El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 13 de agosto de 2022

Mi propio pensamiento me boicotea

 

 

De la novela "Ocurrió en Lima" (Capítulo II, parte 4)

Con el incipiente trabajo que estaba realizando sobre mi inteligencia y mi aspecto físico empecé a ser consciente de algunas cuestiones relativas a mi pensamiento:

La primera, y más importante, es que yo no soy responsable de ninguno de los pensamientos que llegan a mi cerebro, estos llegan y punto. Yo no soy consciente de traerlos, salvo esos pensamientos que yo busco, con los que intento solucionar algún problema o planificar algún aspecto de mi vida. El resto de pensamientos, el 99%, aparecen de manera atropellada, uno tras otro, sin dejarse espacio entre ellos hasta que, ¡incauto de mí!, me quedo enganchado a alguno, -casi siempre negativo- y comienzo con él una relación de camaradería, como si fuera mi confidente o mi amigo del alma, con el objetivo, creo yo, de buscar alguna solución que mejore la situación presentada por el pensamiento y, sin embargo, lo que se genera en una condición más abrupta y negativa que la que el pensamiento había presentado en su primera aparición.

No sé dónde pueden estar con anterioridad, ni por qué extraña circunstancia aparecen en mi cerebro.

Pero, si yo no soy responsable, ¿quién lo es? Buscando información sobre si los pensamientos ya moran en algún lugar en nosotros o se van generando de manera espontánea, llegue a un libro que lo explica, al menos para mí, de manera clara. Artur Powell explica en sus libros “El cuerpo mental” y “El cuerpo astral”, que los pensamientos son como nubecillas de energía que moran en el cuerpo mental que es la tercera capa del aura y que se activan para deslizarse, a través del aura, hasta el cerebro, para su manifestación.

Las razones para la activación de los pensamientos pueden ser muy variadas, la visión de un cuadro, escuchar una canción, una conversación entre dos personas, el encuentro con algún conocido, etc. A partir del momento en que aparece ese pensamiento es donde comienza la responsabilidad de la persona para mantenerlo en el cerebro o eliminarlo.

La manera de eliminar un pensamiento es quitándole la energía, y se le quita la energía cuando, de manera consciente, se cambia de pensamiento. Este es un acto de la voluntad 

La segunda es que podía estar de compadreo con el pensamiento, durante un buen rato, y necesitaba de toda mi atención para darme cuenta de que me estaba llevando, una vez más, a su terreno y terminar la conversación. Era cuando el pensamiento me arrastraba tras de sí, cuando me empezaba a sentir mal emocionalmente.

Dice Artur Powell que “el pensamiento repetido en una determinada acción, la hace a esta inevitable”. Ahí fui consciente de la fuerza del pensamiento y de lo que decía Ángel de que el miedo atrae al miedo. Ahora, aun lo tengo más claro. De mucho pensar que soy bajito, acabaré sintiéndome una pulga.

Podía estar en un estado de tranquilidad absoluta hasta que aparecía algún pensamiento amargo y, rápidamente, cambiaba mi estado emocional. Por lo tanto, para estar bien solo tenía que erradicar los pensamientos negativos.

Y, además, cuando un pensamiento se repite, una y otra vez, deja de ser la simple nubecilla que es, para convertirse en algo con entidad propia que se denomina “entidad de pensamiento”.

La entidad de pensamiento es como un pequeño diablillo, porque tiene vida propia y una única finalidad: quiere vivir. Para eso va a tratar de descargarse en el cerebro cuantas más veces mejor, ya que cada vez que se manifiesta se genera la energía que, a él, le mantiene con vida. Estas son las obsesiones que tenemos todos los seres humanos, en mayor o menor medida.

La tercera era, efectivamente, la atención. Si era capaz de no iniciar la conversación con el pensamiento, este no solo no tenía tanto poder, sino que lo perdía por completo y desaparecía si yo, de manera consciente, iniciaba un nuevo pensamiento. Era un trabajo agotador.

Y, por último, estaba la voluntad como decía Ángel. Voluntad para mantener la atención en los pensamientos conscientes deseados, para evitar que llegaran los no deseados.

Llevaba trabajando en esto diez días, con más pena que gloria, pero no desfallecía. Si alguien lo había conseguido, yo, con mi terquedad, estaba convencido de que, también, podría.

No había vuelto a sentarme a meditar desde el día de mi conversación con Dios. Creo que me asustaba, un poco, la idea de volver a encontrarme con Él, o con lo que fuera. En realidad, no sabía que había pasado.

Tienes completos los capítulos I y II en la página NOVELA: Ocurrió en Lima

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