Mi alma, mis libros, mis creencias, mi corazón y mis opiniones.
El viaje del alma
El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión. Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y, para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
Una vez en
casa, fui consciente de que el miedo que me había consumido, solo dos días
atrás, se había transmutado en ilusión y responsabilidad. Hasta ahora pensaba
que ya había vivido suficiente miedo en el tema de las relaciones, imaginando
una posible ruptura, pero no había sido nada comparado con el terror al que me
fue llevando el pensamiento ante la posibilidad de fracasar si aceptaba el
trabajo.
Había
experimentado que es vivir en el infierno y, no había necesitado bajar a las
calderas de Pedro Botero, lo había vivido aquí, en la vida. No había necesitado
morirme.
Puedo
decir bien alto, por la experiencia vivida, que el verdadero infierno está en
la persona, está en la mente, pues es ella la que va llevando al ego por los
vericuetos del pensamiento, de la emoción y del sentimiento. Es la mente la
que, pensamiento a pensamiento, va desgranando ideas, creencias, desgracias,
males, sufrimientos y torturas, que hacen que la persona sufra un verdadero
infierno.
Son esos
pensamientos, creencias, males y desgracias las que vive realmente la persona. Pero
para mí eran reales. El dolor que yo he sufrido, el miedo, la ansiedad o la
angustia, solo han sido un producto de mi mente, porque nada está ocurriendo,
solo es mi apreciación. Ahora tengo claro que cuando consiga mantener la mente
en silencio habré alcanzado la dicha.
Si los
seres humanos consiguiéramos invertir la tendencia de nuestros pensamientos se
invertiría nuestra vida. Pasaríamos de ser infelices y de vivir atenazados por
el miedo, como me ha pasado a mí, a vivir, si no la felicidad, si un estado de
serenidad que debe de ser un estado muy próximo a la felicidad. Cambiaríamos la
tristeza por la alegría y la ansiedad por la paz interior.
Es claro
que es el pensamiento el que determina la salud emocional, ya que es el
pensamiento el que viaja por la rabia, por el odio, por la ira, por el miedo y
por el dolor, generando esa energía que, a la larga, va a afectar, también, al
cuerpo físico.
Desde
luego, no es una tarea fácil que una persona pueda cambiar el pensamiento, pero
tampoco es imposible. Si yo lo he conseguido, al menos de momento, que soy el
paradigma del miedo, puede conseguirlo cualquiera. Mis herramientas han sido la
meditación, la atención, la oración y el canto de mantras. Espero conservarlas
para no volver a las andadas.
(Del libro "Vivir ahora, vivir sin tiempo" de Alfonso vallejo)
En
cuanto a tu felicidad, no depende ni de tu pareja ni de nadie. Solo depende de
ti. Tienes que ser feliz por ti mismo.
La
felicidad es un estado de paz interior y de serenidad. Es el estado que se
consigue cuando se sabe que “todo está bien”. Te diré más, si trabajas por tu
felicidad, aunque sigas toda la vida solo, la recreación de la progresión, en la que te has visualizado lleno de tristeza por tu soledad en una residencia para mayores, sería muy diferente. Estarías en la residencia, también, solo,
pero estarías feliz. Porque no es necesario tener una familia para ser feliz.
Nada ni
nadie fuera de ti, incluso una familia, te va a dar la felicidad, porque todo
lo que encuentras fuera de ti te puede dar momentos agradables, alegres,
incluso, momentos de serenidad, pero nada permanente, porque todo lo que
encuentres fuera de ti es caduco, como la misma vida. Esos momentos pueden
durar un día, un mes, un año, o varios, pero se acabará en algún momento. Y
cuando esas sensaciones terminen aún podrás sentirte peor por la ausencia de
algo o de alguien con lo que te sentías bien. De la misma manera que te ha
pasado con tus padres o con la que fue tu pareja.
Lo que
tú denominas felicidad son estados de alegría o de euforia. La felicidad es
inherente a la esencia de la persona. Tienes que dejar de vivir el mundo
exterior, que es al que te lleva la mente, y dejar de identificarte con los
momentos agradables o desagradables que se van presentando. Tienes que
encontrar el punto medio, ese punto de equilibrio, donde no hay euforia, donde
no hay tristeza, solo serenidad y paz interior, sin apegos ni deseos.
No
puedes buscar la felicidad utilizando la mente, porque lo primero que hace la
mente es juzgar y buscar un calificativo. Poner un calificativo es comparar con
algo conocido. Algo que permanece en la memoria como bueno o como malo, y la
felicidad es un estado neutro, donde solo existe el instante presente, porque
pasado y futuro son apreciaciones mentales. Cuando se vive con atención el
presente no hay sufrimiento por algo pasado y no existen ficticias esperanzas
de que se cumplan los deseos de mañana, porque vas a vivir el momento.
Tú eres
el único responsable de tu vida. Dios, en su infinito amor, te ha dado un don
maravilloso que se llama libre albedrio. Gracias a eso eres el único
responsable de tu vida. Serás feliz o infeliz, por tu propia decisión, porque
solo tú eres el artífice de tu vida.
El problema en muchas relaciones de pareja es la falta
de amor. Cuando dos personas se enamoran se sienten muy bien, con los mismos
gustos y las mismas aficiones, que no dudan en calificarse como almas gemelas.
A partir de aquí, solo les queda irse a vivir juntos.
Y lo hacen porque vivir separados les supone un verdadero tormento.
Pero, ¿cuál es el objetivo de la pareja?, está claro
que ser felices. Pero tienen un error de concepto, esperan ser felices con el
amor que reciban de la otra parte. Esperan ser felices, cada uno de los miembros
de la pareja, a expensas de lo que pueda dar la otra parte, pero no pasa por su cabeza el que sea feliz la otra parte por el
amor que uno mismo le entregue al otro. Los dos quieren recibir, pero no se han
planteado que tienen que dar.
Una
cosa está clara, si no tienen en su interior suficiente amor no podrán dar
mucho. Y para dar amor hay que aprender a amar, lo mismo que para respetar hay
que practicar el respeto, ser generoso con uno mismo para poder serlo con los
demás, valorarse uno mismo para valorar al otro, en definitiva, hay que ser
feliz por uno mismo, para ser felices en pareja.
(Del
libro “Vivir ahora, vivir sin tiempo” de Alfonso Vallejo)
Antay vivía muy cómodo con sus creencias,
a pesar del miedo que sentía cuando se acercaba algún cambio en su vida.
Las emociones eran como si no existieran
en el mapa de su cuerpo o en el diccionario de su mente. Se sentía bien o mal,
alegre o triste, pero siempre encontraba una razón, convincente, para que tal
cosa ocurriera. Si pasaba algo no previsto era casualidad, si se daba un golpe
en el pie, con una piedra, era mala suerte, si a alguien le tocaba la lotería,
algo que a él nunca le había pasado, era un golpe de buena suerte y si se había
quedado sin trabajo, como ahora, era porque el dueño de la empresa era un
sinvergüenza, sin escrúpulos.
Todo era debido a la casualidad, a la buena
o mala fe de las personas y a la buena o mala suerte.
Para el miedo siempre había un motivo
real, igual que para la alegría o la tristeza. La felicidad era algo
inexistente, a no ser que se estuviera en posesión de grandes cantidades de
dinero, entonces sí que había suficientes motivos para ser feliz. Estaba
convencido de que eso que decían algunos de que el dinero no da felicidad, era
un eslogan de los pobres para conformarse por su desgracia.
Nunca se planteó si Dios estaba en algún
sitio o no. Creía en Él, porque así se lo inculcaron sus padres, pero no iba
más allá de la creencia, no como muchas personas, sobre todo los pobres y los
enfermos, que le rezaban, le rogaban y le pedían que hiciera llegar algo
parecido a una lluvia de dinero o un milagro que les devolviera la salud.
Aunque, la verdad es que no sabía para qué le pedían si nunca hacía nada. Pero
si a ellos les tranquilizaba eso, estaba bien. Él para tranquilizarse miraba el
mar.
Y lo que más gracia le hacía era la
tontería del amor. Todos buscando a alguien que los ame para pasar juntos el
resto de la vida. Estaba más que claro que eso no funcionaba porque había
rupturas, maltratos, engaños, silencios, decepciones y hasta asesinatos.
Siempre había creído que lo único que buscan es satisfacer alguna necesidad, ya
sea, física o económica, o para tener compañía, o por un cuestionamiento
social. A él nunca le ha pasado esa tontería del amor y, por supuesto, sigue
soltero a sus treinta y siete años. Sabe que es casi imposible formar una
familia como la que tenía cuando vivían sus padres, porque eran la excepción,
así se he ahorrado disgustos, pérdidas de tiempo, gastos inútiles de dinero,
discusiones y, seguramente, muchas más cosas. Pero, a pesar de su creencia de
que es imposible formar una familia como la que tuvo hasta que murieron sus
padres, le gustaría tenerla y hasta sueña con ella porque, siempre le pareció,
cuando vivían ellos, que los problemas, las preocupaciones, los miedos o
cualquiera de los sinsabores que depara la vida se disipan con más facilidad en
el seno de la familia.
Sin embargo, entre Indhira y Ángel estaban desmontando
sus creencias. Que si somos una chispa de la Energía Divina, que todos somos
iguales, que estamos naciendo y muriendo hasta que aprendamos a amar, que Dios
no interviene en nuestras vidas, que cuando venimos a la vida lo hacemos con
una programación, que una vez en la vida desconocemos, que tenemos libertad de
acción y ni el mismo Dios sabe cuáles serán nuestras elecciones. Y, ahora, para
colmo, que podemos recordar vidas anteriores con una simple técnica.
Antay pensaba escuchándolos que somos como conejillos
de indias correteando en una gran jaula que se llama Tierra, pero sin saber
cómo hemos llegado aquí ni adónde nos dirigimos en nuestras correrías. Aunque
creamos que si sabemos tras qué corremos. Lo podemos llamar felicidad,
estabilidad, tranquilidad y, para conseguirlo, vamos tras el dinero, que es lo
que consideramos primordial para vivir esa felicidad, de la misma manera que
los conejillos de indias van tras los ramos de apio.
Esto que parece una enseñanza esencial, ¿cómo puede
ser que no lo enseñe nadie? Y, como nadie nos enseña, en lugar de aprender a
amar, nos dedicamos a lo contrario, permitiendo que a nuestro alrededor exista
el hambre, la desigualdad, el miedo, la guerra, el odio, la envidia o la
enfermedad, solo por mencionar alguno de los males con los que convivimos en
nuestra sociedad.
(Del libro "Vivir ahora, vivir sin tiempo" de Alfonso
Vallejo)
Cada
uno es bueno en algo, pero nadie es bueno en todo. Lo importante es conocer la
propia valía y la valía de los demás. La misión del portero, en un equipo de
futbol, es evitar que metan goles en su portería y la misión del delantero es,
la contraria, meter el balón en la red. Pero, a ambos, junto a los nueve
compañeros restantes, les darán la copa si ganan el campeonato. Los once son
importantes. Cada uno en su lugar en el campo.
Así es la vida. Todos a la vez, esos
jugadores, el resto del mundo y nosotros, también, somos importantes. Cada uno ocupando
un espacio en el Universo.
Los
seres humanos tenemos la costumbre de querer ponerle nombre a todo, de querer
entender todo, de querer saber, pero las cosas pasan con nombre o sin nombre,
entendiéndolas o no.
Con la energía que se gasta tratando de ponerle nombre o buscando
una explicación, a todo lo que sucede en la vida, se pierde la vida y se
escapan los detalles porque la mente está ocupada eligiendo que nombre ponerle
a eso que se le está escapando a la persona de las manos.
Siempre me comparaba con
personas que eran más altas, más atractivas o más inteligentes, según mi criterio.
El resultado era claro, siempre me veía más bajo, menos atractivo y menos
inteligente, que el modelo elegido, lo cual hacía que me sintiera mal. Era
lógico. Si me comparaba con alguien más alto, siempre me iba a ver más bajo. Si
el modelo era más rico, siempre me iba a ver más pobre. Eso me llevó a pensar
que para estar satisfecho conmigo tenía que cambiar el modelo, porque siempre
iba a haber alguien más alto, más atractivo y más inteligente que yo.
Y cambié el modelo. Me comencé
a comparar con quien era más bajo, menos atractivo y menos inteligente que yo.
El resultado fue espectacular. Comencé a sentirme orgulloso de mi aspecto.
Teniendo en cuenta que había nacido en Cusco y, seguro que por mis venas corre
sangre inca, medir un metro setenta y dos centímetros parece una altura más que
considerable. Lo que se espera de un descendiente de los incas es que sea
moreno de ojos oscuros, y hubiera podido explicar muy mal mi ascendencia de
haber salido blanquito, de cabello rubio y con ojos azules. Más que
descendiente de los incas hubiera parecido descendiente de los vikingos. Si
estaba orgulloso de mis padres, también, tenía que estarlo de los genes que
hicieron que fuera tal como soy. En ese momento pensé en algo que había dicho
Dios, y era que yo había hecho una primera elección antes de venir a la vida.
Por lo tanto si yo era moreno y con ojos negros debía de haberlo elegido. Me
sigue pareciendo una tontería, pero…
En cuanto a la inteligencia,
estaba claro que nunca iba a ganar un Nobel, en ninguna especialidad, pero
cuando me sentaba delante de una computadora esta no tenía ningún secreto para
mí, ni en cuanto al software, ni en lo que respecta al hardware. ¿Para qué
necesitaba más? era suficiente.
Fui consciente de que compararme
con los demás siempre hacía que me sintiera frustrado, triste, infeliz y,
además, generaba en mí un sentimiento de envidia que no podía ser bueno para mi
estabilidad emocional.
Un nuevo pensamiento comenzó a
hacerse un lugar en mi mente, comenzando con una pregunta: “¿Si tanto me gusta
compararme, por qué no lo hago conmigo mismo?, ¿por qué no retarme a ser mejor
cada día?, ¿por qué no trato de vencer mis propios miedos, que es algo
consustancial conmigo?
Este sería un nuevo trabajo,
además de aceptar la vida, y vivir con atención, ahora, tenía que observarme
para comprobar de donde procedían mis miedos para erradicarlos. ¡Tremendo
trabajo!
Pero mis pensamientos antiguos
trataban de engañarme y llevarme a su terreno con demasiada frecuencia. Sin ser
consciente de cómo llegaban esos pensamientos, estos se encargaban de ir
disparando dardos venenosos que iban dejando su poso: “Lo único que estás intentando
es engañarte a ti mismo para estar bien, pero esa no es la realidad. La
realidad es que te gustaría ser rubio, con ojos azules y eres moreno con ojos
negros”. Recordé entonces que este pensamiento era exactamente igual al
pensamiento sobre el dinero muy arraigado en mí: “El dicho de que el dinero no
da la felicidad es solo un slogan para que los pobres se conformen con su mala
suerte”.
De nuevo recordé las palabras
de Ángel: “Como decía Buda: Somos lo que pensamos. Es decir, que si piensas en el
miedo tendrás miedo y si piensas en la felicidad serás feliz”.
Ahora no solo lo entendía, sino
que lo estaba comprobando en mí mismo. Mi propio
pensamiento me estaba boicoteando, trataba de desequilibrarme y, bastantes
veces, lo conseguía. Debía permanecer muy atento y, una vez consciente del
pensamiento, poner la voluntad para cambiarlo. ¡Era un ingente trabajo!, porque
cuando menos lo esperaba ya estaba el pensamiento diciéndome muy bajito al
oído: “Ese que acaba de pasar es más alto que tú. La verdad es que no eres tan
alto”. Y cuando pasaba uno más bajito, se callaba, el muy…, a pesar de que
pasaban un buen número de personas más bajas que yo.
Era como si conviviera con un
demonio en mi interior que además actuaba sin ningún tipo de control por mi
parte. Estaba completamente desatado, estaba como loco, aprovechaba cualquier
resquicio para maltratarme. ¡Parece mentira que fuera mío!, más parecía un
enemigo. Aparecía en cualquier momento, ante cualquier situación y, un gran
porcentaje de veces, me encontraba tan indefenso que me ponía a conversar con
él dándole la razón y sintiéndome muy mal por lo bajito y lo morenito que era.
Me preguntaba ¿por qué sería el
pensamiento tan malvado?, ¿por qué solo llegaban esos pensamientos malignos y
no aparecía ningún pensamiento contrario, algo más benévolo, sobre algo que me
hiciera sentir bien?, ¿de dónde procedían? Si es Dios quien habita en nuestro
interior y no el demonio, todos los pensamientos deberían ser positivos,
creados por Él y, sin embargo, todos son negativos, como si fuera el mismo
Lucifer quien ocupara nuestro corazón.
(Del libro Vivir ahora, vivir sin tiempo. De Alfonso Vallejo)
“Rasgar el velo
de la soledad” es el diario de un peregrino en el Camino de Santiago. Es el
diario de la transformación de Gonzalo, un hombre que tenía una vida normal o,
mejor, más que normal, porque podía considerarse un hombre feliz, algo que
pocas personas pueden pregonar, como él, en voz alta.
Casado desde
hacía veinte años con Natalia, se amaban con más intensidad que el primer día.
Habían aprendido a amarse, desde el enamoramiento inicial, a través del respeto
mutuo.
Tenían una hija
de dieciséis años a la que habían enseñado el valor de la familia y a la que
habían contagiado su felicidad.
Eran una
familia feliz. Una familia de cuento de hadas.
Pero todo se
acabó, un día, en un abrir y cerrar de ojos.
Como cada día,
Natalia fue a buscar en coche a su hija al instituto. Nunca más regresaron a
casa. Un conductor borracho se las llevó por delante muriendo, al instante, en
el brutal impacto.
La vida de
Gonzalo terminó también en ese instante y si no lo fue de manera real, si lo
fue emocionalmente. Él pensaba que no podía seguir viviendo con tanto dolor,
con tanta tristeza, con tanta ira contenida, sin apego a la vida y renegando de
Dios, porque si realmente existiera no podía permitir tantas injusticias.
Después de casi
un año desde que ocurrió el accidente seguía manteniendo el mismo dolor. Se
acercaba la Navidad. No le apetecía ni la compañía ni amargar las navidades a
su familia, por lo que decidió pasarlas
solo y para que no le molestaran no se le ocurrió mejor idea que hacer el
Camino de Santiago.
En realidad, la
idea de hacer el Camino nació en él a raíz de un sueño muy vívido que tuvo con
su esposa y su hija, el primero desde el accidente. En el sueño él estaba
realizando el Camino de Santiago y se encontraron en León, que es una de las
etapas del Camino. En la despedida de ese sueño su esposa dijo “Nos volveremos
a encontrar. Te esperaremos en este mismo sitio”. Esa despedida fue interpretada
por Gonzalo como que tenía que realizar el Camino de Santiago.
Desde la
primera etapa en Francia hasta su llegada a Santiago, casi un mes y medio desde
la partida, dos encuentros en el Camino, con la Virgen María y con una madre que,
como él, había perdido a su hijo, resultarán sanadores para Gonzalo
efectuándose en él una transformación total.
Del hombre
triste y apagado que renegaba de Dios, al hombre que llegó a Santiago terciaba
un abismo. Porque a Santiago llegó un hombre renovado, un hombre diferente que
comprendió en su peregrinaje cual era la razón de la vida.
Gonzalo en este
diario cuenta su experiencia, convencido de que puede resultar también sanador
para todos aquellos que se enfrentan a una vida de dolor, de insatisfacciones,
de tristeza o infelicidad.
Kepha, que fue Pedro, el primer discípulo de Jesús en una de sus vidas, necesitaba volver a realizar un nuevo periplo en la Tierra porque aún no había finalizado su aprendizaje, aún le faltaban décimas en la calidad de su amor.
En su Plan de Vida será Fran, y a través de la vida de Fran, a través de sus pensamientos, de sus emociones, de sus sentimientos y de sus vivencias, podrá recorrer el lector las diferentes etapas por las que todos los seres humanos han de transitar para alcanzar la serenidad, la alegría, la paz y la felicidad, que son un derecho de vida que pocos recuerdan y, a pesar de desearlo vehementemente, pocos logran llegar a vivir una vida plena.
La vida de Fran es la misma vida que la del resto de los seres humanos, con las mismas situaciones, los mismos sufrimientos, los mismos deseos y las mismas carencias.
Fran sabe que puede llegar a vivir una vida diferente basada en el amor, en la comprensión, en el respeto y en la ayuda, con un objetivo cada vez más claro: llegar a Dios viviendo una vida de alegría, de paz y de felicidad. Si Fran sabe que puede, y ¡puede!, tú también puedes. Solo necesitas, primero, desearlo y, a continuación, intentarlo. Ahora es el momento
Un
día un niño quiso saber quién era Dios, así que fue a preguntarle al sacerdote
de su tribu, pero este no pudo darle una respuesta satisfactoria.
Apenado
el niño por no encontrar una verdadera respuesta, decidió ir a recorrer el
mundo para encontrar la verdad
Dejando
atrás su pequeña aldea, se fue, muy decidido a no volver, hasta encontrar lo
que andaba buscando.
Recorrió
muchos lugares, valles y desiertos, tuvo que afrontar diversos peligros, y se
encontró con mucha gente culta, pero nadie sabía con certeza como responder a
la pregunta: “¿Sabes quién es Dios?”
Un
día llegó a los pies de una montaña en donde vivía un viejo y sabio ermitaño
Agotado
por su búsqueda sin respuesta, el niño que ahora era un joven alto y fornido;
decidió hacer un último intento y le pregunto al sabio: “¿Sabes quién es
Dios?”, a lo que el sabio respondió: “Dios es esa energía vital de la cual
todos nacemos, Dios es esa fuerza de amor y felicidad que ríe junto a nosotros,
Dios es ese espíritu de rocío que llora a nuestro lado cuando nos sentimos más
desolados. Algunos piensan que es quién nos ilumina y nos permite conocernos a
nosotros mismos a través del yoga, la meditación, la oración y el silencio;
otros creen que es un padre creador, que nos quiere y nos ama; y hay quienes
están convencidos que Dios es un juez implacable y que necesitan complacerlo,
para que no deje caer sobre ellos el peso de su cólera”.
La
verdad es que para descubrir quién es Dios, tienes que escuchar la voz de tu
corazón, ya que Dios vive en lo más hondo de nuestro ser, y a cada uno se nos
presenta de una forma única e íntima, por lo que solamente tú puedes descubrir
a Dios.
Feliz
el joven, porque finalmente encontró la respuesta que andaba buscando, dio
gracias al ermitaño y volvió a su aldea, sabiendo quien era Dios, y que cuando
lo necesitara, solo tenía que buscar dentro de sí, y ponerse en contacto con lo
más íntimo de su ser.
¾Señor, a pesar de saber que no interfieres para nada
en los asuntos humanos, a veces, siguiendo la onda de otras personas, me
pregunto ¿cómo puede ser que permitas tanto sufrimiento?
¾Antay, ¿cómo puede ser que te preguntes eso sabiendo
perfectamente que siempre permanezco neutral ante cualquier situación humana?
¾Es que Señor, es mucho el sufrimiento. Las personas
mueren en soledad, sin la compañía de sus seres queridos, después de haber
pasado su enfermedad y su agonía, también, completamente solos. La pobreza está
creciendo de manera exponencial por todo el planeta, ¿no hay nada que puedas
hacer?
¾Todos los que estáis encarnados ahora mismo sabíais,
de antemano, que os ibais a encontrar con esto y, aun así, elegisteis nacer y
lo hicisteis con alegría porque, muchos de vosotros, teníais fundadas
esperanzas de que esta situación llevaba implícito un avance importante en
vuestro crecimiento, un incremento en vuestra vibración.También sabes que nadie ha muerto en soledad.
Todos han estado más acompañados que nunca. ¿Se te ha olvidado que no eres ese
cuerpo?
¾No se me ha olvidado. Pero muchos piensan que podrías
hacer algo para aliviar tanto dolor.
¾No soy yo el
que tiene que hacer. Sois vosotros, las almas encarnadas, las que tenéis el
mando. Sois vosotros, las almas encarnadas, las que estáis en un ciclo
determinado de vuestro aprendizaje. Sois vosotros, las almas encarnadas, las
que habéis atraído al virus. Sois vosotros, las almas encarnadas, las que tenéis
que aprovechar el magnífico momento que habéis creado. Vuestro es el poder ¿Podría
el rector de una universidad anular un examen, cuyas preguntas aparecen en los
libros de texto, solo porque los alumnos lo consideran difícil?
¾Pero, ¿hay algo que podamos hacer?
¾Si. Amaros, respetaros, ayudaros.
¾No has dicho orar. ¿Es qué orar no sirve de nada?
¾Sirve de mucho. Pero recuerda el refrán: “A Dios
rogando y con el mazo dando”. Cuando oras estás elevando tu vibración, te
acercas a Mi y te pones en contacto con tu misión en estos momentos. No reces
para que yo extermine el virus, sabes que no lo voy a hacer. Pero no olvides
que después de orar tienes que amar y respetar al otro para no contagiarle y al
que no tiene, le tienes que ayudar.
¾¿Puede ser que el virus haya sido creado por otros
hombres?
¾Puede ser.
¾Y te quedas tan tranquilo.
¾Si fuera así, esos otros hombres también son Mi Creación.
¾Pero son hombres que están dirigidos por Lucifer.
¾Lucifer también es Mi Creación.
¾Perdón Señor. A veces mi mente me juega malas pasadas
y me hace creer que soy uno de tus hijos favoritos.
¾Si que lo eres, pero hay otros miles de millones que
también lo son.
Este es
el inicio de un largo camino. “Yo Soy” el cambio
Ya
estamos viendo en los países en los que se están empezando a relajar las
medidas de confinamiento cual es la preocupación de los dirigentes que son los
que tendrían que liderar el tan ansiado cambio: Que la economía, tal como la
conocemos, no termine de hundirse y que todo vuelva a la normalidad económica
lo antes posible. Justo a esa normalidad basada en la desigualdad que no
queremos.
Es
posible que se den algunos cambios, sobre todo, alguna mejora de la sanidad,
que está siendo el pilar de contención de la pandemia. Países que estaban
desmantelando su sanidad pública intentarán detener su deterioro y otros que
tienen una sanidad del siglo XIX intentarán adecuarse al siglo XXI. Pero poco
más.
La
pandemia, para los que sobrevivan, no va a servir más que para empobrecer a la
clase media y terminar de hundir a la clase baja. La clase súper alta, que es
la que realmente organiza el mundo a su antojo para su propio beneficio, no se
va a ver afectada en lo más mínimo, salvo que va a enriquecerse un poco más. Incluso
pueden salir mejor parados porque algunos, puede ser que les idolatren aún más
porque donan millones para ayudar a frenar la pandemia. ¿Qué es un millón o dos
o veinte comparado con lo que tienen?, es como para el resto de nosotros dar un
dólar a un pobre a la puerta de una iglesia. Una limosna.
Lo que esta
pandemia ha vuelto a dejar al descubierto es la solidaridad de muchísimas
personas en cualquier parte del mundo. La solidaridad siempre emerge en las
catástrofes, lo cual es fantástico, pero se reduce cuando la situación vuelve a
la normalidad. Y mientras no se consiga una igualdad real, en la que no pase
hambre ni un solo ser humano, la solidaridad va a seguir siendo necesaria.
Por lo
tanto, los que tenemos claro que el orden mundial debería de cambiar tenemos
que liderar el cambio. O, mejor, más que liderar el cambio tenemos que comenzar
a abrir la puerta para que este se realice, porque va a ser una lucha sin
cuartel, silenciosa y larga, muy larga, posiblemente nos lleve más de un siglo.
A no ser que tengamos en unos años una nueva pandemia que mate a dos millones
de personas y se lleve por delante la economía tal como la conocemos.
Casi
todos los que creemos que vivimos en una sociedad injusta e iniciemos ahora la
lucha o, mejor, que seguimos en la lucha que iniciamos hace algún tiempo, es
seguro que volveremos a la vida dentro de cien o doscientos años y, es posible,
que entonces sigan las desigualdades pero tendremos ya un terreno preparado y
abonado por nosotros en esta vida, para que sea más fácil la batalla final, ya
que nuestros hijos, nuestros nietos, bisnietos y tataranietos habrán seguido la
estela que ahora iniciamos nosotros.
¿Cómo
tiene que ser esa lucha? Ahora tiene que ser espiritual, porque nosotros no
podemos cambiar el sistema económico, pero si podemos cambiar la
espiritualidad. Tampoco podemos salir a las calles siete mil quinientos
millones de seres a reclamar un cambio de orden cuando cada uno de los siete
mil quinientos millones tiene una idea de orden diferente en su cabeza. Si no
fuera así, no habría tanto voto disperso. Personalmente nunca he entendido como
un obrero puede votar a la derecha. Pero aunque se vote a la izquierda, da lo
mismo. Son los mismos con una corbata de distinto color. Y lo que necesitamos
no son líderes de derecha o de izquierda, necesitamos lideres humanos, que se
sientan iguales, que amen a sus conciudadanos, que lloren con ellos, que rían
con ellos, que el sufrimiento de uno sea su propio sufrimiento, que no sepan de
economía, que no sepan de leyes, que sepan de justicia humana, de igualdad, de
compasión y de humildad.
Por lo
tanto, hemos de dejar de lado, aunque sigamos en la lucha por reducir la
desigualdad, las batallas política y económica para centrarnos en la batalla
espiritual.
Así como hay diferentes sistemas
políticos y económicos y diferentes religiones, en lo referente a la
espiritualidad, no hay dudas, solo existe un orden, el orden del Amor, que
conlleva inherente todos sus atributos: alegría, fe, igualdad, humildad,
comprensión, justicia social, tolerancia, paz, serenidad, misericordia,
felicidad, generosidad, compasión, libertad, aceptación, bondad, honestidad,
fortaleza, respeto, servicio.
Porque
el cambio, el auténtico cambio, es actuar desde el Amor. El Amor solo tiene una
regla, la Regla de Oro: Trata a los demás como tú mismo quieres ser tratado.
Tenemos que ser el cambio que
propugnamos realizando nuestro propio trabajo interior para ser el Amor que
demandamos al mundo, porque al final de todo el camino, dentro de uno, cinco o
mil años, la energía que va a mover el mundo es el Amor. Ese es el cambio, ese
es el final del camino. Empecemos en nosotros mismos y hagámoslo ya, no
esperemos a mañana.
Nuestro
objetivo tiene que ser elevar nuestra vibración en el Amor para ir influyendo
en los que nos rodean y estos a su vez influir en otros y estos en otros y así
sucesivamente hasta llegar al poder. Es un trabajo lento ¿verdad? Y más lento
porque es una batalla con uno mismo y, aunque sea incruenta, es la más
terrorífica de las batallas.
Para
eso lo mejor es comenzar por el principio. Saber de dónde partimos cada uno de
nosotros, porque el final del camino es el mismo para todos: aprender a Amar.
Como
pasar de donde estamos al Amor no es tarea fácil, mejor vayamos ganando cada
una de las partes, subiendo un peldaño tras otro, que no son otros que las
cualidades del Amor, para llegar al Todo. Hoy trabajo la paciencia, el mes que
viene la tolerancia, al otro el perdón y, así, un día tras otro llegaremos a la
cima.
Voy a
terminar esta entrada con unas preguntas. A partir de la próxima intentaré
desgranar como ganar cada una de las etapas que nos van a llevar a la cumbre.
Podéis
escribir y contestar para unificar ideas.
¿Tenemos
claro que todos SOMOS UNO, que somos lo mismo, todos con el mismo origen, todos
con el mismo fin?
¿Tenemos
claro que somos más que un cuerpo?
¿Tenemos
claro para que venimos a la vida?
¿Tenemos
claro que organizamos nuestra vida antes de encarnar?
¿Tenemos
claro que la pandemia estaba contemplada en nuestro Plan de Vida?
Si
tenemos claro que está contemplada en nuestro Plan de Vida y, por lo tanto,
aceptada por nuestra alma ¿Qué esperábamos ganar con ella?
La
contestación a estas preguntas y, algunas más, lleva implícito el trabajo a
realizar.
Cuídense,
todos somos necesarios, ya que si falta uno tendremos que suplir su vibración
entre los demás.
El
confinamiento se alarga y se estira como si fuera chicle.
He
dejado de ver noticias, son un poco cansinas, como lo son también las
informaciones que van apareciendo por las redes sociales.
He
leído casi diez millones de causas por las que este virus ha mutado para
apoderarse del género humano. Pero sea cual sea la causa, ¿qué más da? Está
aquí y hay que lidiar con él. Desde luego si la causa fuera la nueva tecnología
5G no deberíamos de permitir su expansión, aunque, de ser esta la razón, ya se
encargarán los “auténticos poderes”, que usan a los presidentes de los países y
organizaciones como títeres, para hacernos creer lo contrario.
Pero
hemos de tener presente que nada ocurre por casualidad, y que todos y cada uno
de los seres humanos que habitamos en esta época el planeta ya teníamos
contemplada esta circunstancia en nuestro Plan de Vida y, por supuesto, la
hemos elegido voluntariamente. Somos unos héroes.
Unos
para morir, otros para enfermar y sanar, otros para ayudar a todos a dejar
atrás la enfermedad, otros para vigilar el orden, otros para poner palos en las
ruedas, otros para arrimar el hombro, pero casi todos para sufrir que es la
espoleta del cambio. Unos para encumbrarse y otros para hundirse, Pero todos
para crecer, y para aumentar nuestra vibración y la vibración del planeta. Porque
no existe nada, absolutamente nada, contemplado en el Plan de Vida de cada alma,
que no sea para su crecimiento, para su aprendizaje, para su acercamiento a
Dios.
Terminaba
la entrada anterior diciendo “…. si de esta crisis no sacamos la enseñanza de
que todos somos lo mismo y de que ayudando y respetando al otro, me estoy
ayudando y respetando yo, no habrá servido de nada tantas muertes, tanto dolor,
tanta carencia y tanto sufrimiento”.
Pero
ahora ya sé que todo va a seguir igual.
Es muy
difícil cambiar un régimen capitalista que es el que impera en nuestras
sociedades, ya que son auténticos genios para atontar a los millones de
súbditos que con unas migajas hacen al “gran capital” cada día más y más rico.
De esta
crisis, todos, menos “ellos”, vamos a salir maltrechos, más pobres, más
controlados y, sobre todo, con más miedo, que es la herramienta principal que
utilizan para subyugarnos.
Bueno,
en realidad, todo no va a seguir igual. Algo habrá cambiado, pero será a nivel
individual. Tendrá que ser uniendo esas individualidades como se comience a
gestar el cambio. Ahí es donde radica la posibilidad de cambio. Pero, aunque no
se produzca, no importa, como género humano, nosotros o nuestros descendientes,
tendremos nuevas pandemias, y así será hasta que el cambio se materialice. El
cambio se tiene que realizar sí o sí.
Ya
hemos comprobado que se puede vivir sin futbol, sin toros, sin misas, sin
procesiones, sin políticos, pero no se puede vivir sin un hospital
perfectamente equipado, con un personal dignamente tratado y sobre todo, no se
puede vivir sin una barra de pan o sin un plato de lentejas. Por lo tanto, el
cambio lo tenemos que hacer no haciendo manifestaciones salvajes para conseguir
un día más de vacaciones, o un incremento de sueldo miserable, sino dando la
espalda, todos unidos, a todo lo superfluo que el gran capital ha hecho que
consideremos esencial. Porque si nos manifestamos para conseguir tal o cual
cosa, nos la van a dar para que volvamos a trabajar, pero ya se encargaran de
sacárnosla de otro sitio. Son listos, son muy listos, y nosotros somos tontos,
muy tontos.
Cuando
no vaya gente a los eventos deportivos, no se gastarán millones y millones de
dólares en sueldos para los jugadores. Todos los sueldos deberían oscilar en
una banda de entre 1 como mínimo y 5 como máximo. Es decir, que, si el sueldo
más bajo son 1.000 dólares, el más alto no debería ser superior a 5.000. En
ningún lugar del planeta.
Cuando
nadie vote a los ineptos que se enriquecen a nuestra costa enfrentándonos a los
unos contra los otros, podremos cambiar nuestro sistema político, porque los
políticos, sea cual sea su insignia y su doctrina, enfrentan a los ciudadanos
del norte con los del sur, favoreciendo a los cada vez más ricos y
defenestrando, engañando y manipulando a los cada vez más pobres.
Cuando
los lugares de culto se encuentren vacíos un día sí y otro también, es posible
que los líderes de las religiones reflexionen y se unan para ayudar a hacer un
mundo igualitario y no condenar ni discriminar a nadie, porque entenderán
realmente lo que significa ser hijos de Dios y apostarán por una sola religión:
La religión del Amor.
Cuando
nadie mire la basura televisiva, la cambiarán para enriquecer nuestra alma y no
embrutecer nuestros egos. Y así sucesivamente con cualquiera de los métodos de
atontamiento que utilizan contra la población.
Todos
somos uno, todos somos lo mismo y nos enfrentan los políticos, las religiones,
los deportes, los programas de televisión. Lo único que buscan es la
separación. Divide y vencerás.
Somos
nosotros los que tenemos que comenzar a gestar el cambio. Todos unidos.
Ayudándonos. Vibrando al unísono en el Amor. Hasta entonces todo seguirá igual.