Querido Dios
¿Qué diferencia hay
cuando Tú te defines como “Yo Soy el que Soy”, y nosotros, los humanos, nos
definimos como “Yo Soy Pepito”? Ambas afirmaciones parecen similares en su
estructura, pero imagino que la diferencia radica en la esencia, el contexto y,
sobre todo, en la trascendencia del Ser. Mientras que Tú representas el
absoluto, la fuente inmutable de todo lo que existe, nosotros, los humanos,
somos reflejos fragmentados de esa divinidad, envueltos en una experiencia
terrenal que nos limita y condiciona.
También comprendo
cuando dices que el ego puede ser un espejismo que nos aleja de nuestra esencia
divina, haciéndonos creer que somos entidades aisladas. Es cierto que el ego
forma parte de nuestra existencia terrenal; es una herramienta necesaria para
desenvolvernos en el mundo material, pero, al mismo tiempo, puede ser un velo
que oculta nuestra conexión con lo sagrado y con el todo. Es paradójico cómo
algo que nos da identidad puede alejarnos de nuestra verdadera naturaleza
Sé que nuestras mentes
humanas no están preparadas para comprender plenamente los misterios de la
Verdad. Incluso cuando logramos destellos efímeros de esa comprensión, siento
que nos falta una capacidad más profunda, un entendimiento adaptado para
abrazar lo infinito. He llegado a esta conclusión observando el comportamiento
de mis semejantes, combinándolo con mi propia evolución, percepción y
reflexión. A veces parece que, como humanidad, avanzamos a ciegas, atrapados en
nuestras limitaciones y resistencias.
Lo que realmente me
entristece, Señor, es observar cómo no solo las personas menos conscientes de
su divinidad viven en la ignorancia de su hermandad con los demás, sino que,
peor aún, muchos de los líderes que deberían guiar desde la sabiduría y la
compasión actúan como adalides de la discriminación, la intolerancia, la
violencia, el supremacismo y la guerra. Estos líderes, a los que atribuimos un
mayor nivel intelectual o preparación, son, paradójicamente, los que más
contribuyen a la segregación y al sufrimiento.
Parece, Señor, que
hemos caído en una dinámica de involución como humanidad. Aquellos que han
alcanzado un nivel mayor de comprensión y empatía parecen condenados a actuar
desde el anonimato, ayudando en silencio y pasando desapercibidos entre una
sociedad que, día a día, parece volverse más cruel. Esta realidad me causa una
tristeza profunda, una sensación de pérdida en el camino hacia la armonía y el
entendimiento.
¿Qué opinas Tú de todo
esto, Señor? ¿Cómo podemos superar esta oscuridad y recuperar la luz de la
comprensión y la unidad? Sé que la respuesta yace en nosotros mismos, pero a
veces siento que necesitamos un faro, una guía que nos recuerde quiénes somos
realmente.
Gracias por escucharme
siempre.
Con amor y esperanza.
CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo
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