Cada paso tambaleante hacia el bien
es una victoria que el cielo celebra
Querido hijo:
Comprendo tu agotamiento.
Conozco bien esa lucha interna que describes. Yo estaba allí cuando te sentiste
la hoja movida por el viento, y lo estoy cada vez que te preguntas por qué
haces lo que no quieres y dejas de hacer lo que tanto anhelas. Yo conozco tu
estructura desde dentro, porque te formé con mis manos, y no hubo un solo
instante en el que no pensara en el poder inmenso que puse en ti, aunque tú a
veces no lo percibas.
Dices que no recibiste un manual
para entender tu mente y tu corazón, pero te diré un secreto: ese manual no fue
escrito, fue sembrado. Lo coloqué como semilla en tu interior. Y aunque parezca
que no florece, está ahí. Se manifiesta cuando sientes que algo está mal,
aunque nadie lo diga, cuando una decisión tomada con esfuerzo te llena el alma
de paz, cuando lloras al ver algo hermoso o te indignas frente a la injusticia.
Esas son páginas vivas del manual que te di. El lenguaje del alma lo entiendes
mejor de lo que crees.
Sobre la voluntad… sí, es
frágil. Pero no es débil. La fragilidad y la debilidad no son lo mismo. La fragilidad
duele porque es preciosa. Y porque lo es, necesita cuidado y trabajo diario. Yo
no te puse aquí para que todo fluyera sin esfuerzo. El amor libre solo es
verdadero si puede elegir el bien con dificultad. Si el bien fuera fácil, no
tendría mérito. Y tú has sido creado para el mérito, para la luz nacida de las
sombras vencidas.
Me preguntas por qué no te hice
más fuerte frente a tus excusas. Pero hijo, ¿y si te dijera que cada excusa
vencida es una fibra más en el tejido de tu fortaleza? Yo no quiero que vivas
de atajos, sino de caminos. No busco que actúes por automatismos, sino por
conciencia. Lo fácil adormece, lo difícil despierta. Cuando eliges el bien
desde la lucha, tu alma crece. Cuando caes y te levantas, no retrocedes:
renaces más sabio.
Tienes razón: hay días en los
que todo pesa. La rutina, el miedo, el cansancio. Yo no te pido que ignores tu
humanidad. Al contrario, la honro. Fui Yo quien la vistió de carne y emociones.
No estás llamado a ser perfecto en cada intento, sino perseverante. Te diré
esto claramente: no hay derrota más honorable que la de quien cayó luchando por
su ideal. Y tú, incluso cuando crees que no haces nada, estás luchando por
seguir creyendo, por volver a intentar. Eso, hijo mío, ya es una forma de
santidad.
Hay algo más que quiero
recordarte: nunca estás solo. Aunque no me veas, estoy contigo. Cada impulso
hacia el bien, cada vez que eliges el silencio en vez del grito, cada momento
en que perdonas o te levantas temprano a pesar del hastío, Yo lo veo. Y no como
alguien que vigila, sino como quien celebra tus pequeños triunfos, aunque tú
los ignores.
Has dicho algo que tocó
profundamente mi corazón: que incluso cuando no tienes fe para hablarme, me
hablas. Ese acto de escribir, aún en la duda, aún en el cansancio… ese es el
diálogo más sincero. No necesito palabras perfectas. Necesito verdad. Y en tu
carta hay mucha.
¿Sabes algo que muchos olvidan?
Yo no cuento tus errores. No llevo una lista de tus caídas. Lo que llevo
grabado en Mi Ser es cada momento en que elegiste levantarte, cada vez que, con
el alma hecha jirones, seguiste amando, aunque fuera un poco. No estoy
esperando que seas invencible. Estoy acompañándote a ser íntegro.
Sobre la libertad que dices que
pesa… sí, lo entiendo. Pero te diré esto: esa libertad es también tu corona. Es
lo que te hace capaz de amar. Porque solo puede amar quien puede elegir no
hacerlo. Y tú, aún con la voluntad herida, sigues eligiendo tender la mano,
seguir buscando sentido, escribir esta carta. Eso no es poco. Eso es una
victoria silenciosa.
Sé que ves la voluntad como un
motor sin gasolina. Pero ¿y si la gasolina no fuera fuerza emocional, sino
amor? Porque cuando haces algo con sentido, por alguien, por ti mismo, por mí,
ahí brota una energía distinta. No es entusiasmo, es propósito. No vibra en el
cuerpo: vibra en el alma. Y el alma, cuando está encendida, puede mover
montañas, incluso cuando el cuerpo esté cansado.
Quiero que guardes esta imagen
en tu corazón: un faro. Firme en su lugar, azotado por tormentas, pero siempre
encendido. Eso eres tú. Y aunque el mar de tus emociones te golpee, tu luz no
deja de cumplir su tarea. No brillas por lo que sientes, brillas por lo que
eliges. Y tú eliges buscarme, hablarme, aunque sea con voz quebrada. Eso
ilumina más de lo que imaginas.
No me has fallado, hijo. Porque
fallar no es caer, es rendirse sin intentarlo. Y tú sigues buscándome. Sigue.
No pares. Yo estaré en cada paso, incluso en los que das tambaleando. Estoy más
cerca de ti cuando sientes que no puedes que cuando crees tenerlo todo bajo
control. Mi fuerza se perfecciona en tu debilidad.
Así que, cuando vuelvas a sentir
que eres hoja al viento, recuerda: el árbol no te ha soltado. A veces solo
parece que caes, pero en realidad estás aprendiendo a volar.
Con amor eterno,
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
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