Estaba soñando. Me vi caminando por un camino entre
árboles. Era un lugar en el que la naturaleza parecía haber expresado toda su
belleza. Flores de todos los colores daban al ambiente una fragancia, que si me
preguntaban cual era el olor predominante, sólo podría decir: que era un aroma
celestial. Aves de plumajes exóticos llenaban el ambiente con un canto, que más
parecía un coro de ángeles. Árboles gigantescos filtraban el sol para que la
temperatura fuera siempre primaveral. De haber existido el paraíso, hubiera
sido esto, sin lugar a dudas. En cualquier momento podían haber aparecido Adán,
Eva y la serpiente.
Pero
no, ellos no estaban, sólo estaba yo, disfrutando del momento, disfrutando del
lugar. No sabía de dónde venía, no sabía adónde iba, ni que hacia en ese lugar,
pero no me importaba en absoluto. Me veía vestido de blanco en un cuerpo que no
sentía, en un cuerpo sin ningún tipo de molestia, ni calor, ni frío, ni hambre,
ni sed. No tenía pensamientos, sólo disfrutaba de la belleza con cada poro de
mi piel, y un solo pensamiento hubiera hecho que me perdiera en sus vericuetos,
perdiéndome durante ese momento de la hermosura del lugar. ¡Nunca me había
sentido tan bien!
Corría
detrás de los pájaros, saltaba con las ranas, me sentaba en el suelo a
disfrutar de la fragancia de las flores, o me tumbaba mirando como las ramas
filtraban los rayos del sol.
Creo
que me dormí en mi sueño, hasta que el ruido del roce de algo con las ramas
hizo que abriera los ojos y prestara atención. Yo creía que estaba solo, pero
no, allí, delante de mí apareció el caballo blanco más hermoso, más majestuoso
y más impresionante que había visto nunca, con una crin y una cola largas, que
se movían con la brisa, y además, tenía unas alas blancas, muy blancas, a los
costados de su lomo, ¡era un caballo con alas!
Parecía
disfrutar de mi cara de incredulidad, mientras doblaba sus patas delanteras e
inclinaba la cabeza, invitándome a subir a su lomo. Por supuesto que el caballo
no hablaba, ni yo relinchaba, pero podía
comunicarme con él. Su pelo era suave, me abracé a su cuello, sintiéndome aun
mejor de lo que me encontraba en el paraíso que había encontrado. Sentía que me
inundaba una paz, una alegría y un amor desconocidos hasta ahora.
Con
suavidad, con dulzura, como si llevara sobre si una valiosa pieza de porcelana,
empezó a elevarse, batiendo sus alas y moviendo sus patas como si estuviera
trotando en una pradera. Se elevó y elevó, nuestra Tierra empezó a hacerse
pequeñita, me hizo saber que daríamos un rodeo para ir al lugar a donde me
llevaba, para que pudiera disfrutar del paseo. Dio varias vueltas a la Tierra
para que pudiera admirar su belleza, pero ralentizaba su marcha, allá donde
había guerras y los hermanos se mataban unos a otros, allá donde se estaba
maltratando a la Tierra por su sobreexplotación, por la tala indiscriminada de
bosques, por la polución generada por el bienestar del primer mundo, allá donde
se hacinaba a la gente en campos de refugiados. El paseo era hermoso mientras
no aparecía la mano del ser humano. Allá donde esta mano aparecía, comenzaba la
destrucción, la guerra, la discriminación, el hambre, el maltrato, el dolor, la
destrucción y la muerte.
No
pude reprimir mis lágrimas por el dolor que la visión de la miseria humana
producía en mí. La crin del caballo me envolvía acariciando mi cara para
consolarme. Y por fin, cuando todavía no se habían secado mis lágrimas, el
caballo alado empezó a descender sobre una especie de nube blanca y luminosa.
Una
vez en tierra, o en nube, no sé muy bien, volvió a doblar sus patas delanteras
y a inclinar la cabeza para que pudiera descender. Así lo hice y nada más
apearme del caballo aparecieron ante mi unos seres, o no, porque sólo podía
apreciar luminosidad, pero era tan intensa que me sentí envuelta en ella. En un
instante, sentí mi unión con esos seres, era como si los conociera desde
siempre.
-
Efectivamente, nos conocemos desde
siempre, - dijeron -, pero en el tiempo que llevas en la Tierra, has perdido la
memoria de quien eres, has perdido la memoria de tu grandeza, de tu poder, de tu
divinidad, al igual que todos tus hermanos allá abajo.
-
Pero tú, -prosiguieron-, con tus dudas,
con tus preguntas, con tus experimentos, con tus luchas, con tu cabezonería,
con tu voluntad, con tu paciencia, con tu valentía, con tus desafíos, y sobre todo
con ese amor con el que has aprendido a conectar, has tenido destellos de quien
eres, y en esos destellos has entendido que tienes un cuerpo, para a través de
él, conectar con tu alma, justo con eso que ahora está aquí con nosotros. Todos
somos alma, nosotros, tú, y tus hermanos en la Tierra.
-
En los últimos tiempos te has
preguntado, nos has preguntado, casi suplicado, que era eso que tenias que
hacer tan lejos de casa. Pero ¿Cuál es tu casa?, hijo mío, esta es tu casa, y
la Tierra, toda la Tierra, sólo es el lugar donde tienes que llegar a recordar
de dónde vienes y adónde vas, sólo es el lugar en el que tienes que aprender a
amar, y después ayudar a recordar a tus hermanos, para que también despierten
al amor.
-
Lo estás haciendo bien, pero aun tienes
que amar más para confiar totalmente. Has dejado atrás casi todos los apegos,
pero aun tienes apego a la duda de que has de hacer y al miedo de no hacerlo
bien. Recuerda que todo siempre está bien. Recuerda que no estás sólo, ninguno
en la Tierra estáis solos. Permanece atento a las señales y ama. Es todo lo que
tienes que saber. Y ahora vuelve a tu cuerpo. Vuelve con el amor de todos
nosotros.
-
No, – dije yo –, no quiero volver,
quiero quedarme aquí por siempre.
-
Has de volver, cada vez estás más cerca
de quedarte aquí para siempre, pero ahora, vuelve, mucha gente te está
esperando. Te amamos.
En
un instante me quedé solo y empecé a sentir que caía a una velocidad increíble,
veía como iba acercándome a mi cuerpo, que un instante después despertaba con
una fuerte sacudida.