El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 15 de agosto de 2022

Háblame de ti


Háblame de ti.

 "Ocurrió en Lima": Capítulo II, parte 6 

En mi reflexión no me dio tiempo para más, ya que escuché que alguien me llamaba.

-    Antay.

Sentado en el banco, al que yo estaba a punto de llegar, con un periódico en la mano, resguardado de los rayos del sol, bajo las ramas de uno de los enormes árboles que jalonan la berma de la Avenida Pardo, se encontraba Ángel.

-    ¡Hola Ángel! –le dije tendiéndole mi mano- ¿Cómo estás?, es un placer volver a verte.

-    Igualmente Antay –dijo levantándose del banco y apretando mi mano-¿Te apetece sentarte?, se está muy bien a la sombra.

-    Si, ¿por qué no? –él se sentó nuevamente y yo a su lado, como el primer día que nos conocimos, bajo la garúa, en un día, por completo, opuesto al de hoy.

-    No esperé ni un segundo para preguntarle por su misteriosa desaparición del puesto de bebidas- ¿Qué pasó el día que nos encontramos por primera vez?, desapareciste como por arte de magia y, para colmo, el camarero me hizo creer que no existías y que yo había estado solo tomándome el café.

-    Le costaba trabajo hablar por las carcajadas que estaba soltando- Estaba en el baño y cuando salí me contó lo que te había dicho y la cara que pusiste. Disculpa que me hiciera gracia entonces y, ahora, también, ya ves. Perdona.

-    No te preocupes, - le dije- pero sí, he pensado en eso todos estos días. Yo sabía que no estaba loco y estaba seguro de haber estado contigo. Supongo que el camarero debe de ser un chistoso.

-    Si, seguro que lo es, -y cerrando el tema de su desaparición prosiguió- Te estaba viendo venir y ha habido un momento que parecía que habías sufrido una especie de transformación, hasta que los niños te golpearon con la pelota, ¿te ha pasado algo?

-    Si, o no, no lo sé –no sabía cómo explicarlo- ha sido como si de repente me hubiera expendido y yo mismo fuera el árbol, el banco, el jardín o la pelota. Ha sido extraño, increíble y maravilloso. Lo he definido como “complitud”.

-    No creo que exista esa palabra, la palabra correcta seria completitud, pero queda muy bien para resumir lo que me has contado y, ¿has tenido alguna sensación más? –se interesó Ángel.

-    Sí, he tenido la sensación de que todo estaba en su lugar, donde tiene que estar, porque todo tiene un propósito, pero ahora que he vuelto a la normalidad y te lo estoy contando no sé, muy bien, que estoy diciendo, -y seguí como si estuviera hablando conmigo o con mi pensamiento- vamos que no entiendo nada, porque un propósito, ¿un propósito? ¿de qué? Entonces si la vida tiene un propósito, este ¿se consigue solo o habrá que hacer algo para completarlo?

-    Es correcta tu percepción, todo tiene un propósito, todo es como tiene que ser y una vez que se entiende y se integra eso en la vida, esta resulta un verdadero paseo de paz y serenidad. El propósito de la vida es aprender a amar como Dios nos ama, es decir, de manera incondicional. Lo hablamos el primer día. Decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.

-    Eran muchas las cuestiones que no entendía y se las lancé todas a Ángel como si fuera una ametralladora- ¿Cómo era posible llegar a ese estado?, ¿existe alguien que viva en ese estado de manera permanente?, ¿qué quiere decir que todo tiene un propósito?, ¿quién ha hecho la programación?, ¿por qué existen propósitos tan opuestos?, ¿para qué hacerlos?, ¿qué pasa si no se cumplen?, a fin de cuentas, todos nos morimos y después ni propósito ni nada, porque se acabó. Y una curiosidad más, ¿por qué sabes todas estas cosas?

-    Contestaré a todas tus preguntas, pero, para que lo entiendas, tengo que hacerlo siguiendo un orden. -se detuvo y mirándome a los ojos dijo- De lo primero que tengo que hablarte es de Dios y yo sé que no te consideras muy amigo Suyo.

-    ¿Qué tiene que ver Dios en todo esto? -cada vez entendía menos y ¿por qué sabía Ángel que yo no me consideraba amigo de Dios si no se lo había dicho?

-    Todo -respondió de manera enigmática, y continuó- ¿sabes quién eres?, ¿sabes cómo has llegado a la vida?, ¿para qué has nacido?, ¿sabes qué pasa cuando mueres?

Como en el encuentro anterior me sentía muy cómodo al lado de Ángel, pero, como entonces, me daba la sensación de ser un alumno de párvulos sentado al lado del director del colegio. Me sentía pequeño y no hacía falta que me comparara. Era evidente su sapiencia y mi total desconocimiento. Me hablaba de temas desconocidos para mí, pero que, por alguna extraña razón, entraban hasta el más recóndito rincón de mi cuerpo. No tenía duda de que me hablaba de temas importantes, aunque no los había necesitado en toda mi vida y, es posible, que no los necesitara nunca, pero algo en mi interior resonaba cuando Ángel hablaba.

-    Y una vez más pasó, contestó a mi pensamiento- No tienes que sentirte pequeñito porque no sepas de estos temas. Yo no sé de informática y aquí me tienes, tan feliz, hablando con un experto. Cada uno es bueno en algo, pero nadie es bueno en todo. Lo importante es conocer la propia valía y la valía de los demás. La misión del portero, en un equipo de futbol, es evitar que metan goles en su portería y la misión del delantero es, la contraria, meter el balón en la red. Pero, a ambos, junto a los nueve compañeros restantes, les darán la copa si ganan el campeonato. Los once son importantes. Cada uno en su lugar en el campo. Así es la vida. Todos a la vez, esos jugadores, el resto del mundo y nosotros, también, somos importantes. Cada uno ocupando un espacio en el Universo.

-    Ángel, antes de hablarme de Dios háblame de ti. ¿Quién eres?, porque estoy convencido de que puedes leer mi pensamiento. Cuando pensaba en que no sabía tu nombre lo primero que dijiste fue como te llamabas. Acertaste mi edad sin que yo te dijera nada. Me tranquilizaste diciendo que no estabas haciéndome un examen cuando era eso lo que estaba pensando, en ese mismo momento, sabes sin que yo te lo comentara que Dios me es indiferente y, ahora, cuando pensaba que era como un parvulito sentado con mi director me hablas de que cada uno es bueno en algo, pero que nadie lo es en todo. ¿Quién eres? –creo que me salió un bonito discurso.

-    Antay, hijo mío, -contestó Ángel- te voy a contestar lo que quieres saber, aunque no es la realidad. Solo soy un viejo observador de la vida que ha recorrido cada una de las estaciones por las que tú estás pasando ahora. Soy un profesor de yoga jubilado y, sobre todo, soy un meditador. Y de la meditación no se jubila nadie, como no te vas a jubilar de mirar, escuchar, dormir o pensar. Ha sido en mis horas de meditación cuando he ido recibiendo la información que te estoy dando ahora. No, perdona, no la he ido recibiendo, la he ido recordando, porque esa información ya estaba en mí, como lo está en ti. ¿Qué crees que te ha pasado hace un momento?, pues que has recordado que formas parte de un Todo y que lo que sucede es lo correcto porque forma parte de una planificación, -y concluyó- ¿Estás satisfecho?

-    No sé. Porque me has dicho al principio que esto que me has contado no es la realidad. Dime la verdad, cuéntame la realidad –contesté con una ligera molestia.

-    Yo soy un hijo de Dios, como tú. Soy una parte de la Energía Divina, como tú. Soy un ser espiritual que ha decidido tener una experiencia humana, como tú, para recordar quien soy, como tú. Soy eterno, como tú.

-    No entiendo nada Ángel.


En la página NOVELA "Ocurrió en Lima", puedes leer completos los capítulos I y II.

domingo, 14 de agosto de 2022

Diario íntimo de un babau (1)

 Sábado 6 de agosto 2022

          La palabra “babau”, en este contexto, es una palabra catalana que significa “bobo”, “sin malicia”. Tiene otros significados: en portugués, (expresión para decir que se ha perdido una oportunidad), en italiano, (monstruo imaginario que asusta a los niños), o en euskera, (coco o fantasma). Pero no tiene nada que ver su traducción en otras lenguas con lo que quiero expresar en este diario.  

Más de una vez he pensado que si tuviéramos un neón en la frente, (¿entiendes ahora lo de babau?, siempre pensando tonterías), que se fuera encendiendo con cada pensamiento el mundo sería diferente. No nos quedaría más remedio que aprender a controlar los pensamientos, porque si no, tendríamos que vivir en soledad para que nadie viera nuestros pensamientos reflejados en los neones de la frente.

          Te imaginas estar con una persona y que aparezca una luz en tu frente con el  pensamiento que has permitido en ese momento, sobre la persona con la que estás, y que diga, por ejemplo: “No sé para qué me cuenta todo esto si todos sabemos que es mentira” o, “podrías dejar de alardear: dime de que hablas y te diré de que careces” o, “de poco le vale la dieta, porque cada día está más gordo”. La persona que está delante de ti, o salía corriendo o la emprendía a palos contigo. Aunque no tengo muy claro si la paliza sería para eliminar tus pensamientos o para dañar el neón de tu frente.

En fin, esas, y un montón más de sandeces, son las que pueden ir desfilando por nuestro cerebro. Por el mío lo hacen. Y eso pasa porque no solemos tener ningún control sobre nuestros pensamientos y dejamos que estos campen a sus anchas, apareciendo aquellos que solemos tener con más frecuencia, que suelen estar relacionados con la crítica hacía los demás, (que es el deporte favorito de los seres humanos en cualquier parte del mundo) y, sobre todo, con el miedo. Miedo a hacer el ridículo, miedo a la humillación, miedo a la enfermedad y a la muerte, miedo a la soledad. Podría hacer una lista interminable de miedos, porque cada persona es dueña de sus propios miedos, pero…, no sé si merece la pena. ¿Alguna vez habéis pensado que casi nunca se materializan esos miedos? Y, sin embargo, seguimos ocupando nuestro tiempo con ellos.

Es claro que alguna circunstancia, como la enfermedad y, por supuesto, la muerte va a llegar, pero es algo consustancial con la vida, por lo tanto, lo mejor sería disfrutar de la vida hasta ese momento. Cada vez que permitimos que un pensamiento nefasto interfiera en nuestra dicha diaria o, si nuestra vida no llega a dichosa, si al menos, en nuestra rutina diaria, es como enturbiar con barro el agua que tenemos que beber. Está claro que, si queremos beber, en esas circunstancias, hay que esperar que el barro se deposite, lentamente, en el fondo del vaso. Pues ocurre lo mismo en la vida, hay que esperar que la energía del miedo se acomode en nuestro cuerpo energético para volver a disfrutar de la alegría de vivir.

Pero, ojo. De la misma manera que mucho barro en el vaso ya no solo enturbia el agua, sino que la embarra haciendo imposible su degustación, mucho miedo llena el campo energético de la persona haciendo que la vida sea una lucha permanente contra unos fantasmas invisibles que aterrorizan a la persona de manera permanente.

Yo, también, tengo mis propios miedos. Pero he encontrado la manera de ir capeando el temporal cuando aparecen, de hacer que su duración sea cada vez menor o, incluso, aprender a convivir con algunos de ellos.

La fórmula no es difícil, porque está al alcance de todos, hasta de un babau como yo, pero requiere atención, voluntad, trabajo y paciencia.

¡Oh!, es la una del mediodía. Tengo que dejar de escribir porque tengo que terminar de preparar el almuerzo. Me falta empanar y freír unas pechugas de pollo.

Las comidas de la casa: desayuno, almuerzo, merienda y cena es uno de los trabajos que tengo asignados en la casa.

 Sábado 13 de agosto 2022

 Desde el sábado pasado no me he vuelto a sentar a escribir sobre mis “bajanadas”. Bajanada, podría decir que, es la acción del babau, como bobada lo es del bobo.

El pasado sábado podía haber seguido escribiendo a las 5 de la tarde, pero no me apeteció. A esa hora ya había cocinado, almorzado, lavado los platos, a mano, porque no tenemos lavavajillas, había descansado, media hora, viendo noticias y había hecho una terapia. Pero después de la terapia me entró una “vaguitis aguda” y me volví a sentar delante de la tele hasta la hora de preparar la cena.

Ese sábado estaba contando la fórmula que utilizo para zafarme de mis miedos según van apareciendo por mi cerebro. Sigo ahora con la fórmula.

Como ahora estamos pasando por una situación económica nefasta. Bueno, en realidad es una situación que dura, con algún alivio muy escaso y puntual, cinco años. A final de mes, una vez repartido el dinero para pagar lo más urgente, aparece un miedo asociado a una pregunta conocida: “¿Cómo haremos la semana que viene para comer?”.

Si dejo que el pensamiento permanezca en mi cerebro se empieza a generar una bola que va creciendo y creciendo hasta ahogarme, porque me impide respirar y termina alojándose en mi estómago, que es la parte más débil de mi cuerpo, generándome vómitos y diarrea. En fin, es muy válida la expresión, (perdón querido diario), ¡me estoy cagando de miedo! Y eso, sin mencionar el deplorable estado emocional a que me lleva esa situación.

Así que mientras permanezco sentado delante de la computadora realizando los pagos mensuales: colegio, seguro de salud, teléfonos, agua, luz, alquiler, mantenimiento del departamento y, alguno que se me escapa, lo hago repitiendo en mi interior: “Dios se encarga”, “quiero recibir grandes cantidades de dinero ahora” y, alguna frase con el Yo Soy, como “Yo Soy abundancia”, “Yo Soy prosperidad”.

Tengo que reconocer que por mucho que repita, (y, a veces puedo estar repitiéndolo más de 5 horas al día), no aparece en mi vida ni la abundancia ni la prosperidad y que tampoco recibo grandes cantidades de dinero, pero suceden dos cosas: Por un lado, no aparece el miedo y, por otro, tengo claro que Dios se encarga realmente, porque, de una u otra manera, va llegando dinero, a cuenta gotas, para ir salvando el mes.

Taytacha de los Temblores

 


Capítulo II, parte 5, de la novela "Ocurrió en Lima"

Hoy ha amanecido un día soleado. Es sorprendente, casi milagroso, porque no es normal que en agosto luzca el sol en Lima y, menos, a primera hora de la mañana. La característica principal del otoño, del invierno y parte de la primavera en Lima es la humedad, la neblina, la garúa matinal y los vientos fríos.

Un día soleado hay que aprovecharlo y, por eso, he decidido tomarme un día de descanso en mi trabajo de buscar trabajo. Así que, una vez finalizada la rutina diaria de la casa, lavar los platos del desayuno y poner la lavadora, decidí salir a la calle para aprovechar un día tan magnífico y darme un baño de sol.

El sol calentaba. Era un placer sentirlo en la cara.

No estaba seguro, al salir de casa, de si hacer un paseo largo o recortar el paseo habitual ya que debido a que la temperatura era muy agradable inicie mi recorrido a ritmo lento, tan lento que me parecía estar desfilando en una procesión y, a ese paso, el paseo de siempre podía durar cuatro horas.

Mi pensamiento, que no deja pasar ni una oportunidad para mortificarme, trajo a mi cerebro las procesiones a las que me llevaban mis padres, en Cusco, cuando era niño. Y digo para mortificarme porque era capaz de unir en un solo pensamiento o en dos pensamientos consecutivos, mi indiferencia hacia Dios con los momentos, tan agradables y tan llenos de amor, vividos con mis padres. ¡Es curioso!, después de años de no pensar en Dios, ni una sola vez, ahora estaba llegando a mi pensamiento con demasiada frecuencia.

 El Lunes Santo era el día más significativo, para nuestra familia, porque procesionaba el Taytacha de los Temblores. (Taytacha es el nombre en quechua con que se nombra a Dios, a los santos, sacerdotes, abuelos y padres). Mi madre era una ferviente devota del Señor de los Temblores. Es una imagen, sin ningún valor artístico, de un Cristo Negro crucificado, que ocupaba un espacio poco llamativo en la Catedral de Cusco y se le conocía como el Señor de la Buena Muerte. Pero el último día de marzo de 1650 todo cambió para el Señor de la Buena Muerte. Ese día, tras un fuerte terremoto que acabó con la vida de más de cinco mil personas, los fieles cusqueños sacaron en procesión a este Cristo y, según cuenta la historia, en ese momento pararon las réplicas o temblores. Así, el Señor de la Buena Muerte fue bautizado con su nuevo nombre, el Taytacha de los Temblores.

Caminaba, lentamente, por la berma central de la Avenida Pardo, recordando aquellos días de mi infancia en la Plaza de Armas de Cusco y hasta me permití hacerle una petición al Taytacha, supongo que en recuerdo de mi madre, que nunca hablaba directamente a Dios, sino a través del Cristo. Le pedí fuerza para llevar a buen término la tarea, en la que me había embarcado, de dominar el pensamiento y, de paso, ya que Él estaba rondando en mi pensamiento, que me permitiera llegar a la empresa idónea para conseguir un nuevo puesto de trabajo y, puestos a pedir, ¿por qué no aparecía alguna mujer con la que poder formar una familia? Por pedir que no quede.

Iba absorto en mis pensamientos. Pensamientos que me atrevería a calificar como conscientes ya que, por voluntad propia, iba pasando del Lunes Santo al Corpus Christi, pasando del Taytacha, que procesionaba el lunes, a las quince imágenes de santos y vírgenes, que procesionaban el día del Corpus, procedentes de las distintas parroquias cusqueñas para saludar, en la Catedral, al Cuerpo de Cristo, cuando me sentí, sorprendentemente, bien. Por un momento tuve la sensación de encontrarme en una especie de pasadizo luminoso, que conectaba la parte del paseo por la que llegaba con la parte del paseo que me esperaba con el siguiente paso.

En realidad, no era ningún pasadizo. Solo es una forma de llamarlo. Porque el paseo no había cambiado, ni de forma, ni de luminosidad, ni de temperatura, no, era el mismo. La diferencia consistía en mi percepción. Me sentía como expandido, como más grande, unido con todo lo que estaba a mi alrededor. Es como si yo mismo formara parte del árbol, del banco, de la persona que paseaba un perrito delante de mí, incluso era como si formara parte del perrito y, hasta de los coches que pasaban tocando el claxon, como siempre. Yo era uno con todo o ¿todo era uno conmigo?

En ese instante recordé la frase de Ángel: “todo está bien”, y yo sabía que todo estaba bien. Estaba bien el paseo, los recuerdos de la niñez, estar desocupado, vivir solo, todo era tal cual debía ser. Estaba completo, no me faltaba ni me sobraba nada, ni altura, ni kilos, ni dinero, ni inteligencia. Todo estaba en el lugar y en la forma correcta, pero no es porque lo pensara, es porque lo sabía, como supe, también, en ese instante que todo es así porque tiene un propósito.

Por lo tanto, si todo tiene un propósito, ¿por qué preocuparse?, ¿por qué sufrir?, ¿por qué desear? En el estado en que me encontraba, que incluso me atreví a llamarlo como de “complitud” sabía que todo estaba en el lugar correcto, yo incluido.

No sé cuánto tiempo permanecí en ese estado, podía haber durado un segundo o varios minutos, no sé. Me sacó de él una pelota que pegó en mis piernas y los gritos de unos niños que me pedían que les devolviera la pelota, aunque, cada uno la pedía para sí. Al final, lancé la pelota a la nada para que todos corrieran y la agarrara el más rápido.

Pasé a un punto de reflexión después del estado de complitud. Pensaba que había sido un estado muy agradable pero no tenía la menor idea de cómo llegar a él. ¿Tendría que pensar en el Taytacha?, ya que fue pensando en Él como llegué a mi pasadizo particular.

En la página NOVELA "Ocurrió en Lima", puedes leer el capitulo I y II completos.

Meditación: Para limpiar el hígado




sábado, 13 de agosto de 2022

Mi propio pensamiento me boicotea

 

 

De la novela "Ocurrió en Lima" (Capítulo II, parte 4)

Con el incipiente trabajo que estaba realizando sobre mi inteligencia y mi aspecto físico empecé a ser consciente de algunas cuestiones relativas a mi pensamiento:

La primera, y más importante, es que yo no soy responsable de ninguno de los pensamientos que llegan a mi cerebro, estos llegan y punto. Yo no soy consciente de traerlos, salvo esos pensamientos que yo busco, con los que intento solucionar algún problema o planificar algún aspecto de mi vida. El resto de pensamientos, el 99%, aparecen de manera atropellada, uno tras otro, sin dejarse espacio entre ellos hasta que, ¡incauto de mí!, me quedo enganchado a alguno, -casi siempre negativo- y comienzo con él una relación de camaradería, como si fuera mi confidente o mi amigo del alma, con el objetivo, creo yo, de buscar alguna solución que mejore la situación presentada por el pensamiento y, sin embargo, lo que se genera en una condición más abrupta y negativa que la que el pensamiento había presentado en su primera aparición.

No sé dónde pueden estar con anterioridad, ni por qué extraña circunstancia aparecen en mi cerebro.

Pero, si yo no soy responsable, ¿quién lo es? Buscando información sobre si los pensamientos ya moran en algún lugar en nosotros o se van generando de manera espontánea, llegue a un libro que lo explica, al menos para mí, de manera clara. Artur Powell explica en sus libros “El cuerpo mental” y “El cuerpo astral”, que los pensamientos son como nubecillas de energía que moran en el cuerpo mental que es la tercera capa del aura y que se activan para deslizarse, a través del aura, hasta el cerebro, para su manifestación.

Las razones para la activación de los pensamientos pueden ser muy variadas, la visión de un cuadro, escuchar una canción, una conversación entre dos personas, el encuentro con algún conocido, etc. A partir del momento en que aparece ese pensamiento es donde comienza la responsabilidad de la persona para mantenerlo en el cerebro o eliminarlo.

La manera de eliminar un pensamiento es quitándole la energía, y se le quita la energía cuando, de manera consciente, se cambia de pensamiento. Este es un acto de la voluntad 

La segunda es que podía estar de compadreo con el pensamiento, durante un buen rato, y necesitaba de toda mi atención para darme cuenta de que me estaba llevando, una vez más, a su terreno y terminar la conversación. Era cuando el pensamiento me arrastraba tras de sí, cuando me empezaba a sentir mal emocionalmente.

Dice Artur Powell que “el pensamiento repetido en una determinada acción, la hace a esta inevitable”. Ahí fui consciente de la fuerza del pensamiento y de lo que decía Ángel de que el miedo atrae al miedo. Ahora, aun lo tengo más claro. De mucho pensar que soy bajito, acabaré sintiéndome una pulga.

Podía estar en un estado de tranquilidad absoluta hasta que aparecía algún pensamiento amargo y, rápidamente, cambiaba mi estado emocional. Por lo tanto, para estar bien solo tenía que erradicar los pensamientos negativos.

Y, además, cuando un pensamiento se repite, una y otra vez, deja de ser la simple nubecilla que es, para convertirse en algo con entidad propia que se denomina “entidad de pensamiento”.

La entidad de pensamiento es como un pequeño diablillo, porque tiene vida propia y una única finalidad: quiere vivir. Para eso va a tratar de descargarse en el cerebro cuantas más veces mejor, ya que cada vez que se manifiesta se genera la energía que, a él, le mantiene con vida. Estas son las obsesiones que tenemos todos los seres humanos, en mayor o menor medida.

La tercera era, efectivamente, la atención. Si era capaz de no iniciar la conversación con el pensamiento, este no solo no tenía tanto poder, sino que lo perdía por completo y desaparecía si yo, de manera consciente, iniciaba un nuevo pensamiento. Era un trabajo agotador.

Y, por último, estaba la voluntad como decía Ángel. Voluntad para mantener la atención en los pensamientos conscientes deseados, para evitar que llegaran los no deseados.

Llevaba trabajando en esto diez días, con más pena que gloria, pero no desfallecía. Si alguien lo había conseguido, yo, con mi terquedad, estaba convencido de que, también, podría.

No había vuelto a sentarme a meditar desde el día de mi conversación con Dios. Creo que me asustaba, un poco, la idea de volver a encontrarme con Él, o con lo que fuera. En realidad, no sabía que había pasado.

Tienes completos los capítulos I y II en la página NOVELA: Ocurrió en Lima

jueves, 11 de agosto de 2022

Cambio de modelo



Como no sabía muy bien por donde comenzar. Para aprender a amarme, decidí hacerlo en las partes visibles de mi anatomía, es decir, en mi aspecto físico.

Siempre me comparaba con personas que eran más altas, más atractivas o más inteligentes, según mi criterio. El resultado era claro, siempre me veía más bajo, menos atractivo y menos inteligente, que el modelo elegido, lo cual hacía que me sintiera mal. Era lógico. Si me comparaba con alguien más alto, siempre me iba a ver más bajo. Si el modelo era más rico, siempre me iba a ver más pobre. Eso me llevó a pensar que para estar satisfecho conmigo tenía que cambiar el modelo, porque siempre iba a haber alguien más alto, más atractivo y más inteligente que yo.

Y cambié el modelo. Me comencé a comparar con quien era más bajo, menos atractivo y menos inteligente que yo. El resultado fue espectacular. Comencé a sentirme orgulloso de mi aspecto. Teniendo en cuenta que había nacido en Cusco y, seguro que por mis venas corre sangre inca, medir un metro setenta y dos centímetros parece una altura más que considerable. Lo que se espera de un descendiente de los incas es que sea moreno de ojos oscuros, y hubiera podido explicar muy mal mi ascendencia de haber salido blanquito, de cabello rubio y con ojos azules. Más que descendiente de los incas hubiera parecido descendiente de los vikingos. Si estaba orgulloso de mis padres, también, tenía que estarlo de los genes que hicieron que fuera tal como soy. En ese momento pensé en algo que había dicho Dios, y era que yo había hecho una primera elección antes de venir a la vida. Por lo tanto, si yo era moreno y con ojos negros debía de haberlo elegido. Me sigue pareciendo una tontería, pero…

Y, aún comencé a hacer algo más. No compararme. Con independencia de si lo había elegido o no. A fin de cuentas yo no sabía nada de otras vidas. Lo único de lo que podía dar fe era de esta vida y empezaba a tener claro que cada uno es como es y punto. Si no me comparo, ni gano ni pierdo, todo está bien, todo está como tiene que ser. Yo voy a seguir siendo el mismo. Seguro que Ángel, con su filosofía, me habría dicho que soy como soy por alguna determinada razón. ¿Quién era yo para desear cambiar una razón que, aunque desconocida, debía de existir? 

En cuanto a la inteligencia, estaba claro que nunca iba a ganar un Nobel, en ninguna especialidad, pero cuando me sentaba delante de una computadora esta no tenía ningún secreto para mí, ni en cuanto al software, ni en lo que respecta al hardware. ¿Para qué necesitaba más? era suficiente.

Fui consciente de que compararme con los demás siempre hacía que me sintiera frustrado, triste, infeliz y, además, generaba en mí un sentimiento de envidia que no podía ser bueno para mi estabilidad emocional.

Un nuevo pensamiento comenzó a hacerse un lugar en mi mente, comenzando con una pregunta: “¿Si tanto me gusta compararme, por qué no lo hago conmigo mismo?, ¿por qué no retarme a ser mejor cada día?, ¿por qué no trato de vencer mis propios miedos, que es algo consustancial conmigo?

Este sería un nuevo trabajo, además de aceptar la vida, y vivir con atención, ahora, tenía que observarme para comprobar de donde procedían mis miedos para erradicarlos. ¡Tremendo trabajo!

Sin embargo, mis pensamientos antiguos trataban de engañarme y llevarme a su terreno con demasiada frecuencia. Sin ser consciente de cómo llegaban esos pensamientos, estos se encargaban de ir disparando dardos venenosos que iban dejando su poso: “Lo único que estás intentando es engañarte a ti mismo para estar bien, pero esa no es la realidad. La realidad es que te gustaría ser rubio, con ojos azules y eres moreno con ojos negros”. Recordé entonces que este pensamiento era exactamente igual al pensamiento sobre el dinero muy arraigado en mí: “El dicho de que el dinero no da la felicidad es solo un slogan para que los pobres se conformen con su mala suerte”.

De nuevo recordé las palabras de Ángel: “Como decía Buda: Somos lo que pensamos. Es decir, que si piensas en el miedo tendrás miedo y si piensas en la felicidad serás feliz”.

Ahora no solo lo entendía, sino que lo estaba comprobando en mí mismo. Mi propio pensamiento me estaba boicoteando, trataba de desequilibrarme y, bastantes veces, lo conseguía. Debía permanecer muy atento y, una vez consciente del pensamiento, poner la voluntad para cambiarlo. ¡Era un ingente trabajo!, porque cuando menos lo esperaba ya estaba el pensamiento diciéndome muy bajito al oído: “Ese que acaba de pasar es más alto que tú. La verdad es que no eres tan alto”. Y cuando pasaba uno más bajito, se callaba, el muy…, a pesar de que pasaban un buen número de personas más bajas que yo.

Era como si conviviera con un demonio en mi interior que además actuaba sin ningún tipo de control por mi parte. Estaba completamente desatado, estaba como loco, aprovechaba cualquier resquicio para maltratarme. ¡Parece mentira que fuera mío!, más parecía un enemigo. Aparecía en cualquier momento, ante cualquier situación y, un gran porcentaje de veces, me encontraba tan indefenso que me ponía a conversar con él dándole la razón y sintiéndome muy mal por lo bajito y lo morenito que era. 

Me preguntaba ¿por qué sería el pensamiento tan malvado?, ¿por qué solo llegaban esos pensamientos malignos y no aparecía ningún pensamiento contrario, algo más benévolo, sobre algo que me hiciera sentir bien?, ¿de dónde procedían? Si es Dios quien habita en nuestro interior y no el demonio, todos los pensamientos deberían ser positivos, creados por Él y, sin embargo, todos son negativos, como si fuera el mismo Lucifer quien ocupara nuestro corazón.

Hasta el momento no había sido consciente de lo perverso del pensamiento porque mi actitud, cuando aparecía, era seguirle la corriente, darle conversación, seguir sus normas y, así, parecía que nos llevábamos bien. Solo discutíamos de alguna nimiedad, porque en las cuestiones importantes él guiaba y organizaba mi vida.

lunes, 8 de agosto de 2022

¿Hay alguien ahí?


De la novela "Ocurrió en Lima" (Capítulo II, parte 2) 

He hice algo que no había hecho nunca. Me senté a meditar como aconsejaban los autores en sus escritos. Lo hice, más que nada, para ver de qué se trataba. Comencé sintiendo la respiración, aunque no sabía muy bien si lo que respiraba era aire o tristeza. Y, después, de un rato viajando en ese aire o en esa tristeza, llevé la atención a mi corazón y se me ocurrió preguntar:

-    ¿Hay alguien ahí?

-    Si –me pareció escuchar-, estoy contigo –aunque no fueron palabras, ya que fue más un pensamiento que apareció muy rápido, casi de inmediato, después de formular la pregunta.

-    Y ¿por qué no te siento? –pregunté, embargado por la tristeza, sin ser consciente de que podía haber entablado una conversación con, no sabía muy bien si podía ser Dios o con una parte de mi mente que se encargaba de pensamientos elevados.

-    Imagina que un mediodía de verano, cuando más luce el sol, te encierras en un cuarto sin ventanas y cierras la puerta, ¿verías el sol?, ¿sentirías su calor?

-    No –contesté-, todo sería oscuridad.

-    Pues eso es lo que te ocurre a ti. Estas en un cuarto sin ventanas con la puerta cerrada. Tu pena, tu tristeza, tu rabia y tu dolor, son como esa oscuridad y te envuelven, por completo, sin dejarte, ya no digo disfrutar, sino, ni tan siquiera ser consciente de que, en el exterior, hay algo más que tu tristeza, hay vida.

>>Estás encogido, echado en el suelo, creyendo que estás siendo apaleado por la vida, cuando la realidad es que si te levantas y sales de tu oscuridad verás lucir el sol –concluyó.

-    Sí, claro. Suena muy bonito. Pero la vida, esa que dices, es una auténtica desgracia, porque es mi vida y soy yo el que cada día tiene que sufrir esperando que no me falte la comida y llegue una llamada ofreciéndome trabajo –y lo dije con tristeza, sin rabia, como justificando la razón de mi oscuridad.

-    ¿Sabes que a Mi Hijo no solo le faltó la comida, sino que le quitaron la vida?

-    Si, tienes razón, perdón –entonces fui consciente de mi egoísmo y me sentí mal.

-    No te sientas mal, hijo mío. No añadas más oscuridad a tu vida. Te voy a decir lo que tienes que hacer:

>>Ha estado muy bien que hoy te hayas sentado a meditar porque así has podido establecer contacto conmigo. Pero no es suficiente porque yo, a fin de cuentas, siempre estoy, aunque tú no me sientas. Tan importante como sentirme a mí, sería aceptar la vida.

-    ¡Cómo se nota que tú no tienes que comer cada día ni pagar ningún recibo! –surgió mi ironía.

-    Tú eres mi familia y el resto de seres humanos también, pero no puedo intervenir para darte ni un mendrugo de pan porque tú has elegido, exactamente, que comer, como comer y cuando comer.

-    Yo no recuerdo haber elegido nada –En ese momento pensé que me estaba comenzando a cansar de una conversación tan ridícula.

-    No es ridícula nuestra conversación.

Sentí como se me subían los colores. “¡Qué vergüenza!, pensé, pero… si no he dicho nada como sabe mi pensamiento. Bueno, en realidad, no he dicho ni una sola palabra, en ningún momento. Todo ha sido un pensamiento hablando con otro pensamiento, por lo tanto, no tendría que extrañarme que el pensamiento que responde lo haga, no solo, al pensamiento que habla, sino al pensamiento que piensa”. Porque somos cuatro, un pensamiento que piensa, otro que habla, otro que contesta y yo.

-    Y siguió Dios, o el pensamiento que habla, con su exposición- Hiciste una primera elección para venir a la vida, pero podemos olvidarnos de esa porque, para ti, es muy lejana, Podemos recordar otras más cercanas: Cada día eliges. Cada día tomas decisiones Y esas decisiones tienen unas consecuencias. Y esas consecuencias es lo que estás viviendo.

>>La vida, tu vida, lo has oído no hace mucho, es como un río. El agua siempre fluyendo, nunca se detiene. Pero, a veces, por cualquier circunstancia, el agua deja de correr y se estanca. Entonces se pudre y huele mal.

-    ¡Oh!, cómo se nota que eres Dios. Lo has descrito muy bien. Mi vida está detenida creo que hace mucho tiempo y huele muy mal.

-    Pues eres tú el que la ha detenido. Eres tú el que con tus pensamientos ha puesto una barrera infranqueable para que tu vida no avance.

>>Empieza aceptando la vida. No te quejes, no te lamentes. Da las gracias por lo que tienes, sea poco o mucho. Ayuda, dentro de tus posibilidades a otros que lo necesitan más que tú.

-    ¿Y si hago eso y la vida no cambia? –La verdad es que tenía todas las dudas del mundo. En realidad, eran más que dudas, no me creía nada.

-    Si haces eso esperando que tu vida cambie, no va a cambiar. Hazlo porque sí. Si lo haces porque sí, sin esperar que cambie, cambiará. Y, además, te encontrarás conmigo cada día.

-    Te repito, ¡cómo se nota que eres Dios! Perdona si te digo, con todo respeto, que estoy haciendo muchas cosas para que mi vida cambie y no cambia, ¿cómo va a cambiar sin hacer nada?, ¿cómo no voy a quejarme cuando veo como disminuyen mis ahorros?, ¿cómo no voy a lamentarme por mi mala suerte? Y ¿qué gano con encontrarme contigo?, nada va a cambiar por mucho que hables.

-    Eres libre de hacer lo que te parezca. Pero podrías intentarlo. ¡Acepta tu vida con alegría! Reflexiona sobre esto.

Después de eso, el silencio. Volví a quedarme solo sintiendo mi respiración y como un payaso se me ocurrió decir “Gracias”.

Pero… “¿a quién doy las gracias?”, pensé. “Es como un chiste, hablo conmigo y me lo agradezco porque… supongo que no habrá sido Dios, o ¿sí?”.

¡Qué curioso!, de no existir, para mí, la reflexión sobre sentimientos o emociones me he encontrado, sin saber cómo, en el lapso de una semana, con dos trabajos que parecen ser importantes: Amarme a mí mismo y aceptar la vida.

Supongo que se podrán realizar las dos al unísono ya que en la aceptación de la vida se tiene que encontrar integrada la aceptación a uno mismo y, aceptarme a mí ya es una forma de amarme.

A mi pensamiento o a Dios no le había prometido nada, pero a Ángel sí que le dije que las dificultades no me asustaban y que iba a intentarlo. Como no sabía muy bien por donde comenzar, para aprender a amarme, decidí hacerlo en las partes visibles de mi anatomía, es decir, en mi aspecto físico. 

domingo, 7 de agosto de 2022

Dios se encarga

 Del libro Ocurrió en Lima. Capítulo II, parte 1

Habían pasado diez días desde el extraño encuentro que tuve con Ángel en el malecón y todavía le daba vueltas a su misteriosa desaparición y al todavía más extraño comentario del camarero insinuando que yo había estado solo, sin más compañía que la de un café. No quise investigar más, ¿para qué?, me daba igual la forma en que se había evaporado porque había sido real para mí y, con eso, era suficiente. Si algún día tengo nietos, será una de las anécdotas que les cuente de manera repetida, porque no creo que vaya a olvidarlo el resto de mi vida.

El mismo día del encuentro tuve una reunión con Pablo, ex compañero de trabajo y uno de mis pocos amigos, para tratar la posibilidad de iniciar un negocio juntos, pero fuimos conscientes de que no podíamos, casi ni pensarlo, con el poco dinero de que disponíamos, ya que, juntando los ahorros de los dos, no teníamos ni para alquilar el local y, endeudarnos con un préstamo, para algo que no sabíamos cómo iba a funcionar, no nos parecía lo más lógico a ninguno de los dos. Así que descartamos la idea y los dos coincidimos en que lo mejor sería iniciar la búsqueda de trabajo en alguna empresa del sector informático, por ser el ramo conocido por nosotros. Y a eso estoy dedicado una buena parte de mi tiempo. Buscando empresas y enviando o entregando, personalmente, el curriculum.

Sin embargo, creo que me falta fe. No me veo trabajando en ninguna empresa haciendo el trabajo que hacía. Cuando dejo el curriculum algo en mi interior implora para que no me den el trabajo. Está claro que si no consigo cambiar esa falta de fe no voy a conseguir que ninguna empresa me contrate. En realidad, creo que, aunque sea muy bueno en mi trabajo, me gustaría cambiar de actividad o hacer algo relacionado con la informática, pero de manera diferente. Podría, por ejemplo, diseñar páginas web o reparar computadoras en casa, sin tienda, sin taller, sin jefe. Sin embargo, cuando hablo conmigo mismo, para concretar a qué me gustaría dedicarme, no tengo respuestas claras. 

También hice algo que no había hecho, y que parecía necesario, un presupuesto de gastos para saber cuánto tiempo podía subsistir con mis ahorros. El resultado fue esperanzador. Podía aguantar sin tener ingresos durante los próximos 12 meses. Hay que tener en cuenta que mis únicos gastos son, por un lado, los derivados de la alimentación y limpieza, en el supermercado y, por otro, los gastos fijos de la casa, agua, luz, gas, teléfono y mantenimiento. El pequeño departamento, donde vivo, es de mi propiedad y no genera más gastos que el mantenimiento. Soy un poco huraño y mi diversión es la lectura y alguna película romántica en la tele, por lo que mis gastos extraordinarios se reducen a la mínima expresión.

Sin embargo, encontrarme sin trabajo y sentir en mi interior la falta de fe para conseguirlo, hacía que, de vez en cuando, me embargara la tristeza, la frustración y la impotencia y, en medio de ese estado, que podría calificar como deplorable, sobre todo por no estar acostumbrado a él, comencé a pensar que la vida era un escenario lleno de injusticias. Pensaba que no merecía vivir una situación como esa, y menos una carestía de dinero, como en la que me encontraba inmerso, cuando siempre, durante toda mi vida, la generosidad había sido mi bandera.

Bien es cierto que nunca ayudé a nadie pensando en ninguna recompensa, pero, ahora, sí que venía a mi mente recordando la tontería de que “por cada céntimo que se da se recibe diez veces más”. Estaba más que claro que solo era una bonita frase con la que algunos podrían encontrar alivio en su pobreza.

Recordé, entonces, un comentario que mi madre siempre decía cuando se presentaba algún acontecimiento difícil: “Dios se encarga”. No recuerdo que Dios se encargara de solucionar a allanar el camino por el que transitábamos entonces. Y, ahora, tampoco, ya que pasaba el tiempo y, por supuesto, Dios no terminaba de encargarse. No le recriminaba a Dios, pero sí que me preguntaba ¿por qué?, ¿por qué de la nada me había quedado sin trabajo?

Cuando veía pedir limosna a ancianos o a mamás con niños, o cuando veía a personas rebuscando en las basuras que esperaban, a las puertas de los edificios, ser recogidas por el personal de limpieza de la municipalidad, algo para comer o vender, llegaba a la comprensión de que, a fin de cuentas, yo era un afortunado porque tenía una casa donde vivir y comía cada día, a pesar de no tener ningún ingreso.

 Pero vivir así, cada día, era como una gota que va cayendo inexorable en el vaso, con lo que este no solo se iba a llenar, sino que comenzaría, más pronto que tarde, a rebosar.

Para completar las enseñanzas de Ángel comencé a buscar por internet artículos sobre el amor y la energía y, entonces, fui consciente de que estaba muy relacionado con la espiritualidad.

Nunca había leído nada parecido. Sabía algo, muy poco, de religión, lo que había ido aprendiendo en el colegio, pero nunca alguien me había hablado de espiritualidad. Según iba saltando de una página a otra me topé con escritos de los autores de la espiritualidad en los que afirmaban que Dios vivía en el interior del ser humano y que no era necesario levantar los ojos al cielo para implorar un milagro, ya que con recogerse hacia el interior, hacia el corazón, era suficiente, ahí estaba Dios.

He hice algo que no había hecho nunca. Me senté a meditar como aconsejaban los autores en sus escritos. Lo hice, más que nada, para ver de qué se trataba. Comencé sintiendo la respiración, aunque no sabía muy bien si lo que respiraba era aire o tristeza. Y, después, de un rato viajando en ese aire o en esa tristeza, llevé la atención a mi corazón y se me ocurrió preguntar:

-    ¿Hay alguien ahí?