Para todo en
la vida física necesitamos la mente, ya que es el recurso más importante que
tenemos. Pero no solo es necesaria para la vida física, es imprescindible para
la salud emocional y espiritual.
Tenemos una mente concreta que realiza los procesos básicos del pensamiento:
Observación, comparación, relación, clasificación. La mente es el testigo invisible,
la mente es el observador interesado.
También
tenemos una mente práctica que
es la que realiza procesos no tan básicos de pensamiento, ya que ella la que relaciona
las causas con los efectos y los medios con los fines. Es la base de la
inteligencia.
Y
disponemos de una mente abstracta
que es la que realiza los procesos de reflexión consciente, pues accede a sus
propias representaciones y las modifica. La razón es la facultad superior de
conocimiento.
La mente ordena, ansía, impulsa e
insiste en el esfuerzo y en la acción. La mente activa el ojo, el oído, la
lengua, la nariz y cada órgano de percepción y de acción. La mente causa el
renacimiento, la victoria y la liberación de los seres. Con la mente se
consigue la iluminación, y con la mente los iluminados pueden conseguir la
ascensión.
Necesitamos a la mente para almacenar
la ira, el odio, el miedo y la preocupación. Necesitamos a la mente para mantener
nuestras creencias. Necesitamos a la mente para ser felices.
La mente enferma al cuerpo físico y ella
misma lo sana. La mente hace que
la persona esté alegre y animosa, y a su vez hace que entristezca. La mente
hace que se establezcan hábitos nocivos, pero es ella la que consigue que se
eliminen esos hábitos.
La mente es causa de desgracias y
alegrías. Cualquier proceso comienza en la mente.
Cuando decimos que “hay que detener
la vorágine de la mente”, lo hemos de hacer a través de la propia mente. Es de
ella de donde va a surgir el impulso y la fuerza para propiciar su silencio. La
mente debe fagocitarse a sí misma para facilitar su silencio, y además ha de
ser consciente del proceso de su pérdida de poder y del otorgamiento del poder
al corazón.
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