La felicidad, el bien vivir y el bien
morir, son un arte que hay que aprender y, como no nos lo enseñan desde la cuna, hemos de aprenderlo ahora.
Desde la cuna, nuestros padres,
nuestros educadores, las religiones, y la misma sociedad nos han enseñado
aquello que ellos han aprendido y que consideran imprescindible para poder
desarrollarnos en sociedad, e incluso lo necesario, para triunfar en esta,
nuestra sociedad, tan competitiva. Nos han enseñado que la única manera de
tener éxito es generando y manteniendo un esfuerzo constante, es realizando un
trabajo excesivo, es renunciando a nuestro propio placer, porque eso es
egoísmo. Nos han enseñado que sólo se puede aprender son sufrimiento, que la letra
con sangre entra, que antes de hacer hemos de pensar en “que pensara la gente”.
Es mentira, ¡nos han engañado!
El aprendizaje es una diversión, el
éxito no se persigue, el verdadero éxito llega cuando dejamos de ofrecer
resistencia, cuando no nos agarramos a la vida, porque agarrarse a la vida
persiguiendo el éxito, es perder el éxito y la vida. Hay que romper las
compuertas y limpiar el cauce de escollos para dejar que la vida fluya, sin
paralizarse en el tío vivo de los propios pensamientos, hay que detener el
carrusel de la mente y bajar.
Dejar que la vida fluya, es aceptar. Fluir,
aceptar, no quiere decir cruzarse de brazos con resignación, no, quiere decir
que hemos de elegir la paz en lugar del miedo, quiere decir elegir la
alegría en lugar de la tristeza, quiere decir elegir la acción en lugar de
las dudas, quiere decir que lo importante es la felicidad y no el pensamiento
de los que nos rodean, quiere decir que hemos de elegir el amor ante cualquier
otra circunstancia, quiere decir “si”, “si a la vida”.
Un buen trabajo sería empezar a
aceptarnos a nosotros mismos y empezar a presentarnos ante los demás tal como
somos, sin máscaras.
Para eso te propongo algo nuevo, algo
que seguramente no has hecho nunca: Colócate delante de un espejo y observa la
expresión de tu cara. Toma conciencia de tu expresión, no juzgues si es un
rostro serio, si es lánguido, si parece enfadado……… sólo observa.
Empieza a decir cosas hermosas a ese
rostro que se refleja en el espejo: “Guapo, guapa”, “Te quiero”, “Que ojos tan
bonitos”, sonríe y empieza a ver como es tu rostro cuando sonríes. No juzgues
nada, no busques el por qué de nada, sólo quiérete, solo acéptate, y podrás
observar como tu rostro se relaja y cambia. Haz este ejercicio durante cinco
minutos cada día antes de tu meditación y que sea, luego, ese rostro el que sacas
de casa para presentarte ante el mundo.
A partir de tu propia aceptación, será más fácil aceptar la vida. Poco a poco, vete desterrando el “no”, empieza a utilizar el “si” con esa sonrisa que practicas en el espejo, empieza a aceptar los cambios de la vida sin oponerte, empieza a decidir sin darle vueltas y más vueltas que solo sirven para envenenar tu mente, empieza a vivir.
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