Es cierto que a veces nos sentimos Infinitamente
pequeños, y si bien es verdad que a ojos de la inmensidad de la vida lo somos,
para Dios somos grandes. Él cree en nosotros, en nuestra capacidad, en nuestro
afán por superarnos, en nuestra búsqueda diaria de un sentido para todo, no
solamente de nuestra vida personal, sino como siervos de Él mismo.
Hoy sentí, mirando el cielo, lo que eso
significa. Las nubes me hablaron. Visualicé un tigre inmenso con una boca feroz
y gesto desafiante, como si quisiera defenderse
de algo o de alguien. Y ese “Algo” era solamente otra nube representando una infinitésima
parte de la Luz de Dios. Con sólo ese mínimo resplandor, yo, tú, cualquiera de
nosotros, podríamos ser ese animal feroz que se defiende, no se sabe muy bien de
qué, con su boca abierta, amenazante, ante tanto resplandor.
Intentando comprender, entendí que esa
figura somos nosotros, que representa nuestro desafío ante la vida, como si esta
necesitara de tales retos. Siempre a la defensiva, siempre expectantes por si
algo malo va a ocurrir, pero a la vez tan pequeños que ante una minúscula Luz
de Verdad se descompone y enmudece.
Así nos sucede en el día a día. Creemos
saberlo todo, poder desafiarlo todo, sentirnos los dueños de todo, sin
necesitar nada, sin necesitar a nadie. Y no,
no es así como debemos entender que no hemos de tener miedo, que hemos
de ser valientes y afrontar los desafíos. Estos solo se presentan para aprender
de cada situación y de nosotros mismos, de nuestras reacciones, de las
reacciones de los demás, de los desafíos de la vida, de los éxitos y de los
fracasos, de los momentos de alegría y de los momentos de tristeza. La humildad
es la que debe estar por encima de todo y, de paso, nos recuerda que la
valentía no debe ser soberbia.
Somos lo que somos y debemos amarnos por
ello, porque Dios nos ama así, tal cual somos, con nuestras fortalezas y con nuestras
debilidades. Pero jamás debemos olvidar de dónde venimos y hacia dónde hemos de
regresar. Sabiendo que estamos en manos de Dios. Que él nos da la libertad
absoluta, la bendición en todo lo que decidamos hacer, pero que permanentemente
mantiene Su mano extendida por si dudamos, por si flaqueamos. Y nos hace saber
que somos Sus hijos, que somos a su imagen y semejanza. Y un hijo se refleja en
el espejo de su Padre. A veces no es el ideal en esta tierra. Pero hablamos de
Dios. Y sólo siendo y ejemplarizando con nuestra vida que somos Sus Hijos
conseguiremos cambiar “nuestro pequeño universo” y, poco a poco, el universo entero.
Todos somos sus Hijos y Dios Se complace
de vernos crecer, evolucionar, errar, reintentar, caernos y levantarnos, pero
más Se complace si en todo ello somos capaces de reconocer Su presencia Divina
en Todo y Su mano Salvadora que sostiene cada aliento de nuestro caminar.
Que seamos capaces de amansar nuestra
fiera cuando sea necesario para reconocer nuestra “pequeñez” ante la inmensidad
de Dios, y utilizar su fuerza en esta Vida terrena, para que nuestro paso deje
un mundo mejor.
Que dios nos Bendiga a Todos.
Entrada escrita por Elisenda Julve.
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