Vivimos en
una sociedad en la que la pérdida de valores cada vez es mayor, y cuando
hablamos de la pérdida de valores, nos referimos a que la dignidad personal no
es precisamente una de las virtudes de nuestra sociedad, nos referimos a que la
mentira es moneda de cambio de uso común, nos referimos a que la lealtad, la
tolerancia, la honestidad y el respeto brillan por su ausencia; mientras que la
hipocresía, la cobardía, el engaño, la impuntualidad, la soberbia, la avaricia,
la lujuria, la envidia y la pereza, solo por nombrar algunos, son los vicios
que abanderan el día a día de nuestra sociedad. Vivimos en una sociedad sin
corazón. Vivimos en una sociedad sin alma. Vivimos en una sociedad que nos ha
ido engullendo dentro de sus fauces de deterioro moral, de desorden personal y
de caos social.
La sociedad,
que podríamos definir como el conjunto que forman los seres humanos que
comparten una misma cultura, es por lo tanto, el reflejo de sus miembros. Y son
los miembros de la sociedad los que deciden quiénes son sus representantes
políticos, religiosos y sociales, por lo que sus dirigentes no son más que una
genuina muestra de cada sociedad: es decir, los más deshonestos, los más
hipócritas, los más avaros, los más soberbios y los más intolerantes, salvo
contadas y honrosas excepciones.
Pero el
problema más grave reside en que la sociedad sobrevive a sus miembros, y cuando
estos retornan en su siguiente reencarnación se encuentran con la misma
sociedad decadente que dejaron, o aun más deteriorada, si cabe.
¿Quién va a
poder explicar, por lo tanto, al recién llegado de donde viene y cuál será su
destino?, ¿Quién le va a enseñar cómo ha de hacer para conseguir vivir feliz y
en paz consigo mismo?, ¿Sus padres?, ¿Sus
educadores?, ¿Sus guías religiosos?, ¿Sus modelos sociales? Estos solo pueden
enseñarle lo que conocen, es decir, los vicios que caracterizan a la sociedad
de los que ellos son el adalid.
La dinámica
de la sociedad ha de cambiar, y alguien tiene que hacerlo, ¿Por qué no tú?
Aunque la teoría dice que si tú cambias puedes cambiar al mundo, es un poco más
complicado que todo eso. Pero si tu cambias, si que puedes hacer que cambie tu
mundo, si que puedes hacer que cambie tu entorno.
Y así,
mientras los políticos y sus acólitos se pelean por un trocito más de tierra,
por un nuevo trapo con nuevos colores, y sobre todo por más dinero y por más poder;
podrás explicar al recién llegado de donde viene. Mientras los representantes
de las religiones y sus feligreses se ocupan en discriminar a todo aquel que no
es fiel reflejo de sus creencias, podrás explicar al recién llegado que es lo
que ha dejado al otro lado de la vida, y como podrá volver a reencontrarse con
lo que ha quedado atrás. Mientras los modelos sociales discriminan al pobre o
al que tiene un color distinto, podrás explicar al recién llegado que relación
le une con los miembros de esa sociedad que le discrimina, y que es lo que ha
de hacer para tener una estadía serena, tranquila y feliz.
Somos hijos
de Dios, venimos de Dios y a Él hemos de volver, y lo hemos de hacer subidos en
la energía del Amor. Todo lo demás sobra. Hemos de dejar atrás todos los “ismos”:
capitalismo, nacionalismo, patriotismo, catolicismo, machismo, separatismo, antifeminismo,
etc., etc., etc., porque todos son hijos de otro “ismo”: fanatismo. Hemos de
buscar la unidad, porque todos somos la misma cosa, todos somos la misma energía.
Si realmente
la sociedad supiera educar a sus hijos en el amor, se acabaría el hambre en el
mundo, se acabarían las guerras, se acabaría la discriminación, se acabaría la
avaricia, se acabaría la lujuria, se acabaría la mentira, porque junto al amor
viaja la honestidad, viaja el respeto, viaja la dignidad.
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