«Dejad que
los niños vengan a mí,
no se lo
impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios.
Yo os
aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él»
Marcos
10:14
En el último mensaje canalizado, el
Maestro nos decía: “El corazón de Dios es un mar de infinita bondad que espera
por Vds. No es necesario que Le invoquen en oración, ni tan siquiera que digan
su nombre. Él está con Vds. en todo momento y en todo lugar”.
¡Dios nos espera!, pero en las
condiciones en que se encuentra la humanidad, ¿Cuánto tiempo tendrá que
esperar? Los seres humanos ni tan siquiera somos conscientes de que Dios nos
está esperando, porque no sabemos que Él es el final de nuestra carrera, Él es
la meta, pero también es el inicio, de la misma manera que es el camino, o si
lo sabemos no actuamos desde ese conocimiento.
Los seres humanos buscamos a Dios,
sin aceptar que Dios ya está en nosotros, y disfrazamos esa búsqueda, que es la
búsqueda autentica, la búsqueda definitiva, con pequeñas búsquedas, con
jueguecitos, con pequeñeces.
Viajamos a lugares recónditos de la
Tierra en busca de espacios fantásticos de energía. Energía que despilfarramos
nada más llegar a casa, cuando no por el camino, juzgando situaciones,
criticando personas, no aceptando nuestra vida o parte de ella, siendo
deshonestos con nosotros mismos y los demás, manteniendo rincones de ira o de
rencor en nuestro corazón, desaprovechando las oportunidades para ayudar y
servir a los demás.
Podemos retirarnos del mundo durante
unos días para mantenernos en silencio y meditar. Y al llegar a casa, volvemos
a hablar por los codos, volvemos a dejar que la meditación se convierta en algo
que hacemos el día que “tenemos tiempo”, o el día que estamos bajos
anímicamente.
Podemos asistir a conferencias y
cursos de crecimiento personal, para ser un poco más conscientes ya que
proliferan como setas. Cursos que serán olvidados a los pocos días de su
realización, sin haber puesto en práctica nada de lo aprendido en ellos.
Somos especialistas en frases
bonitas, que ninguno pone en práctica, pero que quedan bien en el muro de
nuestras redes sociales.
¿De qué sirve todo eso?, para hablar
de ello, para sentirnos importantes, para hacer demostraciones de nuestra
pseudo-espiritualidad, para que otros se queden con la boca abierta ante
nuestra sabiduría espiritual. Pero realmente son pequeñeces, son jueguecitos,
porque mientras tanto seguimos enojados con los hermanos, engañando a la
pareja, criticando todo lo que se mueve, no dedicando el tiempo suficiente a
los hijos, dudando de todo, no respetando a nada ni a nadie, teniéndole miedo
no solo a la muerte, sino también a la misma vida. Y sobre todo se nos olvida
lo más importante, nos olvidamos de Dios, nos olvidamos de quienes somos, nos
olvidamos de dónde venimos, nos olvidamos adónde vamos, nos olvidamos para que
estamos aquí, nos olvidamos de quienes son realmente los que nos rodean.
Hemos de ser conscientes de que lo
que realmente hemos venido a hacer en la
vida es retornar a Dios, porque de Él venimos, y podemos hacerlo de
frente, sin rodeos, a lo grande. ¿Cómo?, amando. Cualquier otra cosa no sería
más que darle vueltas una y otra vez a la vida, a una vida que nos enmaraña en
las redes de su ilusión una y otra vez, y así llevamos cientos o miles de
vidas. ¿Cuántas más nos esperan?, ¿Cuánto tiempo tendremos a Dios esperando por
nosotros? Tenemos suerte de que Su paciencia es infinita, y sobre todo tenemos
suerte de que nos ama. Termino que no podemos utilizar nosotros, ¿o sí? Alguna
vez te has hecho la pregunta: ¿Amas a Dios?
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