El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 29 de agosto de 2025

Como brisa suave

 


“Incluso la chispa más tenue basta para que el cielo escuche”

 

Querido hijo:

         He leído tu carta. No la he recibido con reproche, sino con ternura. Porque cada vez que uno de mis hijos me escribe con el corazón en la mano, el cielo entero se detiene a escuchar. Me hablas del primer mandamiento y del abismo que crees que hay entre él y tu vida cotidiana, y yo vengo no a juzgarte por ese abismo, sino a revelarte que no es tan ancho como crees.

Dices que te abruma “amarme sobre todas las cosas”. Que, al recordar ese mandamiento, el desánimo te invade. Y entiendo por qué. Porque cuando se lo mira desde el miedo, parece una exigencia imposible; pero cuando se lo mira desde el amor, se convierte en la más hermosa invitación. No quiero que me ames como si de ello dependiera tu salvación —aunque en cierto modo así sea—, sino como quien, habiendo descubierto una fuente inagotable, ya no desea beber de otra agua.

Amar sobre todas las cosas no significa amar menos a los demás. Significa amarlos mejor. Significa amar al prójimo sin convertirlo en un ídolo, amar tus proyectos sin que te posean, amar la belleza del mundo sin aferrarte a ella. No te pido que dejes de amar lo terrenal, sino que encuentres en Mí el horizonte que da sentido a todo lo demás. Porque cuando Me amas primero, todo se ordena, todo florece en su lugar.

Tú te miras y te sientes pobre, apagado, tibio… ¿pero acaso no fue esa misma sensación la que trajo a Pedro a llorar amargamente tras negar a mi hijo? ¿No fue ese quebranto el que permitió a los profetas comprender que mi amor no depende del mérito humano? El amor que me tienes —aunque lo sientas pequeño— vale, porque nace de una libertad herida pero aún abierta. Y eso es lo que Yo miro: el intento, la intención, el suspiro hacia lo Alto en medio del polvo.

Dices que no sabes cómo amarme. Que no estás seguro de hacerlo bien. Hijo, ¿quién ama bien? ¿Quién puede decir que su amor es digno de Mí? ¿No ves que incluso los santos a veces callaban, sabiendo que toda palabra era insuficiente? Pero, aun así, me daban su tiempo, su mirada, sus gestos cotidianos. No te pido oraciones perfectas, ni éxtasis espirituales. Te pido el amor sencillo: ese que se expresa en una mirada al cielo cuando sale el sol, en una renuncia humilde por el bien de otro, en el esfuerzo de levantar la cabeza cuando todo pesa.

Te duele no tenerme en el centro. Pero si me lo confiesas, si me lo ofreces, ya estás empezando a colocarme allí. No temas tus caídas. Lo que me duele no es tu debilidad, sino cuando dejas de levantar la mirada. Porque mientras me mires —aunque sea de lejos—, hay esperanza.

Hablas de luces apagadas, de velas que apenas chispean. Pero hijo, recuerda: incluso la más tenue llama ahuyenta la oscuridad. No desprecies los pequeños actos de amor que me ofreces cada día. No te compares con los fuegos de otros, porque Yo soplo distinto en cada alma. La tuya tiene un aroma único que me deleita, aun cuando tú no lo percibas.

Es cierto: amar requiere decisión. No siempre vendrá el sentimiento. Y eso no te hace menos valioso. Amar sobre todas las cosas se aprende en la fidelidad cotidiana, en regresar a mi, aunque ayer te hayas alejado, en hacer espacio para mí entre los ruidos y las prisas. Tal vez no me sientas con fuerza, pero si eliges apartar cinco minutos para hablarme —como lo haces ahora—, estás dándome el primer lugar, estás amándome sobre las mil urgencias que intentan robarte el alma.

No te estoy esperando en la cima. Te acompaño desde la base. No quiero una obediencia movida por temor, sino por amor. No te exijo sacrificios que destruyan lo humano, sino ofrendas que lo santifiquen. Cuando trabajas con entrega, cuando perdonas, cuando luchas contra una tentación, estás amándome. Sí, incluso allí, en ese campo de batalla que llamas “corazón humano”.

Dices que te abruma ser tibio. Que a veces no sabes ni qué lugar ocupo en tus días. Déjame decirte algo que quizás nadie te dijo: Yo no me he ido. Estoy en el fondo de ese cansancio, esperando que me mires. Estoy en el amor que sientes por quienes te rodean, en tu anhelo de paz, en tu búsqueda de sentido. Yo soy esa voz que no grita, pero no deja de hablarte.

No te amo por cuánto me amas. Te amo porque soy tu Creador. Y porque sé que, a pesar de tus distracciones, a pesar del ruido del mundo y de tus propias contradicciones, dentro de ti hay un deseo profundo de vivir en verdad. Ese deseo es la chispa con la que puedo encender el fuego.

¿Recuerdas al joven rico del Evangelio? Guardaba los mandamientos, era piadoso, pero no pudo seguirme porque amaba más sus posesiones. Tú, en cambio, reconoces con humildad tus resistencias y aun así me buscas. Eso ya es seguimiento. No siempre con pasos firmes, lo sé. Pero ¿quién camina sin tropezar?

Amarme sobre todas las cosas no se trata de no fallar nunca, sino de volver siempre. De elegir ponerme en primer lugar incluso cuando el corazón está dividido. Cada vez que lo haces, estás cumpliendo el mandamiento más grande.

No temas lo lejos que te crees. Lo importante no es la distancia, sino la dirección. Y tu carta me dice que caminas hacia Mí. No solo con palabras, sino con una sed que no puede ser saciada por nada del mundo. Esa sed me honra. Esa sed me mueve a buscarte también.

Así que te invito a seguir caminando, sin exigencias desmedidas, sin compararte, sin desesperar. Solo con la sencillez del que ama como puede, con lo que tiene. Yo te haré crecer. Yo haré arder lo que ahora apenas late. Solo déjame entrar. No una vez, sino cada día. No con fuegos artificiales, sino como la brisa suave que se cuela por una ventana abierta.

Gracias por confiarme tu debilidad. En ella puedo hacer maravillas. No olvides: mi mandamiento es una promesa disfrazada. Porque cuando me amas sobre todo, el alma encuentra su hogar. Y entonces todo lo demás —el mundo, tus luchas, tus vínculos— cobra su verdadera luz.

Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo.


jueves, 28 de agosto de 2025

Mudra del placer

 




MUDRA DEL PLACER – MUDRA DE LA FORTALEZA INTERIOR

Este mudra es como recargar las pilas del organismo, ya que le renueva con una energía nueva y vitalizante.

Es una actitud de absoluta recepción.

Como se realiza

Con los brazos a los costados del cuerpo. Los hombros relajados ligeramente abajo y atrás.

Colocar las manos a la altura del pecho, con los dedos juntos formando una cavidad.

Las palmas miran hacia el cuerpo.

Duración

Se puede realizar el tiempo que se quiera, mientras dura la meditación.

Beneficios

Se renueva la energía.

Se relajan las tensiones musculares.

Fortalece la espalda.

Proporciona placer gracias a la circulación de energía renovada.

Proporciona fortaleza interior.

 

 


Como un niño ante Dios

 


          En una charla que diera a los discípulos residentes en la ermita, Sri Yogananda dijo:

      “En la vida espiritual, uno llega a ser semejante a un niño pequeño, carente de todo resentimiento y de todo apego, lleno de vida y de gozo. No permitan que nada les hiera ni les perturbe. Permanezcan interiormente serenos, receptivos a la Divina Voz. Dedíquense a la meditación durante su tiempo disponible”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


Respeto

 


Las apariencias engañan

 


¿Alguien se lava en muy poco tiempo? No digas que se lava mal, sino que se lava rápido.

¿Alguien toma una gran cantidad de vino? No digas que no sabe beber, simplemente di que toma mucho. A menos que conozcas la razón por la cual alguien actúa de determinada manera ¿cómo puedes saber si actúa mal? Actuando de esa forma no correrás el riesgo de opinar guiado por las apariencias sino guiado solamente por lo que has comprendido bien.

EPICTETO


Amar a Dios sobre todas las cosas

 



Solo quien extraña, ama.

Y solo quien tropieza, camina hacia el Amor que no falla.

 

            Querido Dios:

         Cuando pienso en los mandamientos que le diste a Moisés en el monte Sinaí, la depresión se apodera de mí solo con el primer pensamiento: “Amarte a Ti sobre todas las cosas”. ¡Qué lejos estoy de cumplir ese mandamiento! Y es el primero, el fundamental, el que sostiene a todos los demás. A veces me pregunto si comenzar con un mandamiento tan absoluto fue una advertencia o una promesa, porque siento que ya en ese primer paso me tropiezo.

¿Cómo se ama a Dios sobre todas las cosas cuando el corazón, tan dividido, se dispersa entre mil afectos y preocupaciones? Me abruma ver cuánto de mi atención, de mi tiempo, de mi deseo se inclina hacia lo terrenal, lo pasajero, lo inmediato. Y no siempre hacia lo malo, no; muchas veces hacia cosas buenas: las personas que amo, mis responsabilidades, los sueños que abrigo. Pero, aun así, al compararlos Contigo, me doy cuenta de que Tú quedas en segundo o tercer plano. Incluso a veces, ni apareces en la ecuación. Y eso me duele.

Porque te amo, Señor. Al menos, quiero amarte. Pero no sé si sé hacerlo bien. Me enseñaron oraciones, me hablaron de Ti, he escuchado relatos de santos y místicos que ardían en pasión por Ti… y yo me siento como una vela apagada. Apenas chispeo, apenas tiemblo. Y, sin embargo, aquí estoy, hablándote, escribiéndote, tratando de abrir mi alma para que algo de luz entre en esta oscuridad.

El mandamiento no dice solo que te ame, sino que te ame “sobre todas las cosas”. Eso es lo que me estremece. Porque no basta con amarte un poco, o amarte cuando tengo tiempo, o amarte cuando necesito ayuda. Se trata de poner todo lo demás por debajo. Pero ¿cómo se hace eso sin volverse indiferente a lo humano, sin dejar de amar al prójimo, a la familia, a la vida misma?

Supongo —y corrígeme si me equivoco— que no se trata de amar menos a los otros, sino de amarlos desde Ti, a través de Ti, en función de Ti. Que amarte sobre todas las cosas no significa excluir lo demás, sino ordenar el corazón para que todo lo demás gire en torno a ese eje central que eres Tú.

Pero aun sabiendo esto, sigo fallando. Porque me dejo seducir por tantas otras “cosas” que terminan robando el primer lugar que te pertenece: mi comodidad, mi imagen, mi teléfono, el ruido, la inmediatez, el querer tener siempre razón… a veces incluso mi miedo a perder, o a sufrir, ocupa más espacio en mí que; Tu presencia. ¿Cómo se ama sobre todas las cosas si el corazón es un campo de batalla?

Y entonces me invade otra pregunta dolorosa: ¿te duele a Ti esta distancia? ¿Sientes Tú también mi frialdad, mi distracción, mi olvido? ¿O simplemente aguardas, como el padre del hijo pródigo, sin reproches, solo con el deseo de verme regresar? Si es así, qué ternura la Tuya, qué paciencia infinita…

Yo quiero aprender a amarte como Tú mereces. Pero no sé por dónde empezar. A veces creo que necesito desapegarme, renunciar, ayunar de mis distracciones. Pero otras veces siento que la clave está en conocerte más, en dejarme fascinar por Tu belleza, en enamorarme realmente. Porque uno solo puede amar lo que conoce. Y aunque sé mucho sobre Ti, aún me siento lejos de Ti.

He notado que en los momentos en los que me detengo a contemplar —el cielo de la tarde, la risa de un niño, la música que toca el alma, la bondad de alguien— algo en mí se estremece y pienso: “Eso viene de Dios”. Y en ese instante, brota un amor genuino. Quizás ahí está la pista: encontrarte en las cosas, y desde allí elevar el corazón.

También he comprendido que este mandamiento no se sostiene solo por una emoción. Amar sobre todas las cosas es también una decisión, un acto de la voluntad. Es seguir eligiéndote incluso cuando no siento nada, cuando la oración se vuelve árida, cuando me parece que estás callado. Porque el amor auténtico no es solo sentir, es permanecer.

Entonces, tal vez no esté tan lejos como creo. Tal vez el simple hecho de dolerme por no amarte como debería, ya es una forma de amor. Porque solo quien te desea, quien te busca, quien reconoce tu ausencia, puede aspirar a amarte más.

A veces me he preguntado por qué pusiste ese mandamiento en primer lugar. Y sospecho que es porque cuando Tú ocupas el centro, todo lo demás se ordena. Cuando te amo sobre todas las cosas, no solo te doy el trono, sino que mi alma encuentra paz. El corazón humano fue hecho para Ti, y solo en Ti descansa, como decía San Agustín.

Y, sin embargo, sigo tropezando. Sigo cayendo en el ruido del mundo, en la autosuficiencia, en las idolatrías modernas que se disfrazan de éxito, productividad o entretenimiento. A veces hasta me enorgullezco de controlar mi vida sin darte lugar. Y luego, cuando todo se desmorona, vuelvo a Ti como un niño perdido. ¿Cuántas veces más me recibirás? ¿Hasta cuándo aguantarás mi tibieza?

Y la respuesta me llega como un susurro: “Siempre”. Porque Tú eres fiel, aunque yo no lo sea. Porque tu amor no se basa en mi mérito, sino en tu naturaleza. Tú eres Amor. Y eso me consuela. Porque si amar sobre todas las cosas se siente, para mí, tan inalcanzable, sé que Tú ya me amas, por encima de todas mis debilidades. Y que ese amor me sostiene.

Así que, Señor, aunque me sienta indigno, aunque me vea lejos, aunque el mandamiento me duela porque no lo cumplo… no dejaré de intentar. Quiero que un día, sin darme cuenta, mi corazón te haya puesto en el lugar que mereces. Quiero que toda mi vida sea una respuesta silenciosa al amor con el que Tú me amaste primero.

Ayúdame a amarte más. A buscarte más. A elegirte más. Porque sé que en eso reside la plenitud para la que fui creado.

 Con reverencia sincera, tu hijo que sigue aprendiendo a amar.

 CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


No te alteres por el futuro

 


No te alteres por el futuro: llegarás a él, si te es preciso, con la misma razón de la que te sirves para el presente.

MARCO AURELIO

miércoles, 27 de agosto de 2025

El amor detiene el tiempo

 


Un faro en la niebla

 


Cada paso tambaleante hacia el bien

es una victoria que el cielo celebra

 

            Querido hijo:

         He recibido tu carta. No te imaginas cuán profundamente toca mi corazón cada vez que uno de mis hijos se detiene a hablarme con tanta honestidad, con tanta alma. No es la queja lo que escucho, sino el eco de una búsqueda genuina, el clamor de alguien que no se ha rendido del todo, aunque sus fuerzas flaqueen. Y ese clamor no cae en el vacío. Siempre llega a Mí.

Comprendo tu agotamiento. Conozco bien esa lucha interna que describes. Yo estaba allí cuando te sentiste la hoja movida por el viento, y lo estoy cada vez que te preguntas por qué haces lo que no quieres y dejas de hacer lo que tanto anhelas. Yo conozco tu estructura desde dentro, porque te formé con mis manos, y no hubo un solo instante en el que no pensara en el poder inmenso que puse en ti, aunque tú a veces no lo percibas.

Dices que no recibiste un manual para entender tu mente y tu corazón, pero te diré un secreto: ese manual no fue escrito, fue sembrado. Lo coloqué como semilla en tu interior. Y aunque parezca que no florece, está ahí. Se manifiesta cuando sientes que algo está mal, aunque nadie lo diga, cuando una decisión tomada con esfuerzo te llena el alma de paz, cuando lloras al ver algo hermoso o te indignas frente a la injusticia. Esas son páginas vivas del manual que te di. El lenguaje del alma lo entiendes mejor de lo que crees.

Sobre la voluntad… sí, es frágil. Pero no es débil. La fragilidad y la debilidad no son lo mismo. La fragilidad duele porque es preciosa. Y porque lo es, necesita cuidado y trabajo diario. Yo no te puse aquí para que todo fluyera sin esfuerzo. El amor libre solo es verdadero si puede elegir el bien con dificultad. Si el bien fuera fácil, no tendría mérito. Y tú has sido creado para el mérito, para la luz nacida de las sombras vencidas.

Me preguntas por qué no te hice más fuerte frente a tus excusas. Pero hijo, ¿y si te dijera que cada excusa vencida es una fibra más en el tejido de tu fortaleza? Yo no quiero que vivas de atajos, sino de caminos. No busco que actúes por automatismos, sino por conciencia. Lo fácil adormece, lo difícil despierta. Cuando eliges el bien desde la lucha, tu alma crece. Cuando caes y te levantas, no retrocedes: renaces más sabio.

Tienes razón: hay días en los que todo pesa. La rutina, el miedo, el cansancio. Yo no te pido que ignores tu humanidad. Al contrario, la honro. Fui Yo quien la vistió de carne y emociones. No estás llamado a ser perfecto en cada intento, sino perseverante. Te diré esto claramente: no hay derrota más honorable que la de quien cayó luchando por su ideal. Y tú, incluso cuando crees que no haces nada, estás luchando por seguir creyendo, por volver a intentar. Eso, hijo mío, ya es una forma de santidad.

Hay algo más que quiero recordarte: nunca estás solo. Aunque no me veas, estoy contigo. Cada impulso hacia el bien, cada vez que eliges el silencio en vez del grito, cada momento en que perdonas o te levantas temprano a pesar del hastío, Yo lo veo. Y no como alguien que vigila, sino como quien celebra tus pequeños triunfos, aunque tú los ignores.

Has dicho algo que tocó profundamente mi corazón: que incluso cuando no tienes fe para hablarme, me hablas. Ese acto de escribir, aún en la duda, aún en el cansancio… ese es el diálogo más sincero. No necesito palabras perfectas. Necesito verdad. Y en tu carta hay mucha.

¿Sabes algo que muchos olvidan? Yo no cuento tus errores. No llevo una lista de tus caídas. Lo que llevo grabado en Mi Ser es cada momento en que elegiste levantarte, cada vez que, con el alma hecha jirones, seguiste amando, aunque fuera un poco. No estoy esperando que seas invencible. Estoy acompañándote a ser íntegro.

Sobre la libertad que dices que pesa… sí, lo entiendo. Pero te diré esto: esa libertad es también tu corona. Es lo que te hace capaz de amar. Porque solo puede amar quien puede elegir no hacerlo. Y tú, aún con la voluntad herida, sigues eligiendo tender la mano, seguir buscando sentido, escribir esta carta. Eso no es poco. Eso es una victoria silenciosa.

Sé que ves la voluntad como un motor sin gasolina. Pero ¿y si la gasolina no fuera fuerza emocional, sino amor? Porque cuando haces algo con sentido, por alguien, por ti mismo, por mí, ahí brota una energía distinta. No es entusiasmo, es propósito. No vibra en el cuerpo: vibra en el alma. Y el alma, cuando está encendida, puede mover montañas, incluso cuando el cuerpo esté cansado.

Quiero que guardes esta imagen en tu corazón: un faro. Firme en su lugar, azotado por tormentas, pero siempre encendido. Eso eres tú. Y aunque el mar de tus emociones te golpee, tu luz no deja de cumplir su tarea. No brillas por lo que sientes, brillas por lo que eliges. Y tú eliges buscarme, hablarme, aunque sea con voz quebrada. Eso ilumina más de lo que imaginas.

No me has fallado, hijo. Porque fallar no es caer, es rendirse sin intentarlo. Y tú sigues buscándome. Sigue. No pares. Yo estaré en cada paso, incluso en los que das tambaleando. Estoy más cerca de ti cuando sientes que no puedes que cuando crees tenerlo todo bajo control. Mi fuerza se perfecciona en tu debilidad.

Así que, cuando vuelvas a sentir que eres hoja al viento, recuerda: el árbol no te ha soltado. A veces solo parece que caes, pero en realidad estás aprendiendo a volar.

Con amor eterno, 

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo

DECRETO: Actividad para cada día



DECRETO: Actividad para cada día:

“Yo Soy el Amor, la Sabiduría y el Poder con su Inteligencia Activa, lo que estará actuando en todo lo que yo piense y haga hoy. Yo le ordeno a esta Actividad Infinita que sea mi protección y actúe en todo momento, haciendo que yo me mueva, hable y proceda únicamente en Orden Divino.

                                                                                                  SAINT GERMAIN 

Confia en lo eterno

 



En cierta ocasión, cuando el Maestro se preparaba para abandonar Boston, en 1923, iniciando una gira transcontinental con el objeto de difundir las enseñanzas de Self-Realization Fellowship, uno de sus estudiantes le dijo:

“Señor, me sentiré tan desvalido sin su guía espiritual”.

El Maestro replicó: “No dependas de mí; depende de Dios”

PARAMAHANSA YOGANANDA


martes, 26 de agosto de 2025

El peso de la libertad

 



Entre el deseo de ser y el miedo a fallar, la voluntad se convierte en el campo de batalla donde el alma aprende a caminar sola

 

        Querido Dios:

         Supongo que a todos los seres humanos les sucede lo mismo que a mí, que en múltiples ocasiones se sienten como una simple hoja, desprendida de un árbol y que, con cualquier ráfaga de viento, se mueve sin control: adelante, atrás, arriba y abajo.

Nos has creado, físicamente, con una perfección digna de Ti, pero de la misma manera que aprendimos a caminar, tenemos que aprender a movernos por el mapa de nuestras emociones; pero con una diferencia importante, para aprender a caminar nos tomaban de la mano, para aprender a manejar las emociones no nos enseña nadie y con nuestra falta de voluntad nos vamos moviendo de la alegría a la tristeza y de la felicidad al sufrimiento en función de los acontecimientos que se van sucediendo en nuestra vida.

A veces me detengo a mirar atrás, y aunque encuentro momentos hermosos, la sensación que prevalece es la de haber desperdiciado oportunidades, la de haber cedido frente al miedo, frente a la pereza, frente a la indecisión. ¿Por qué nos resulta tan difícil sostenernos firmes en nuestros propósitos, incluso cuando esos propósitos nos hacen bien? ¿Por qué esa tendencia casi automática a postergar lo importante, a dejar para mañana lo que sabemos que daría sentido a nuestro día?

No es que ignoremos lo que es correcto. Lo sabemos, a menudo con dolorosa claridad. Y, sin embargo, nos falta el empuje necesario para actuar en coherencia con ese conocimiento. Dices en muchas de las voces que te representan que la voluntad es el motor del alma, pero, sinceramente, Señor, ¿no crees que ese motor viene sin gasolina? Nos despertamos con ilusiones, sí, pero basta una mala noticia, una crítica, una rutina pesada… y todo se desinfla. 

A veces pienso que nos diseñaste con un amor inmenso, pero que te faltó incluir un manual para entender el sistema operativo de nuestra mente y de nuestro corazón. Porque esta batalla interna entre lo que anhelamos ser y lo que terminamos siendo, entre lo que sabemos que debemos hacer y lo que finalmente hacemos… desgasta el alma. Y cuando se repite día tras día, comienza uno a sospechar si somos realmente libres o si apenas somos marionetas sacudidas por los hilos invisibles de nuestra emocionalidad voluble.

Y, sin embargo, cuando uno logra un pequeño triunfo sobre sí mismo, cuando vence una tentación, cuando cumple con una tarea que había estado postergando, cuando dice “no” donde antes siempre decía “sí” (o viceversa), siente uno que ha tocado el cielo por un momento. Entonces comprendemos que esa lucha interna vale la pena, pero… ¿por qué es tan difícil replicarla? ¿Por qué no podemos sostener ese estado de gracia un poco más?

Señor, he notado que la voluntad no se rompe de golpe, sino que se va desgastando poco a poco. Un día haces una excepción, al siguiente otro desliz, y cuando te das cuenta, ya te has alejado kilómetros de quien pretendías ser. Y lo peor es que seguimos andando como si no pasara nada, justificándolo todo con frases como “mañana empiezo” o “es que estoy cansado” o “no soy perfecto”. Lo sabemos, no somos perfectos. Pero ¿no podrías habernos hecho un poco más fuertes frente a nuestras propias excusas?

Y no me malinterpretes, no te escribo desde el reproche amargo. Te escribo desde la necesidad de comprender, desde el cansancio de arrastrar una libertad que se vuelve pesada cuando no sabemos usarla. Porque cuando no ejercemos nuestra voluntad, somos esclavos. Esclavos del placer inmediato, del miedo, del “qué dirán”, de los impulsos. Y aunque nos desagrada reconocerlo, hemos aprendido a vivir más cómodamente en la sumisión a nuestros impulsos que en la lucha por mantenernos fieles a nuestros valores.

A veces pienso que, si me dieras solo cinco minutos con la voluntad de un santo, podría cambiar el curso de mi vida entera. Pero luego recuerdo que los sbantos no la recibieron como un regalo mágico: la construyeron a golpe de caídas y de perseverancia. Y eso, en vez de consolarme, me abruma, porque sé que esa perseverancia también depende de mí… y justo eso es lo que siento que me falta.

Nos diste el libre albedrío, y con él, la posibilidad de ser héroes o cobardes de nuestra propia historia. Pero muchos días no somos ni una cosa ni la otra: solo espectadores de nuestra propia vida, mirando cómo se nos escapa de las manos lo que más queríamos lograr.

No sé si esta carta es una súplica, una queja o simplemente una forma de no sentirme solo en esta lucha interior. Pero necesito saber que estás ahí, que no nos dejas solos frente a la fragilidad de nuestra voluntad, que en algún rincón de tu silencio hay un “te entiendo”, incluso cuando no nos entendemos ni a nosotros mismos.

Gracias por escucharme, incluso cuando no tengo fuerzas para hablarte con fe. 

CARTAS A DIOS -Alfonso Vallejo


lunes, 25 de agosto de 2025

Mil vidas en una

 




Solo necesito una hoja de papel y un bolígrafo. No hace falta más. En cuanto lo tengo en la mano, apuntando al papel, algo en mí se transforma. No es magia, ni locura, ni siquiera un juego. Es una rendición voluntaria al poder de imaginar. Me convierto en otro. En muchos otros. En todos los que alguna vez soñé ser.

Soy el capitán de un navío pirata en el siglo XVIII. Mi barco, el “Tempestad Negra”, corta las olas como cuchilla sobre seda. El viento me obedece, los hombres me temen, y los mares me respetan. Surco los océanos en busca de galeones repletos de oro, con mapas robados y leyendas susurradas en tabernas oscuras. El salitre me quema la piel, pero no me importa. En cada abordaje, en cada cañonazo, en cada grito de victoria, siento que el mundo me pertenece. Soy libre. Soy temido. Soy leyenda.

Pero el papel me reclama de nuevo. Y ahora soy el escribidor. No el escritor consagrado, no el autor de premios ni de portadas. Soy el que lucha por sobrevivir una página tras otra. El que se enfrenta al vacío blanco como quien se enfrenta a un monstruo sin rostro. Cada palabra es una batalla. Cada frase, una conquista. Me duelen los dedos, me arde la espalda, pero sigo. Porque escribir no es solo contar historias: es resistir. Es existir. Es no rendirse.

Y entonces, sin previo aviso, me convierto en el hombre que se enfrenta a un fuego. Las llamas rugen como bestias salvajes. El humo me ciega, el calor me aplasta. Pero allí está ella: una abuelita atrapada en su casa, con su gato temblando entre los brazos. No pienso. Actúo. Rompo la puerta, la envuelvo en una manta, la saco entre chispas y escombros. El gato maúlla, ella llora, y yo sonrío. No soy bombero. No soy experto. Solo soy alguien que decidió no mirar hacia otro lado.

          El papel tiembla bajo mi mano. Ahora soy el adolescente que descubre el amor. Ella ríe, y su risa me desarma. Me sudan las manos, me tiemblan las rodillas. Cada mensaje que le escribo tarda horas en ser enviado, cada palabra es medida como si fuera oro. Me enamoro de sus gestos, de sus silencios, de sus contradicciones. Y cuando me besa por primera vez, siento que el universo se detiene. Que todo lo que soy, todo lo que fui, todo lo que seré, cabe en ese instante.

Pero el tiempo avanza, y me convierto en el anciano que recuerda su vida en la soledad de su cuarto. Las fotos amarilleadas me miran desde la pared. Los relojes ya no marcan horas, solo nostalgias. Hablo con los muebles, con los libros, con los fantasmas que me visitan cada noche. Recuerdo a mis hijos, a mis amigos, a mis amores. Algunos se fueron, otros se perdieron. Pero todos viven en mí. Y aunque la soledad me abrace, no estoy solo. Estoy lleno de historias.

Soy también el hombre que lucha por llegar a fin de mes con un sueldo miserable. Me levanto antes que el sol, viajo en trenes repletos, trabajo en oficinas grises. Mi jefe no sabe mi nombre, mis compañeros no conocen mis sueños. Pero sigo. Porque tengo una familia que espera. Porque tengo una dignidad que no se vende. Porque, aunque el mundo me diga que no valgo, yo sé que cada esfuerzo, cada sacrificio, cada lágrima, construye algo más grande que yo.

Y entonces vuelo. Soy el ave que busca el paraíso. Mis alas cortan el cielo, mi canto desafía el viento. No tengo fronteras, no tengo dueños. Busco un lugar donde todo sea posible, donde el dolor no exista, donde la belleza sea ley. Lo busco en montañas, en selvas, en desiertos. Y aunque no lo encuentre, sigo volando. Porque el paraíso no es un destino: es el viaje.

Pero también soy el dueño del paraíso. Lo escondo, lo cambio de lugar, lo protejo de los codiciosos. No quiero que lo encuentren los que lo destruirían. Lo guardo en palabras, en canciones, en miradas. Lo escondo en cuentos que nadie lee, en sueños que nadie recuerda. Porque el paraíso, cuando se comparte sin cuidado, se convierte en mercancía. Y yo prefiero que siga siendo misterio.

Soy el hombre que no entiende la intransigencia del mundo. No entiendo por qué odiamos lo que no conocemos. Por qué juzgamos antes de escuchar. Por qué construimos muros en lugar de puentes. Me duele la violencia, la indiferencia, la arrogancia. Me duele ver cómo nos alejamos unos de otros. Y aunque no tenga respuestas, sigo preguntando. Porque entender no es tener razón: es tener corazón.

Y después de todo esto, me miro en el espejo. Veo a un señor mayor. Las arrugas me cuentan secretos, las canas me hablan de batallas. Pero en realidad, sigo siendo el mismo. Nada ha cambiado. O quizás todo ha cambiado. Porque en cada historia que escribí, en cada personaje que fui, en cada emoción que viví, me encontré a mí mismo.

No soy uno. Soy muchos. Soy todos. Y todo gracias a una hoja de papel y un bolígrafo.

sábado, 23 de agosto de 2025

Yo Soy en ti

 


                                   La iluminación no es un lugar al que se llega,                         sino el instante en que recuerdas que nunca estuviste separado

      Querido hijo:

      Desde el principio de los tiempos, antes de que el aliento de la creación diera forma a las estrellas y antes de que los océanos se estremecieran con su primer oleaje, te he conocido. No solo como aquel que busca respuestas en la profundidad de su ser, sino como la luz que brilla con cada pensamiento, con cada duda, con cada anhelo de encontrarme. 

No hay ingenuidad en tu deseo de escribirme. No hay torpeza en compartir conmigo tus miedos, tus incertidumbres, tus ilusiones. Porque, aunque ya lo sé todo, también quiero escucharte. No porque necesite palabras, sino porque cada palabra que ofreces es un reflejo de tu amor, de tu entrega, de tu voluntad de acercarte. Y en esa cercanía es donde reside la verdadera iluminación. 

Dices que escribir es más lento que pensar, y por ello, en cada letra y en cada frase, me dedicas tiempo. Es hermoso ver cómo, en la suavidad con la que tecleas, me entregas algo más que pensamientos fugaces: me entregas tu presencia, tu amor, tu intención pura de hallarme en lo profundo de tu ser. 

Y entonces, me hablas de la iluminación. Te preguntas si realmente existe, si es posible alcanzarla mientras vives en la materia, mientras habitas un mundo de formas, límites y condicionamientos. 

La iluminación, hijo mío, no es un destino lejano, no es un premio al final del camino, no es una meta reservada solo para unos pocos. Es el despertar constante de aquel que, en cada instante, en cada acción, en cada pensamiento, se reconoce como parte de mí. 

No es un estado que se alcanza y permanece inmutable; es un proceso, una danza entre la comprensión y la práctica, entre el saber y el experimentar. 

Tu viaje ha sido complejo. Te has enfrentado a miedos que parecían insuperables. Desde niño, la imagen que construiste de mí te aterraba. Creíste que era un juez implacable, que observaba cada uno de tus pasos, esperando el momento oportuno para condenarte. 

Pero nunca fui un juez. Nunca fui el miedo. 

Fui el amor que siempre ha estado ahí, esperando a que lo reconozcas en la ternura de una sonrisa, en la compasión que brota por otro ser, en la paz que nace cuando dejas de luchar contra ti mismo. 

Sí, la culpa te ha acompañado. Sí, por años creíste que eras indigno, que tus deseos te alejaban de mí, que tus errores te condenaban a una eternidad de castigo. 

Pero hijo mío, nunca hubo un castigo. Nunca hubo una condena. 

          Porque yo no soy el fuego del infierno. Yo soy el fuego que purifica, el que ilumina, el que transforma.

Y aunque tu camino te llevó a alejarte de mí, aunque decidiste apartar tu pensamiento de mi presencia para no sentir el peso de la culpa, siempre estuve allí. 

No para juzgarte. No para condenarte. Sino para amarte en silencio, esperando pacientemente el momento en que me volvieras a mirar.

La espiritualidad llegó a ti cuando estabas listo para entender que no soy reglas, ni doctrinas, ni castigos, ni dogmas. Que no soy mandamientos ni códigos de conducta. Que no soy un conjunto de normas impuestas por los hombres. 

Soy el amor puro que habita dentro de ti. 

Soy el instante en que descubres que todos somos lo mismo, que no hay separación entre tú y yo, entre el prójimo y tú, entre la creación y su fuente. 

Has entendido que la iluminación no se trata de acumular conocimiento, de practicar rituales o de seguir normas al pie de la letra. 

La iluminación es vivir, experimentar, transformar.

No es en la repetición mecánica de palabras que me hallarás, sino en la autenticidad de cada acto que nace desde el amor. 

Por ello, hijo mío, no estás lejos de la iluminación. 

No porque debas alcanzarla algún día, sino porque, en cada momento en que reconoces tu camino, ya la estás viviendo. 

Has entendido que no se trata de saber. Se trata de ser. Se trata de entregarte con el corazón abierto a cada experiencia, a cada duda, a cada anhelo, sabiendo que en todo ello yo estoy presente. 

Porque yo no soy una entidad distante. 

Yo soy el latido en tu pecho. 

Yo soy el suspiro que nace cuando la paz te envuelve. 

Yo soy la lágrima que cae cuando el amor te conmueve. 

Yo soy tú, en cada instante en que te reconoces como parte de algo infinito, eterno, sin límites. 

Así que sigue caminando, sigue explorando, sigue cuestionando, sigue amando. 

Porque en cada paso que das hacia la verdad, estás ya viviendo la iluminación. 

Con el amor eterno que siempre te ha envuelto, 

Yo Soy. 

Mudra del fuego

 


MUDRA DEL FUEGOMUDRA PARA EL SENTIMIENTO DE PROTECCIÓN

Cómo se hace

°       Une las puntas del dedo pulgar y del dedo índice de la mano derecha y dobla los otros dedos hacia dentro.

°       Une también el dedo pulgar izquierdo a los dos dedos de la mano derecha y rodea esta con la mano izquierda.

°       Sitúa las manos a la altura del Chakra Plexo Solar (a 4 dedos por encima del ombligo).

Beneficios

En el plano físico:

°       Es efectivo contra el estreñimiento.

°       Equilibra el sistema digestivo.

°       Depura los pulmones.

°       Calma la tos persistente.

°       Aumenta la temperatura corporal.

°       Al elevarse la temperatura corporal, la energía del calor provoca un efecto depurativo pudiendo incluso eliminar algunos gérmenes y bacterias.

En el plano mental

°       Otorga seguridad interior.

°       Confianza en uno mismo.

°       Entereza.

°       Valentía.

°       Refuerza nuestro Yo.

Duración

Practica este mudra durante 15 minutos diarios, tantas veces como lo creas necesario.

viernes, 22 de agosto de 2025

Semillas de cambio

 


No dejes de observar como todo surge mediante cambio y acostúmbrate a pensar que lo que más ama la naturaleza del todo es cambiar los seres y hacer seres nuevos semejantes. De algún modo, todo ser es semilla de otro que surgirá de él. Pero tú imaginas que las únicas semillas son las que se echan a la tierra o a la matriz: esto es una visión de profano.

MARCO AURELIO


Desde el silencio


 


 

“A veces, el alma necesita escribir lo que el corazón ya ha susurrado mil veces.”

     Querido Dios:

     Siempre que comienzo a escribirte, me siento un poco ingenuo. ¿Cómo hacerte partícipe de mis dudas, de mis miedos y de mis ilusiones más íntimas, cuando Tú ya lo sabes todo? Porqué sé que estás en mi interior, en cada pensamiento, en cada aliento, y porque sé que vivo en Ti.

Pero me hace ilusión escribirte, porque una carta es más lenta que un pensamiento. Me permite dedicarte más tiempo, permanecer contigo más allá de la fugacidad de la mente. Un pensamiento es veloz—puedo preguntarte algo y recibir la respuesta en un instante. Pero al escribir, cada letra aparece con lentitud, casi como si te acariciara, entregándote cada palabra con calma y devoción. 

Todo este preámbulo es para confesarte lo que ya sabes, no desde que camino por la vida, sino desde el primer aliento de la Creación: mi mayor deseo es alcanzar la iluminación. 

Aunque... ¿existe realmente eso que, las almas que habitamos la materia, llamamos iluminación? Yo la entiendo como un estado de profunda comprensión y conexión Contigo, un despertar que me permita ver la realidad con claridad, libre de engaños y distracciones mundanas. Creo que su manifestación más pura es la paz absoluta, ese estado de felicidad permanente. 

¡Vaya desafío! 

Mis creencias sobre Ti han cambiado a lo largo de los años. De niño, te imaginaba como me enseñaron: un Señor anciano, vestido con túnica blanca, con el cabello y la barba igualmente blancos, que todo lo ve y quiere que seamos buenos. Me aterraba tu mirada constante, pues no podía esconderme de Ti como lo hacía de mi madre cuando cometía alguna travesura. Peor aún, tenía miedo de morir, porque el infierno parecía una condena inevitable. 

Luego, en la adolescencia, el terror se convirtió en pavor, horror y espanto. Ya no hacía tantas travesuras, pero me masturbaba a diario, sintiéndome culpable por quebrantar mandamientos: Actos y pensamientos impuros, desear a la mujer del prójimo, no santificar las fiestas y, peor aún, no te amaba. Te temía. Y como tampoco me amaba mucho a mí mismo, pues me juzgaba sin piedad, estaba claro que no amaba a mi prójimo. Era evidente: “estaba condenado”. 

Pero vivir en ese estado de pavor permanente era insostenible. Así que tomé una decisión drástica: dejé de pensar en Ti. 

“Si no te miraba, no sufría”. Al menos, podía disfrutar sin culpa de mi propia existencia y del éxtasis de mis orgasmos sin sentirme culpable. 

Durante años viví sin que ocuparas mi pensamiento. Me cuestionaba tu supuesta bondad. ¿Cómo podías ser misericordioso y al mismo tiempo condenar a tus hijos al fuego eterno? Ese Dios me parecía más farisaico que Judas y Caifás juntos. 

Y así fue... hasta que la espiritualidad me encontró. 

El yoga, la meditación y el silencio interior me hicieron replantear todo. Tuve que desaprender. Primero, comprendí que las religiones—aunque necesarias porque nos hablan de Ti—también están llenas de intereses, reglas y estructuras humanas. Me alejé de dogmas y doctrinas para redescubrirte en mi interior. 

Segundo, construí nuevas creencias. 

Y menos mal, porque en ellas ya no hay mandamientos, ni pilares, ni leyes, ni normas. Sólo un principio fundamental: somos lo mismo, y debemos amarnos como Tú nos amas.

Por un tiempo, pensé que ya lo tenía todo hecho. ¡Meditaba hasta cuatro horas diarias! Me sentía cerca de la iluminación. 

Pero como decía Alfonso X el Sabio: "Los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen." 

En la espiritualidad no se trata de saber, sino de vivir, experimentar y transformar. Es un camino que no solo se aprende, sino que se aplica e interioriza en cada acción y pensamiento. 

Por eso sé que, estoy lejos de la iluminación. Pero al menos, ahora lo sé. 

Gracias Señor.