No hay carcelero más despiadado que
la mente,
ni grilletes más poderosos que los
pensamientos.
Hari Krishan
Desde
siempre ha existido la esclavitud. El dominio y la vejación del hombre por el
hombre se remontan en la historia hasta la misma aparición de este sobre la
Tierra.
Da lo mismo
cual sea la forma de la esclavitud, porque cualquier forma de esclavitud es
brutal en sí misma, es irracional, es inhumana.
En la
actualidad también existe la esclavitud. Son muchos los seres humanos que
tienen un amo para el que trabajan por un salario de miseria, son muchos los
seres humanos que se ven obligados a vender su cuerpo, son muchos los niños
obligados a hacerse soldados, a trabajar o a mendigar un mendrugo de pan en las
calles, son muchos los seres humanos que malviven con una economía de
subsistencia en barracas en medio de la nada sin agua y sin luz. Son muchas las
formas de esclavitud en la sociedad moderna porque mientras existan seres
humanos sin escrúpulos, mientras existan seres humanos sin corazón, existirá la
esclavitud.
No trata
esta entrada de la esclavitud física, en la que un hombre domina a otro, sino
de otra esclavitud que no aparece normalmente en los medios de comunicación, ni
en los tratados que hablan de la esclavitud, y eso que es la forma de
esclavitud más extendida en la Tierra: Es el dominio que la mente ejerce sobre el ser humano, es el
férreo control que la mente ejerce, paradojas de la vida, sobre su propio dueño.
Es el mundo
al revés, el esclavo, que es la mente, domina al amo, que es el ser,
convirtiéndose así el esclavo en el amo más cruel, más despiadado y más
poderoso que existe. La mente no tiene compasión, no se cansa, no se ablanda,
nunca afloja, siempre vigilante, siempre a la expectativa.
La mente
hace que su dueño robe, que su dueño engañe, que su dueño esclavice, que su
dueño mate, que su dueño sufra, que su dueño enferme, que su dueño muera. Y,
sin embargo, la misma mente, podría hacer que su dueño reparta la riqueza, que
su dueño sea feliz, que su dueño ría, que su dueño se mantenga sano, que su
dueño viva, que su dueño respete, que su dueño libere.
Entre la
mente que hace que su dueño robe o que su dueño reparta la riqueza solo hay un
pensamiento de distancia. Entre la mente que hace sufrir y la mente que hace
feliz solo hay un pensamiento de distancia. Entre la mente que hace vivir y la
mente que hace matar solo hay un pensamiento de distancia.
Cambiar ese
pensamiento es el trabajo del ser humano, es un trabajo sutil con su propia
mente, es casi como acariciarla de manera permanente hasta desgastar su costra
de crueldad.
La
herramienta para acariciar la mente es la meditación, a través de la cual va a
poder el ser humano traspasar el umbral de la mente para adentrarse en las
profundidades de su propio ser, donde, ¡oh sorpresa!, no hay espacios oscuros,
sino la luz de su esencia, la luz de su libertad, la luz de su conocimiento, la
luz de la alegría pura, la luz de la paz, la luz del amor. Y entonces libres
del equipaje de la mente, libres de emociones y de sentimientos inútiles, se
vive sin tiempo, se vive sobre todo en libertad.
Será
entonces cuando el ser humano sea consciente de que es él, y solo él quien está
a cargo de su vida y de sus situaciones, será entonces cuando el ser humano sea
consciente del poder que tiene, para usarlo y hacer así con su vida lo que
desee.
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