El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




miércoles, 27 de agosto de 2025

Un faro en la niebla

 


Cada paso tambaleante hacia el bien

es una victoria que el cielo celebra

 

            Querido hijo:

         He recibido tu carta. No te imaginas cuán profundamente toca mi corazón cada vez que uno de mis hijos se detiene a hablarme con tanta honestidad, con tanta alma. No es la queja lo que escucho, sino el eco de una búsqueda genuina, el clamor de alguien que no se ha rendido del todo, aunque sus fuerzas flaqueen. Y ese clamor no cae en el vacío. Siempre llega a Mí.

Comprendo tu agotamiento. Conozco bien esa lucha interna que describes. Yo estaba allí cuando te sentiste la hoja movida por el viento, y lo estoy cada vez que te preguntas por qué haces lo que no quieres y dejas de hacer lo que tanto anhelas. Yo conozco tu estructura desde dentro, porque te formé con mis manos, y no hubo un solo instante en el que no pensara en el poder inmenso que puse en ti, aunque tú a veces no lo percibas.

Dices que no recibiste un manual para entender tu mente y tu corazón, pero te diré un secreto: ese manual no fue escrito, fue sembrado. Lo coloqué como semilla en tu interior. Y aunque parezca que no florece, está ahí. Se manifiesta cuando sientes que algo está mal, aunque nadie lo diga, cuando una decisión tomada con esfuerzo te llena el alma de paz, cuando lloras al ver algo hermoso o te indignas frente a la injusticia. Esas son páginas vivas del manual que te di. El lenguaje del alma lo entiendes mejor de lo que crees.

Sobre la voluntad… sí, es frágil. Pero no es débil. La fragilidad y la debilidad no son lo mismo. La fragilidad duele porque es preciosa. Y porque lo es, necesita cuidado y trabajo diario. Yo no te puse aquí para que todo fluyera sin esfuerzo. El amor libre solo es verdadero si puede elegir el bien con dificultad. Si el bien fuera fácil, no tendría mérito. Y tú has sido creado para el mérito, para la luz nacida de las sombras vencidas.

Me preguntas por qué no te hice más fuerte frente a tus excusas. Pero hijo, ¿y si te dijera que cada excusa vencida es una fibra más en el tejido de tu fortaleza? Yo no quiero que vivas de atajos, sino de caminos. No busco que actúes por automatismos, sino por conciencia. Lo fácil adormece, lo difícil despierta. Cuando eliges el bien desde la lucha, tu alma crece. Cuando caes y te levantas, no retrocedes: renaces más sabio.

Tienes razón: hay días en los que todo pesa. La rutina, el miedo, el cansancio. Yo no te pido que ignores tu humanidad. Al contrario, la honro. Fui Yo quien la vistió de carne y emociones. No estás llamado a ser perfecto en cada intento, sino perseverante. Te diré esto claramente: no hay derrota más honorable que la de quien cayó luchando por su ideal. Y tú, incluso cuando crees que no haces nada, estás luchando por seguir creyendo, por volver a intentar. Eso, hijo mío, ya es una forma de santidad.

Hay algo más que quiero recordarte: nunca estás solo. Aunque no me veas, estoy contigo. Cada impulso hacia el bien, cada vez que eliges el silencio en vez del grito, cada momento en que perdonas o te levantas temprano a pesar del hastío, Yo lo veo. Y no como alguien que vigila, sino como quien celebra tus pequeños triunfos, aunque tú los ignores.

Has dicho algo que tocó profundamente mi corazón: que incluso cuando no tienes fe para hablarme, me hablas. Ese acto de escribir, aún en la duda, aún en el cansancio… ese es el diálogo más sincero. No necesito palabras perfectas. Necesito verdad. Y en tu carta hay mucha.

¿Sabes algo que muchos olvidan? Yo no cuento tus errores. No llevo una lista de tus caídas. Lo que llevo grabado en Mi Ser es cada momento en que elegiste levantarte, cada vez que, con el alma hecha jirones, seguiste amando, aunque fuera un poco. No estoy esperando que seas invencible. Estoy acompañándote a ser íntegro.

Sobre la libertad que dices que pesa… sí, lo entiendo. Pero te diré esto: esa libertad es también tu corona. Es lo que te hace capaz de amar. Porque solo puede amar quien puede elegir no hacerlo. Y tú, aún con la voluntad herida, sigues eligiendo tender la mano, seguir buscando sentido, escribir esta carta. Eso no es poco. Eso es una victoria silenciosa.

Sé que ves la voluntad como un motor sin gasolina. Pero ¿y si la gasolina no fuera fuerza emocional, sino amor? Porque cuando haces algo con sentido, por alguien, por ti mismo, por mí, ahí brota una energía distinta. No es entusiasmo, es propósito. No vibra en el cuerpo: vibra en el alma. Y el alma, cuando está encendida, puede mover montañas, incluso cuando el cuerpo esté cansado.

Quiero que guardes esta imagen en tu corazón: un faro. Firme en su lugar, azotado por tormentas, pero siempre encendido. Eso eres tú. Y aunque el mar de tus emociones te golpee, tu luz no deja de cumplir su tarea. No brillas por lo que sientes, brillas por lo que eliges. Y tú eliges buscarme, hablarme, aunque sea con voz quebrada. Eso ilumina más de lo que imaginas.

No me has fallado, hijo. Porque fallar no es caer, es rendirse sin intentarlo. Y tú sigues buscándome. Sigue. No pares. Yo estaré en cada paso, incluso en los que das tambaleando. Estoy más cerca de ti cuando sientes que no puedes que cuando crees tenerlo todo bajo control. Mi fuerza se perfecciona en tu debilidad.

Así que, cuando vuelvas a sentir que eres hoja al viento, recuerda: el árbol no te ha soltado. A veces solo parece que caes, pero en realidad estás aprendiendo a volar.

Con amor eterno, 

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo

No hay comentarios:

Publicar un comentario