El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 25 de marzo de 2014

¡Que ironía!


La gran mayoría de la gente se muere sin haber vivido nunca.
Madre Teresa de Calcuta.
 
Si la muerte no fuera el preludio a otra vida,
la vida sería una cruel burla.
Mahatma Gandhi.
 
El miedo es al amor de la misma manera que la oscuridad es a la luz. Si queremos acabar con la oscuridad lo único que tenemos que hacer es encender la luz.  Si queremos acabar con el miedo, también, lo único que hemos de hacer es encender el amor, es activar el amor. La diferencia estriba en que para encender la luz con dar al interruptor es suficiente, y para activar el amor, no hay interruptor a la vista.
Y mientras no activemos nuestro amor, vamos a seguir con nuestros miedos: miedo al rechazo, miedo a la soledad, miedo al amor, miedo a la vida, miedo al miedo. Los seres humanos tenemos miedo a casi todo, porque no sabemos amar, que es el antídoto del miedo. Pero existen miedos que son realmente una ironía de la vida. Uno de ellos es el miedo al rechazo. Los seres humanos tenemos tan poca fe en nosotros mismos, que necesitamos reafirmarnos constantemente, buscando siempre la validación externa, buscando la aprobación del exterior. Entregamos nuestro poder al primero que pasa cerca de nosotros, y esperamos de él que nos diga lo guapos que somos, y lo bien vestidos que vamos, y lo inteligentes que parecemos, etc., etc. Pero como casi siempre, el primero que pasa por delante de nosotros, y el segundo, y el tercero, y el que hace el número quinientos, es tan débil de carácter como nosotros mismos y también va buscando la aprobación externa. En lugar de alabarnos, lo que normalmente suele hacer es criticarnos. Somos especialistas en ver nuestros defectos reflejados en el otro, y rápidamente los criticamos sin ser conscientes de que estamos agrandando nuestros propios defectos. ¡Qué ironía!
 
El caso es que nuestra vida se ha construido se ha construido, de manera inconsciente, (siempre estamos en piloto automático), sobre ese miedo. Cuando vivimos desde la mente, que es nuestra manera habitual de vivir, y la mente es nuestro centro, en lugar del corazón, estamos encogidos por el miedo y eso nos hace estar constantemente a la defensiva, siempre nos falta algo, siempre tenemos necesidad de más: Más amor, más dinero, más poder, más aceptación, más atenciones. Y como lo normal es que no lo recibamos, no nos queda más remedio que ser infelices.
Pero el súmmum de todos nuestros miedos es el miedo a la muerte. No hay un miedo más generalizado, y me atrevería a decir que más natural, que el miedo a la muerte. A pesar de las creencias religiosas, en las que nos prometen el cielo, el jardín del Edén, la reencarnación o la resurrección de los muertos, tenemos miedo a morir.
Son varias las razones de este miedo: La incertidumbre de cuando y como será, el desconocimiento de si pasará algo después o no, el temor que causa pensar en dejar a nuestros seres queridos, la identificación con el cuerpo y el miedo a perderlo.
Pero esta es otra ironía. Tenemos miedo a la muerte, pero no cuidamos la vida. Tenemos miedo a perder el cuerpo, y lo deterioramos permanentemente. Tenemos miedo a perder a nuestros seres queridos, y no les damos nuestro amor de manera permanente.
No sabemos vivir y, sin embargo, no queremos morir. ¡Qué ironía!
Volvamos al principio. Para eliminar todos nuestros miedos, solo hemos de activar el amor, y el amor se activa llegando a la comprensión de lo que somos: un alma. El amor se activa cuando tomamos conciencia de nuestra divinidad, cuando tomamos conciencia de nuestra condición natural, en la que no existe el tiempo, sin pasado, sin futuro, existiendo eternamente en el presente. De esa manera podríamos observar a nuestro propio cuerpo, cumpliendo su papel divino en esta película de la vida en la materia.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Si, soy un hijo de Dios, ¿Y qué?


            Ya sabemos que somos el alma, ya sabemos que somos seres divinos, ya sabemos que somos a imagen y semejanza de Dios: es normal, somos Sus hijos, ya sabemos que todos nuestros sufrimientos tienen un principio único: nuestro pensamiento, ya conocemos la ley de la atracción, por la que somos conscientes de que atraemos aquello que permanece en nuestra mente: enfermedad, pobreza, dolor, sufrimiento, alegría, salud, etc.; ya sabemos que somos inmortales, ya sabemos que la vida es una escuela a la que asistimos para aprender, para crecer, para evolucionar, para aprender a amar; ya conocemos la ley del karma: sencillamente recibimos aquello que damos; ya sabemos que la alegría, la paz, la felicidad, y el mismo Dios se encuentran buscando en nuestro interior; ya sabemos que es dando como recibimos, ya sabemos que el apego y el deseo son el principio del sufrimiento, ya sabemos que todos somos hermanos, ya conocemos los beneficios de la oración, de la meditación y del silencio; ya sabemos que el amor, el perdón y la bendición son las energías más poderosas del Universo, ya sabemos que somos lo que pensamos, porque la energía siempre sigue al pensamiento; y seguramente sabemos muchas cosas más de las que ahora no recuerdo.
            ¿Y qué?
            ¿De qué nos vale tener todo ese conocimiento?, ¿Acaso somos felices?, ¿Vivimos alegres y en paz?, ¿Sentimos a Dios en nosotros?, ¿Nuestra prioridad es servir a nuestros hermanos?, ¿Amamos a todo y a todos por igual?, ¿Amamos, cuidamos y respetamos el Planeta?, ¿Amamos, cuidamos y respetamos nuestro cuerpo?, ¿Hemos dejado de lado el juicio, la crítica, el egoísmo, el orgullo, la impaciencia, el miedo, el estrés?, ¿Actuamos a sabiendas de que todo está bien, de que todo es correcto, de que todo es como debe ser?, ¿Hemos olvidado las mentiras o las medias verdades?, ¿Hemos incorporado la meditación y la oración a nuestra vida?, ¿Ya trabajamos para controlar el pensamiento?
¿Verdad que no?
Todo ese conocimiento no deja de ser algo mental, no integrado en nosotros, y que para lo único que nos sirve es para hablar sobre ello, a veces, solo para deslumbrar a nuestro interlocutor. Aunque también es cierto, esto es lo bueno, que nos puede servir como acicate para conseguirlo.
Si todo esto nos lo enseñaran de pequeñitos con el mismo empeño que ponen los educadores para enseñarnos, por ejemplo, la tabla de multiplicar, arraigaría en nosotros y viviríamos desde ese conocimiento. Pero no es así. Lo aprendemos solos, de mayores, y la integración es una tarea harto difícil.  
La dificultad en la integración estriba en que hemos de mantener la atención y la concentración en nosotros, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones, en nuestros sentimientos, y en la sociedad de hoy, en la que todo está diseñado para la distracción necesitamos para comenzar el trabajo de una cualidad añadida: la voluntad. No olvidemos que la voluntad es la facultad de decidir y ordenar la propia conducta.
Una buena manera de empezar a trabajar para la integración de todo el conocimiento en nosotros, sería intentar mantener a Dios en nuestro pensamiento, no como en la actualidad, que sólo nos acordamos de Él cuando aparece algún problema en nuestra vida, sino haciendo lo contrario: dándole gracias de manera permanente por despertar, gracias por el sol que asoma por la ventana o por la lluvia que moja la calle, gracias por la salud o por la enseñanza que conlleva la enfermedad, gracias, en suma por la vida. Y así, poco a poco iremos desterrando de nuestra mente los pensamientos que nos atan al miedo, al dolor, a la incertidumbre, al deseo, al sufrimiento, a la tristeza, para revertirlos en amor, en alegría, en paz, porque estos son, junto a otros muchos, atributos de la Gracia Divina con la que queremos comenzar a convivir.

viernes, 14 de marzo de 2014

Volver a Dios


Oración es cuando usted le habla a Dios;
meditación es cuando usted escucha a Dios.
Diana Robinson
 

Recuerde esto.
Cuando las personas escogen el retirarse del fuego,
el fuego continua dando calor, pero ellos se enfrían.
Cuando las personas escogen alejarse de la luz,
la luz continua siendo brillante, pero ellos están en la oscuridad.
Esto es lo mismo que pasa cuando la gente se aleja de Dios.
San Agustín. 

Desde siempre, al menos a mi me sucede, el camino de retorno, en el regreso a casa, da la sensación de que el camino sea más corto, más fácil, más agradable. Supongo que debe de ser porque volvemos a lo conocido, por un camino también más o menos conocido, ya que lo hemos recorrido en la ida.
            Sin embargo, hay un retorno olvidado, hay un retorno desconocido, y justamente es el retorno que más veces hemos recorrido, es el retorno a Dios.
            Existe una verdad esencial, que no tiene discusión: Venimos de Dios y volvemos a Dios. Hemos venido a la vida miles de veces, y otras tantas hemos retornado de la vida, sin embargo, cuando nos encontramos en la vorágine de la vida en la materia, no nos acordamos, para nada, de que hemos de volver y de cuál es el camino, no recordamos que nuestro origen es Dios y a Él hemos de volver.
Ni tan siquiera lo recordamos en nuestros cursos de crecimiento personal, en nuestras meditaciones, en nuestras lecturas, y en tantas y tantas actividades que realizamos para ¿encontrar la paz?
Cuando buscamos la paz, buscamos a Dios; cuando buscamos la iluminación, buscamos a Dios; cuando buscamos la expansión de nuestra conciencia, buscamos a Dios; cuando elevamos los ojos al cielo pidiendo ayuda, buscamos a Dios; en el hambre y sed de justicia, buscamos a Dios; en nuestra indignación ante la injusticia, buscamos a Dios; en el consuelo y la ayuda a los necesitados, buscamos a Dios. Buscamos a Dios de manera inconsciente y espontánea, y esto es así, porque somos un alma, y el alma no puede vivir sin Dios.
Hablar de Dios hoy día, casi está mal visto, porque vivimos en una sociedad en la que hemos alejado a Dios, vivimos en una sociedad en la que Dios está ausente. Ausente incluso en los que rezan a Dios, ya que le buscan como el solucionador de problemas o el conseguidos de sus más íntimos deseos. Dios es para casi toda la sociedad un medio al servicio del ser humano, le pedimos cuentas, le juzgamos, nos quejamos si no satisface nuestros caprichos, y aunque oremos o le nombremos, estamos muy lejos de Él.
Identificamos a Dios cuando hablamos de moral, de lo que está bien o está mal, sin recordar que Dios no es el valedor de la moral, que sencillamente Dios Es. Dios Es Todo. Dios es la fuerza que está detrás absolutamen­te de todo cuanto existe. Dios es la Inteligencia que está regulando cada cosa que es y que sigue siendo. Dios es el gozo infinito, Dios es la fuente de todo placer, de toda satisfac­ción, de toda felicidad, de toda alegría. En cada aspecto de la vida está Dios. Dios es nuestro origen, Dios es nuestro destino.
Bueno es que en nuestras reflexiones y en nuestras meditaciones, vayamos poniendo a Dios por delante, de manera consciente, porque toda nuestra vida física está encaminada hacia él, hacia su encuentro.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Aprendizaje personal


            Desde que me hice las peguntas del millón, ¿Quién soy?, ¿De dónde vengo?, ¿Qué hago aquí?, ¿Adónde voy?, hace de esto ya mucho tiempo. Hay un tema que ha llamado mi atención de una manera especial, es un tema que me apasiona: La muerte. Pero no la muerte física en sí, no soy lúgubre, ni siniestro, ni macabro. Me apasiona la muerte por el cambio de conciencia que se genera, me apasiona la muerte por la curiosidad de saber qué es lo que habrá al otro lado de la vida, ya que es desde ese otro lado de dónde venimos y adonde volvemos una y otra vez. ¿Cómo será nuestra estancia allá?, ¿Cómo será nuestra relación con los que han sido nuestra familia en la presente y en anteriores vidas?, ¿A qué dedicaremos el tiempo?, ¿Estaremos cerca de otras almas más evolucionadas como Jesús o Buda o Maria?, podría seguir haciendo miles de preguntas, pero no tendría demasiado sentido. Es una lástima que no nos quede ni un ápice de memoria de nuestra vida al otro lado.
            Con regresiones y sobre todo con canalizaciones, he podido ir confeccionando un mapa de mis idas y venidas, o mejor de mis venidas, ya que de las idas al otro lado de la vida poca es la información creíble recibida.
            El mapa confeccionado llega a abarcar una extensión de cuatro mil años, con información y curiosidades sobre vidas constatables. Esa información ha llegado a desmontarme creencias que permanecían arraigadas en mí, y durante un tiempo me han tenido un poco descolocado, ¿Cómo podía ser que informaciones que aparecían en publicaciones que parecían serias no fueran más que palabrería? ¡En fin!, de todo esto creo haber sacado dos enseñanzas importantes: Que no vale de nada conocer aspectos de otras vidas, excepto por la curiosidad y para algunas cuestiones terapéuticas, y una segunda que en vez de buscar información en el exterior, tengo que buscarla en mí, ya que todos estamos en posesión de todo el conocimiento. Esto lo sabía, al menos teóricamente, pero no puedo dejar de caer en la tentación de buscar libros y leer. Hay una tercera enseñanza: Lo que es realmente valido e importante es la vida actual.
            Y es importante la vida actual porque es en ella en la que tenemos que cumplir la o las misiones programadas. Cada misión está en función del crecimiento de la conciencia de cada persona. Hay misiones individuales, de aprendizaje y hay misiones de servicio y ayuda a la humanidad, pero entre estas dos hay infinidad de matices. Ningún ser tiene programada una misión para la que no esté preparado, y a ella se ha de llegar como en casi todo en la vida en la materia, siguiendo las intuiciones, comprobando en que actividad nos encontramos realmente cómodos, y sobre todo a base de ensayo y error.
            Con todo esto se fortalece mi creencia de que nada es importante, excepto intentar hacer felices a los que nos rodean. Si lo conseguimos habremos cumplido una parte importante de nuestro objetivo en la vida. Lo demás, llegará fácilmente sin que casi seamos conscientes de ello.

martes, 11 de marzo de 2014

Seres racionales


            La inteligencia sin amor te vuelve perverso.
El dinero sin amor te vuele avaro.
El poder sin amor te vuelve tirano.
Clint Eastwood.
Tenemos múltiples semejanzas con los animales irracionales, pero también tenemos algunas diferencias. La más importante de las diferencias es la inteligencia, inteligencia que es bandera de nuestra racionalidad, inteligencia que le permite al ser humano preguntarse sobre su existencia, o sobre su futuro, inteligencia que le permite reflexionar sobre la causa del sufrimiento, o en cómo aplicar el aprendizaje recopilado por sus enseñanzas a lo largo de su vida para solucionar problemas nuevos, inteligencia que le permite expresarse y comunicarse, etc., etc.
            La inteligencia, por si sola, no es significativa de nada, ni en la vida física, ni en la vida emocional, ni en la vida espiritual. Porque la inteligencia, en sí misma, no lleva aparejada ni la felicidad, ni la alegría, ni la riqueza material, ni la paz interior. Es al servicio de quien está la inteligencia, lo que determina como es la vida, y la muerte de la persona.
            La inteligencia al servicio del miedo nos llevará a un mundo de dolor, a un mundo de sufrimiento, a un mundo de ansiedad, a un mundo de amargura. La inteligencia al servicio de los instintos nos llevará a un mundo de hábitos desbocados, a un mundo de lujuria, a un mundo de avaricia, a un mundo de miseria, a un mundo de desigualdades. La inteligencia, sin embargo, al servicio del amor nos llevará a un mundo de paz, a un mundo de alegría, a un mundo de servicio, a un mundo de justicia social.
            Dejar la inteligencia al servicio del miedo o de los instintos, es como dejar de usar la inteligencia, y ¿Qué pasa si un ser humano, es decir, un animal racional, deja de usar su inteligencia?, ¿Cuál es entonces su diferencia con los animales irracionales? Ninguna, ya que un ser humano que no utiliza su inteligencia, difícilmente puede utilizar su voluntad, con lo que todas sus acciones estarán dirigidas por sus instintos, igual que los animales irracionales.
            Una parte muy importante de nuestra sociedad ha dejado su inteligencia al servicio del miedo y de los instintos, sin ejercer ningún tipo de control sobre su inteligencia, lo cual es aprovechado por otra parte, muy pequeña de la sociedad, (políticos, religiosos, personas influyentes), con la inteligencia al servicio de sus propias mentes o al servicio de la materia, para controlar a los primeros. Todos, los unos y los otros, han conseguido una sociedad con el resultado de todos conocidos: Guerras, dolor, muertes, sufrimiento, enfermedad, tristeza, corrupción, abusos, hambre, miseria.
            Es el uso razonable de la inteligencia, la inteligencia al servicio del amor, lo que permite al ser humano hacerse consciente de su origen, de su vida y de su destino, es lo que permite al ser humano vivir conscientemente en el amor, es lo que permite al ser humano gozar de una vida plena, sin dolor, sin sufrimiento, sin amargura, es lo que permite al ser humano vivir en sintonía con su propia divinidad.

lunes, 10 de marzo de 2014

Empezar de nuevo


            En una eternidad siempre se puede empezar de nuevo.
Facundo Cabral.
            ¿Cuántas veces has pensado, has hecho o has dicho algo, y después de un cierto tiempo, normalmente muy corto, te has arrepentido?  Hasta aquí, normal, creo que a todos nos ha pasado alguna vez o más, porque los seres humanos somos lentos en nuestro aprendizaje y siempre tropezamos más de una vez en la misma piedra. ¡Mira si somos lentos, que solo para aprender a Amar, que es algo que no parece muy difícil, volvemos a la escuela de la vida una y otra y miles y miles de veces!

 
            Pero volviendo a nuestro arrepentimiento, ¿Qué hacemos con él?, ¿Lo dejamos dentro, bien guardado hasta que se pudra, o dejamos que salga al exterior en forma de disculpa o de perdón, por eso que incluso a nosotros mismos nos ha sentado mal?
            No importa lo que hayas hecho hasta ahora, no importa cuántos arrepentimientos se han podrido en tu interior, no importa cuantos amigos has perdido o cuantos familiares se han enojado con tu actitud, ¡Siempre se puede empezar de nuevo! A partir de este momento, deja a un lado tu orgullo, olvida tus malas experiencias anteriores, no escuches a la sinrazón de tu razón, y pide perdón, porque eso es lo que tu corazón más desea.
 
                    El perdón es el abridor y despejador de los caminos de la amistad. El perdón es el vehículo que lleva en línea recta hacia el amor. El perdón es la mejor medicina para combatir el miedo y la ansiedad. El perdón es la armadura de los valientes. El perdón es la terapia del alma. El perdón aleja del pasado dejando el camino expedito para el futuro. Perdonar es empezar de nuevo, y para eso siempre es tiempo.  
 

Felicidad, ¿Qué felicidad?


            Somos muchas las personas que nos encontramos imbuidos en la búsqueda de la felicidad. Bueno, en realidad creo que no somos muchos, creo que somos todos. Sin embargo, a pesar de que somos tantas las personas que estamos buscando lo mismo, la encuentran muy poquitas, y las que lo consiguen son la excepción.
            ¿Será porque no hay mucha cantidad de ella en el mundo? No, no es eso, porque en cuanto a la cantidad de felicidad que se puede encontrar en la vida no hay problema. Hay felicidad suficiente para todos. La vida está llena de felicidad, porque la felicidad es la misma vida. No es cierto que la vida sea sufrimiento. La vida es alegría, es una fiesta, es felicidad. Los ángeles, que normalmente, salvo raras excepciones, no encarnan, matarían por venir a la vida, (ya sé que es una manera un poco tosca de expresarlo). Los que no vienen a la vida no saben lo que es una caricia, un beso, la risa de un niño, el perfume de las flores o la inmensidad del océano. Y nada de eso es sufrimiento. El sufrimiento no lo da la vida, el sufrimiento se lo añadimos nosotros a nuestra vida solamente con una cosa: nuestro pensamiento.
¿Será entonces que no la encontramos porque no sabemos exactamente qué es lo que estamos buscando? Esto parece más probable, porque ¿Sabemos exactamente que es la felicidad?
Algo parece claro, buscamos lo conocido, buscamos aquello que nos han enseñado, buscamos lo que vemos que buscan otros, buscamos lo que la sociedad nos va mostrando cada día, buscamos aquello por lo que tanto han luchado nuestros mayores. Y lo que se encuentra cuando se busca todo esto, es más de lo mismo, es sufrimiento.
La felicidad está claro que no se encuentra en nada de eso que buscamos, ya que sino, muchos serían los que la encontrarían, pero no, no la encuentra “casi” nadie, es una búsqueda infructuosa. Y es una búsqueda infructuosa porque esperamos que la felicidad llegue cuando encontremos la pareja ideal, el trabajo ideal, los hijos ideales, etc., y todo eso, la experiencia de la vida nos dice que no llega a dar la felicidad, y no llega la felicidad porque todo eso es caduco, es incompleto.
Confundimos los estados de alegría, de bienestar, de serenidad, de amor humano, con la felicidad, y la felicidad es algo que dura eternamente porque no se basa en nada caduco, y la pareja, y el trabajo, y los hijos, y la cuenta en el banco, y las vacaciones, son caducos. Pueden durar un mes, un año, o incluso una vida, pero acaban desapareciendo y entonces se nos acaba eso que podíamos denominar como felicidad.
La felicidad es un estado interior, es algo que se encuentra cuando nos sumergimos en nuestro interior, se encuentra cuando conectamos con nuestro corazón, se encuentra cuando dejamos a un lado a los pensamientos y a sus acólitos: los deseos. Y esto, como nadie nos lo ha enseñado, ni es lo que busca el grueso de la sociedad, no es lo que se busca habitualmente. Incluso “los profesionales”: profesores de yoga, meditadores y terapeutas, que parecen estar más cerca de esto, no van, tampoco, mucho más allá de la teoría.
Pero si que hay que hacer lo que esos profesionales predican. Podemos recordar al papa Alejandro VI que decía: “Haced lo que yo os diga, pero no lo que yo haga”.
De cualquier forma, como llegar a ese estado de felicidad, de alegría y de paz interior, no se consigue en dos días, sino que es un trabajo que lleva su tiempo, posiblemente incluso más de una vida. Lo que podemos hacer es aprovechar lo mejor de nuestra vida, aunque sea material, aunque sea caduco. Es bueno acostumbrarse  a estar bien y a ser pseudo-feliz, aunque sea a temporadas, porque es una manera de romper el sufrimiento que la sociedad nos inculca a cada instante.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Crítica, atención y carácter


Una amiga escribió en su muro de una red social: "Aún no entiendo a toda la gente que juzga sin saber la verdad, y aún así se atreven a hablar y hablar. Digo yo, si tanto quieren hablar, ¿Por qué no averiguan la verdad?, y después de eso, hablen lo que quieran. Y a los que les escuchan y les creen, aún peor. Les diría a toda esa gente que no sabe ni puede ser feliz, y no quiere ver felices a los demás, que vayan a llevar sus malas energías a otro lado. En mi casa no son bienvenidos, somos una familia unida, fuerte y feliz, nada nos va a derrotar, así que no pierdan el tiempo. Gracias”.
Dice mi amiga que no lo entiende. Es normal, pocos pueden entender que se hable por hablar, y mucho menos que se hable sin conocimiento de causa, solo por el mero hecho de hacer daño. Y también es normal que estos charlatanes tengan auditorio, son personas como ellos, que hoy disfrutan escuchando la crítica, y mañana serán ellos los abanderados de la crítica.
Criticar es propio de personas que viven en la periferia de la conciencia, propio de personas que no se asoman a su interior ni por un momento, propio de personas que viven por y para la materia, propio de personas con una vida interior muy pobre.
La crítica es inversamente proporcional al nivel de atención de la persona. A menos atención, más crítica. Atención ¿A qué?, atención a los pensamientos. Los pensamientos, para expresarse, van apareciendo en el cerebro. Estos son como nubecitas de energía que permanecen alojadas en una de las capas que componen nuestra aura, el cuerpo mental, y es desde ahí que llegan al cerebro. El trecho que recorren desde el cuerpo mental al cerebro es como una especie de camino que será mayor cuanto mayor sea la repetición del mismo pensamiento. Todos tenemos los mismos tipos de pensamientos, con los matices característicos de nuestras propias creencias. Por ejemplo: cuando un budista piense en una divinidad lo hará en Buda, un hinduista en Krishna y un cristiano en Jesús, pero la idea de Divinidad es la misma para los tres. De la misma manera que existen pensamientos elevados, los relativos a la Divinidad, a la Unidad, al Servicio, existen pensamientos negativos que son los relativos al miedo, a la envidia, al orgullo, a la ira, etc., etc. Y todos, los elevados y los negativos permanecen en el cuerpo mental de la persona. Dependerá de que pensamientos tienen camino y cuáles no, y como de ancho sea ese camino, para que al cerebro lleguen unos u otros pensamientos.

Mantener la atención en los pensamientos hará que la persona sea consciente de que tipo de pensamiento es el que le llega, y prohíba el paso de los pensamientos negativos. De esta manera se irá estrechando el camino de los pensamientos negativos para que estos aparezcan con menos frecuencia, y empezará a ensancharse el camino de los pensamientos elevados, y sean este tipo de pensamientos los habituales en la persona.

Pero, ¿Qué es lo que sucede habitualmente?, pues sucede que las personas al no permanecer atentas a los pensamientos que llegan a su cerebro, los permiten todos, siendo habituales los pensamientos negativos, (miedo, rabia, ira, envidia, orgullo, avaricia, etc.), que cada vez serán más frecuentes y más potentes, siendo esta la causa de tanta infelicidad y por supuesto de la crítica.

Si alguien quiere realmente crecer, evolucionar, vivir hacia su interior para llegar a la Luz, lo primero que ha de hacer es prestar atención a sus pensamientos, y cuando sea consciente de un pensamiento inútil o negativo, no debe regodearse con ese pensamiento, dándole vueltas y más vueltas, que es lo mismo que alimentarle, que darle energía, lo que debe hacer es permitir que se vaya, y para hacerlo, la única manera que existe para que desaparezca el pensamiento es llevar la atención a otro sitio, por ejemplo a la respiración, así el pensamiento no tendrá energía que le alimente, y volverá a su origen, el cuerpo mental.

Así, cuando el pensamiento desaparezca, no existirá la palabra, no existirá la crítica, ni de palabra, ni de pensamiento.

Dejar que se vaya el pensamiento, llevando la atención a la respiración, es abrir la puerta que comunica directamente con nuestro interior, es abrir la puerta que comunica directamente con Dios.
La crítica también es inversamente proporcional a la madurez de carácter. Pero antes, es bueno saber que es realmente el carácter.
El carácter de una persona lo constituyen las peculiaridades, cualidades y defectos que la distinguen de los demás.

Como la constitución de todos nosotros, los seres humanos, es igual para todas las personas, sería natural esperar que las personas fueran parecidas en todo, o en casi todo.

Pero esto no es cierto. Vemos por todas partes grandes diferencias de carácter entre las personas, diferencias en disposición, temperamento, conceptos de vida, en dones, talentos, aptitudes naturales, etc.

Y aunque la educación y el medioambiente influyen en el carácter, Esas cualidades aparentes ya se muestran antes de que la educación o el medioambiente puedan haber tenido cualquier influencia, porque ya están dentro de la persona y empiezan a desarrollarse antes de los implantes externos.

Podemos verlo claramente entre hermanos, uno de ellos puede tener una disposición alegre y feliz; otro, una más seria, o quizá una malhumorada; uno de ellos puede ser pulcro y ordenado, mientras otro es descuidado; uno de ellos puede ser generoso; y otro, egoísta; uno de ellos puede ser temerario e informal, mientras otro es cauteloso y digno de confianza.

Esto es así, porque una parte de nuestro carácter ya viene impregnado desde vidas anteriores. Después del nacimiento se sigue construyendo, o debilitando el carácter, al repetir pensamientos, al repetir emociones y sentimientos, y por los hechos que resultan de ellos.

Si pensamos en algo muy a menudo y durante suficiente tiempo, ese pensamiento, como decía anteriormente, tendrá tanta fuerza como la palabra o la acción. Si repetimos un hecho  frecuentemente se convertirá en un hábito.

Es también nuestro carácter lo que determina lo que nuestra manera de pensar hará cuando nuestros pensamientos no están dirigidos por nuestra voluntad. Somos entonces como una pluma movida por el viento, dispuestos, entre otras cosas, a la crítica, de una manera feroz.

Como el carácter de una persona está profundamente arraigado y no cambia de un día para otro, no podemos cambiarlo como lo hacemos con nuestra disposición de ánimo, pero si podemos cambiarlo y remodelarlo con el mismo método que utilizamos al construirlo. Es decir, repetir buenos pensamientos, buenas palabras, buenas acciones. Si un edificio no es lo que debería de ser, y queremos remodelarlo o reconstruirlo, eso sólo puede lograrse al reemplazar partes defectuosas por unas nuevas y mejor diseñadas, y esto debe hacerse poco a poco.

No puede lograrse con un impulso sencillo, sino mediante un proceso lento y laborioso. Esta es la razón por la cual deberíamos ser muy cuidadosos con nuestra manera de pensar y con nuestros hechos cuando ocurren por primera vez.

No existen atajos para remodelar el carácter. Se requiere un esfuerzo que debe ser constantemente renovado y continuado, con voluntad, a lo largo del año, mes a mes, día a día.

Está claro, por lo tanto, que alguien que crítica está lejos de tener una madurez de carácter, madurez que no se gana con los años por el mero hecho de envejecer, al contrario, con los años, si no se trabaja el carácter, en vez de madurar y fortalecerse, este se irá debilitando cada vez más, y la persona, ya que estamos tratando la crítica, será más criticona.
Y los criticados, ¿Qué pueden hacer?, pues no pueden hacer nada más que oídos sordos a la crítica, bendecir al que critica, darse la vuelta, marchar y frecuentar poco al crítico.