El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 26 de agosto de 2025

El peso de la libertad

 



Entre el deseo de ser y el miedo a fallar, la voluntad se convierte en el campo de batalla donde el alma aprende a caminar sola

 

        Querido Dios:

         Supongo que a todos los seres humanos les sucede lo mismo que a mí, que en múltiples ocasiones se sienten como una simple hoja, desprendida de un árbol y que, con cualquier ráfaga de viento, se mueve sin control: adelante, atrás, arriba y abajo.

Nos has creado, físicamente, con una perfección digna de Ti, pero de la misma manera que aprendimos a caminar, tenemos que aprender a movernos por el mapa de nuestras emociones; pero con una diferencia importante, para aprender a caminar nos tomaban de la mano, para aprender a manejar las emociones no nos enseña nadie y con nuestra falta de voluntad nos vamos moviendo de la alegría a la tristeza y de la felicidad al sufrimiento en función de los acontecimientos que se van sucediendo en nuestra vida.

A veces me detengo a mirar atrás, y aunque encuentro momentos hermosos, la sensación que prevalece es la de haber desperdiciado oportunidades, la de haber cedido frente al miedo, frente a la pereza, frente a la indecisión. ¿Por qué nos resulta tan difícil sostenernos firmes en nuestros propósitos, incluso cuando esos propósitos nos hacen bien? ¿Por qué esa tendencia casi automática a postergar lo importante, a dejar para mañana lo que sabemos que daría sentido a nuestro día?

No es que ignoremos lo que es correcto. Lo sabemos, a menudo con dolorosa claridad. Y, sin embargo, nos falta el empuje necesario para actuar en coherencia con ese conocimiento. Dices en muchas de las voces que te representan que la voluntad es el motor del alma, pero, sinceramente, Señor, ¿no crees que ese motor viene sin gasolina? Nos despertamos con ilusiones, sí, pero basta una mala noticia, una crítica, una rutina pesada… y todo se desinfla. 

A veces pienso que nos diseñaste con un amor inmenso, pero que te faltó incluir un manual para entender el sistema operativo de nuestra mente y de nuestro corazón. Porque esta batalla interna entre lo que anhelamos ser y lo que terminamos siendo, entre lo que sabemos que debemos hacer y lo que finalmente hacemos… desgasta el alma. Y cuando se repite día tras día, comienza uno a sospechar si somos realmente libres o si apenas somos marionetas sacudidas por los hilos invisibles de nuestra emocionalidad voluble.

Y, sin embargo, cuando uno logra un pequeño triunfo sobre sí mismo, cuando vence una tentación, cuando cumple con una tarea que había estado postergando, cuando dice “no” donde antes siempre decía “sí” (o viceversa), siente uno que ha tocado el cielo por un momento. Entonces comprendemos que esa lucha interna vale la pena, pero… ¿por qué es tan difícil replicarla? ¿Por qué no podemos sostener ese estado de gracia un poco más?

Señor, he notado que la voluntad no se rompe de golpe, sino que se va desgastando poco a poco. Un día haces una excepción, al siguiente otro desliz, y cuando te das cuenta, ya te has alejado kilómetros de quien pretendías ser. Y lo peor es que seguimos andando como si no pasara nada, justificándolo todo con frases como “mañana empiezo” o “es que estoy cansado” o “no soy perfecto”. Lo sabemos, no somos perfectos. Pero ¿no podrías habernos hecho un poco más fuertes frente a nuestras propias excusas?

Y no me malinterpretes, no te escribo desde el reproche amargo. Te escribo desde la necesidad de comprender, desde el cansancio de arrastrar una libertad que se vuelve pesada cuando no sabemos usarla. Porque cuando no ejercemos nuestra voluntad, somos esclavos. Esclavos del placer inmediato, del miedo, del “qué dirán”, de los impulsos. Y aunque nos desagrada reconocerlo, hemos aprendido a vivir más cómodamente en la sumisión a nuestros impulsos que en la lucha por mantenernos fieles a nuestros valores.

A veces pienso que, si me dieras solo cinco minutos con la voluntad de un santo, podría cambiar el curso de mi vida entera. Pero luego recuerdo que los sbantos no la recibieron como un regalo mágico: la construyeron a golpe de caídas y de perseverancia. Y eso, en vez de consolarme, me abruma, porque sé que esa perseverancia también depende de mí… y justo eso es lo que siento que me falta.

Nos diste el libre albedrío, y con él, la posibilidad de ser héroes o cobardes de nuestra propia historia. Pero muchos días no somos ni una cosa ni la otra: solo espectadores de nuestra propia vida, mirando cómo se nos escapa de las manos lo que más queríamos lograr.

No sé si esta carta es una súplica, una queja o simplemente una forma de no sentirme solo en esta lucha interior. Pero necesito saber que estás ahí, que no nos dejas solos frente a la fragilidad de nuestra voluntad, que en algún rincón de tu silencio hay un “te entiendo”, incluso cuando no nos entendemos ni a nosotros mismos.

Gracias por escucharme, incluso cuando no tengo fuerzas para hablarte con fe. 

CARTAS A DIOS -Alfonso Vallejo


No hay comentarios:

Publicar un comentario