El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 26 de julio de 2025

La confesión del miedica

 


Querido Dios:

      En nuestro largo intercambio de cartas, hemos conversado sobre tantas cosas: alegrías, preocupaciones, anhelos y hasta mi fascinación por el significado de la vida. Cada palabra que te he escrito a Ti siempre ha estado cargada de emociones, a veces de esperanza y otras de incertidumbre. Sin embargo, hay algo que no me he atrevido a compartir contigo directamente. Un sentimiento persistente, una sombra que me ha acompañado durante gran parte de mi existencia: el miedo.

Sí, sé que lo sabes todo. Sé que conoces mis pensamientos antes incluso de que yo sea consciente de ellos, porque Tú estás siempre presente. Eres ese observador silencioso que entiende mis silencios tanto como mis gritos, que descifra cada rincón de mi corazón sin necesidad de que lo exprese. Pero eres tan discreto, tan respetuoso, que nunca señalas mis debilidades ni revelas mis temores a menos que te dé permiso para hacerlo. Pues bien, aquí estoy, escribiéndote con la intención de abrir mi corazón y dándote ese permiso para explorar la parte más vulnerable de mi ser.

Yo, querido Dios, soy un miedica. Esa es la verdad. Me siento casi ridículo enumerando mis miedos, pero hoy quiero desahogarme contigo, porque confío en que me entiendes sin juzgarme. Tengo miedo de muchas cosas. Miedo de que los demás sean mejores que yo, de perder la razón en algún debate y sentirme pequeño. Me aterra la posibilidad de ser engañado, de hacer el ridículo y de ser juzgado por los demás. Tengo miedo de perder lo que he conseguido con tanto esfuerzo en esta vida y, aunque suene absurdo, hasta me asustan los perros y los gatos, criaturas inocentes que no tienen la culpa de mi inseguridad. Camino por este mundo aterrado, como si pisara cristales, cuidándome de no dejar huellas que revelen mi fragilidad. Es una existencia marcada por la cautela, por la evitación, por ese deseo constante de no ser descubierto en mi vulnerabilidad.

A veces me invade un pensamiento inquietante, uno que me duele admitirlo incluso a Ti: ¿Acaso le temo tanto a la vida que, en el fondo, desearía escapar de ella? Es una paradoja que me consume, porque también quiero vivir, quiero experimentar la plenitud y la libertad que creo que emana de Ti. Sin embargo, me siento atrapado en esta contradicción interna, donde el miedo parece ser más fuerte que mi deseo de amar, de confiar y de abrazar lo desconocido. Sé que el miedo es la antítesis del amor. Conozco la teoría. El amor tiene el poder de disipar el miedo, de la misma forma que basta con encender una lámpara para desterrar las sombras. Pero me siento incapaz de activar ese interruptor que me conecte al amor que Tú ofreces. ¿Será que hay algo en mí que teme incluso la solución? ¿Será que he vivido tanto tiempo en la oscuridad que me he acostumbrado a ella?

Dios, quisiera entender. ¿Por qué este miedo parece dominarme? ¿Por qué me cuesta tanto confiar en Tu amor, cuando sé en el fondo de mi corazón que eres la fuente más pura de paz y seguridad? Quiero ser valiente. Deseo profundamente encontrar esa paz que Tú prometes, esa tranquilidad que va más allá de las circunstancias, pero por ahora, me siento perdido. Perdido en una tormenta de emociones que me impiden ver el horizonte. Por eso te escribo, porque confío en que Tú tienes las respuestas que mi corazón necesita, porque creo que Tú puedes ayudarme a caminar con paso firme, no sobre cristales, sino sobre suelo sólido.

Me pregunto si mis miedos han sido heredados, si son fruto de experiencias pasadas que dejaron cicatrices en mi alma. O quizás son simplemente parte de mi naturaleza humana, esa fragilidad que nos define y que nos recuerda que necesitamos de algo más grande que nosotros mismos. En cualquier caso, estoy aquí, presentándote cada miedo como una ofrenda, como una petición desesperada de ayuda. Porque ya no quiero vivir bajo su dominio. Ya no quiero que mis pasos sean cautelosos y temerosos. Quiero caminar con confianza, con la certeza de que Tú me sostienes en cada momento.

Gracias, Dios, por escucharme incluso cuando mi voz está impregnada de dudas. Gracias por ser paciente conmigo, por no apresurarme a superar lo que me atormenta, y por amarme tal como soy. Tu amor es mi refugio, aunque a veces me cuesta sentirlo. Tu gracia es mi fortaleza, aunque a menudo me siento débil. Ayúdame a abrir mi corazón a Ti completamente, a aceptar ese amor que sé que estás dispuesto a darme sin condiciones.

Quiero creer que cada paso que doy, aunque sea pequeño y tembloroso, me acerca más a Ti. Quiero recordar que incluso en mis momentos de mayor fragilidad, Tú estás conmigo, guiándome y sosteniéndome. Por eso te escribo, porque en este acto de confesión encuentro un atisbo de esperanza, una chispa de fe que me dice que no estoy solo en esta batalla contra mis miedos.

Con toda mi esperanza y fe.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


No hay comentarios:

Publicar un comentario