Somos muchas
las personas que nos encontramos imbuidos en la búsqueda de la felicidad. Bueno,
en realidad creo que no somos muchos, creo que somos todos. Sin embargo, a
pesar de que somos tantas las personas que estamos buscando lo mismo, la
encuentran muy poquitas, y las que lo consiguen son la excepción.
¿Será porque
no hay mucha cantidad de ella en el mundo? No, no es eso, porque en cuanto a la
cantidad de felicidad que se puede encontrar en la vida no hay problema. Hay
felicidad suficiente para todos. La vida está llena de felicidad, porque la
felicidad es la misma vida. No es cierto que la vida sea sufrimiento. La vida
es alegría, es una fiesta, es felicidad. Los ángeles, que normalmente, salvo
raras excepciones, no encarnan, matarían por venir a la vida, (ya sé que es una
manera un poco tosca de expresarlo). Los que no vienen a la vida no saben lo
que es una caricia, un beso, la risa de un niño, el perfume de las flores o la
inmensidad del océano. Y nada de eso es sufrimiento. El sufrimiento no lo da la
vida, el sufrimiento se lo añadimos nosotros a nuestra vida solamente con una
cosa: nuestro pensamiento.
¿Será entonces que no la encontramos porque
no sabemos exactamente qué es lo que estamos buscando? Esto parece más
probable, porque ¿Sabemos exactamente que es la felicidad?
Algo parece claro, buscamos lo
conocido, buscamos aquello que nos han enseñado, buscamos lo que vemos que
buscan otros, buscamos lo que la sociedad nos va mostrando cada día, buscamos
aquello por lo que tanto han luchado nuestros mayores. Y lo que se encuentra
cuando se busca todo esto, es más de lo mismo, es sufrimiento.
La felicidad está claro que no se
encuentra en nada de eso que buscamos, ya que sino, muchos serían los que la
encontrarían, pero no, no la encuentra “casi” nadie, es una búsqueda
infructuosa. Y es una búsqueda infructuosa porque esperamos que la felicidad
llegue cuando encontremos la pareja ideal, el trabajo ideal, los hijos ideales,
etc., y todo eso, la experiencia de la vida nos dice que no llega a dar la
felicidad, y no llega la felicidad porque todo eso es caduco, es incompleto.
Confundimos los estados de alegría,
de bienestar, de serenidad, de amor humano, con la felicidad, y la felicidad es
algo que dura eternamente porque no se basa en nada caduco, y la pareja, y el
trabajo, y los hijos, y la cuenta en el banco, y las vacaciones, son caducos.
Pueden durar un mes, un año, o incluso una vida, pero acaban desapareciendo y
entonces se nos acaba eso que podíamos denominar como felicidad.
La felicidad es un estado interior,
es algo que se encuentra cuando nos sumergimos en nuestro interior, se
encuentra cuando conectamos con nuestro corazón, se encuentra cuando dejamos a un
lado a los pensamientos y a sus acólitos: los deseos. Y esto, como nadie nos lo
ha enseñado, ni es lo que busca el grueso de la sociedad, no es lo que se busca
habitualmente. Incluso “los profesionales”: profesores de yoga, meditadores y
terapeutas, que parecen estar más cerca de esto, no van, tampoco, mucho más
allá de la teoría.
Pero si que hay que hacer lo que esos
profesionales predican. Podemos recordar al papa Alejandro VI que decía: “Haced
lo que yo os diga, pero no lo que yo haga”.
De cualquier forma, como llegar a ese
estado de felicidad, de alegría y de paz interior, no se consigue en dos días,
sino que es un trabajo que lleva su tiempo, posiblemente incluso más de una
vida. Lo que podemos hacer es aprovechar lo mejor de nuestra vida, aunque sea material,
aunque sea caduco. Es bueno acostumbrarse a estar bien y a ser pseudo-feliz, aunque sea
a temporadas, porque es una manera de romper el sufrimiento que la sociedad nos
inculca a cada instante.
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