptar las cosas tal como vienen, sin dejarnos arrastrar por la urgencia del momento. Ser paciente no significa resignarse, sino elegir conscientemente la serenidad frente a la reacción impulsiva.

Es una forma de sabiduría emocional: cuando practicamos la paciencia, ejercemos control sobre nuestros impulsos, entendemos que no todo depende de nosotros y aprendemos a convivir con la incertidumbre sin ansiedad.

¿Por qué perdemos la paciencia? Las razones por las que perdemos la paciencia son muchas y muy humanas:

° Expectativas no cumplidas: Esperábamos algo distinto y cuando no ocurre, aparece la frustración.

° Falta de control: Situaciones imprevistas nos sacan de nuestra zona de confort.

° Sobrecarga emocional o física: Cuando estamos cansados, estresados o con demasiadas responsabilidades, nuestra tolerancia disminuye.

° Imposición del ritmo externo: La sociedad moderna nos empuja a vivir rápido, y cuando algo se desacelera, lo sentimos como una amenaza.

En definitiva, perder la paciencia es una señal de que algo dentro de nosotros está desequilibrado. Es un grito del cuerpo y de la mente que nos pide pausa.

Pero, ¿qué se consigue con la paciencia? La paciencia abre puertas a experiencias más profundas y significativas:

° Mejor toma de decisiones: La serenidad nos permite pensar con claridad.

° Relaciones más sanas: Al evitar reacciones impulsivas, fortalecemos el vínculo con los demás.

° Crecimiento personal: La paciencia nos obliga a mirar hacia dentro y trabajar aspectos que normalmente evitaríamos.

° Mayor bienestar emocional: Disminuyen la ansiedad, la ira y el estrés.

Como bien dice el proverbio chino: "Siéntate junto al río y verás pasar el cadáver de tu enemigo". La paciencia nos regala perspectiva.

Cuando la paciencia se nos escapa, se manifiesta en distintas formas:

° Gritos o tono de voz elevado.

° Lenguaje corporal agresivo o cortante.

° Juicios apresurados.

° Irritabilidad constante.

° Reacciones desproporcionadas ante problemas menores.

Estos síntomas no solo nos afectan a nosotros mismos, sino que repercuten directamente en el entorno que nos rodea: familia, amigos, colegas, niños. La energía que se genera cuando perdemos la paciencia deja huella.

¿Es lo mismo perder la paciencia que ser impaciente? Aunque parezcan similares, hay una diferencia sutil pero importante:

- Impaciencia es un rasgo más constante, una predisposición a no tolerar la espera. Es parte del carácter o temperamento.

- Perder la paciencia es una reacción momentánea, un desbordamiento emocional.

Se puede ser generalmente paciente y aun así tener momentos de pérdida de control. Lo importante es saber identificarlos y trabajarlos antes de que se conviertan en costumbre.

          Imagina que pierdes la paciencia con un niño. ¿Qué aprende ese niño cuando pierdes la paciencia y le gritas?: Cuando gritamos a un niño por haber perdido la paciencia, el mensaje que recibe va más allá de las palabras. Aprende que el enfado es una forma válida de responder al conflicto. Aprende miedo, inseguridad, y muchas veces, culpa. Pero, sobre todo, aprende que el amor puede volverse ruidoso e impredecible.

Los niños son espejos emocionales. Si los tratamos con serenidad, están más dispuestos a aprender desde la reflexión. Si los tratamos con gritos, aprenden a obedecer desde el temor.

Educar desde la paciencia no significa no poner límites, sino hacerlo con respeto. Las palabras firmes desde la calma tienen mucho más peso que los gritos en la ira.

¿No perder nunca la paciencia significa que todo está bien? No necesariamente. Hay personas que nunca alzan la voz, nunca se muestran irritadas, pero eso no significa que estén bien por dentro. La contención excesiva puede esconder pasividad, miedo al conflicto o dificultad para poner límites.

La paciencia mal entendida puede transformarse en conformismo o evasión. No todo es aceptable, y aprender a decir “no” también es parte de un equilibrio emocional sano.

Actuar desde la serenidad no significa evitar los problemas, sino enfrentarlos desde un lugar consciente y centrado. La serenidad permite:

- Tomar decisiones sin interferencia emocional.

- Poner límites desde el respeto, no desde la ira.

- Ser firme sin ser hiriente.

- Acompañar sin perderse.

Desde la serenidad, la persona se convierte en dueña de sus actos. No reacciona por impulso, sino que responde con intención. Y esto cambia radicalmente la forma de vivir cada situación.

En resumen, cultivar la paciencia no es tarea fácil, especialmente en tiempos donde todo parece urgirnos. Pero es posible. Requiere voluntad, autoconocimiento y práctica constante. Reconocer cuándo estamos perdiendo la paciencia es el primer paso. El segundo es elegir cómo queremos responder.

Respirar. Pausar. Reflexionar. Ese pequeño espacio entre estímulo y reacción puede transformar nuestras relaciones, nuestras decisiones y sobre todo, nuestra relación con nosotros mismos.

La paciencia es una forma de amor, una manifestación de respeto hacia el otro y hacia nuestro propio proceso interno.


domingo, 27 de julio de 2025

KALI MUDRA

 


KALI MUDRA

Según la mitología hindú, Kali es una diosa de la valentía.

También es considerada el epítome del empoderamiento. Kali también representa el poder que está oculto dentro de nosotros mismos; Este es el poder que no somos conscientes de que tenemos. El coraje de que tenemos que luchar contra las dificultades.

La palabra Kali significa valentía y poder oculto,

Según la mitología hindú, también se la considera una destructora. Ella destruye la negatividad dentro de nosotros.

Además de esto, Kali Mudra También representa el poder femenino.

Cómo se hace:

Junta las palmas de las manos con los dedos extendidos.

Colócalas a la altura del corazón, pero ligeramente lejos del cuerpo. Sin embargo, puedes practicar esto Mudra mientras extiende los brazos hacia arriba o mientras descansa los brazos en el pubis.

Ahora, entrelaza lenta y suavemente los dedos de tal manera que queden los dedos derechos sobre los izquierdos.

Extiende suavemente los dedos índices unidos desde sus raíces.

 Sirve para:

°     Superar miedos o bloqueos emocionales, al enfrentar desafíos emocionales o cuando se necesita un impulso de valentía y fortaleza interior.

°     Enfrentar cambios importantes en la vida o al estar en busca de la transformación personal.

°     Mejorar la concentración y el enfoque, así como aumentar la claridad mental durante la meditación o en la vida cotidiana.

°     Aumentar la energía y vitalidad, así como reconectar con la energía interna.

°     Kali Mudra es una poderosa herramienta para conectar con la energía transformadora y protectora de la diosa Kali. Este mudra ayuda a liberar bloqueos emocionales, fortalecer el coraje, y promover la claridad mental y la vitalidad. A través de su práctica, es posible experimentar una transformación interior profunda, encontrando el equilibrio y el empoderamiento necesarios para enfrentar cualquier desafío con confianza y determinación.

 Duración:

Se recomienda practicar este mudra durante un mínimo de 20-25 minutos al día. Ya sea que desees completarlo en un tramo o en dos o tres que duren entre 10 y 15 minutos, depende de ti.

 Beneficios:

Kali Mudra tiene inmensos beneficios;

Ayuda en la eliminación de la negatividad.

Mantiene el cuerpo energizado y activo.

Destruye estrés, ansiedad y depresión.

También destruye las emociones negativas.

Este Mudra también puede mejorar nuestra inteligencia emocional.

Desintoxica nuestros órganos y sistemas internos .

Mejora el flujo de energía dentro y fuera de nuestros cuerpos.

Ayuda en el insomnio también.

El amor es un maestro

 


Querido hijo:

        Tu carta me ha conmovido profundamente, no por la confesión de tus miedos, sino por la valentía que has demostrado al enfrentarte a ellos. No te equivoques: escribir estas palabras, abrir tu corazón y compartir tu fragilidad conmigo, es ya un acto de coraje.

El miedo, querido mío, es una emoción humana poderosa, pero no invencible. Te ha acompañado en tu camino, te ha enseñado cautela y te ha forjado en formas que quizás no puedas ver ahora. Aunque lo sientas como un enemigo, el miedo también puede ser un maestro, si tú decides aprender de él. Pero no estás destinado a vivir bajo su yugo. Yo nunca te he creado para que vivas limitado por cadenas invisibles.

Sé que temes a tantas cosas: el juicio de los demás, la pérdida, el engaño, y hasta a criaturas pequeñas como perros y gatos. Sé que a veces te invade un deseo de desaparecer. Quiero que sepas esto: Yo te conozco completamente. Cada parte de ti, incluso tus miedos más profundos, y no hay nada en ti que me resulte indigno de amor. Tus temores no me alejan; al contrario, me acercan a ti, porque me invitan a mostrarte mi gracia.

Es cierto, hijo mío, que el miedo y el amor no pueden coexistir plenamente. El amor, cuando se activa, transforma y disipa aquello que te mantiene en la oscuridad. Pero aquí está la clave: el amor es algo que tú debas producir por ti mismo. El amor es una energía. No necesitas ser perfecto para comenzar a anidar el amor, ni necesitas eliminar tus miedos antes de abrazarlo.

Hijo mío, caminas por el mundo como si estuvieras de puntillas, evitando las miradas y escondiendo tu vulnerabilidad. Pero quiero que escuches esto: cada paso que das, incluso con miedo, es un paso que te lleva más cerca de mí. Yo estoy contigo en cada instante, sosteniéndote incluso cuando sientes que no puedes sostenerte por ti mismo. No te juzgo por tus miedos, ni espero que los superes de inmediato. Solo te pido que confíes en mí, un día a la vez, un pequeño paso a la vez.

Cuando mires a esos miedos que parecen tan grandes y amenazadores, recuerda esto: no los enfrentas solo. Estoy aquí contigo, como tu luz en la oscuridad, como tu fuerza en la debilidad. Y si alguna vez te sientes tentado a rendirte, recuerda que mi amor nunca te abandona. Mi amor es constante, inmutable, y siempre accesible para ti.

Te invito a hacer algo sencillo: cada vez que el miedo te paralice, detente por un momento y habla conmigo. No necesitas palabras complicadas; solo di lo que sientes, y yo estaré allí para escucharte. En esos momentos, intenta recordar que mi amor por ti es más grande que cualquier temor que puedas experimentar. Deja que mi amor sea tu refugio, tu fortaleza, y tu guía.

Sé que tus pasos pueden ser pequeños y temerosos, pero son suficientes. Incluso si tu corazón se siente pesado, sigue adelante, porque cada paso que das con fe es un paso hacia la libertad que anhelas. Confía en que mi amor está contigo, iluminando el camino, un paso a la vez.

Con todo mi amor.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo 


sábado, 26 de julio de 2025

Eres una pobre alma que carga con un cadáver

 


Eres una pobre alma que carga con un cadáver (Epicteto)

Imagina despertar cada mañana sabiendo que arrastras un cadáver. No uno literal, sino una metáfora brutal y precisa: nuestro cuerpo, frágil, perecedero, lleno de necesidades e impulsos.

Epicteto, filósofo estoico que vivió en el siglo I, no escogió esa imagen por capricho. La cargó de significado para provocar una revolución silenciosa en nuestra forma de vivir y entender quiénes somos.

La frase “Eres una pobre alma que carga con un cadáver” encierra una visión radical de la existencia. En la filosofía estoica, el alma es lo verdaderamente valioso: nuestra capacidad de razonar, de decidir con virtud, de encontrar paz interior.

El cuerpo, en cambio, es como un equipaje: necesario para transitar esta vida, pero no digno de adoración ni obsesión.

Epicteto no desprecia el cuerpo desde el odio, sino desde la claridad. Nos recuerda que la enfermedad, el envejecimiento y la muerte son inevitables. Invertir nuestra energía en resistir esa realidad, aferrarnos a la juventud, buscar placer a toda costa... es como decorar una tumba creyendo que eso prolongará la vida.

Los estoicos no eran pesimistas: eran médicos del alma. Su terapia no es negar el dolor, sino enseñarnos a convivir con lo inevitable sin rendirnos a ello. En este contexto, la frase de Epicteto funciona como una sacudida. Nos está diciendo: “No te tomes tan en serio lo que va a desaparecer.”

Vivir como si el cuerpo fuera nuestra identidad principal nos condena a una cadena de frustraciones. Cada arruga nos hiere, cada dolencia nos debilita más allá de lo físico. Pero si entendemos que lo que somos no se limita al cuerpo, entonces empezamos a liberar nuestra alma del cadáver.

La modernidad ha cambiado los ropajes, pero no la esencia de nuestra obsesión corporal:

  • Nos matamos en gimnasios buscando la forma ideal, como si la belleza garantizara sentido.
  • Vivimos pendientes de nuestras redes sociales, queriendo mostrar un “yo” editado y artificial.
  • Tememos la muerte como si fuera el mayor fracaso, y olvidamos vivir mientras buscamos el elixir de la eterna juventud.

Todo esto es arrastrar un cadáver maquillado.

Y Epicteto, desde su rincón en la historia, nos observa con serenidad y nos pregunta: “¿Tu alma está al mando, o simplemente obedece al capricho de la carne?”

Hay una enorme libertad en aceptar que el cuerpo es transitorio. No se trata de descuidarlo, sino de no esclavizarnos a él. Cuando la prioridad se vuelve cultivar la razón, vivir con virtud, pensar con claridad, actuar con justicia… entonces la carga del cadáver se aligera.

Epicteto vivió gran parte de su vida como esclavo, con todo tipo de limitaciones físicas. Pero su filosofía lo liberó mucho más que cualquier emancipación legal. Su alma no estaba encadenada, porque no dependía del cuerpo para encontrar paz.

¿Qué pasaría si te levantaras mañana y te hablaras como Epicteto?

“Mi cuerpo puede doler, envejecer, fallar. Pero mi alma piensa, elige, ama, aprende. No soy solo carne; soy libertad.”

En lugar de perseguir la perfección física, podrías buscar conversaciones que nutran. En vez de temer la decadencia, podrías abrirte a la sabiduría que trae el tiempo.

La frase de Epicteto no es un insulto, es un llamado. Una invitación a dejar de vivir como si fueras tu envoltura, y empezar a caminar ligero, como quien lleva la antorcha de la razón en vez del peso de lo superficial.

Eres una pobre alma que carga con un cadáver suena duro. Pero en esa crudeza hay amor por la verdad. Es una frase que nos sacude para que despertemos. Porque la vida no espera a que dejemos de temerle al cuerpo: ocurre mientras aprendemos a vivir desde el alma.

Así que hoy, te propongo soltar parte del peso. No para abandonar lo físico, sino para que no te abandones a él.

Tu alma merece el protagonismo. Lo demás… es solo carga.


No te enojes

 


No hay que enfurecerse con las cosas, a ellas nada les importa.

MARCO AURELIO


DECRETO

 



Canción sin letra

 


Hoy me sentí como una canción sin letra

Hoy desperté sintiéndome extraño. No vacío, pero sí indefinido. Como si fuera música flotando entre las notas, sin palabras que me expliquen. Como una melodía suave que nadie canta, que nadie interpreta, pero que existe igual.

Es difícil describir esta sensación. No es tristeza, tampoco alegría. Es como estar lleno de sonidos que no encuentran forma, como si mi interior tuviera algo por decir, pero no supiera cómo. Como si la voz que me cuenta cada día hubiese decidido guardar silencio, dejándome solo con el ritmo de mi cuerpo y el compás del tiempo.

Me moví por la casa en silencio. El ruido de la cafetera se volvió mi coro, el crujir del suelo bajo mis pies era el bajo, y mi respiración entrecortada acompañaba como un suave sintetizador. Todo estaba presente, menos las palabras. Las ideas llegaban como acordes incompletos. ¿Qué siento? ¿Qué quiero? ¿Por qué hoy no sé explicarme?

En días así, me doy cuenta de lo mucho que dependo de las palabras. De los nombres que les doy a mis emociones, de las frases que me ayudan a ordenar la confusión. Hoy no las tengo. Soy una melodía que no se ha escrito, una canción en pausa, una sinfonía que todavía no decide si será triste, alegre, furiosa o esperanzadora.

Hay belleza en esto. Una belleza extraña. Me obliga a sentir sin entender, a escuchar sin interpretar. El mundo no necesita mis palabras hoy, y yo tampoco. Puedo simplemente estar.

Me imagino siendo esa canción sin letra que otros escuchan. ¿Qué transmitiría? ¿El eco de una nostalgia suave? ¿La inquietud de una búsqueda? ¿La calma de quien por fin se rinde y se deja llevar por la corriente?

Al final del día, encuentro consuelo en esta ausencia de palabras. Me descubro más atento a los sonidos externos: el viento jugando con las cortinas, las risas de niños que pasan por la calle, el tic-tac del reloj que marca un tiempo que no necesito traducir. Todo es parte de mi partitura secreta.

Y quizás, en el fondo, todos tenemos días así. Días en los que no sabemos explicar lo que sentimos. Días en los que somos canciones incompletas, esperando que alguien nos escuche, nos acompañe sin exigirnos que hablemos. Días en los que el silencio también canta.

Hoy fui eso. Fui música sin letra. Y aunque mañana quizá encuentre las palabras, hoy aprendí que también hay sentido en no tenerlas.


El arte de soltar

 


Impermanencia:

La Clave para Aceptar el Cambio y Vivir Plenamente

   En todo lo que existe, una verdad innegable pende sobre su existencia: la “impermanencia”.

Nada permanece estático; todo cambia, evoluciona, nace y muere. Desde la hoja que brota en primavera y cae en otoño, hasta las personas que entran y salen de nuestra vida, pasando por nuestros propios pensamientos y emociones, la impermanencia es la única constante.

Aunque esta realidad puede parecer desalentadora a primera vista, comprenderla y aceptarla es una de las lecciones más liberadoras que podemos aprender. Reconocer la impermanencia no es una invitación a la pasividad o al pesimismo, sino una poderosa herramienta para cultivar la “resiliencia”, la “gratitud” y la capacidad de vivir verdaderamente en el “presente”.

          La resistencia al cambio es una lucha inútil. Nuestra mente humana, por naturaleza, tiende a buscar la seguridad y la estabilidad. Nos aferramos a lo que conocemos, a lo que nos da comodidad, a lo que nos define. Tememos la pérdida, el fin, lo desconocido. Esta resistencia innata a la impermanencia nos lleva a una lucha constante y agotadora contra el flujo natural de la vida.

Cuando nos aferramos a una situación agradable, ya sea un trabajo, una relación o un momento de felicidad, el miedo a perderla genera ansiedad. Paradójicamente, este apego excesivo nos impide disfrutar plenamente del presente, ya que nuestra mente está ocupada anticipando el final. De la misma manera, cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles, como la enfermedad, una ruptura o un revés financiero, nuestra resistencia a aceptarlas solo intensifica el sufrimiento. Nos preguntamos "¿Por qué a mí?" o "Esto no debería estar pasando", prolongando la angustia en lugar de buscar la adaptación y la solución.

La verdad es que no podemos detener la corriente del tiempo. Las estaciones cambian, los cuerpos envejecen, las fortunas suben y bajan, las personas evolucionan o se marchan. Negar esta realidad es como intentar detener un río con nuestras propias manos. El resultado es frustración, dolor y agotamiento.

Abrazar la impermanencia es un camino hacia la libertad: La sabiduría de la impermanencia reside en su capacidad para liberarnos. Cuando aceptamos que todo es transitorio, comenzamos a soltar la necesidad de controlarlo todo y, en su lugar, aprendemos a fluir con la vida. Esta aceptación tiene profundas implicaciones en cómo experimentamos el mundo:

 

1.  Cultivar la Gratitud por el Presente: Si sabemos que un momento de felicidad es fugaz, ¿no lo apreciaríamos aún más? La conciencia de la impermanencia nos impulsa a saborear cada instante, cada experiencia placentera, cada risa, cada conexión. Nos recuerda que la verdadera riqueza no reside en la duración de las cosas, sino en la intensidad con la que las vivimos. Un atardecer hermoso es hermoso precisamente porque es efímero.

2.  Desarrollar la Resiliencia ante la Adversidad: Si los momentos felices pasan, también lo hacen los momentos difíciles. La conciencia de que el dolor, la tristeza o la dificultad no son permanentes nos brinda una perspectiva invaluable. Nos permite saber que "esto también pasará". Esta comprensión no anula el sufrimiento, pero nos da la fuerza para atravesarlo, sabiendo que la oscuridad dará paso a la luz, al igual que la noche precede al amanecer. Nos volvemos más adaptables y menos propensos a caer en la desesperación prolongada.

3.  Fomentar el Desapego: La impermanencia está intrínsecamente ligada al concepto de desapego. Si todo cambia, ¿por qué aferrarse? El desapego no significa no valorar lo que tenemos o no amar a las personas; significa amarlas y valorarlas sin la necesidad de poseerlas o de que permanezcan inalterables. Nos libera del sufrimiento que surge cuando las cosas, personas o situaciones no cumplen nuestras expectativas de permanencia. Nos enseña a apreciar sin aferrarnos, a amar sin poseer.

4.  Impulsar el Crecimiento Personal: Si todo está en constante evolución, nosotros también podemos evolucionar. La impermanencia nos invita a no estancarnos en viejas creencias, hábitos o identidades. Nos anima a aprender de cada experiencia, a adaptarnos a nuevas circunstancias y a transformarnos constantemente en versiones más conscientes y sabias de nosotros mismos. Nos abre a la posibilidad de reinvención.

 Cómo Practicar la Conciencia de la Impermanencia

       Integrar la conciencia de la impermanencia en nuestra vida diaria es una práctica continua, no un estado final. Aquí te doy algunas formas de cultivarla:

Observación Consciente: Presta atención a los ciclos naturales: el cambio de las estaciones, el crecimiento y la caída de las hojas, el flujo y reflujo de las olas. Observa cómo cambian las nubes en el cielo, cómo se disuelve el azúcar en el café. Estas pequeñas observaciones nos recuerdan la naturaleza transitoria de todo.

Atención Plena (Mindfulness): Practicar la atención plena nos ayuda a anclarnos en el presente. Observa tus pensamientos, emociones y sensaciones físicas sin juzgarlos ni aferrarte a ellos. Reconoce que son pasajeros, como nubes que pasan por el cielo de tu mente. Esta práctica fortalece nuestra capacidad para soltar.

Reflexión sobre el Ciclo de Vida: Piensa en la vida de una flor, un animal, incluso la tuya propia. Nacimiento, crecimiento, plenitud, declive y eventual desaparición. Reconocer este patrón universal nos ayuda a aceptar que somos parte de un ciclo más grande.

Agradecimiento por lo Fugaz: Cuando experimentes un momento de alegría o placer, en lugar de preocuparte por su final, enfócate en la gratitud por tenerlo en este instante. Permítete saborearlo plenamente, sabiendo que su belleza radica en su carácter único y temporal.

Desapego Material y Emocional: Practica soltar objetos que ya no necesitas o que te anclan al pasado. En el ámbito emocional, reconoce cuándo te estás aferrando a una expectativa o a un resultado que no depende de ti. Permite que las cosas sean como son, incluso si no es lo que esperabas.

 La Belleza de lo Efímero

 Ser conscientes de la impermanencia no nos condena a la tristeza, sino que nos invita a vivir con una intensidad y una apreciación profundas. Nos enseña que la vida no es una serie de puntos fijos a los que aferrarse, sino un río caudaloso en constante movimiento. Al abrazar este flujo, nos volvemos más flexibles, más sabios y más capaces de encontrar la paz en medio de la inevitable marea de cambios.

Es en la aceptación de la naturaleza transitoria de todo donde reside la verdadera libertad. Nos permite liberar el pasado, soltar la ansiedad por el futuro y sumergirnos por completo en la riqueza y la belleza del único momento que realmente tenemos: “el ahora”. ¿Estás listo para dejar ir la resistencia y permitirte fluir con la vida?


La confesión del miedica

 


Querido Dios:

      En nuestro largo intercambio de cartas, hemos conversado sobre tantas cosas: alegrías, preocupaciones, anhelos y hasta mi fascinación por el significado de la vida. Cada palabra que te he escrito a Ti siempre ha estado cargada de emociones, a veces de esperanza y otras de incertidumbre. Sin embargo, hay algo que no me he atrevido a compartir contigo directamente. Un sentimiento persistente, una sombra que me ha acompañado durante gran parte de mi existencia: el miedo.

Sí, sé que lo sabes todo. Sé que conoces mis pensamientos antes incluso de que yo sea consciente de ellos, porque Tú estás siempre presente. Eres ese observador silencioso que entiende mis silencios tanto como mis gritos, que descifra cada rincón de mi corazón sin necesidad de que lo exprese. Pero eres tan discreto, tan respetuoso, que nunca señalas mis debilidades ni revelas mis temores a menos que te dé permiso para hacerlo. Pues bien, aquí estoy, escribiéndote con la intención de abrir mi corazón y dándote ese permiso para explorar la parte más vulnerable de mi ser.

Yo, querido Dios, soy un miedica. Esa es la verdad. Me siento casi ridículo enumerando mis miedos, pero hoy quiero desahogarme contigo, porque confío en que me entiendes sin juzgarme. Tengo miedo de muchas cosas. Miedo de que los demás sean mejores que yo, de perder la razón en algún debate y sentirme pequeño. Me aterra la posibilidad de ser engañado, de hacer el ridículo y de ser juzgado por los demás. Tengo miedo de perder lo que he conseguido con tanto esfuerzo en esta vida y, aunque suene absurdo, hasta me asustan los perros y los gatos, criaturas inocentes que no tienen la culpa de mi inseguridad. Camino por este mundo aterrado, como si pisara cristales, cuidándome de no dejar huellas que revelen mi fragilidad. Es una existencia marcada por la cautela, por la evitación, por ese deseo constante de no ser descubierto en mi vulnerabilidad.

A veces me invade un pensamiento inquietante, uno que me duele admitirlo incluso a Ti: ¿Acaso le temo tanto a la vida que, en el fondo, desearía escapar de ella? Es una paradoja que me consume, porque también quiero vivir, quiero experimentar la plenitud y la libertad que creo que emana de Ti. Sin embargo, me siento atrapado en esta contradicción interna, donde el miedo parece ser más fuerte que mi deseo de amar, de confiar y de abrazar lo desconocido. Sé que el miedo es la antítesis del amor. Conozco la teoría. El amor tiene el poder de disipar el miedo, de la misma forma que basta con encender una lámpara para desterrar las sombras. Pero me siento incapaz de activar ese interruptor que me conecte al amor que Tú ofreces. ¿Será que hay algo en mí que teme incluso la solución? ¿Será que he vivido tanto tiempo en la oscuridad que me he acostumbrado a ella?

Dios, quisiera entender. ¿Por qué este miedo parece dominarme? ¿Por qué me cuesta tanto confiar en Tu amor, cuando sé en el fondo de mi corazón que eres la fuente más pura de paz y seguridad? Quiero ser valiente. Deseo profundamente encontrar esa paz que Tú prometes, esa tranquilidad que va más allá de las circunstancias, pero por ahora, me siento perdido. Perdido en una tormenta de emociones que me impiden ver el horizonte. Por eso te escribo, porque confío en que Tú tienes las respuestas que mi corazón necesita, porque creo que Tú puedes ayudarme a caminar con paso firme, no sobre cristales, sino sobre suelo sólido.

Me pregunto si mis miedos han sido heredados, si son fruto de experiencias pasadas que dejaron cicatrices en mi alma. O quizás son simplemente parte de mi naturaleza humana, esa fragilidad que nos define y que nos recuerda que necesitamos de algo más grande que nosotros mismos. En cualquier caso, estoy aquí, presentándote cada miedo como una ofrenda, como una petición desesperada de ayuda. Porque ya no quiero vivir bajo su dominio. Ya no quiero que mis pasos sean cautelosos y temerosos. Quiero caminar con confianza, con la certeza de que Tú me sostienes en cada momento.

Gracias, Dios, por escucharme incluso cuando mi voz está impregnada de dudas. Gracias por ser paciente conmigo, por no apresurarme a superar lo que me atormenta, y por amarme tal como soy. Tu amor es mi refugio, aunque a veces me cuesta sentirlo. Tu gracia es mi fortaleza, aunque a menudo me siento débil. Ayúdame a abrir mi corazón a Ti completamente, a aceptar ese amor que sé que estás dispuesto a darme sin condiciones.

Quiero creer que cada paso que doy, aunque sea pequeño y tembloroso, me acerca más a Ti. Quiero recordar que incluso en mis momentos de mayor fragilidad, Tú estás conmigo, guiándome y sosteniéndome. Por eso te escribo, porque en este acto de confesión encuentro un atisbo de esperanza, una chispa de fe que me dice que no estoy solo en esta batalla contra mis miedos.

Con toda mi esperanza y fe.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


Gurú

 


En la antigua India, el término gurú era aplicado exclusivamente a maestros del nivel de Cristo, capaces de comunicar la realización divina a los discípulos. siguiendo los mandamientos de las Escrituras.

Los devotos aprendían a hacerse espiritualmente receptivos, a través de una incondicional obediencia a la disciplina de sus santos maestros, cuya autoridad no discutían jamás.

Los occidentales ocasionalmente objetan tal deliberada sujeción de la libertad personal a la voluntad de otro hombre, pero Paramahansaji decía: "una vez que se ha encontrado al propio gurú, debería brindársele una devoción incondicional, ya que él es el vehículo de Dios. la realización del propio ser del discípulo, constituye el único propósito del gurú.

El gurú ofrece a Dios el amor que recibe del devoto. Cuando un maestro espiritual encuentra a un discípulo que está en sintonía con él, le es posible enseñarle más rápidamente que a un devoto que se le resiste".

 

PARAMAHANSA YOGANANDA


Nacimiento y muerte

 


¿Hay algo en el mundo que esté al abrigo de cambio?, la tierra, el cielo, toda la inmensa maquinaria del universo no están exentos de cambios, aun siendo la obra de Dios mismo.

No, el mundo no conservará siempre su orden actual; día vendrá que lo desvíe de su curso. Todos los seres tienen periodos marcados: deben nacer, crecer y perecer. Esos astros que veis moverse por encima de nosotros, esa tierra en que estamos confusamente esparcidos y nos parece tan sólida, todo ello está minado sordamente y ha de tener un fin.

No hay nada que no tenga su vez, su decrepitud, su término; aunque en épocas diferentes, el fin le espera a todo lo que existe. Todo lo que es acabará por no ser, pero el mundo no perecerás por eso: se disolverá. La disolución, para nosotros, es la destrucción.

En efecto, nosotros no consideramos, sino lo que está muy cerca de nosotros: nuestra alma, bastardeada, y que no sabe desprenderse del cuerpo, no ve más allá; pero soportaríamos con muchas más firmeza la idea de nuestro fin y la de nuestros prójimos, si estuviéramos persuadidos de que la naturaleza no es más que una sucesión de nacimiento y, muerte; de que los cuerpos compuestos se disuelven; de que los cuerpos compuestos se reconstituyen, y de que es en este círculo infinito donde se ejerce el poder del Dios moderador del universo.

LUCIO ANNEO SÉNECA


jueves, 24 de julio de 2025

Madrugadas que susurran verdades

  


Hoy me desperté a las 3:34 de la madrugada. No es algo puntual: entre las 3 y las 4 suelo abrir los ojos casi cada día, como si mi reloj interno estuviera programado para esos momentos de silencio absoluto.

Esta vez, me despertó un sueño vívido que aún puedo evocar. En él, sentía la urgente necesidad de ir al baño. Me puse en cuclillas, sujetando con una mano una tacita de café debajo mío. El excremento salió lentamente, como si el tiempo se detuviera; la imagen era casi surrealista, una pasta cayendo a cámara lenta. Tuve tiempo de colocar bien la taza para que todo cayera dentro. Y cuando se llenó, corté la evacuación sin pensarlo, evitando que rebosara.

Después, volví a quedarme dormido, y poco antes de las 4 me desperté de otro sueño, esta vez orinando. Me asusté. Instintivamente toqué la cama, como si esperara encontrar evidencia de lo ocurrido. Pero no, solo había sido otro sueño.

La simbología de ambos me ha hecho reflexionar. He buscado su significado, y parece que coinciden en algo: una necesidad de liberación emocional, de desahogo, de renovación. Y sí, esas tres palabras me resuenan profundamente. No estoy atravesando el mejor momento de mi vida.

No estoy mal… pero tampoco estoy bien.

Intento aplicar todo lo que sé, todas esas teorías sobre cómo estar mejor, cómo vivir en paz conmigo mismo:

- Acepto la vida que me he dado, pero reconozco que esa aceptación debe ser consciente. Porque desde mi subconsciente surgen preguntas absurdas, aparentemente sin peso, pero que logran erosionar mi energía y mi estado emocional.

- No siento la necesidad de perdonar, porque no guardo resentimientos. Pero si surge una crítica por algo que ocurrió, suelo perdonar de inmediato, sin quedarme atrapado en ello.

- Trato de ponerme en los zapatos de los demás. A veces lo logro, otras veces fallo. Pero no dejo de intentarlo, porque sé que en ese ejercicio está parte de mi crecimiento personal.

Lo que sí tengo claro es que el origen de mi inestabilidad emocional soy yo mismo. Puedo señalar fuera, buscar responsables, pero al final, lo único que realmente importa es cómo me tomo las cosas.

Sigo trabajando en ello. A veces avanzo, a veces tropiezo, y muchas veces simplemente observo. Pero ese trabajo interno no cesa.

Porque incluso los sueños más extraños tienen algo que enseñarme.