El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 25 de agosto de 2025

Mil vidas en una

 




Solo necesito una hoja de papel y un bolígrafo. No hace falta más. En cuanto lo tengo en la mano, apuntando al papel, algo en mí se transforma. No es magia, ni locura, ni siquiera un juego. Es una rendición voluntaria al poder de imaginar. Me convierto en otro. En muchos otros. En todos los que alguna vez soñé ser.

Soy el capitán de un navío pirata en el siglo XVIII. Mi barco, el “Tempestad Negra”, corta las olas como cuchilla sobre seda. El viento me obedece, los hombres me temen, y los mares me respetan. Surco los océanos en busca de galeones repletos de oro, con mapas robados y leyendas susurradas en tabernas oscuras. El salitre me quema la piel, pero no me importa. En cada abordaje, en cada cañonazo, en cada grito de victoria, siento que el mundo me pertenece. Soy libre. Soy temido. Soy leyenda.

Pero el papel me reclama de nuevo. Y ahora soy el escribidor. No el escritor consagrado, no el autor de premios ni de portadas. Soy el que lucha por sobrevivir una página tras otra. El que se enfrenta al vacío blanco como quien se enfrenta a un monstruo sin rostro. Cada palabra es una batalla. Cada frase, una conquista. Me duelen los dedos, me arde la espalda, pero sigo. Porque escribir no es solo contar historias: es resistir. Es existir. Es no rendirse.

Y entonces, sin previo aviso, me convierto en el hombre que se enfrenta a un fuego. Las llamas rugen como bestias salvajes. El humo me ciega, el calor me aplasta. Pero allí está ella: una abuelita atrapada en su casa, con su gato temblando entre los brazos. No pienso. Actúo. Rompo la puerta, la envuelvo en una manta, la saco entre chispas y escombros. El gato maúlla, ella llora, y yo sonrío. No soy bombero. No soy experto. Solo soy alguien que decidió no mirar hacia otro lado.

          El papel tiembla bajo mi mano. Ahora soy el adolescente que descubre el amor. Ella ríe, y su risa me desarma. Me sudan las manos, me tiemblan las rodillas. Cada mensaje que le escribo tarda horas en ser enviado, cada palabra es medida como si fuera oro. Me enamoro de sus gestos, de sus silencios, de sus contradicciones. Y cuando me besa por primera vez, siento que el universo se detiene. Que todo lo que soy, todo lo que fui, todo lo que seré, cabe en ese instante.

Pero el tiempo avanza, y me convierto en el anciano que recuerda su vida en la soledad de su cuarto. Las fotos amarilleadas me miran desde la pared. Los relojes ya no marcan horas, solo nostalgias. Hablo con los muebles, con los libros, con los fantasmas que me visitan cada noche. Recuerdo a mis hijos, a mis amigos, a mis amores. Algunos se fueron, otros se perdieron. Pero todos viven en mí. Y aunque la soledad me abrace, no estoy solo. Estoy lleno de historias.

Soy también el hombre que lucha por llegar a fin de mes con un sueldo miserable. Me levanto antes que el sol, viajo en trenes repletos, trabajo en oficinas grises. Mi jefe no sabe mi nombre, mis compañeros no conocen mis sueños. Pero sigo. Porque tengo una familia que espera. Porque tengo una dignidad que no se vende. Porque, aunque el mundo me diga que no valgo, yo sé que cada esfuerzo, cada sacrificio, cada lágrima, construye algo más grande que yo.

Y entonces vuelo. Soy el ave que busca el paraíso. Mis alas cortan el cielo, mi canto desafía el viento. No tengo fronteras, no tengo dueños. Busco un lugar donde todo sea posible, donde el dolor no exista, donde la belleza sea ley. Lo busco en montañas, en selvas, en desiertos. Y aunque no lo encuentre, sigo volando. Porque el paraíso no es un destino: es el viaje.

Pero también soy el dueño del paraíso. Lo escondo, lo cambio de lugar, lo protejo de los codiciosos. No quiero que lo encuentren los que lo destruirían. Lo guardo en palabras, en canciones, en miradas. Lo escondo en cuentos que nadie lee, en sueños que nadie recuerda. Porque el paraíso, cuando se comparte sin cuidado, se convierte en mercancía. Y yo prefiero que siga siendo misterio.

Soy el hombre que no entiende la intransigencia del mundo. No entiendo por qué odiamos lo que no conocemos. Por qué juzgamos antes de escuchar. Por qué construimos muros en lugar de puentes. Me duele la violencia, la indiferencia, la arrogancia. Me duele ver cómo nos alejamos unos de otros. Y aunque no tenga respuestas, sigo preguntando. Porque entender no es tener razón: es tener corazón.

Y después de todo esto, me miro en el espejo. Veo a un señor mayor. Las arrugas me cuentan secretos, las canas me hablan de batallas. Pero en realidad, sigo siendo el mismo. Nada ha cambiado. O quizás todo ha cambiado. Porque en cada historia que escribí, en cada personaje que fui, en cada emoción que viví, me encontré a mí mismo.

No soy uno. Soy muchos. Soy todos. Y todo gracias a una hoja de papel y un bolígrafo.

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