Una
amiga escribió en su muro de una red social: "Aún no entiendo a toda la
gente que juzga sin saber la verdad, y aún así se atreven a hablar y hablar.
Digo yo, si tanto quieren hablar, ¿Por qué no averiguan la verdad?, y después
de eso, hablen lo que quieran. Y a los que les escuchan y les creen, aún peor.
Les diría a toda esa gente que no sabe ni puede ser feliz, y no quiere ver
felices a los demás, que vayan a llevar sus malas energías a otro lado. En mi
casa no son bienvenidos, somos una familia unida, fuerte y feliz, nada nos va a
derrotar, así que no pierdan el tiempo. Gracias”.
Dice
mi amiga que no lo entiende. Es normal, pocos pueden entender que se hable por
hablar, y mucho menos que se hable sin conocimiento de causa, solo por el mero
hecho de hacer daño. Y también es normal que estos charlatanes tengan
auditorio, son personas como ellos, que hoy disfrutan escuchando la crítica, y
mañana serán ellos los abanderados de la crítica.
Criticar
es propio de personas que viven en la periferia de la conciencia, propio de
personas que no se asoman a su interior ni por un momento, propio de personas
que viven por y para la materia, propio de personas con una vida interior muy
pobre.
La crítica es inversamente
proporcional al nivel de atención de la persona. A menos atención, más crítica.
Atención ¿A qué?, atención a los pensamientos. Los pensamientos, para
expresarse, van apareciendo en el cerebro. Estos son como nubecitas de energía
que permanecen alojadas en una de las capas que componen nuestra aura, el cuerpo
mental, y es desde ahí que llegan al cerebro. El trecho que recorren desde el
cuerpo mental al cerebro es como una especie de camino que será mayor cuanto
mayor sea la repetición del mismo pensamiento. Todos tenemos los mismos tipos
de pensamientos, con los matices característicos de nuestras propias creencias.
Por ejemplo: cuando un budista piense en una divinidad lo hará en Buda, un
hinduista en Krishna y un cristiano en Jesús, pero la idea de Divinidad es la
misma para los tres. De la misma manera que existen pensamientos elevados, los
relativos a la Divinidad, a la Unidad, al Servicio, existen pensamientos
negativos que son los relativos al miedo, a la envidia, al orgullo, a la ira,
etc., etc. Y todos, los elevados y los negativos permanecen en el cuerpo mental
de la persona. Dependerá de que pensamientos tienen camino y cuáles no, y como
de ancho sea ese camino, para que al cerebro lleguen unos u otros pensamientos.
Mantener la atención en los
pensamientos hará que la persona sea consciente de que tipo de pensamiento es
el que le llega, y prohíba el paso de los pensamientos negativos. De esta
manera se irá estrechando el camino de los pensamientos negativos para que
estos aparezcan con menos frecuencia, y empezará a ensancharse el camino de los
pensamientos elevados, y sean este tipo de pensamientos los habituales en la
persona.
Pero, ¿Qué es lo que sucede
habitualmente?, pues sucede que las personas al no permanecer atentas a los
pensamientos que llegan a su cerebro, los permiten todos, siendo habituales los
pensamientos negativos, (miedo, rabia, ira, envidia, orgullo, avaricia, etc.),
que cada vez serán más frecuentes y más potentes, siendo esta la causa de tanta
infelicidad y por supuesto de la crítica.
Si alguien quiere realmente
crecer, evolucionar, vivir hacia su interior para llegar a la Luz, lo primero
que ha de hacer es prestar atención a sus pensamientos, y cuando sea consciente
de un pensamiento inútil o negativo, no debe regodearse con ese pensamiento,
dándole vueltas y más vueltas, que es lo mismo que alimentarle, que darle
energía, lo que debe hacer es permitir que se vaya, y para hacerlo, la única
manera que existe para que desaparezca el pensamiento es llevar la atención a
otro sitio, por ejemplo a la respiración, así el pensamiento no tendrá energía
que le alimente, y volverá a su origen, el cuerpo mental.
Así, cuando el pensamiento desaparezca,
no existirá la palabra, no existirá la crítica, ni de palabra, ni de
pensamiento.
Dejar
que se vaya el pensamiento, llevando la atención a la respiración, es abrir la
puerta que comunica directamente con nuestro interior, es abrir la puerta que
comunica directamente con Dios.
La
crítica también es inversamente proporcional a la madurez de carácter. Pero
antes, es bueno saber que es realmente el carácter.
El carácter de una persona lo constituyen las
peculiaridades, cualidades y defectos que la distinguen de los demás.
Como la constitución de todos
nosotros, los seres humanos, es igual para todas las personas, sería natural
esperar que las personas fueran parecidas en todo, o en casi todo.
Pero esto no es cierto. Vemos
por todas partes grandes diferencias de carácter entre las personas,
diferencias en disposición, temperamento, conceptos de vida, en dones, talentos,
aptitudes naturales, etc.
Y aunque la educación y el
medioambiente influyen en el carácter, Esas cualidades aparentes ya se muestran
antes de que la educación o el medioambiente puedan haber tenido cualquier
influencia, porque ya están dentro de la persona y empiezan a desarrollarse antes
de los implantes externos.
Podemos verlo claramente entre
hermanos, uno de ellos puede tener una disposición alegre y feliz; otro, una
más seria, o quizá una malhumorada; uno de ellos puede ser pulcro y ordenado,
mientras otro es descuidado; uno de ellos puede ser generoso; y otro, egoísta;
uno de ellos puede ser temerario e informal, mientras otro es cauteloso y digno
de confianza.
Esto es así, porque una parte
de nuestro carácter ya viene impregnado desde vidas anteriores. Después del
nacimiento se sigue construyendo, o debilitando el carácter, al repetir pensamientos, al repetir emociones y
sentimientos, y por los hechos que resultan de ellos.
Si pensamos en algo muy a menudo y durante suficiente
tiempo, ese pensamiento, como decía anteriormente, tendrá tanta fuerza como la
palabra o la acción. Si repetimos un hecho
frecuentemente se convertirá en un hábito.
Es también nuestro carácter lo que determina lo que
nuestra manera de pensar hará cuando nuestros pensamientos no están dirigidos
por nuestra voluntad. Somos entonces como una pluma movida por el viento,
dispuestos, entre otras cosas, a la crítica, de una manera feroz.
Como el carácter de una persona está profundamente
arraigado y no cambia de un día para otro, no podemos cambiarlo como lo hacemos
con nuestra disposición de ánimo, pero si podemos cambiarlo y remodelarlo con
el mismo método que utilizamos al construirlo. Es decir, repetir buenos
pensamientos, buenas palabras, buenas acciones. Si un edificio no es lo que
debería de ser, y queremos remodelarlo o reconstruirlo, eso sólo puede lograrse
al reemplazar partes defectuosas por unas nuevas y mejor diseñadas, y esto debe
hacerse poco a poco.
No puede lograrse con un impulso sencillo, sino mediante
un proceso lento y laborioso. Esta es la razón por la cual deberíamos ser muy
cuidadosos con nuestra manera de pensar y con nuestros hechos cuando ocurren
por primera vez.
No existen atajos para remodelar el carácter. Se requiere
un esfuerzo que debe ser constantemente renovado y continuado, con voluntad, a
lo largo del año, mes a mes, día a día.
Está claro, por lo tanto, que
alguien que crítica está lejos de tener una madurez de carácter, madurez que no
se gana con los años por el mero hecho de envejecer, al contrario, con los
años, si no se trabaja el carácter, en vez de madurar y fortalecerse, este se
irá debilitando cada vez más, y la persona, ya que estamos tratando la crítica,
será más criticona.
Y los criticados, ¿Qué pueden
hacer?, pues no pueden hacer nada más que oídos sordos a la crítica, bendecir
al que critica, darse la vuelta, marchar y frecuentar poco al crítico.
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