Dios habita en lo que no se muestra
Querido Dios:
Hoy, mientras el mundo gira a su
ritmo acelerado, me detengo un instante para escribirte movido por una frase
que ha tocado lo más hondo de mi alma: “Lo importante es invisible a los ojos”.
Estas palabras, nacidas de la sabiduría sutil de “El Principito”, me han
llevado a mirar la vida desde otra perspectiva. Me interpelan, me inquietan, me
invitan a un silencio profundo. Porque en esa sencillez se esconde una verdad
inmensa, casi olvidada por quienes habitamos este tiempo de pantallas y ruido.
¿Cómo no pensar en Ti al leer
esas palabras? Si hay algo, o mejor dicho, Alguien, que encarna lo invisible y
lo esencial, eres Tú. No puedo verte con los ojos del cuerpo, pero intuyo tu
presencia en cada gesto de amor desinteresado, en la mirada limpia de un niño,
en ese abrazo que llega cuando más se necesita. Siento que Tú habitas en lo
secreto, en lo que no busca aplausos, en lo que florece en silencio.
Vivimos en una sociedad que
idolatra lo exterior: la apariencia, la velocidad, la imagen perfecta. Pero
nada de eso calma el alma. Porque el alma no se alimenta de lo que se muestra,
sino de lo que se ofrece en lo oculto, en lo auténtico, en lo verdadero. Esa
frase me recuerda que el valor no está en lo que los demás ven de mí, sino en
lo que Tú ves, cuando callo y me dejo mirar por tus ojos de eternidad.
Lo importante no es lo que
poseo, sino a quién abrazo. No es lo que logro, sino cómo amo. No es lo que
digo, sino lo que soy cuando nadie me mira. Y todo eso, Dios mío, escapa a la
vista, porque lo esencial se capta con los sentidos del alma, con ese corazón
que a veces calla, pero jamás miente.
A veces me pregunto: ¿Cuántas
cosas importantes se me escapan por mirar sin ver? ¿Cuántas veces juzgo una
vida por su envoltorio sin detenerme a descubrir el tesoro que esconde? ¿Cuánto
de lo esencial pasa desapercibido porque me falta el silencio, la pausa, la
contemplación?
Tú lo sabes bien, Señor. Tú, que
elegiste lo pequeño para manifestar tu grandeza. Tú, que naciste en la humildad
de un pesebre y no en un palacio. Que hablaste en parábolas para esconder
perlas a los orgullosos y revelarlas a los sencillos. Que hiciste de lo
invisible, el amor, la gracia, la misericordia, tu lenguaje más claro.
Hoy te pido que me enseñes a mirar
como Tú miras. A reconocer lo importante donde otros solo ven rutina. A ver
belleza donde el mundo ve fracaso. A percibir esperanza donde parece que todo
está perdido. Que mis ojos aprendan a ver lo invisible. Que no me conforme con
lo superficial, que no me distraiga con lo que brilla, pero no transforma.
Enséñame a valorar lo
intangible: la fidelidad silenciosa, la paciencia en lo cotidiano, la ternura
de una caricia, la entrega escondida de quien cuida, la luz que nace de una
palabra dicha a tiempo. Que entienda que muchas veces lo que salva no hace
ruido. Que el amor verdadero no necesita reflectores. Que la santidad se
construye en lo secreto, cuando uno ama, aunque nadie lo vea.
Hoy no busco respuestas ni
milagros grandiosos. Solo quiero aprender a vivir desde lo esencial. Que mi
corazón no se deje atrapar por lo pasajero, sino que se ancle en lo eterno. Que
lo invisible no me cause miedo, sino asombro. Que no necesite verlo todo para
creer, ni entenderlo todo para confiar.
Te agradezco, Señor, por cada
momento en que me hiciste ver más allá. Por cada amistad auténtica que no
necesita palabras. Por cada lágrima compartida en silencio. Por cada gesto de
amor anónimo que cambió mi día. Por esa paz que no se explica pero que inunda.
Porque ahí estabas Tú, escondido, silencioso, fiel.
Y mientras escribo, descubro que
tal vez esta frase no solo sea una bella cita, sino una brújula para el alma.
Un llamado a volver al corazón. A recordar que lo que realmente importa no está
en las vitrinas, sino en el interior. En aquello que no se puede medir, pero sí
sentir. En lo que no se compra, pero se entrega. En lo que no se ve, pero
sostiene.
Seguiré buscando lo invisible,
sabiendo que en ese camino estás Tú. Y aunque a veces no te vea, confío en que
caminas a mi lado. Porque lo importante, Tú lo sabes mejor que nadie, no
siempre se ve… pero siempre se siente.
Gracias,
Señor.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
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