Querido Dios:
Sí, sé que lo sabes
todo. Sé que conoces mis pensamientos antes incluso de que yo sea consciente de
ellos, porque Tú estás siempre presente. Eres ese observador silencioso que
entiende mis silencios tanto como mis gritos, que descifra cada rincón de mi
corazón sin necesidad de que lo exprese. Pero eres tan discreto, tan
respetuoso, que nunca señalas mis debilidades ni revelas mis temores a menos
que te dé permiso para hacerlo. Pues bien, aquí estoy, escribiéndote con la
intención de abrir mi corazón y dándote ese permiso para explorar la parte más
vulnerable de mi ser.
Yo, querido Dios, soy
un miedica. Esa es la verdad. Me siento casi ridículo enumerando mis miedos,
pero hoy quiero desahogarme contigo, porque confío en que me entiendes sin
juzgarme. Tengo miedo de muchas cosas. Miedo de que los demás sean mejores que
yo, de perder la razón en algún debate y sentirme pequeño. Me aterra la
posibilidad de ser engañado, de hacer el ridículo y de ser juzgado por los
demás. Tengo miedo de perder lo que he conseguido con tanto esfuerzo en esta
vida y, aunque suene absurdo, hasta me asustan los perros y los gatos,
criaturas inocentes que no tienen la culpa de mi inseguridad. Camino por este
mundo aterrado, como si pisara cristales, cuidándome de no dejar huellas que
revelen mi fragilidad. Es una existencia marcada por la cautela, por la
evitación, por ese deseo constante de no ser descubierto en mi vulnerabilidad.
A veces me invade un
pensamiento inquietante, uno que me duele admitirlo incluso a Ti: ¿Acaso le
temo tanto a la vida que, en el fondo, desearía escapar de ella? Es una
paradoja que me consume, porque también quiero vivir, quiero experimentar la
plenitud y la libertad que creo que emana de Ti. Sin embargo, me siento
atrapado en esta contradicción interna, donde el miedo parece ser más fuerte
que mi deseo de amar, de confiar y de abrazar lo desconocido. Sé que el miedo
es la antítesis del amor. Conozco la teoría. El amor tiene el poder de disipar el
miedo, de la misma forma que basta con encender una lámpara para desterrar las
sombras. Pero me siento incapaz de activar ese interruptor que me conecte al
amor que Tú ofreces. ¿Será que hay algo en mí que teme incluso la solución?
¿Será que he vivido tanto tiempo en la oscuridad que me he acostumbrado a ella?
Dios, quisiera
entender. ¿Por qué este miedo parece dominarme? ¿Por qué me cuesta tanto
confiar en Tu amor, cuando sé en el fondo de mi corazón que eres la fuente más
pura de paz y seguridad? Quiero ser valiente. Deseo profundamente encontrar esa
paz que Tú prometes, esa tranquilidad que va más allá de las circunstancias,
pero por ahora, me siento perdido. Perdido en una tormenta de emociones que me
impiden ver el horizonte. Por eso te escribo, porque confío en que Tú tienes
las respuestas que mi corazón necesita, porque creo que Tú puedes ayudarme a
caminar con paso firme, no sobre cristales, sino sobre suelo sólido.
Me pregunto si mis
miedos han sido heredados, si son fruto de experiencias pasadas que dejaron
cicatrices en mi alma. O quizás son simplemente parte de mi naturaleza humana,
esa fragilidad que nos define y que nos recuerda que necesitamos de algo más
grande que nosotros mismos. En cualquier caso, estoy aquí, presentándote cada
miedo como una ofrenda, como una petición desesperada de ayuda. Porque ya no
quiero vivir bajo su dominio. Ya no quiero que mis pasos sean cautelosos y
temerosos. Quiero caminar con confianza, con la certeza de que Tú me sostienes
en cada momento.
Gracias, Dios, por
escucharme incluso cuando mi voz está impregnada de dudas. Gracias por ser
paciente conmigo, por no apresurarme a superar lo que me atormenta, y por
amarme tal como soy. Tu amor es mi refugio, aunque a veces me cuesta sentirlo.
Tu gracia es mi fortaleza, aunque a menudo me siento débil. Ayúdame a abrir mi
corazón a Ti completamente, a aceptar ese amor que sé que estás dispuesto a
darme sin condiciones.
Quiero creer que cada
paso que doy, aunque sea pequeño y tembloroso, me acerca más a Ti. Quiero
recordar que incluso en mis momentos de mayor fragilidad, Tú estás conmigo,
guiándome y sosteniéndome. Por eso te escribo, porque en este acto de confesión
encuentro un atisbo de esperanza, una chispa de fe que me dice que no estoy
solo en esta batalla contra mis miedos.
Con toda mi esperanza
y fe.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
No hay comentarios:
Publicar un comentario